lunes, 8 de abril de 2013

Final del viaje: Desprecios en Stansted e Easy Jet


6. Epilogo. Desprecios en Stansted y en Easy Jet.

El desembarco, sin problemas, estábamos ya en tierra a las 7,30 de la mañana. Un coche, que habíamos alquilado, nos esperaba en el muelle. En un rápido viaje por las autopistas inglesas (gratuitas), para las 10 de la mañana entrábamos  con nuestras maletas al aeropuerto de Stansted. Localizado el mostrador para depositar las maletas (habíamos sacado por Internet la tarjeta de embarque en la fila dos, luego con una preferencia en embarque), nos comunican que dentro de veinte minutos aproximadamente, se abrirá el embarque. La hora de salida del vuelo era a las 13,20. En pantalla marca “please wait”. Pasada una hora larga de espera y continuando la indicación de “please wait”, pregunto, con la mejor de las sonrisas, cuando iba a comenzar el depósito de maletas para el vuelo de Bilbao. La señora, tras el mostrador, me responde que ya está abierta y ante mi indicación de que el marcador muestra que sigamos esperando, se limita a levantar los hombros.

Llegamos al mostrador con nuestras tres maletas, ya determinadas en nuestra compra, pero calculamos un peso de 40 kilos en la tres y sobrepasaba en seis, con lo que nos pidió 66 libras, once por kilo. Retiramos las maletas, nos deshacemos de lo que podemos y metemos en el equipaje de mano todo lo posible. Así y todo sobrepasamos de dos kilos los 40 contratados y la buena señora nos obliga a pagar 22 libras de sobrepeso. Todo legal. Nada que objetar, pero ganas no le quedan a uno de volver con ellos cuando ya ha pagado un plus por rápido embarque.

Nos dirigimos al control de la policía. Las colas son enormes, como es habitual en Gran Bretaña. Por los altavoces repiten constantemente que los líquidos y cremas de más de 100 ml. deben ir en unas bolsas separadas. El control es estúpidamente exhaustivo. El cinturón, el dinero, el reloj, el móvil, la chaqueta etc., etc. A las mujeres los zapatos. Al cabo de no sé cuanto tiempo pasamos el control. Son las 12, 15. Llevamos dos horas y cuarto en el aeropuerto. Hemos desayunado a las seis de la mañana y tenemos la mala idea de querer comer una hamburguesa. El modo británico de servir supone que primero hay que hacer cola para pagar y después te llevan lo pedido a tu mesa. Ya sin prisas pues ya han cobrado. Como tardan en traer el pedido me levando y leo en la pantalla, a las 12,30, que nuestro vuelo esta embarcando: “boording”. Me pongo nervioso, pues en la tarjeta de embarque se dice expresamente que “las puertas se cierran treinta minutos antes de la salida del vuelo” (copio textualmente) y sin esperar las hamburguesas nos dirigimos a la puerta de entrada. De nuevo megafonía a tope dando las indicaciones de embarque. A las 13,00, luego veinte minutos antes de la salida del vuelo, tras hacer otra cola y, tras mostrar dos veces que yo soy yo, (a la azafata en la puerta de embarque, nº 11, y a la que me recibe en la puerta del avión) estoy ya sentado en mí asiento. La puerta de embarque se cierra a las 13,20, justo a la hora de salida, habiendo acogido pasajeros, hasta ese momento. Eso sí, inmediatamente después, el avión comienza a moverse para dirigirse a la pista de despegue.

Una chica que viajaba en nuestra fila se cabrea pues a ella, en un vuelo anterior al que llegó con 25 minutos de adelanto le dijeron que ya estaba cerrado, sacaron su maleta de la bodega del avión, y la obligaron a comprar un nuevo billete.

Ya dentro del avión una azafata impertinente, desagradable y malencarada, auténtica señorita Rotenmeyer, que no sabe una sola palabra de castellano, no para de hablar, incluso cuando por megafonía están dando instrucciones o avisos en castellano que ella corta descaradamente. Los pasajeros muestran su malestar sin que le importe un rábano.

Esta ha sido la peor experiencia de todo nuestro viaje. La única en realidad. Llegamos al aeropuerto con más de tres horas de adelanto y no pudimos ni comer una simple hamburguesa faltos de tiempo por la ineficacia y rigidez en el peso de las maletas de Easy Jet, y la estupidez y mala educación del Ministerio de Interior británico que no coloca el número controladores necesarios a la afluencia de pasajeros. Es tal su desvergüenza que, hace años, en una interminable cola de Heathrow había avisos indicando que el personal de control hacía su trabajo y un gesto contra ellos podría suponer una sanción que, con la parsimonia flemática de los británicos, suponía la perdida del vuelo. Creo que la vergüenza (o los Juegos Olímpico, vaya Ud. a saber) será la causa de que los hayan eliminado.

Cada día detesto más las buenas maneras que esconden un desprecio real a las personas.  Es la diferencia entre la “politesse” y la educación.

El domingo para las seis de la tarde estamos en casa. Dejo pasar un día para que se me pase un poco el cabreo por la mala educación de los británicos y cierro estas líneas.

 

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