viernes, 26 de febrero de 2016

Mi nuevo libro sobre el poder en la Iglesia Católica


 
Sobre el poder en la Iglesia Católica
El día de hoy, según me comunica la editorial PPC, se distribuye en librerías un nuevo libro mío: “¿Quién manda en la Iglesia? Notas para una sociología del poder en la Iglesia Católica del siglo XXI”. Tiene 336 páginas y sale a 20€ en formato papel. Todavía no sé si se editará, como quisiera, en ebook. He puesto mucho esfuerzo en su redacción. Está dedicado, con agradecimiento, a mis profesores en la Universidad de Lovaina (1969-1974).

A título de aperitivo ofrezco aquí el prólogo y el epílogo del libro. Gracias si se animan a leerlo. Mi agradecimiento será aún mayor si me envían un comentario crítico. Aquí mismo, o en mi email: javierelzo@telefonica.net. Firmado, por favor.
 

Prólogo


(Del libro de Javier Elzo, “¿Quién manda en la Iglesia?. Notas para una sociología del poder en la Iglesia Católica en el siglo XXI”. Editorial PPC, Madrid, 2016)


Lo llamativo es que no nos llame la atención. Es que siempre la hemos conocido así. Nos parece obvio, evidente. A veces se oyen voces que obligan a reflexionar aunque, todavía, no se pasa de las palabras a los hechos. Así el papa Francisco, el 26 de Septiembre de 2015 en Filadelfia, afirmó que el futuro de la Iglesia pasaba por los laicos y por las mujeres. Pero, ¿qué vemos cuando nos ponemos a mirar?. La voz que se oye en la iglesia es la voz de hombres célibes mientras que la voz de las mujeres y la de los hombres casados es apenas perceptible. Hay que reconocer que un organismo que se dice católico, luego universal, donde algo más de la mitad de sus miembros, las mujeres, y la gran mayoría de otra mitad, hombres casados o solteros – que no célibes -, no tienen apenas voz en el capítulo, es un organismo un tanto extraño. Raro. Preocupante.

No digamos si, además del ejercicio de la palabra, nos preguntamos por quién decide, quién manda en la Iglesia. Ya sabemos la respuesta: un puñado de hombres, todos célibes y que, por su forma de organizarse, la cúpula, la que realmente decide, la conforman hombres de edad avanzada. Muy avanzada. Tanto que para elegir a su responsable supremo entre un grupo muy selecto de poco más de 100 hombres, han decretado que solamente tengan derecho al voto quienes no hayan traspasado la edad de los 80 años. Así mismo los delegados y responsables de la gobernanza espiritual y material de las diferentes partes del mundo en las que está dividida la Iglesia, los obispos en sus diócesis, deben renunciar a su cargo al llegar a los 75 años. Y pocos, muy pocos, no llegan a esa edad en el cargo pues parece que les cuesta jubilarse.

Veamos los números.  Con datos a 31 de diciembre de 2012, según fuentes oficiales de la Iglesia Católica, la población mundial era de algo más de siete mil millones de personas. Los católicos pasábamos de los mil doscientos millones. En esa fecha, en el planeta, había 5.133 obispos, 414.313 sacerdotes de los que 279.561 sacerdotes diocesanos, luego 134.752 sacerdotes religiosos; 702.529 religiosas y 55.314 religiosos no sacerdotes. En fin, 42.104 diáconos permanentes y 362.488 misioneros laicos. Si nos limitamos a los clérigos, obispos y sacerdotes, que son quienes tienen con voz y mando sobre los laicos (claro que los obispos mucho más, particularmente sobre los sacerdotes) suman 419.446 personas. Les ahorro el porcentaje que supone sobre los mil doscientos millones de católicos. Una exigua minoría. Hay que poner muchos ceros, tras la coma del cero inicial, y nos perdemos en los números infinitesimales[1].

Sí. Nuestra Iglesia es una Iglesia en la que tienen voz y voto los clérigos masculinos aunque unos con más poder que otros. Una iglesia, en cuya cúpula, muchos tienen una edad muy avanzada, una cúpula donde una sola persona, el papa, tiene un poder gigantesco. Desmesurado. Él nombra a los obispos. También elige a los cardenales quienes, a su vez, elegirán a su sucesor, si no pasan de los 80 años de edad cuando llegue el momento de la elección. Amen de que es él quien dicta la gobernanza material de la Iglesia, aunque encuentra fuertes frenos, justo en el minúsculo estado en el que habita. También dicta la gobernanza espiritual aunque aquí, además, sus “fieles”, con frecuencia, le son infieles y, sobretodo, selectivos. Es curioso que en la actualidad, algunos, muchos, piensen que el actual papa tiene mejor prensa fuera que dentro de la iglesia. O, al menos, que es más criticado dentro que fuera de su casa. Pero no nos adelantemos. Digamos, ahora, simplemente, que nuestra Iglesia es una Iglesia marcadamente piramidal y jerarquizada.

Esta iglesia está extendida, aunque irregularmente, por todo el planeta. Los europeos somos ya claramente minoritarios aunque Europa sigue conformando, todavía, la masa crítica más influyente en la Iglesia. Además en Europa, concretamente en el Vaticano, se centraliza la gobernanza de la Iglesia, teniendo la Curia Romana un poder enorme sobre las decisiones que se adoptan en los Dicasterios, e incluso, en las que adopta el papa.

Todas estas notas, meramente sociológicas, nos muestran una iglesia piramidal, con un papa de poderes prácticamente ilimitados, una iglesia gerontocrática, masculina, clerical, europea, iglesia de la que se dicen pertenecientes mil doscientos millones de personas pero que es gobernada, en última instancia, por unas pocas personas: el papa, los obispos en ejercicio, y la burocracia de la Curia.

Este libro, partiendo de esta realidad sociológica y analizándola con las armas de las ciencias sociales, sugiere y propone, humilde pero firmemente, otro modelo de iglesia para el siglo XXI: una iglesia en red, al modo de un gigantesco archipiélago que cubra la faz de la tierra, con diferentes nodos en diferentes partes del mundo, interrelacionados entre si y, todos ellos, religados a un nodo central, que no centralizador que, en la actualidad, está en el Vaticano. En el Vaticano, (o en otras partes del planeta), todos los años, se reuniría una representación universal de obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, laicos de ambos sexos, miembros de la curia, todos bajo la presidencia del Papa, para debatir sobre la situación de la iglesia en el mundo y adoptar, si es el caso, las decisiones pertinentes.

Se preguntará el lector cómo es posible que un sociólogo de provincias, de tercera división, pensionista aunque no jubilado, él solo, tenga el atrevimiento de formular semejante propuesta. De ahí que, por una vez, pido que se me permita apoyarme en una autoridad para tal atrevimiento. Nada menos que en el modo de actuar del propio Hegel, aunque sin la menor pretensión de compararme con él.

Cuando los laicos nos entrometemos en cosas de clérigos.
Entre mis lecturas relativamente recientes traigo aquí a colación unas reflexiones de Hegel, pronunciadas en un discurso, en la Universidad de Berlín, el 25 de Junio de 1830, al que fue invitando como ponente, con motivo del tercer centenario de la “Confesión Augustana”. Hegel, refiriéndose a esa Confesión afirmó que “declararon que, a los que antes eran legos en tal materia, les incumbía un juicio propio en cosas de religión y vindicaron para nosotros esta inestimable libertad. Por tanto si me incumbe iniciar esta solemnidad con mis propias palabras, necesito ciertamente excusarme de mi escasa capacidad para el discurso y me conviene pedir vuestra disculpa, venerables oyentes, pero traicionaría la causa de la libertad vindicada para nosotros aquel día que celebramos si me excusara de hablar sobre una cuestión perteneciente a la religión por el hecho de ser laico. (…) Por ello he creído tener que hablar de la libertad que por la Confesión Augustana hemos conseguido los demás, quienes no somos teólogos”[2].

Pues, en este libro que tiene el lector en sus manos, no se habla solamente de sociología, sino de también de teología, de la fe, de la pertenencia a la iglesia católica, de la legitimación del poder y de la autoridad de los “sagrados pastores” a lo largo de los XX siglos de cristianismo, de la obediencia, del papel que los textos conciliares y papales conceden en la Iglesia, a los laicos en general y a las mujeres en particular, etc., etc. Puestas así las cosas cabe preguntarse si serán la fe y las ciencias sociales dos departamentos estancos. No quiero dirimir aquí en profundidad esta más que interesante cuestión que requiere suficiente espacio propio. Diré dos cosas.

La fe, y en particular la ciencia teológica, por un lado y las ciencias sociales (las ciencias en general), por el otro, tienen sus reglas de juego, su autonomía propia pero no conforman dos comportamientos estancos. Nunca he visto las expresiones “sociología teológica” o “teología sociológica” pero, quizás un día me plantee su verosimilitud. En todo caso sostengo que la teología no puede desprenderse, en sus formulaciones, del contexto socio-cultural en que nacieron y en la lectura que se hace de las mismas en los espacios donde y cuando se leen. Así mismo, una sociología del hecho religioso no puede no tener en cuenta las formulaciones teológicas que se proponen en el diálogo intelectual, en las propuestas a los creyentes y en la lectura que estos hacen de las mismas. Pero más aún. Un sociólogo (o un científico social) que se diga creyente, no puede situarse, a veces como sociólogo, a veces como creyente, en su despacho de trabajo como sociólogo, los domingos en la eucaristía como creyente. Lo voy a decir con las palabras de Daniele Hervieu-Léger, socióloga francesa con quien tuve el gran placer de trabajar, en un demasiado breve periodo de mi vida. Dice Daniele que “como científica, mi ambición es la de reducir la experiencia religiosa a un mecanismo social. Pero tropiezo siempre con el tope de mi fe (je me heurte toujours au boutoir de ma propre foi), que la sola sociología no puede explicar. Luego, me he visto obligada a reconocer que yo soy socióloga de las religiones y creyente. La cuestión no es tan paradoxal como parece. La fe, como la sociología, es un deambular crítico. Los dos abordajes son compatibles, cada uno puede dar sentido al otro. Creer es liberarse sin cesar de las ilusiones religiosas, esto es, no confundir nuestra imágenes de Dios con Dios mismo”[3].

Hay que subrayar la idea de que el abordaje crítico, con las armas de la razón y de la experimentación, personal y participada, es válido y necesario tanto para la fe como la ciencia. No para hacer un “totum revolutum” de las creencias religiosas y de las “verdades” científicas (quizás sería más exacto decir “hallazgos científicos”), que guardan cada uno su propio espacio de conocimiento. No estamos en el mismo campo epistemológico cuando hablamos de “la acción de Dios” (quien se atreva a hacerlo), o de los Quanta de Planck, aunque no falten eminentes físicos que se hacen preguntas relacionando ambas cuestiones…. Pero en los dos campos es legítimo el abordaje científico, en cuanto no solamente (aunque también) va depurando las ilusiones que la historia, personal y colectiva, han depositado sobre la verdad religiosa o la empírica, sino también porque, como ya dijera Newman, yo solamente puedo pensar con mi cabeza como solamente puedo respirar con mis pulmones. De Dios solamente puedo hablar con lo que mi cabeza y mi experiencia vital me den. Exactamente igual que un científico en su laboratorio. Es cierto que el científico “toca”, “mide”, “cuantifica” lo que experimenta. Esa es su fuerza y su limitación pues la realidad no se agota en lo que se puede tocar, medir, cuantificar etc. Por eso está en el ADN del pensamiento científico, digno de ser entendido como tal, su carácter temporal, parcial hasta que otra investigación, otra teoría (pensamiento) infirme, supere, matice, rechace etc., la verdad científica del momento. Lo mismo sucede, o debiera suceder, como método de aproximación, como abordaje, en el conocimiento religioso. ¿Es que no sabemos hoy que Pablo estaba equivocado cuando pensaba próxima la venida del Señor?. Y, ¿quizás el mismo Jesús?, se preguntan algunos estudiosos del Jesús de la historia.  

Por eso, y más, este libro, de alguna manera, es continuación del que, también en PPC, publiqué bajo el titulo de “Los cristianos, ¿en la sacristía o tras la pancarta?”[4]. En el fondo, en estos dos libros, ahora que pensionista ya jubilado de dar clases y menos solicitado para hacer encuestas, además de profundizar en mi fe en el interior de la confesión católica, escudriño su ser y actuar en el mundo de hoy. Hablo de “mi” iglesia o, si se prefiere, la iglesia en la que, fruto del azar de mi nacimiento, que diría Ricoeur, confieso y trato de vivir mi fe en el Dios encarnado en Jesús, y ello, en la edad adulta,  consecuencia de una constante, difícil, y a veces angustiosa, deliberación continuada, sin fin y hasta la eternidad. Que el editor crea de interés su publicación le añade el aliciente de que algún lector, quizás, quiera formular alguna reflexión crítica que me ayude a depurar mi fe, sosegar mi intelecto y, sobretodo, hacer de esta iglesia una instancia humanizadora y testigo, aún pálido, de lo Invisible.

Sobre el contenido de este libro

Este libro, además de este prólogo y de un breve epílogo tiene ocho capítulos. El primero, inspirado en unas reflexiones de De Lubac y de Ch. Taylor, se plantea la paradoja de la dificultad, para el hombre moderno, de aceptar una autoridad externa al propio sujeto al par que, ese mismo sujeto, reclama referentes y lideres que le ayuden a situarse en un mundo lleno de incertidumbres. Así, este mundo de nuestros días, que se dice y se propugna secular, hace de un papa un líder mundial.

La cuestión del mando, del poder y de la autoridad, de quién decide en la iglesia será uno de los ejes centrales de este libro. Con una parte muy sociológica y otra más teológico-histórica. En los capítulos 2º, 3º y 4º de este libro se aborda la organización de las confesiones cristianas, particularmente la católica, desde una perspectiva sociológica. Los tipos de legitimación del poder, a la estela de Max Weber, en el capitulo 2º; cómo se gestiona la verdad en las diferentes religiones cristianas en el 3º, y cómo se ejerce el poder en las confesiones ortodoxa, protestante y católica en el capítulo 4º. 

La dimensión histórico-teológica se presenta en los capítulos 5º, 6º y 7º. En el 5º abordo la forma como el papado ha sido entendido, y ejercido, a lo largo de los 20 siglos de cristianismo y lo cierro con un comentario que me suscitó el discurso de Francisco al cuerpo diplomático en enero de 2015 en el que le veo como un líder planetario. Percepción que aumentó al leer su discurso en el Congreso de los EEUU en septiembre del mismo 2015. 
En el capítulo 6º reflexiono sobre el modo actual de elección de los obispos, comento un magistral texto de Karl Rahner sobre las parroquias y las comunidades de base y, consagro un importante espacio a los procesos de deliberación y decisión en la Iglesia.

En el capitulo 7º me adentro en el papel que la “doctrina” de la Iglesia (Concilio Vaticano II y documentos papales), concede a los laicos, “ad intra” de la estructura eclesial, no sobre su función “ad extra”, en el mundo, cuestión que escapa a los objetivos de este libro. De nuevo echo mano de K. Rahner cuando abogó, el año 1972, por una iglesia desclericalizada.

En fin el capítulo 8º, tiene una dimensión prospectiva y práctica. Es un capitulo que tiene entidad en sí mismo y que cabe leerlo separadamente del resto aunque, en mi cabeza, solamente tiene sentido tras el recorrido previamente realizado, mientras me informaba y estudiaba para la redacción de los tres capítulos del bloque sociológico y los tres del histórico-teológico. Escribo sobre la temporalidad de los ministerios, sobre la reforma de la Curia Romana, sobre el papel de la mujer en la iglesia, y sobre la corresponsabilidad de laicos y clérigos en la iglesia. Cierro el capítulo con un sugerencia de Sínodo General, presentado con cierto detalle, Sínodo representativo de la universalidad de la iglesia y que, con el papa al frente, sitúo en la cúspide de la gobernanza de mi ideal de iglesia para el siglo XXI.

Un breve epílogo da cuenta de algunas de las ideas clave que jalonan estas notas para una sociología del poder en la iglesia para siglo XXI, una sociología que no hace ascos, bien al contrario, a la teología e historia de la Iglesia.

El lector observará que el texto está trufado de citas. Demasiadas me han parecido cuando he releído por última vez el texto, una vez redactado en su totalidad. Ruego se me disculpe pues, aunque he intentado hacer la lectura no demasiado farragosa, me pregunto si lo he conseguido. No soy un escritor. Simplemente un redactor. Además,  esta forma de escribir es una muestra de la inseguridad de una persona que sabe que, particularmente en el bloque histórico-teológico, transita en huertos poco frecuentados en su vida profesional.

Algunas de mis oceánicas lagunas. No quiero dejar de señalar, al término de mi trabajo, (es sabido que el prólogo es lo último que se escribe en un libro) algunos apetitos intelectuales que se han ido incrementado a medida que iba avanzado en su redacción y constatando, así, la enormidad de mis desconocimientos. Hasta el punto que en más de un momento he tenido la tentación de abandonar el proyecto.-. He sentido la imperiosa necesidad adentrarme en el mundo de los Padres de la Iglesia de los no sé nada, y la historia del cristianismo de las cuatro primeros siglos de la iglesia, hasta la “fijación” de los grandes concilios, de los que lo poco que sé me hace ver la inmensidad de lo que no sé. Pero es toda la historia de la Iglesia, entendida como Tradición, como la respuesta que los cristianos de tantas generaciones han respondido a las urgencias que se les presentaban en cada momento la que se me aparecía como “plato” de alta gastronomía intelectual y vivencial. Así afloraba, con fuerza en mi mente, la quinta- esencia de la formación lovaniense de la que soy tan deudor: la historicidad de las ideas y de la trasmisión de los hechos. La contextualización. La idea que tantas veces he citado en mis trabajos sobre la juventud del sociólogo húngaro Karl Mannheim, quien afirmaba, hace un siglo, que “solamente las personas que han vivido experiencias similares pueden generar situaciones generacionales”. Solamente así podemos tratar de entender los hechos e ideas de otros tiempos…y de los nuestros.

Pero hay otro aspecto cuya laguna se me iba apareciendo como oceánica a medida que avanzaba en mi trabajo. No soy capaz de pensar de otra forma que como un europeo de cultura mayoritariamente francófona, como remarcaré inmediatamente. Ciertamente cabe repetir, con Newman, que solo puedo pensar con mi intelecto como solo puedo respirar con mis pulmones. Pero, incluso para entender al papa Francisco tendría que estar más al cabo de la cabo de la calle de la mentalidad (no solamente de la teología) latinoamericana, pese a mis frecuentes viajes a Argentina y Méjico, pero con otros centros de interés. En Argentina viví el tema de las drogas y allí ya supe, de primera mano, gracias al Dr. Juan Alberto Yaría, de la preocupación del Padre Jorge por ese tema, lo que me sitúa bien para aprehender su reciente anuncio del jubileo por la misericordia.

Así mismo, preparando el apartado sobre la gobernanza en la Iglesia ortodoxa, no solamente he sentido mi desconocimiento del tema, sino la intuición del enorme provecho que obtendríamos en Europa occidental y, más concretamente en la Iglesia Católica, de beber con fruición en las fuentes de la iglesia ortodoxa. También, ¿qué sabemos en Europa (al menos los del montón) de la visión que tienen los africanos de la dimensión religiosa?. Me desasosiega profundamente la excesiva occidentalización de la Iglesia Católica en África. No hemos aprendido nada del drama de Ruanda, el país más cristianizado, dicen, del continente africano. En fin, ¿cómo olvidar el drama de los cristianos perseguidos en Asia?.

Mi agradecimiento a la Universidad de Lovaina. El lector comprobará la abundancia de referencias francesas, o en lengua francesa. La razón está en mi deuda con la Universidad de Lovaina en la que me formé. Allí estudié, en francés, sociología, teología y ciencias morales y religiosas. Lovaina me impregnó del método histórico de comprensión de la realidad, tanto social como eclesial y  religiosa. Y toda mi vida, aunque más en la vertiente sociológica empírica – por eso de traer los garbanzos a casa - he seguido, primero los profesores que me formaron (a quienes con agradecimiento dedico este libro), después la estela de la corriente de pensamiento que me inculcaron. En lengua francesa, mayoritariamente. 

A los lectores, gracias por leerme. Mi agradecimiento será aún mayor si me envían comentarios críticos sobre lo que escribo. Este es mi correo electrónico javierelzo@telefonica.net y este mi blog http://javierelzo.blogspot.com, en el que colgaré el prólogo y el epílogo de este libro, cuando se publique. Les sugiero que comiencen su lectura por ese orden. Después verán si vale la pena adentrarse en este o aquel capítulo. 
Donostia- San Sebastián, 30 de Septiembre de 2015.
Javier Elzo

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Epílogo

(del libro de Javier Elzo, “¿Quién manda en la Iglesia?. Notas para una sociología del poder en la Iglesia Católica en el siglo XXI”. Editorial PPC, Madrid 2016)

Voy cerrar este libro, que no concluirlo pues queda abierto a todo lector que quiera aportar algo, subrayando algunas ideas que considero centrales para la iglesia de nuestros tiempos. Dejando de lado toda la parafernalia sociológica, trato de resaltar algunas de las ideas clave que he señalado a lo largo del texto.

La historia no se repite. En el mundo actual habrá en el mundo del orden de 2.200 millones de cristianos. La mitad de confesión católica. Cuando Constantino tolera la religión cristiana, en los albores del 4º siglo, según los historiadores solamente el 5% de la población bajo el imperio romano se decía cristiano.  En la actualidad ronda el 30 % de la humanidad. Hay pensadores, teólogos mayormente, que sostienen que hay que volver a empezar tomando como modelo la iglesia pre-constantiniana. Tras Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia la iglesia se habría convertido en un sistema de signo capitalista, en un “capitalismo espiritual” en el mejor de los casos. De ahí que “ahora ha de darse, a comienzos del siglo XXI, la nueva revolución cristiana, empalmando con la primera, en el siglo I d.C”.  Me pregunto, ¿es que nos podemos saltar XVII siglos de un plumazo?. ¿Es que las generaciones de cristianos que han vivido entre los siglos IV y XX no tienen nada que enseñarnos?. ¿Todo lo que hicieron, es negativo?. Pues, de ahí, viene todo lo demás. La Iglesia Jerárquica, con el Vaticano, los templos, los edificios que en XX siglos se han acumulado hay que venderlos y darlos a los pobres. La Jerarquía como tal, más allá de la bondad intrínseca de algunos jerarcas debe desaparecer. La iglesia debe ser más un bazar que una catedral, a lo sumo un atrio de iglesia, etc., etc.

Hay mucho que modificar en la Iglesia del siglo XXI. Quienes hayan leído este libro habrán comprobado mi posición al respecto. Pero yo no me atrevo a expulsar de la Iglesia a quienes no alcancen no sé bien qué nivel de exigencia religiosa. De entrada yo mismo tendría que marcharme. Pero además, nos encontraríamos con niveles de exigencia en las antípodas según qué registro de cristianos adoptemos. Perdonen los interesados que les nombre pero, ¿sería la misma, la exigencia de un Munilla que la de un Casaldáliga?. Y los dos se reclaman del mismo Dios, aunque su Dios no sea el mismo.

Paradojas y Misterio de la Iglesia. Decir que la Iglesia Católica es universal puede considerarse un pleonasmo. Pero debe recordarse constantemente. En Occidente tenemos tendencia a olvidarlo. Incluso quienes lo afirmamos. Este libro es un ejemplo de ello, pues comienza situando a la Iglesia en la sociedad occidental que vive una profunda paradoja: por un lado, una demanda fuerte de autonomía del pensamiento y de acción que rechaza toda autoridad exterior a la de cada uno, y por el otro, la no menos fuerte querencia, implícita o explícita, de referentes, de líderes que ayuden a ver el camino, a balizarlo y a invitarnos a seguirlo. Libertad versus seguridad, autonomía versus referentes en un mundo de incertidumbres. Es lo que explica que en una sociedad, que se dice secularizada, un papa se convierta en líder universal.

De Lubac, nos habló en el libro referenciado en el primer capítulo de la “paradoja de la Iglesia… (donde) lo esencial jamás se halla en el número ni en las apariencias primeras” Añadió que, “entonces descubriremos la paradoja propia de la Iglesia, una paradoja que servirá para que podamos introducirnos en su misterio”. Sí, “Paradoja y Misterio de la Iglesia”, titula su libro De Lubac, en el que subraya estas tres paradojas: una Iglesia procedente de Dios y formada por hombres (será la Encarnación, paradoja suprema para De Lubac); la paradoja de su carácter visible e invisible y, en tercer lugar, una iglesia que se presenta a la vez terrena e histórica a la vez que escatológica y eterna (su dimensión “sacral” o transhistórica, que varias veces menciono en mi libro, siguiendo a H. Rosa).

Pero hay más paradojas en la Iglesia, como en la humanidad, como en cada uno de nosotros. He aquí algunas, pensando en la Iglesia:

o   La religión y la iglesia universales, pero que se vive localmente. Es la constante tensión entre la dimensión universal y particular de la Iglesia.

o   La religión de la razón frente a la religión de la emoción.

o   La religión de las certezas, de la “sancta simplicitas” frente a los intelectuales que hacen de la duda un paradigma de lo religioso.

o   La religión que propugna el desarrollo económico (de signo liberal capitalista) frente a la religión que apuesta por la justicia social de signo socialdemócrata si no socialista.

o   La religión que avanza la bondad de los nuevos movimientos religiosos, sea de signo emocional, como los pentecostales o catecumenales, sea de signo económico-espiritualista como el Opus Dei, sea de signo identitario católico en conquista de su presencia en el mundo, como Comunión y Liberación, sea viviendo con los más pobres y necesitados en comunidades de base, por citar los más influyentes, frente a las órdenes tradicionales (en el sentido de que llevan en iglesia varios siglos), como los jesuitas, dominicos, benedictinos, carmelitas, franciscanos, claretianos, marianistas, salesianos, hermanos de La Salle,  etc.,etc., que están lejos de haber dicho su última palabra.

o   La religión que privilegia la orto-doxia frente a la que prioriza la orto-praxis, o viceversa.

o   La religión, y su Iglesia, que concede todo el poder a los clérigos mientras se apoya en los laicos

o   La religión, y su Iglesia, que predica que una mujer, María - nada menos que la Madre de Dios- está por encima de los apóstoles, pero donde las mujeres (y su teología) juegan en segunda división.

o   Etc., etc., etc.  


Con esto quiero subrayar la importancia capital de aceptar la complejidad de la vida, de los rostros que puede adoptar el anhelo de plenitud, de la necesidad de aprehender el conflicto como inherente a la condición humana y, así, aprender a superarlo en pro de la básica y primigenia unidad del género humano. Unidad que, para los cristianos, lleva el marchamo trascendente de la fraternidad, de sabernos hijos de un Dios al que tenemos por Padre universal y que se nos manifiesta, en la humanidad de Jesús, al que - en nuestro lenguaje – lo tenemos como su Hijo, nuestro hermano mayor. 

El celibato vale cuando y donde vale. Lo digo con las palabras de Michel Quesnel en libro ya referenciado: “vivir célibe no se reconoce como un valor en la mayor parte del continente africano. En consecuencia hay muy pocos conventos de hombres y de mujeres, la vida monástica estando asociada al celibato. Otra consecuencia es que más del 80 % de sacerdotes viven en concubinato (…) Cuando una ley que atañe a cuestiones no esenciales – hay que recordar que hay sacerdotes curas casados en las Iglesias católicas orientales- no es respetada por la gran mayoría de las personas concernidas, hay que concluir que esa ley es mala. (….)” (Página 79). En efecto, en África o cualquier parte del mundo, ¿cómo un cura católico puede ejercer  convenientemente su ministerio cuando es de notoriedad pública que vive en una situación contraria a la ley religiosa que dice profesar?. O, ¿cómo otro que, escondiera su situación de concubinato, puede aceptar vivir en la mentira y la simulación mientras está predicando una religión de verdad y honradez?.

Mujeres en busca de reconocimiento. En un acto público en septiembre de 2015 una religiosa que sabía, no sé cómo, que estaba escribiendo este libro, me espetó: “me imagino que les darás duro, ¿eh?”. En la conversación comprobé que se refería al lugar de la mujer en la iglesia. No es la primera vez que me veo interpelado por mujeres, religiosas y laicas, dolidas, cabreadas, hartas, y añadan los epítetos que quieran, de su espacio en la iglesia visible de nuestros días. La iglesia, dicen, que perdió a la clase obrera, a los intelectuales, a los hombres de ciencia. En Occidente, además, ha perdido a la mujer. Hace unos años, había más vocaciones religiosas masculinas que femeninas. Una de las prioridades para el futuro inmediato de la Iglesia Católica es resolver la vergonzosa e irritante relegación de la mujer en su seno.

Personalmente propongo que, siguiendo mi modelo de Iglesia en red, en un planetario archipiélago interrelacionado, las comunidades de cristianos sean más autónomas y con cánones específicos en determinados asuntos (como los de las Iglesias católicas orientales), adaptados a los grupos humanos concernidos. No todo debe hacerse de la misma manera, al mismo tiempo, en todos los lugares donde hay iglesia. Y recordemos que “allí donde dos o más os reunáis, en mi nombre, allí estoy yo”. Esto vale, por ejemplo, para la ordenación de las mujeres y para el celibato de los sacerdotes. Y para más cosas.

La caridad es lo primero. Sin olvidar la fe en el siglo XXI. Los que tenemos en la cabeza Corintios 13, y los que miramos la realidad que nos circunda, sabemos que la caridad está, sin duda alguna, por encima de la fe. Lo que no quiere decir que no tengamos que saber dar cuenta de la fe que decimos profesar y que nos lleva (o debe llevar) a la práctica de la caridad. Lo que no siempre es fácil. Más todavía. Hay afirmaciones que, si bien no están en el núcleo de la fe, sí en la de la vida cotidiana de los cristianos, y que, en el mundo de hoy, chirrían y mucho. (Y cuidado con esto del núcleo de la fe que, pueda ser, que de tanto eliminar hojarasca nos quedemos sin núcleo). Así en el Catecismo de la Iglesia Católica promulgado en 1992, hace 23 años, se puede leer en el apartado consagrado al pecado original, en el punto 390, literalmente esto: “El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Concilio de Trento: DS 1513; Pío XII, enc. Humani generis: ibíd, 3897; Pablo VI, discurso 11 de julio de 1966)”.(Subrayado en el documento original en www. Vatican.va). Si las palabras siguen teniendo un significado y las frase no se retuercen hasta hacerles decir lo que no dicen, ¿quien puede aceptar semejante afirmación en el día de hoy?. O, ¿qué católico, hoy, es capaz de adherir a este tipo de afirmación?. Pues ahí sigue ese texto en el Catecismo. Del año 1970-1971 guardo un vivo recuerdo de las disputas sobre estos temas en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Lovaina donde el buen profesor de Dogmática, citando precisamente a Pablo VI, hacía equilibrios para transmitirnos lo intransmisible: la verosimilitud de que “nuestros primeros padres”, como si hubiera en la humanidad unos “primeros” padres no hubieran tenido mejor idea que rebelarse contra Dios que les habría puesto en un idílico jardín.

A veces el sentido común acaba aboliendo algunas de las consecuencias de semejantes planteamientos. Hace no demasiados años, yo ya vivía, se bautizaba a los recién nacidos muy pronto porque si morían sin bautizarse, en virtud precisamente del pecado original de los primeros padres, no podrían gozar de la salvación eterna. O eso nos decían. Se inventó aquello del limbo de los justos que, no recuerdo quien, valga el juego de palabras, lo envío al limbo de lo inútil. El sentido común (y el silencio de la jerarquía) ha hecho que la mayoría de los padres difieran el bautismo varias semanas o meses sin que falten los padres que digan que ya se bautizarán cuando sean mayores, si ellos así deciden. Lo mismo cabe decir de la (no) aceptación de Humanae Vitae en la vida sexual de los cristianos, que será tema secundario para algunos doctos (y célibes) teólogos, pero que ha amargado la vida a mucha gente sencilla…hasta que ha seguido el camino del limbo.

Otra etapa- ¿de oro?- en la Iglesia. He intentado en el libro mostrar lo que entiendo como exigencias para la participación de todos los cristianos en el caminar de la Iglesia. También en sus decisiones. Otro modelo de gobernanza, porque la Iglesia es también terrena. He apostado, entre otras cosas, por una Iglesia donde tengan voz y voto clérigos y laicos, mujeres y hombres, y donde los responsables lo sean por un tiempo limitado. Una iglesia más participativa y democrática en las decisiones, haciendo verdad la corresponsabilidad de todos pues “todos somos Iglesia”. Con ese ideal está escrito este libro. Quisiera pensar que en algo haya favorecido. Paradójicamente, en estos tiempos en los que, al menos en Occidente, la Iglesia ha perdido poder al mismo tiempo ha ganado en libertad. Una Iglesia que, como nunca en la historia, es, sociológicamente hablando, católica, extendida por todo el planeta y más libre que nunca de los poderes políticos, financieros, militares etc. Sueño con frecuencia de que tenemos la oportunidad de vivir, esta vez sí, la edad de oro de la Iglesia. En este orden de cosas quiero subrayar fuertemente la importancia del papado, básica pero no exclusivamente, como garante de unidad en el mundo globalizado de nuestros tiempos.

Marco Politi termina su libro sobre “Francisco entre los lobos”, ya referenciado en estas páginas, con estas palabras que las apropio para cerrar el mío: “El resultado para la Iglesia podría ser un New Deal como el del presidente Roosevelt en EEUU o un terremoto comparable al de la perestroika de Gorbachov. El papa argentino es perfectamente consciente de que lleva a cabo un cambio radical. Comencemos una nueva etapa para la Iglesia. Esa es la formula, revelada por su amigo el teólogo Víctor Manuel Fernández. Francisco no se hace ilusiones. Una Iglesia que no se acerque más a las personas y no muestre el rostro de Jesús con amor corre el riesgo de morir. Si (Francisco) logra transformar los sínodos episcopales en un instrumento permanente de participación en el gobierno papal, a hacer de ellos pequeños concilios donde se decida la dirección de la Iglesia en la modernidad- implicando en esa labor al pueblo de los fieles, hombres y mujeres sin distinción- le revolución de Bergoglio será irreversible”. Concluye Politi que “Francisco tiene su propia visión. La había evocado en las palabras dirigidas a los cardenales antes del conclave: “Tengo la impresión de que Jesús está encerrado en el interior de la Iglesia y golpea para salir”.

No le dejemos solo.



[1] La fuente: http://www.news.va/es/news/vaticano-las-estadisticas-de-la-iglesia-catolica-3, Son estadísticas oficiales del Vaticano. En doce páginas tienen una información básica de las estadísticas de la Iglesia Católica, segmentada por zonas del planeta y con alguna, escasa, información evolutiva.
[2] G. W. F. Hegel. “Discurso en el tercer centenario de la Confesión Augustana, en “Escritos sobre la religión”, edición a cargo de Gabriel Amengual, Ed. Sígueme. Salamanca 2013, página 226. La Confesión Augustana, como señala el editor, es el primer escrito confesional protestante que alcanzó importancia histórica, consecuencia de la Dieta de Augsburgo de 1530 y firmada por un número importante de príncipes, aunque no por todos. De ahí que el editor, señale en otra nota a pie de página, que  “Hegel presenta la Confesión Augustana como si fuera de toda la Iglesia Evangélica y en contra de la Iglesia Católica, cuando de hecho fue la confesión del luteranismo contra la iglesia reformada, la cual adoptó esta confesión después de mucho tiempo y cambios en el texto” (nota 5 de la pagina 226).
[3]. Esta afirmación proviene de una entrevista en “La Vie”, 19 de septiembre de 1996, recogida en un libro sumamente interesante, “Le gouvernement de l´Eglise Catholique. Synodes et Exercice du Pouvoir”. Sous la direction de Jacques Palard. Institut d´Études politiques de Bordeaux. Editions du Cerf. Paris 1997, página 19.
 
[4] Javier Elzo. “Los cristianos, ¿en la sacristía o tras la pancarta?. Reflexiones de un sociólogo”. Edita PPC. Madrid 2013, 203 paginas.