miércoles, 26 de marzo de 2014

Parsifal, Wagner y su redentor


Parsifal, Wagner y su redentor

26 de marzo de 2014
Acabo de escuchar en Mezzo, haciendo zapping, el último acto de Parsifal, en la versión de Kent Nagaro en Baden Baben el año 2004, todavía con Vertris y W. Meier en plena forma. Pero es Wagner y, prácticamente, solo Wagner, quien me llama la atención. Su música es sublime. Su libretto, se diga lo que se diga, y por eso se dice tanto, inquietante. “Redimir al redentor”, exclama la última estrofa del coro final. ¿Que ha querido decir Wagner?. Me viene a la cabeza un texto de Mortier poco antes de morir, con motivo del bicentenario de Wagner que tituló, “Bayreuth necesita un Parsifal”. Pero, ¿Qué representa Parsifal?. ¿El redentor?. ¿Como Lohengrin, o Tannahauser, o Brunnilda?.

No lo sé. ¿Cómo lo habría de saber cuando hace apenas diez años me he adentrado en Wagner y otros, muchos, llevan su vida escudriñando a Wagner?. Me atrevo a escribir esto. A Wagner el mundo de los hombres (y el de las mujeres) se le quedó pequeño. Y abrió el mundo de los humanos al de los dioses de quienes ciertamente cantó su ocaso al final de su inmensa tetralogía, eso si, arrojando a su heroína, Brunilda al pasto del fuego del Wahalla, el castillo de los dioses.

Wagner percibió que el mundo de los humanos necesitaba una abertura. Y se sacó de la manga Tanhausser, Lohengrin y, al final de su vida, Parsifal. Pero no lo diviniza. Parsifal también necesitará un redentor. Podría haber sido Kundry pero, ¡ay!, el beso de Kundry, ya al punto de la fusión carnal, le recuerda el “pecado” de Anfortas. Kundry, el hechizo de Kundry, la risa de Kundry. ¡Qué mujer!

Y, ¿si Parsifal fuera el fantasma soñado de Richard Wagner?. Poco importa ya mientras nos quede su música.

sábado, 22 de marzo de 2014

No basta denunciar. Hay que proponer y construir otra sociedad


No basta denunciar. Hay que proponer y construir otra sociedad

(21 de Marzo de 2014)

En la presentación del trabajo L'acció social des de les entitats d'Església. El seu paper en la cohesió social a Catalunya” en Barcelona el día 20 de marzo de 2014, promovido por la Fundación Pere Tarrés, pronuncié una conferencia sobre el papel de los cristianos en la sociedad actual que publicará íntegramente la Fundación Pere Tarrés, próximamente. Traslado aquí la tercera parte de mi texto cuya idea central resumo en el título de esta entrada a mi blog.

 
3. La acción del cristiano en tiempos de crisis mundial: el papel de la acción social de las entidades de Iglesia


Creo que hay abordar el tema desde cuatro dimensiones. Insistiré, particularmente, en la última

-        La dimensión personal

-        la dimensión caritativa directa de ayuda a los más necesitados

-        la dimensión denunciativa de las injusticias, particularmente las estructurales

-        la dimensión propositiva, el denodado esfuerzo de proponer y trabajar por otra sociedad, otra gobernanza. Ahí veo yo la aurora de una nueva humanidad, donde el ADN del cristiano debe ayudarnos para no desviarnos del objetivo central.    

1. La dimensión personal

Es la oración de escucha, la apertura a lo absolutamente Otro que se manifiesta en los “otros”. El cristiano tiene que estar abierto al Misterio del Dios mostrado en Jesús, valorando como un enriquecimiento otras manifestaciones de Dios en otras culturas y religiones. Creo que tenemos que abandonar la idea de pretender cristianizar el mundo, acomodarlo a la pretendida moral católica, a la única salvación en la iglesia católica, (extra ecclesia nulla salus);  incluso a la única mediación de Jesús como único salvador, para evangelizarlo, esto es, mostrar (termino muy ratzingiano) a Jesus, ajusticiado por los hombres y resucitado por Dios, con la vida y doctrina que sus primeros seguidores nos trasmitieron: desde el frescor e inocencia iba a decir de las primeras cartas de Pablo de mediados de los cincuenta del primer siglo, al magnifico evangelio de Juan, construido más de cincuenta años después, ya la primera generación de seguidores de Jesús desapareciendo. Comprendo que Luc Ferry, que se declara no creyente, pero que no puede no hablar y escribir del cristianismo, (como Comte-Sponville, Julia Kristeva, Marcel Gauchet, etc.), diga que si hubiera de llevarse un solo libro a la isla desierta sería el evangelio de Juan.

Necesitamos transitar de la iglesia heredada a la iglesia innovada e innovadora, adaptada al tiempo y espacio en el que está implantada. De Iglesia constantiniana (Estados cristianos) y post-constantiniana (imposición de la moral cristiana), a la iglesia encarnada en un tiempo y lugar determinado, como concreción de la iglesia universal.  Y ¿si el Papa Francisco fuera un signo de los tiempos de los que hablaran, además del evangelio (Mt 16,4; Lc 12,54-56), Juan XXIII, el teólogo Chenu y otros, en los años 50 y 60 del siglo pasado?. Pero sin fiarlo demasiado en una sola persona. He leído y releído su encíclica “Lumen fidei” que prácticamente sale de la mano de Benedicto XVI y hace suya el papa Francisco y su Exhortación Pastoral Envangelii Gaudium de la que diré algo más adelante. Pero como dice Francisco él no es Superman. Y los católicos dependemos en exceso de la figura del papa[1]. Necesitamos otro modelo de Iglesia: menos piramidal y más en red con un núcleo central, que no centralizador, en Roma.

2. la dimensión caritativa directa ayuda a los más necesitados

Es a lo que está abocada la dimensión personal que acabo de mencionar. Está en el ADN del cristianismo. Ya lo he señalado más arriba citando los evangelios de Juan y de Mateo. Y cabe citar toda la historia de la Iglesia en lo que tiene de más positiva.

“Ser cristiano, no es solamente creer que existe un Dios. No es solamente creer en un Dios de amor ni tampoco aquiescer a los artículos de un credo. Es aceptarse como las manos de Dios en el mundo. Es ponerse a la disposición del plan de Dios para el mundo, es sentirse como los continuadores del acto de creación divino. (…) Si nosotros no manifestamos concretamente la presencia de Dios aquí, en el mundo, si no emergemos como continuadores de la acción llevada a cabo por el Hijo hace dos mil años, desapareceremos pues no serviremos para nada”[2].

          3. la dimensión denunciativa de las injusticias, particularmente las estructurales.

El Papa Francisco lo señala con fuerza. Valga esta cita, como ejemplo. “La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar… Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo”. (Evangelii Gaudium, 202).

Pero ya antes, en diciembre de 1985, los Obispos de Catalunya en su esencial texto “Raices cristianas de Catalunya” escribían que “el logro de una sociedad justa, que elimine contrastes odiosos y permita a toda la población sentirse ciudadanos libres de este país, ha de ser un objetivo absolutamente prioritario en la Cataluña actual”.

            4. La dimensión propositiva de otra sociedad más justa y humanizadora.

Estamos en unos momentos en los que debemos superar, de una vez por todas, la crisis modernista que tuvo su momento álgido ahora hace un siglo. Superar la división del mundo de cristiandad con el mundo secular. Lo digo con las palabras de Alain Touraine al comienzo de un reciente estudio suyo cuando propugna que “los derechos son superiores a las leyes”. Y añade que es lo que “con la mayor de sus fuerzas se ha afirmado, tanto desde la tradición cristiana del derecho natural, como desde el “Espíritu de las Luces”[3].  Lo concreta Olivier Le Gendre (quizás con algo de exageración), cuando afirma que “solamente una entidad realmente mundial (como la Iglesia, n. p.) puede equilibrar la mundialización del mercado a condición de que cumpla dos condiciones: la primera que sea realmente mundial y no aparecer infeudada en una parte del mundo y, la segunda, es ponerse al servicio de los más pobres…También el Islam puede contribuir a ese empeño “si sabe distinguirse de los extremismos que florecen en sus márgenes” [4]

“El mundo (continúa Le Gendre) ya no tiene los medios para regular esta mundialización salvaje. Nuestra Iglesia es la única potencia espiritual centralizada de ámbito mundial. En lugar de volverse hacia la restauración de su pasado, pretendidamente glorioso, la Iglesia está llamada a jugar un papel preponderante para tratar de proponer, con otros, una alternativa a la mundialización de los mercados. Esta alternativa consiste en humanizar una mundialización que deshumaniza con todas sus fuerzas.

La Iglesia en su conjunto, aun no ha tomado conciencia de su estado real, ni del estado del mundo, ni del papel que está llamada a jugar para ser fiel a su vocación. Derrocha mucha energía en combates secundarios perdidos de entrada.

La lectura del documento que hoy se presenta aquí, “La acción social de las entidades de Iglesia y su papel en la cohesión social en Catalunya” me parece un ejemplo de lo que realmente debe ser la acción social de un cristiano en el mundo de hoy. Esta labor no es exclusiva del cristiano. Menos aun debe pretenderse exclusivista de los cristianos. Pero un cristiano que pretenda serlo no puede no estar en esta labor de humanizar la sociedad, con una acción prioritaria hacia los más necesitados, denunciando las injusticias de la sociedad del Mercado y trabajando, con otros, creyentes o no creyentes, para que la nueva sociedad no sea una quimera sino una utopia.

Ya no basta con denunciar las injusticias. Las posturas meramente reivindicativas y condenatorias del ultraliberalismo financiero que nos domina, no solamente no bastan. Incluso pueden ser adormideras. De conciencias inquietas si, perezosas también. Es más fácil y cómodo criticar que construir. Ya no es suficiente criticar sin proponer alternativas, pero que sean viables y sostenibles.

La utopía forma parte del ámbito de lo plausible, de lo racionalmente plausible teniendo en cuenta los condicionamientos reales en los que tenemos que vivir. La quimera se asemeja más a un cuento de hadas en la que la sociedad, o algunos miembros de la sociedad, sueñan con algún paraíso inexistente e inalcanzable. La utopía, amén de unos objetivos a conseguir, una ilusión a alcanzar, unos ideales por los que luchar, presupone la toma de conciencia del camino a recorrer, del esfuerzo a invertir, de las inercias a superar, de los conciudadanos a convencer. La utopía exige racionalidad en los juicios y competencia en los promotores.

El espíritu innovador es clave en un mundo globalizado y viviendo una profunda y acelerada mutación histórica. La innovación es básicamente una actitud de apertura para no anquilosarse en lo de siempre. Pero la innovación sin más no basta. Puede ser, incluso, regresiva. Exige un objetivo: promover una sociedad mejor, más justa, más solidaria, más responsable, más convivial, más fraterna. De ahí que no vale cambiar por cambiar. No todo cambio es un valor, lo que quiere decir que no toda innovación, será automáticamente positiva. La innovación debe mirar a la utopía, nunca a la quimera, camino directo al desastre.

Tanta universidad, sea de Iglesia o laica, tantas entidades del Tercer Sector, sean laicas o religiosas, que tengan en su ideario el bien común, debieran ser capaces de prolongar las meras aunque justas reivindicaciones, trabajando, con realismo utópico, por otra sociedad más justa y humanizadora. Es urgente e importante. Molt gràcies.

Donostia San Sebastián 19 de marzo de 2014
Javier Elzo
Catedrático Emérito de Sociología. Universidad de Deusto



[1] Olivier Bobineau. “L´Empire des papes: une sociologie du pouvoir dans l´Eglise” CNRS editions. Paris  2013
[2] Olivier Le Gendre. “Confession d´un Cardinal JC Lattés Paris 2007, páginas 312 y 377.
[3] Alain Touraine, “La fin des societés”, Le Seuil. Paris 2013, pagina 14.
[4] Olivier Le Gendre. O. c. p. 360
 

lunes, 10 de marzo de 2014

¿Se ha condenado con menos pruebas en juicios a ETA que en el del 11M?


¿Se ha condenado con menos pruebas a ETA que en el 11M?

De unas declaraciones del Juez Gómez Bermúdez, Presidente del Tribunal del 11 M en el diario “El País” del 10/03/14
 

“Si hubiéramos pedido el mismo estándar de prueba a cualquier juicio sobre ETA estarían todos en la calle. Con la vigésima parte de la prueba que hemos considerado en el juicio del 11-M hemos condenado a toda ETA”.

No sé si es un calentón del juez o una expresión no suficientemente reflexionada, o lo que dice es literalmente cierto. Que es lo que piensan no solamente etarras condenados y muchos de sus abogados, sino también algunas personas, absolutamente ecuánimes del ámbito del derecho. Sería de agradecer que Gómez Bermúdez se extendiera sobre su afirmación. Porque si fuera cierta….

Texto completo en

domingo, 9 de marzo de 2014

En recuerdo agradecido de Gerard Mortier


 

En recuerdo agradecido de Gerard Mortier

Apenas tuve trato personal con Gerard Mortier. Le invité al Forum Deusto, gracias a la intermediación de Juan Ángel Vela del Campo, a inaugurar hace seis o siete años el ciclo de conferencias “Tutto Verdi”. Después le saludé en Bayreuth, en el Real, en cuyo restaurante, compartí mesa y mantel con él y con Juan Ángel. Acababa de cerrar un contrato para el Lohengrin de esta temporada en el Real. Hablamos de sus proyectos. De música en el siglo XXI. De la ópera para el siglo XXI. Me invitó con insistencia para que acudiera a la première de “La conquista de México” de Rihm. Entre tanto se declaró su cáncer. Juan Ángel me decía el miércoles pasado, en Madrid, a mi demanda, que veía mala salida a su enfermedad. Acabo de enterarme, con dolor, de su fallecimiento. Fue un hombre de su tiempo que quiso traernos lo mejor de la opera de todos los tiempos, incluido el presente, para el presente.

En su memoria, incluyo aquí, el magistral texto de presentación de Alceste y Lohengrin que Gerard Mortier trajo al Real a la actual programación. Asistí a Alceste el lunes pasado y tengo ya entradas para Lohengrin en la representación del 15 de abril. Lean y relean su texto. Da la talla de la persona. Gracias Gerard.

 

Alceste y Lohengrin.

Gerard Mortier 21 de febrero de 2014

En el París del siglo XVIII, a mediados de los años 60 y unos 10 años antes de la Revolución francesa, una joven, Pauline R., escribe, tras asistir a una representación de Alceste: “Escuché esta nueva obra con gran concentración. De inmediato, la ópera me cautivó  y me conmovió de tal manera que caí de rodillas en mi palco y permanecí así hasta el final de la representación”. Es la época en la que Gluck, uno de los compositores más famosos por aquel entonces, festeja su triunfo en París. Sobre todo entre los miembros de la nueva generación. Los mismos que habían leído Werther de Goethe y La joven Eloísa de Rousseau. Era la generación que desarrollaría los ideales burgueses de la Revolución francesa. Gluck se entrega por completo a este movimiento intelectual y escribe un prefacio a Alceste, que fue estrenada en Viena en 1767 y, en París, en 1776, en una versión revisada en profundidad, y que alcanza un enorme éxito. En el prefacio recalca que la música debe volver a su auténtica función: servir a la expresión del drama.

Si en la historia del arte existe desde tiempos inmemoriales la disputa entre “anciens et modernes”, la historia de la ópera se caracteriza además por un permanente movimiento pendular entre la ópera concebida como entretenimiento o como dramma per música. Esta nueva forma artística, que se inspira en la tragedia griega, la desarrollaría Claudio Monterverdi, entre otros.

En París, esta doble disputa se plasma en aquel momento a través del enfrentamiento entre los piccinnistas, admiradores del belcanto, y los gluckistas, defensores de la tragédie lyrique. Resulta curioso que esta polémica involucrara y dividiera a los enciclopedistas también. De parte de Gluck se sitúan Rousseau y Diderot, de la otra están D’Alembert y el Barón Grimm, en cuya casa vivió Mozart durante su viaje a París, y con el que D’Alembert tampoco se entendió. Mozart conoció entonces, en 1778, la música de Gluck, y está claro que su Idomeneo, que escribió dos años más tarde para la corte de Múnich, muestra su intento por superar el ideal gluckiano. Ifigenia e Illia son hermanas del alma.

“El éxito de Gluck está en estrecha relación con el desarrollo de los ideales burgueses.”

El entusiasmo de las jóvenes mujeres de la época se comprende mejor en el marco de su intento por emanciparse del ambiente rococó, época en la que fueron degradadas a objetos de placer a través de las obras del Marqués de Sade y el Duque de Orléans. Maria Antonieta, hermana del reformista emperador de Austria José II, pertenece a esta nueva generación y es una admiradora de Gluck, con lo que se muestra muy alejada de los intereses de su esposo Luis XVI, lo cual no la salvará de la guillotina.

Como ya se ha mencionado, el éxito de Gluck está en estrecha relación con el desarrollo de los ideales burgueses, tal como los muestran las pinturas de Jacques-Louis David, Jean-Baptiste Greuze y Jean-Siméon Chardin. Gluck ya había compuesto alrededor de 20 óperas cuando escribió su Orfeo ed Euridice. Que recurra al tema de la primera ópera de Monteverdi no es casual. Junto con Iphigénie en Aulide, Iphigénie en Tauride, Alceste y Armide, estas cinco óperas constituyen el corpus de su reforma del género artístico apoyado por su libretista Calzabigi, que es quien formula el prefacio de Alceste, que desarrolla el que sería su programa ético y estético, como hicieron Víctor Hugo con Cromwell o Richard Wagner con sus escritos teóricos.

Su éxito en París está más relacionado con esta voluntad de reforma que con la renovación de la expresión musical, para lo cual los parisinos eran más bien algo sordos. Sabemos que Mozart se sintió muy decepcionado en París y, como más tarde haría Wagner, se queja de su incomprensión musical. La innovación musical más importante es el ímpetu de los coros, la sencillez sentimental de las melodías con instrumento obligado como en “Oh malheureuse Iphigénie”, que  encontraremos también en la primera frase de la Sonata Claro de luna, de Beethoven, y la expresividad dramática de la orquesta en “Divinités du Styx” de Alceste.  El que esta radical reforma musical parezca actualmente pálida en ocasiones se debe a la historia de la música que se sitúa en medio: 50 años después, Beethoven compuso la Missa solemnis.

Tras el éxito de Iphigénie en Tauride, Gluck se retiró, por motivos de salud, a Viena, donde transcurrieron los últimos años de su vida, en los que se convirtió en mentor de Salieri. Cuando fallece, Mozart ya había compuesto Le nozze di Figaro y Don Giovanni, con lo que había determinado la estética de la ópera de los siglos XIX y XX. Pero Gluck anticipó mucho de ello, aunque necesitara a un genio como Mozart para que sus ideas sobre la ópera se transformaran en un súmum del arte lírico.

En el siglo XIX, y dado que Mozart estaba demasiado adelantado para su época, Gluck sigue siendo una figura rectora para todos aquellos que, una vez más, quieren rescatar la forma artística de la ópera de su función de mero espectáculo de entretenimiento. En primer lugar se sitúa Hector Berlioz, quien compone una maravillosa reelaboración de Alceste que él mismo dirigió. Y ahí encontramos naturalmente a Richard Wagner, quien se inspira en él para sus escritos teóricos sobre la ópera y el drama, y que programó y dirigió Iphigénie en Aulide.

Esto es motivo suficiente para dedicar el tercer proyecto de esta temporada a Alceste de Gluck y Lohengrin de Richard Wagner. Ambas óperas, Alceste y Lohengrin, contradicen el consumismo de la nueva burguesía de un modo brillante, retomando de nuevo la idea del dramma per musica de Claudio Monteverdi con mucho talento, cada una con sus respectivos medios estilísticos tanto musicales como dramáticos.

Con Lohengrin, Richard Wagner escribe la primera ópera (pues Tannhäuser está en deuda con el mundo, como el propio compositor dice) en la que intenta trasladar sus ideales sobre Ópera y drama a lo musical, lo que supone una auténtica revolución en la historia de la música, y cuya obertura es ya un brillante ejemplo de ello. Como Alceste, Lohengrin surge en un importante momento de cambio en Alemania. La idea de la Revolución francesa entusiasmó a la burguesía alemana, como nos cuenta Goethe, pero la degeneración de la revolución en un reino del terror y las guerras imperialistas con las que Napoleón, tras su coronación como emperador, quería conquistar Europa, empujó a muchos a alejarse de ella. Con el Congreso de Viena de 1815, Alemania cayó, como ningún otro territorio europeo,  bajo la dominación de la Restauración, y ello hasta 1849.

“Los intelectuales se retiran a un mundo ideal”

Georg Büchner, como ningún otro, denunciará este feudalismo en su obra La muerte de Danton, en la que analiza la Revolución francesa, y en la primera pieza proletaria, Woyzeck.

Alemania es una aglomeración de muchos territorios gobernados por príncipes a partir de privilegios que les permiten explotar desmedidamente a los campesinos. Los intelectuales se retiran a un mundo ideal cuyo modelo se inspira en el Sturm und Drang, Weimar, Schiller y Goethe. Y dibujan un paraíso artístico. Lo que en Francia ha provocado la revolución, se trasnforma en Alemania en sueños idealizados con la Oda a la alegría de Schiller, el Götz von Berlichingen de Goethe, y la construcción de una filosofía ideal por parte de Hegel. No obstante, surge al mismo tiempo un intercambio fascinante entre Francia y Alemania, cuando los defensores de los ideales burgueses, pero también realistas y católicos convencidos, se distancian del terror de Robespierre y del imperialismo de Napoleón, y buscan refugio en los ideales de Alemania, aunque estos no cristalicen en lo social. Sobre ello dan testimonio Madame de Stael y Chateaubriand, estableciendo las bases del Romanticismo francés, que incluye también, entre otros, a Victor Hugo, Theophile Gautier y Gerard de Nerval, traductor del Fausto de Goethe al francés. Resulta curioso el hecho de que los románticos alemanes admirados por los franceses fueran denominados “clásicos” por los propios alemanes.

En la época que abarca desde el Congreso de Viena hasta la revolución en Berlín y Dresde de 1848 y 1849, los intelectuales alemanes desarrollan su idea sobre el significado del “estatus nacional” y el concepto de “pueblo alemán”. Algunas de las personalidades más destacadas en este ámbito son los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm, los autores de las recopilaciones de cuentos, que en 1835 publican La mitología alemana en la que Wagner leerá las historias de Tannhäuser y Lohengrin. Junto a otros cinco profesores, los hermanos Grimm pertenecen a la universidad de Gottinga, y todos ellos serán enviados al exilio por el rey Ernst August I de Hannover, por manifestarse a favor de la abolición de la monarquía constitucional que se acaba de instaurar.

Por lo demás, tampoco estas revoluciones triunfan, y eso llevará a la idea del imperialismo alemán bajo la égida de Bismarck, apoyado en la tan exitosa industrialización alemana y que se reafirma con la victoria frente a Napoleón III en 1870. Esta hybris alemana provocó después la declaración de la Primera Guerra Mundial, que apoyaron todos los intelectuales alemanes de entonces, incluidos Thomas Mann y Arnold Schönberg. Para decirlo brevemente, la frustración que produjo la derrota y los términos de la victoria de los aliados en los Pactos de Versalles fueron el caldo de cultivo del nacionalsocialismo. Este es el negativo de los ideales alemanes de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Y un ejemplo prístino de cómo los sueños y utopías se pueden convertir en lo contrario si no se integran de forma concreta en la estructura social. De ello habla Richard Wagner en el Anillo de los nibelungos, desde Niebelheim pasando por el Wallhalla hasta la decadencia del mundo. Y Lohengrin resulta, precisamente, su espléndido preludio.

El exilio de los hermanos Grimm y sus compañeros de la universidad de Gottinga es uno de los muchos acontecimientos que conducen a las llamadas rebeliones en las que Wagner tomará parte en Dresde, lo que le obligará a padecer a él también un exilio durante más de 10 años. Para entonces ya había compuesto Tannhäuser y Lohengrin, y, en 1851, Franz Liszt logrará estrenar Lohengrin en Weimar. Este hecho, ampliamente documentado en la extensa correspondencia al respecto entre ambos, le causará un gran pesar a Wagner, que soñaba con asistir a dicho estreno.

“Lohengrin es una obra increíblemente triste”

Esta ópera conquista a toda Europa en un muy breve espacio de tiempo, e incluso Verdi asistirá, fascinado y oculto en un palco,  al estreno en Bolonia, dirigido por su amigo Mariani. Las razones a la vista están: desde un punto de vista musical, se escuchan sonidos hasta entonces desconocidos, tanto en el preludio como en la profanación de los dioses por parte de Ortrud y la narración sobre el Grial de Lohengrin, y naturalmente en uno de los coros más complejos desde Bach con la aparición del cisne “ein Wunder, ein Wunder…”. Desde el punto de vista dramático, la ópera satisface todos los anhelos de la burguesía de entonces, decepcionada por la Restauración de Metternich y el “juste milieu” de Francia; frustrada en su anhelo de un nuevo orden mundial, convencida del especial lugar que ocupa el artista pero también de su soledad (Lohengrin), afligida por la melancolía que surge de la frustración de una utopía irrealizada.  Y todo ello plasmado en formas sobredimensionadas que ya utilizó también Meyerbeer, aunque este no lograra dotarlas más que de un efectismo semejante al de las actuales producciones de Hollywood.

Lohengrin es una obra increíblemente triste, porque al principio promete la realización de un nuevo mundo y al final, como a Elsa, nos abandona a nuestra soledad, pues la sociedad no pudo encontrar el valor para seguir la exigencia del artista, mensajero del utópico castillo del Grial: “no me interrogues nunca”. Elsa quiere saber en lugar de creer, y por ello no puede ser liberada, mientras Lohengrin tiene que regresar a su reino ideal del castillo del Grial solo… como Wagner en el exilio.

 

La corrupción (2). Corromper no es transgredir la ley, es falsearla


La corrupción (2). Corromper no es transgredir la ley, es falsearla

 

Insiste con fuerza Antoine Garapon en su colaboración a Esprit de febrero de 2014, titulada “La peur de l´impuissance democratique” que “hay que distinguir entre falsear la ley y transgredir la ley. En ambos casos la ley es incumplida pero mientras en la transgresión de trata de una atestación/contestación de la ley, la falsificación es una neutralización/desnaturalización de la ley. Transgredir una regla es una forma de contestarla (criticarla) al mismo tiempo que se la reconoce, mientras que falsificarla supone descalificarla. Si la subversión procede de una exterioridad radical (una acción exterior al ámbito habitual de las transacciones financieras u otras) del tal suerte que no interviene en el juego institucional más que para hacerla explotar (como en la postura revolucionaria, o en la antisistema, por ejemplo en la Gran Via de Bilbao, el 3 de marzo de 2014, con motivo de la Cumbre Económica en el Gugghenheim, añado yo), no estamos hablando propiamente de corrupción, sino de transgresión de la ley. Se reconoce la existencia de la ley pero se la contesta, se la combate. Con la violencia si parece oportuno.

Pero la perversión de falsear la ley es de otro orden: opera una degradación lenta y silenciosa pero implacable de la confianza en las instituciones y genera una desconfianza hacia quienes tienen como misión mantener y proteger la integridad del sistema, (lo que conllevará  establecer relaciones diferentes con ellos para obtener beneficios reales: es la mordida, el porcentaje a pagar al decididor para obtener lo que se desea, añado yo)".       

La corrupción no proviene de una protesta contra la ley sino de una negación sorda e invisible de la regla; una negación que no se asume pero, manteniendo la apariencia de las buenas formas, esconde la colusión de los hechos. “Se trata de aspirar de lo universal de las instituciones públicas para el interés particular”  escribirá Garapon.
La corrupción adopta determinados valores centrales de la sociedad actual como la eficacia y el pragmatismo pero deja en la penumbra otros como la justicia, el bien común.

La corrupción es un auténtico sector económico que hace vivir a multitud de empresas de verificación, control, evaluación, consejería, etc. de riesgos-corrupción, así como bufetes de abogados que han abiertos departamentos de trabajo “ad hoc”. La corrupción multiplica, con la mundialización, las empresas, los movimientos financieros descontrolados así como las organizaciones criminales al mismo tiempo que debilita los Estados. (Recordar el fracaso del Plan Stiglitz elaborado a instancia de Sarkozy- Presidente que ni él mismo lleva a cabo en su presidencia). En el mejor de los casos, hay una carrera entre organismos o entidades nacionales o internaciones privados, cuyo único fin es el provecho financiero, y los Estados y las instancias internacionales oficiales que tratan de hacer cumplir las leyes y, en su caso, de elaborarlas para impedir la transgresión de la ley como vivimos en EEUU en los casos Enron, o en el asunto Madoff. Pero para llegar a estos despropósitos era necesaria la confluencia de una cascada de fraudes a multitud de niveles. “Inside Job” mostró, por citar un ejemplo que concierne al mundo académico, cómo grandes y prestigiosos profesores de las universidades que salen en los primeros rankings de los centros de excelencia, se habían corrompido. Por otra parte el último Informe de la OCDE para Francia muestra que “mientras los instrumentos técnicos (para luchar contra la corrupción) son cada vez técnicamente mejores, sin embargo obtienen cada vez menos resultados” (Esprit, pagina 29, nota a pie de página 21). Lo que quiere decir que los defraudadores son más potentes, tienen más recursos, que los inspectores de hacienda. 

De ahí, como decíamos en la entrada anterior, el Mapamundi de la virtud podría ser el de la hipocresía. Pues el regalo discreto que recibe el funcionario de segundo o tercer nivel de África o del Oriente medio, o el concejal de un pueblo pequeño de España, Italia, Portugal o Grecia, frente a los miles de millones que transitan sin control entre los grandes inversores de las finanzas globalizadas, capaces, como el año 2008, de arruinar a países enteros, la corrupción se sitúa sin género de dudas en el ámbito de las grandes finanzas descontroladas. En la divinización del Mercado.

La corrupción en el Segundo y Tercer Mundo es una mezcla de tradiciones ligadas a formas concretas de reciprocidad, a viejas lealtades estatutarias  (al médico, al notable del lugar), a la miseria económica y a la ausencia de deontología administrativa (al amiguismo, por ejemplo). Pero la corrupción en los países desarrollados, aun sin olvidar las características arriba citadas, secuelas de siglos donde la sociedad se dividía en señores y siervos, administradores y súbditos (y los que tenemos edad no podemos olvidar cosas que hemos visto y conocido, y lo que tan espléndidamente reflejara Berlanga en “La escopeta nacional”), muchas prácticas de los países más avanzados buscan sobretodo dar una forma legal a toda suerte de abusos ocultos, y no fáciles de hacer aflorar, que obedecen a una lógica de la ganancia sin límite, al provecho económico cuyo único fin se limita al del propio provecho, al de la maximización de las ganancias, sean las que sean las consecuencias para el resto de ciudadanos. Esta práctica se ha convertido en la forma más nihilista de dominación que sea. Es el avaro en la era Internet, en la era de la mundialización, en la era del control de la personas (pedir el DNI para un viaje en bus ALSA de San Sebastián a Bilbao cuyo billete se ha comprado por Internet) y un descontrol total de los grandes flujos de capital que circulan por el mundo, descansando en paraísos fiscales, paraísos bien defendidos por la mano invisible del Mercado, Dios Mamon, de la actual civilización del dinero.

Ya decía Montesquieu que “un gobierno prolongado se desliza en el mal mediante una pendiente insensible, y no se remonta hacia el bien que mediante un esfuerzo”  (El Espíritu de la leyes. V, 7). Mas cerca de nosotros el papa Francisco cuando escribe que “la necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar… Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo” (Evangelii Gaudium, 202”)

Las normas actuales contra la corrupción han sido elaboradas en el marco de un club cerrado de países bastante homogéneos en términos de nivel económico y cultura. Por ejemplo cultura religiosa donde la dominante sigue siendo la iglesia reformada, luterana, protestante en general. La sombra de la histórica tesis de Max Weber sobre el espíritu del capitalismo y la ética del protestantismo sigue planeando. Incluso cuando economicistas liberales que desdeñan explicaciones culturalistas para explicar la actual situación en España, como Luis Garicano en “El Dilema de España”, (Planeta 2014), no tienen reparo en echar mano de la referida tesis de Max Weber…pero aplicada exclusivamente al mundo del centro y nórdico europeo. Así se explica también, añado yo, que los países del Sur, salgan tan mal parados en los rankings elaborados por el “club de los países del Norte”, obviamente con parámetros que responden a sus valores y, en consecuencia – aun sin ser mecanicista la correlación-, sus comportamientos.

La corrupción (1), ¿mal endémico de las democracias avanzadas?


La corrupción, ¿mal endémico de las democracias avanzadas?


Además de los casos Gurtel, los ERE de Andalucia, la imputación de la Infanta Cristina, por citar tres casos sonados en la España de hoy, también en Francia (Cahuzac), Gran Bretaña (parlamentario Mercer), Alemania, Italia (Berlusconi) etc.,etc., la corrupción está al orden del día. ¿Sería la corrupción la enfermedad de las democracias avanzadas?. Es la cuestión que aborda la revista Esprit, fundada hace ya más de sesenta años por Mounier, como tema central en su número de febrero de este año. Obviamente hay países y sistemas más corruptos que los arriba señalados. Todas las dictaduras lo son: China, Corea del Norte, los emiratos árabes, muchos regímenes africanos (Zimbabue con un dictador, Mugabe, desde 1987, Guinea con Obiang desde 1979 etc.), sin olvidar no pocos latino americanos. Pero la corrupción va de consuno con la dictadura y, en principio, debiera estar desterrada de las democracias o, al menos, no tener el alcance y la magnitud que ha adquiridos estos años.

El editorialista abre el dossier de Esprit afirmando que “si la corrupción pone actualmente en peligro la democracia es porque no se tiene ya una visión cíclica de la historia que vería que la decadencia precede inevitablemente al renacimiento”. Pero sin entrar a discutir la validez de la visión cíclica, o lineal, de la historia, la primera exige determinar las causas, motivos, o razones de la decadencia de la democracia (bajo la forma de corrupción, por ejemplo), así como las exigencia para salir de ella para lograr un nuevo renacer democrático. Como siempre en estos temas no hay una única causa de la decadencia, la corrupción, luego tampoco hay un solo remedio.

En el espacio de esta columna me atrevo a sugerir un punto de inflexión en la salud democrática de los países occidentales de democracia avanzada: la desregulación de los mercados financieros en torno al año 80 del siglo pasado, que todavía, en los tiempos actuales, sigue vigente. Por ejemplo los que siguen sosteniendo que la mano invisible del mercado, sin interferencias de ningún tipo, es la mejor solución, si no la única, para el progreso humano. Para crear más riqueza, algunos pidiendo al estado que, después, la distribuya mejor mediante ajustes fiscales.

Algunos, como Luis Garicano en “El dilema de España” sostienen que “bien regulado y con las instituciones adecuadas, el mercado es la mejor vía para reconciliar la libertad individual con la necesaria actuación del poder político. El mercado, cuando funciona como debe, no recompensa a los que más y mejor se arriman al poder ni a los que tienen amigos mejor situados. Al contrario, permite que exista una separación nítida entre el poder político, que pone las reglas del juego, y la sociedad, que desarrolla su actividad sin tener que acercarse al poder”. Y cita Bill Gates y Steve Jobs en la sociedad americana que, como casos extremos que son, no pueden servir de paradigma explicativo de nada. Además sabemos - recuerden la película – documental “Inside Job”- que tal separación entre la mano invisible del mercado y el poder no es tal. 

Tiene razón Gurutz Jáuregui cuando escribe en su trabajo “Hacia una regeneración democrática” (Catarata 2013, página 74) que “en contra de lo manifestado por el pensamiento neoliberal, conviene recordar que la historia no está infaliblemente dirigida por las leyes del mercado. La historia de las relaciones sociales y económicas resulta mucho más compleja de lo que se nos quiere hacer creer. El sujeto de la historia no lo constituyen las relaciones de mercado, sino los seres humanos, individual y colectivamente considerados”.

Para solventar la actual corrupción, últimamente ha surgido una palabra mágica: la transparencia. Incluso hay institutos que miden la transparencia de los países. Volveremos a ellos inmediatamente. Pero, en el mejor de los casos, por poner un ejemplo simple, lo que se conseguirá es que quien gane, legalmente, digamos, ocho millones de euros al año, lo declare en la hacienda pública y tribute en consonancia. Pero, siguiendo con este ejemplo, la cuestión es anterior: ¿puede hablarse de una democracia éticamente sana, mientras haya salarios netos personales de cuatro millones de euros al año, cuando el salario mínimo no llega a los diez mil euros anuales? Habrá que volver al tema. 

La ONG “Transparency International”, creado en Berlín el año 1993, ha tratado de construir lo que denominan “Índice de percepciones de corrupción” (PCI) en base a diferentes criterios precisos. En su última entrega (http://cpi.transparency.org/cpi2013/results/) donde se evalúa la transparencia de 178 países, en la parte superior se sitúan, y por este orden,  Dinamarca (93), siendo 100 la puntuación máxima, Nueva Zelanda (91), Finlandia y Suecia (89), Noruega y Singapur (86), Suiza (85), Países Bajos (83), Australia y Canadá (81), Alemania (78), Reino Unido (76), EEUU (73), Francia (71), Portugal (62) y España (59). En Europa del Oeste los más bajos índices de transparencia los encontramos en Italia (43) y Grecia (40). En lo mas bajo de la escala, Somalia, Corea del Norte y Afganistán (8), Irak (16), casi todos lo países de Oriente Medio y de África, asi como de la América Latina y el Sud-Este asiático entre 20 y 30, China 40, la India 36 y Rusia 28. 

Centrándose básicamente en el mundo occidental, tras comprobar que, según el Índice PCI, los países del Norte serían más transparentes y los del sur más corruptos, el antropólogo de la Universidad San Diego de California, Marcel Hénaff, propone que el problema se origina cuando irrumpe un uso abusivo del don tradicional (en las sociedades del sur) en las relaciones contractuales del mundo moderno del norte occidental. Los valores de generosidad y de convivialidad son todavía, en la actualidad, muy fuertes en Europa del Sur, en comparación con Europa del Norte, donde desde hace tiempo se han orientado hacia un modelo de sociabilidad regulado por el derecho formal y contractual y no por la cohesión afectiva. En consecuencia han desarrollado una cultura de los negocios fundada en una ética estricta y legalista. Así, dirá Marcel Hénaff, “Europa del Sur, donde culturalmente domina la religión católica , como la Europa del Este, de tradición ortodoxa, han mantenida una prioridad a las relaciones personales y a los compromisos informales (me viene a la cabeza aquello de “palabra de vasco”). Al entrar en contacto con la ética moderna legalista, formal y contractual, se corre el riesgo del abuso de las relaciones personales en la gestión de las finanzas y del poder, llegando a situaciones de compadreo que, al límite son de compadreo mafioso. En consecuencia una virtud (la cohesión y sociabilidad personal) se convierte en corrupción, al chocar con la estricta ética contractual. Lo que muestra, magníficamente el film “El Padrino” de Francis Ford Coppola. 

Pero el antropólogo de California (bájense por 3€ su artículo en el número de febrero de Esprit) va más allá al afirmar que pese al Mapamundi de la corrupción que muestra la ONG “Transparency International”, el norte transparente y el sur corrupto, en los primeros, especialmente en los EEUU, “el neocapitalismo ha inventado las formas más agresivas (los lobbys por ejemplo) donde los mercados financieros (como los productos derivados) han encontrado las técnicas más sofisticadas para generar ganancias colosales escapando a toda reglamentación y tasación de los beneficios”. Y los criterios para medir el Índice de Transparencia, añado yo, es obra de la gentes del Norte de Europa. ¡Ah los bárbaros del norte, que tanto temían los romanos!