domingo, 26 de marzo de 2017

Mariano Rajoy, ¿Tancredo feliz?



Mariano Rajoy, ¿Tancredo feliz?

Me gusta leer los artículos de mi buen amigo, el periodista Joan Tapia, en su día director de La Vanguardia, después director de RTVE en Catalunya y, en la actualidad, amén de contertulio en radios y televisiones, publicando al menos dos artículos semanales en El Periódico de Catalunya, donde yo también escribí durante bastantes años. Joan es un buen analista político. Cuando viene a Donosti, al menos una vez al año, procuramos encontrarnos. Lo mismo sucede cuando yo voy a Barcelona. Charlamos largo y tendido, pero, con Joan es prácticamente imposible hablar de otra cosa que no sea de política. A veces coincidimos en el Palau, ahora en los medios por el desfalco sufrido, o en el Kursaal donostiarra. Pero tras un brevísimo comentario del concierto escuchado, ya me lanza la pregunta: y ¿cómo van las cosas por Euskadi? Me suele poner en apuros pues está más al tanto de los dimes y diretes de “lo nuestro” que yo mismo. Si yo le hablo de mis libros sobre los jóvenes, la familia, la religión etc., me escucha educadamente, pero, rápidamente me formula la pregunta de “¿y cómo van las cosas por Euskadi?”, ¿volverá a ganar el PNV?, ¿sigue fragmentado el PSE?, y durante los años de plomo, con ETA a lo suyo, siempre acabábamos hablando del fin del terrorismo. Coincidimos bastante.

Joan es un hombre muy ecuánime en sus juicios y en sus planteamientos, que es lo que, personalmente, más valoro de un analista, aunque no oculta su tendencia socialista. No solamente está en su derecho, sino que, además, cuando uno se expone en los medios de comunicación es imposible ocultarlo. Incluso diría que deseable para que el lector sepa quién es quién. Todos los que me leen, al menos con alguna frecuencia, saben bien de qué pie cojeo.

Pero ya es hora de hablar de Mariano Rajoy a quien Joan Tapia dedicó un artículo que tituló “El momento dulce de Mariano Rajoy” (El Periódico de Catalunya 21/02/17). Recuerda Joan cómo, hace un año, Rajoy era un político con muchos problemas, tantos que no se presentó a la investidura, que le correspondía al tener el primer grupo parlamentario, por miedo a perder. Y dejó que Pedro Sánchez pasara delante. El entonces líder del PSOE pudo ser presidente del gobierno. Llegó a un pacto con Ciudadanos y hubiera bastado, que en su sesión de investidura de marzo del año pasado, el Podemos de Pablo Iglesias no hubiera votado lo mismo que el PP de Rajoy, esto es, que se hubiera abstenido en vez de votar NO, para que en la actualidad, gobernara España el partido socialista. Vaya Usted a saber dónde estaría hoy Mariano Rajoy. Pero en la actualidad, gobierna Rajoy, con más votos de los que tenía en marzo pasado, ha logrado que le apoye Ciudadanos, Pedro Sánchez está defenestrado por su propio partido y Pablo Iglesias ya puede gritar todas las veces que quiera que es una vergüenza que gobierne Rajoy pero, todos, empezando por no pocos en su propia formación, le recordarán que fue él, con su voto, quien impidió que Sánchez fuera presidente y, a la postre, permitiera que Rajoy siguiera en la Moncloa donde ahora está instalado, con relativa calma. Dicen que fumando puros, a escondidas. Como D. Tancredo, viendo pasar los miuras por su puerta.

¿Cómo es posible que un hombre plano, que en España es de los peor valorados en las encuestas, que sabe que no tiene nada que hacer en Euskadi y en Catalunya, gobierne en España, y en Europa, ocupe, ahora, un lugar relevante, aunque, en parte, gracias al Brexit?. 

El éxito de Rajoy es, en gran medida, consecuencia de la inoperancia y de los errores de los demás partidos políticos. Acabamos de señalarlo en el caso de Podemos, al que, tras el triunfo de Iglesias sobre Errejón en Vistalegre 2, salvo catástrofe mayúscula en el Europa, creo que ya ha llegado a su techo y le auguro un descenso en el favor de los electores, salvo en Madrid capital quizás, quizás, y en Barcelona, más probablemente, donde gobiernan dos mujeres que no son, propiamente hablando, de Podemos. Por ejemplo, acaba de mostrarlo Carmena en Madrid condenando la situación de los presos políticos en Venezuela y apoyando una moción de los demás partidos políticos en ese sentido. (La condena selectiva de unos u otros presos políticos retrata muy bien a los partidos. En Euskadi sabemos mucho de esto. Como retrata a los medios de comunicación donde ponen el acento, y la censura, en la libertad de expresión).

El Presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, es un hombre inteligente que, sin embargo, se me antoja un chisgarabís que, afortunadamente, nada tiene que hacer en Euskadi pues, si pudiera, intentaría cargarse el Concierto Económico y que, en España, ha decidido convertirse en un inquisidor, pero sin querer aceptar la responsabilidad de gobernar.


El PSOE da pena. Aquí le cito a Joan Tapia quien escribe que el PSOE “resiste bien en las encuestas, pese a estar sin líder, y la gestora lleva el día a día con un notable alto, pero no se han cerrado las heridas del pasado 1 de octubre cuando la dimisión forzada de Sánchez. Es más, el cisma entre sanchistas y susanistas parece haberse agravado, al perpetuarse, y no es seguro que las primarias de mayo arreglen las cosas”. Tapia comentado los datos muy concordantes del CIS de enero y de la encuesta de El Periódico de febrero, recuerda que “hay un tercer candidato, Patxi López, el mejor valorado en la encuesta, que huye de la polarización pero que también abunda en tópicos. Y una batalla a tres puede acabar con un secretario general elegido con menos del 50% de los votos”. Personalmente, nunca he entendido que el PSOE arrincone, a menudo, al candidato que, más allá de sus bases, más votos concitaría en la ciudadanía. Sucedió en Euskadi y en España con Ramón Jáuregui, y está sucediendo ahora con Javier Fernandez.  No lo entiendo, claro que yo no estoy en el PSOE, y menos aún en sus mentideros.

Este lunes pasado, se reunieron en Versalles los cuatro jefes de los Estados más grandes de la UE. España entre ellos, desde que Gran Bretaña decidiera salirse de la Unión. Dentro de un año, Hollande seguro que no estará. El italiano Gentile, es más que probable que tampoco. La todopoderosa Merkel está en la cuerda floja. En gran parte por su política de apertura a los inmigrantes. Rajoy es el que parece tener más futuro por delante. En Europa y en España. Sí, lo repito: ¿quién lo hubiera dicho hace un año? Aunque, para el futuro le auguraría negros nubarrones, pues ha llevado al paroxismo la desmembración emocional de España que hace tiempo dejó de ser nación para muchos de sus habitantes. Le salvará, quizás, el calamitoso nivel político de sus contrincantes. Pero, para el independentismo catalán y vasco, con Rajoy en el puesto de mando en la Europa a dos velocidades, poco cabe esperar de la internacionalización del conflicto.

Publicado en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa el 11 de marzo y en Noticias de Álava el 18 de marzo de 2017.

El reconocimiento de los jóvenes

El reconocimiento de los jóvenes


Al inicio de mi intervención en la XXXII Jornada Diocesana de Enseñanza en Madrid, en la que se reflexionó sobre la construcción de la Casa Común, centrada en mi caso, como se me sugirió, en los jóvenes su sociedad y su contexto, hablé sobre la necesidad del reconocimiento de los jóvenes en su unidad y diversidad. Abordo mis trabajos de sociología juvenil desde tres ideas clave: no hay juventud sino jóvenes, (de ahí mi empeño en elaborar tipologías de jóvenes); que los jóvenes son como son según la sociedad y contexto en el que vayan creciendo (así es falaz comparar la juventud española actual, con la de, digamos, hace 40 años, sin, al mismo tiempo, comparar la sociedad española actual con la hace 40 años) y, en tercer y fundamental lugar, determinar cuáles son los agentes socializadores prioritarios en cada momento y lugar, así como su evolución: familia, escuela, grupos de amigos, medios de comunicación, confesiones religiosas, etc., etc.

En este tercer aspecto no debemos olvidar que vivimos en la era Internet. Esto supone que nos podemos comunicar con quién queramos (que esté conectado a la Red). Lo que comunicamos básicamente es información, pero comunicar información, aun siendo importante, no es lo más importante. Lo más importante es comprender al otro en su singularidad. Comprender al otro exige una serie de actitudes y de conocimientos. La actitud es la de reconocer al otro como otro, saber que el otro es diferente a mí y al mismo tiempo es igual que yo, que los dos formamos parte de la misma especie humana. Supone una actitud de escucha de lo que el otro dice, pero no para replicarle sino para entender porque dice lo que está diciendo. Esto último exige, prácticamente siempre, un cierto nivel de conocimiento: conocimiento de la historia de ese otro, o esos otros cuando hablamos de colectivos de personas. Exige saber cuál es su historia, sus creencias, sus religiones, sus planteamientos vitales, su gastronomía, la forma como entre ellos se entiende la relación en pareja, en la familia, la gobernanza etc., etc. En definitiva, el reconocimiento del otro, o de los otros como colectivo, exige una actitud de escucha comprehensiva de sus palabras y un conocimiento de su singular particularidad. El pensamiento binario del yo y los otros, la idea sartriana de que “el infierno son los otros”, lo impide. No se puede construir una Casa Común sobre la base de los “míos” y los “otros”, “nosotros” y “ellos”.

El filósofo canadiense Charles Taylor, a quien sigo en estas líneas, dice que “el problema clave en la relación con los otros es el reconocimiento. Todo ser humano tiene una necesidad fundamental de ser reconocido”. Es una necesidad primaria que se encuentra tanto en los problemas de los chavales de las chabolas, como en los adinerados que viven esclavos del dinero y de la moda, por dar un par de ejemplos. Es fundamental, en cada momento histórico, en cada cultura, luego también aquí y ahora, detectar donde se sitúan, quienes son, particularmente desde una óptica cristiana, los descartados, por utilizar un término caro al papa Francisco. Es una labor fundamental de discernimiento que exige ojos limpios y unos planteamientos de fondo muy claros. Empezando por planteamientos antropológicos básicos.

Todos los seres humanos somos semejantes desde el punto de vista genético, anatómico, fisiológico, cerebral, afectivo, y todos somos al mismo tiempo diferentes. Ningún individuo es igual a otro, cada uno tiene sus humores, su carácter, su cabeza, sus ojos… Pero no solamente hay diferencias entre los individuos. La cultura nunca ha existido en tanto que LA cultura. Las culturas son todas diferentes, los idiomas, las músicas son todas diferentes. Luego la unidad humana produce diversidad. Lo que es algo vital. En consecuencia, el tesoro de la unidad es la diversidad, pero el tesoro de la diversidad es la unidad. Si olvidamos la unidad humana nos encerramos en nosotros mismos y es el universalismo el que sufre. Esto sería letal para una confesión religiosa como la católica. No cabe hablar de la Iglesia española, francesa, alemana etc., sino de la Iglesia Católica en España, en Francia, etc. Pero si se olvida la diversidad humana entonces caemos en una abstracción ciega, fuente de opresión del más poderoso. Ya Maritain, en la segunda década del siglo pasado, lanzaba la alerta de no confundir la universalidad de la Iglesia con lo que denominaba como la latinidad.

En este orden de cosas, me gusta recordar el esfuerzo del Padre Arrupe, que nos recibe en el nuevo puente de la Universidad de Deusto, con su empeño en la aculturación de la fe en las diferentes sociedades donde se inserta la confesión católica. Esto vale también para los jóvenes y para los mayores, para todos. Pienso que debe ser resaltado, como necesidad fundamental del reconocimiento del “otro”, en la construcción de la Casa Común. Todos somos iguales y todos diferentes. Personal y colectivamente hablando. Es en esta dialéctica en la que debemos construir la Casa Común. Los católicos ya vivimos esta dialéctica entre la Iglesia Universal y las Iglesias particulares. E, incluso en el interior, tanto de la Iglesia Universal como en la de la inmensa mayoría de las iglesias particulares. En el actual mundo pluralista, esta es una de nuestras riquezas: la unidad en la diversidad.


Publicado en “Alfa y Omega” el 9 de marzo de 2017

jueves, 9 de marzo de 2017

Por la Democracia (Texto de Fernando Mires)




Por la Democracia (Texto de Fernando Mires)


Un amigo me envía un excelente artículo que abajo reproduzco. Estoy de acuerdo con sus tesis. Quizá le falta añadir, en sus menciones a los responsables de Corea de Norte y de Cuba, Siria y no pocos del mundo islamista. No me atrevo, por insuficiente conocimiento incluir a otros dirigentes de Oriente Extremo, China, Pakistan etc…..(JE)
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Hay que defender a esa luz que vino de Atenas; por Fernando Mires


Muchos hablan de populismo para referirse a movimientos políticos que han signado a la política de América Latina durante los dos últimos decenios y a la de Europa de los tiempos actuales. Pero no hay populismo sin apellidos. Así lo aprendimos de Ernesto Laclau, teórico del populismo por excelencia.

Laclau vio incluso en el fascismo una forma de populismo. Hay populismos democráticos y antidemocráticos, formuló hace un par de años Chantal Mouffe, apuntando en la misma dirección que Ernesto.

Esa es la razón por la cual algunos hemos decidido renunciar al uso exagerado del concepto populismo. Son en verdad muy diferentes las realidades a las que alude. Seguir denominando como populista a un movimiento fascista y a uno democrático a la vez, oscurece en lugar de aclarar.

Lo dicho vale para la Europa de 2017 donde estamos asistiendo al surgimiento de fenómenos de masas que portan consigo características similares a las de los movimientos fascistas y comunistas que hicieron su puesta en escena durante las décadas de los veinte y de los treinta del siglo pasado. Populistas, los llaman.

Neofascistas, he denominado sin vacilar a algunos de ellos en diferentes artículos. Y lo he hecho no para insultarlos sino porque en sus más diferentes versiones contienen tres elementos propios al fascismo originario:
1. Relación directa entre masa y líder (sin mediaciones interestatales)
2. Identificación de un enemigo común.
3. Revuelta en contra de la democracia liberal y sus instituciones.

Tanto Putin, Erdoğan, Trump, Orbán, Wilders, Le Pen y Petry, desde distintas naciones, gobiernos y partidos, coinciden en su enemistad declarada a la democracia liberal, a los valores que representa y a las instituciones que la sostienen. La política es concebida por ellos como una relación directa entre masa y líder. Todos se declaran enemigos de la división de los poderes, según ellos, un impedimento para el decisionismo del poder supremo. Por eso Putin, Orbán, Erdoğan, Trump, y en América Latina, Maduro, Morales y Ortega, gobiernan mediante decretos.

El objetivo común a todos esos autócratas y aprendices de autócratas, al igual que los defensores de los totalitarismos de ayer (comunistas y/o fascistas) es la destrucción del Estado democrático y su sustitución por uno autocrático. Steve Bannon, ideólogo de Trump, lo ha dicho de un modo radicalmente sincero: “Hay que destruir al Estado”.

La tesis de la destrucción del Estado —propia a los movimientos neofascistas de nuestro tiempo— no es nueva. Marx la adoptó de su amigo/enemigo, el anarquista Bakunin, e intentó darle, aunque sin éxito, un formato científico. Los liberales económicos y sus hijos, los neoliberales, mucho más cerca del anarquismo que del liberalismo político, imaginaron a su vez que la economía debía ocupar el lugar del Estado. Y así como Lenin, ordenó ¡todo el poder a los Sóviets! (sin parlamento y sin justicia) los neoliberales corearon después: ¡todo el poder a las empresas!

Para comunistas, fascistas y liberales económicos, es la gran paradoja, la tesis de la supresión del Estado fue elaborada no para suprimir el poder sino para fortalecerlo. Pues al Estado también pertenecen instituciones de contra-poder como son el parlamento y una justicia independiente, destinadas a contrarrestar y controlar al ejecutivo. Así se explica por qué algunos dictadores de nuestro tiempo, desde Putin, pasando por Erdoğan, hasta llegar a Maduro, orientan sus esfuerzos a destruir a los parlamentos y a la justicia, es decir, a la sustancia misma del estado democrático.

La utopía de las dictaduras ha sido y es la de crear gobiernos-estados: el poder librado a su más brutal expresión ejecutiva (y militar). Esa es la razón por la cual la tarea de los demócratas ha sido, es y será, la de defender al Estado. Pues sin Estado no puede haber política.

Defender al Estado y a sus instituciones es defender a la razón y al sentido de la política de sus enemigos. Sean ellos fascistas y comunistas como ayer, o putinistas, erdoganistas y maduristas como hoy. E incluso —si las cosas se dan en los EE.UU. de acuerdo a las palabras de Bennon— trumpistas.

La democracia de nuestro tiempo surgió, no hay que olvidarlo, de un pacto no firmado entre tres tendencias políticas de la modernidad: la democracia social, el liberalismo político (no confundirlo con el económico) y el conservativismo de inspiración cristiana. Sus representantes son hoy atacados y ridiculizados por los enemigos del Estado democrático. En cambio los líderes antiestablishment (antiestado) en su mayoría personajes incultos y brutales, son elevados como modelos frente a los políticos (“la élite” en el lenguaje neofascista) es decir, frente a los defensores del Estado y sus instituciones, caracterizados por ellos como complacientes, progres y buenistas.

Hoy como ayer asistimos a una rebelión antipolítica hecha en nombre de la política pero en contra de la política.
Hace ya muchos siglos la barbarie espartana logró destruir a la democracia, a la cultura y a las instituciones de los atenienses. Según Hannah Arendt, el ideal de la armonía que cultivaban los atenienses terminó por volverse en contra de Atenas. Hoy, sin embargo, los demócratas tenemos una segunda chance. Ha llegado la hora de pasar a la ofensiva, identificar a los enemigos de la democracia y combatirlos donde estén. Frente a ellos no se puede ser buenistas.
Se avecinan batallas políticas decisivas en Holanda, Francia y Alemania. De la suerte de las elecciones en esos tres países dependerá —creo que no exagero— el futuro de la democracia en Europa. Y tal vez en el mundo entero. Hay que salvar a la luz de Atenas frente a la oscuridad que avanza desde las Espartas del siglo XXl.

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