domingo, 27 de abril de 2014

Pablo VI: cuando los montinianos volvimos a respirar


Pablo VI: los montinianos volvemos a respirar

Fue el miércoles 18 de Septiembre pasado. “Se había acumulado mucho polvo, la Iglesia estaba demasiado cerrada –dicen que dijo Juan XXIII – y el Concilio Vaticano II abrió ventanas y permitió que entrara aire fresco” Escribió así mi buen amigo Joan Tapia en “El Periódico de Catalunya”, y añadió que, cuando Jordi Pujol pronunció la frase, un silencio expectante imperó en la Llibreria Claretiana de Barcelona. Pujol tuvo la amabilidad de presentar, junto a Josep Maria Carbonell, Pipo, presidente de la Fundación Joan Maragall y figura muy destacada en el PSC, que impulsaron Joaquim Nadal y Pasqual Maragall a finales del pujolismo, mi libro sobre “Los cristianos, ¿en la sacristía o tras la pancarta”. (PPC, Madrid 2013)

Siguió Pujol: “Hubo una gran ilusión cuando el Concilio continuó –pese a las presiones que dicen que hubo para interrumpirlo– tras la muerte de Roncalli y la elección del cardenal Montini, el arzobispo de Milán, que adoptaría el nombre de Pablo VI. Pero cuando se abren las ventanas de una sala y entra mucho aire, los papeles vuelan y quedan desparramados por el suelo. Alguien tiene que recogerlos y ordenarlos –es así– y muchas veces cuesta y no acaba de salir bien. Y el Concilio también fue un gran parlamento que generó pactos y divisiones. Grandes. También había que rehacer la unidad. Quizás no se ha hecho del todo bien y se ha generado insatisfacción” Hasta aquí Pujol.

En las conversaciones posteriores, escribe Joan Tapia, “me sorprendió la intensidad del neo optimismo del catolicismo abierto. Carbonell abrió fuego diciendo que se identificaba con una frase de Pujol: “Soldado fiel del derrotado ejército de Montini” (Es una frase textual del primer libro de las Memorias de Pujol). Y subrayó Carbonell: “que hoy vuelve a respirar”. Pero, se pregunta Tapia, “¿Cuándo perdió el ejército de Montini? ¿Con Wojtyla? ¿Con Ratzinger?. No. Con “Humanae Vitae”, respondió un Mosén en la sala. En mi opinión Pablo VI se equivocó rotundamente con “Humanae Vitae”. Pero sería una grave injusticia limitar la figura de Pablo VI a “Humanae Vitae”

Montini siendo Arzobispo de Milán pidió la gracia para los anarquistas Grimau, Granados y Salgado en 1963 y, ya Papa, para los tres militantes del FRAP, Baena, Sánchez Bravo y García Sanz, y dos militantes de ETA político militar, Juan Paredes Manot (Txiki) y Ángel Otaegui en Septiembre de 1975. Franco no le hizo y los mandó ejecutar. Tampoco la Brigadas Rojas acogieron su súplica y ejecutaron a Aldo Moro, amigo personal de Montini, en 1978. En medio, al inicio de su pontificado, Pablo VI escribió la gran encíclica del diálogo “Ecclesiam Suam”, hoy olvidada. La encíclica y el diálogo.

Los cambios de la estrategia del pontificado de Pablo VI para con el régimen de Franco se hicieron sentir pronto. Pablo VI, en abril de 1968, pidió a Franco la renuncia al privilegio de presentación de obispos, sin contrapartida alguna. Ante su negativa la Santa Sede endureció su postura y procedió a una lenta pero efectiva renovación del episcopado. Nombró a Enrique y Tarancón para el arzobispado de Toledo, en vez de Casimiro Morcillo, favorito del Gobierno. Tras el fallecimiento de Morcillo (mayo de 1971), Tarancón pasó a Madrid y, sobre todo, unos meses después fuese elegido presidente de la Conferencia Episcopal. Entre 1964 y 1974 se nombraron 53 nuevos obispos, la mayoría auxiliares, para los que no existía el privilegio de presentación. La muerte de algunos de los mayores más vinculados con el régimen (Pla y Deniel, Eijo y Garay…) favoreció la renovación. Así hubo obispos menos afectos al régimen de Franco. En el País Vasco recordamos, entre otros, a Setién y Uriarte, después tantas veces ultrajados por la actual derechona española.

Esta mañana, en una ceremonia sobria, Francisco ha canonizado a Juan XXIII y Juan Pablo II. Entre los dos, tras los 33 días de Juan Pablo I, el papado estuvo en manos de Pablo VI. En 1993 se inició la causa de su beatificación. Durará tanto o más que la de Newman. Era un intelectual y ya casi nadie se acuerda. Pero sí los seguidores del empeño de Montini, y del primer Pablo VI, por el diálogo con el mundo. Dicen que su final fue una pesadilla emocional para el buen papa Montini. Pablo VI, al final de su pontificado, en parte dolorido por la malísima acogida de Humanae Vitae, en parte fruto de su hamletiano carácter de intelectual dubitativo, comenzó a cerrar algunas puertas. Juan Pablo II las cerró del todo y la minoría episcopal y cardenalicia del Vaticano II se hizo mayoría en la cúpula eclesial. Fue la guerra fría entre la Iglesia y el mundo, tenido por intrínsecamente malvado. El papa Benedicto abrió, levemente, algunas ventanas. Y con su renuncia permitió la elección de Francisco quien, siendo él mismo un vendaval, las tiene (casi) todas abiertas. Los montinianos, volvemos a respirar, como apuntaba Carbonell.

domingo, 20 de abril de 2014

Genocidio en Ruanda en 1994: ¡ay!, se decía cristiana


Genocidio en Ruanda en 1994: ¡ay!, se decía cristiana

20 de Abril de 2014

Introducción: Ruando, y otros genocidios

El genocidio ruandés, es un crimen de masas cometido, físicamente, por una masa de asesinos. Del 7 de abril de 1994 hasta finales de junio de ese mismo año, en cien días, del orden de 800.000 personas, la mayor parte de la etnia tutsi, fueron masacrados, muchos a golpe de machete, por centenares de miles de personas, de la etnia hutu. Se calcula que, entre 200.000 y 300.000 personas, participaron directamente en el genocidio. No puedo entrar aquí en el análisis de los motivos o circunstancias previas al genocidio. Señala unas pocas muy brevemente. Algunas próximas (el atentado contra el avión del presidente hutu Habyarimana el 6 de abril); legendarias (las rivalidades étnicas); o históricas (las relaciones - y complicidades en el genocidio con el poder en plaza en Kigali, la capital de Ruanda - de los países occidentales, Francia y Bélgica a la cabeza, con el régimen anterior al inicio del genocidio). Pero parece haber un acuerdo en señalar que el genocidio no es básicamente un conflicto étnico, sino un proyecto racista de eliminar a los tutsis. De ahí que quepa hablar de genocidio. Aunque, a diferencia del nazi, o de los gulags comunistas, en Ruanda los ejecutores materiales eran masas de hutus. Incluso en los campos de exterminio nazis, Auswitch por ejemplo el número de alemanes era muy escaso, lo que no aminora en absoluto su responsabilidad en el genocidio. Basta leer el, a mi juicio, imprescindible, libro del responsable del campo Rudolf Hoess[1] para comprobarlo.  Las leyes anti - judías de Nuremberg datan del 15 de Septiembre de 1935, dos años después de la llegada de Hitler al poder. En la antigua URSS las cosas son distintas. No hay que olvidar que la sociedad rusa, la actual incluida, no sabe lo que es vivir en democracia. Me permito recomendar la lectura de “Una mujer en Berlín” (Anagrama 2006), especie de dietario de la violación generalizada de las mujeres alemanas, de toda edad, cuando el ejército rojo entró en Berlín en abril de 1945[2].

Volviendo a Ruanda

Volvamos a Ruanda. Terminada la guerra, con el triunfo del Frente Patriótico Ruandés (FPR), con su actual presidente tutsi Kagamé a la cabeza, comienza otro infierno que, aunque no comparable en absoluto al “genocidio de los cien días”,ahora es un terrorismo genocida de Estado. A finales de 1998, luego más de cuatro años después del genocidio, había 130.000 personas en las cárceles en condiciones espantosas de detención, de las que apenas 1300 fueron juzgadas. Aunque, apenas terminado el genocidio, en noviembre de 1994, se crea el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, que juzgó a 75 altos responsables del régimen hutu y condenó a 49, responsables de primera fila. Sí, 75 y 49. Todos hutus, pero no condenó a un solo tutsi pese a los incontables crímenes que cometieron (y siguen cometiendo) con el amparo del poder en plaza, en manos de Kagamé. La razón que algunos esgrimen para esta justicia selectiva es conocida. Viene a decir que “juzgar en el mismo país los genocidas y los agentes del FPR, en el poder desde junio de 1994, crearía una confusión entre crímenes que no tienen nada que ver: un genocidio frente a exacciones aisladas”. Este argumento es particularmente utilizado cuando se trata de juzgar a la justicia instituida por el poder de Kagame que, no se olvide, lleva en el poder cerca de 20 años.

Para remediar en lo posible la necesidad de impartir justicia el Gobierno de Ruanda resucita el año 1998 los “garacas”, una justicia popular tradicional, especie de tribunal popular diríamos, cuyos magistrados son personas escogidas de entre la propia población sin conocimientos de derecho. Llegó a juzgar a dos millones de personas y, según los expertos, parece que esta justicia, pese a algunas brutalidades y sobornos, hizo un buen trabajo. En todo caso más imparcial que la justicia oficial ruandesa.

Por otra parte, imposible no decir dos palabras de la impunidad con la que muchos genocidas hutus han vivido en otros países donde se han refugiado. En realidad me refiero a los que tenían posibilidades para huir de su país lo que, a menudo se confundía con los que más responsabilidad tenían en el genocidio. Francia, por ejemplo, no ha condenado al primer genocida hutu hasta marzo del actual año 2014. De ahí, en parte, solo en parte, el conflicto que vive Francia con el gobierno ruandés, con motivo de las ceremonias a los veinte años del genocidio. El Presidente Kagamé ha declarado, en días pasados que Francia tuvo un gran papel en la preparación política del genocidio…en la participación al mismo…e incluso en la ejecución. (En una declaraciones a la revista “Jeune Africa”, reproducidas por la prensa y la Televisión francesas el 7 de Abril 2014). De hecho el gobierno francés anuló la prevista presencia de su Ministra de Justicia al acto de duelo en Kigali, y decidió enviar solamente a su embajador en Ruanda, pero el presidente Kagamé lo declaro, ipso facto, “persona non grata”. Luego Francia no tuvo representante en duelo. Se pueden leer opiniones diversas en la prensa francesa sobre el papel de Francia en el genocidio. No puedo entrar aquí en el detalle. En la pagina 16 de Le Monde se puede leer dos textos con valoraciones bien diversas, aunque ambas se pretenden objetivas y basadas en hechos. Lo dejo ahí.

La juventud ruandesa hoy

La mitad de la actual población de Ruanda está compuesta de jóvenes que no conocieron el genocidio porque nacieron después de 1994 o eran bebés durante los fatídicos 100 días de aquel año. En el reportaje de ocho paginas que Le Monde del pasado 7 de abril (datado 8 de abril) dedica al drama de Ruanda, hay dos dedicadas a los jóvenes. Lo hace titulando que “la juventud ruandesas quiere cerrar definitivamente el libro negro del genocidio” pero le añade este subtítulo: “la generación que nació después de 1994 está menos marcada por la identidades comunitarias, incluso si muchos sufren todavía las consecuencias de las masacres”. Leyendo el interior de las paginas, pienso que habría que titular el subtítulo, y subtitular como lo titulan. Los relatos que transcribe (aunque nada nuevo de lo que ya sabíamos por lecturas anteriores) no deja de estremecer hasta al lector más frío. No me resisto a transcribir unas breves frases, pensando más en el drama psicológico actual que en las tragedias físicas padecidas.

 “Mi padre ha participado activamente en el homicidio, dice un chico de 23 años. Fue condenado a treinta años de prisión. Aunque mi madre no me decía nada he vivido con ese complejo. Por su culpa nadie pagó mi escolaridad. En casa la situación era terrible. Con 15 años me escapé de casa, me drogué pues la vida no significa nada”. Según estudios recientes muchos jóvenes hutus, hijos de genocidas tienen serios problemas con el alcohol.

Una chica, con el precioso nombre de Marie Claire Bijou, es hija de una violación durante el genocidio. Pese a su insistente demanda sobre quién era su padre, su madre no le dijo nada hasta ya edad avanzada. Sufrió las sospechas y burlas de sus vecinos y compañeros de clase. “Me dicen que yo pertenezco, por mi madre, a la comunidad de “escapados” (los que lograron no ser masacrados) pero, por mi padre, soy de los genocidas. Yo no quiero volver a oír hablar de hutus y de tutsis; yo me siento, simplemente, ruandesa”


Un chico, Maximiliano Kolbe, piensa que “su generación va a cambiar el país. (La propaganda oficial sueña en una Kigali convertida en la Singapur del sur de África). Nosotros no tenemos en la cabeza los limites de Hutu y Tutsi” Pero añade que “no tendría ningún problema en casarse con una Hutu pero sé bien que esa decisión heriría profundamente a mi madre”.


Conviene saber que, veinte años después del genocidio, en las escuelas siguen sin hablar de la historia de Ruanda. Los jóvenes que quieran sabe qué pasó en su país hace 20 años tienen que recurrir a los cursos de ética (donde solamente se habla del genocidio cometido por los hutus pero se ocultan los crímenes de los tutsis en el poder); a lo que le cuenten en sus familias; al boca a boca o a la rumorología. Una chica estudiante, Alice, afirma que “con los mayores apenas hablamos. Están todavía en una fase de curación y nosotros queremos avanzar. Nosotros podemos escoger si vivir en el pasado, o  si tratar de construir el futuro”.


La historia pesa mucho en una sociedad donde las etnias tutsi y hutu (con sus relatos concretos) están entremezcladas y, lo que complica aún más las cosas, genocidas y victimas (o escapados del genocidio, que han vuelto), se encuentran en los mismos inmuebles, beben sus cervezas en los mismos bares, sus niños juegan en los mismos lugares…procurando no hablar de lo que pasó hace veinte años. El anecdotario es enorme. “En nuestro barrio, dice un joven, teníamos la costumbre de jugar con los hijos de un genocida que acaba de salir de la cárcel. Somos buenos vecinos. Los hijos del genocida se han integrado bien en la sociedad, pero nunca hemos hablado de su padre, ni de lo que hizo”. El relator de Le Monde comenta que Ruanda se está edificado sobre pesados silencios. Seguro que al lector de estas líneas se le ocurren otros ejemplos más próximos a nuestra vida.

En Ruanda también se habla de perdón y reconciliación. La reconciliación, incluso, forma parte del discurso oficial del gobierno de Kagamé. Un hombre de 63 años, que perdió su mujer y cuatro de sus siete hijos en una de las matanzas de 1994, exclama indignado que “en los (genocidas) que han vuelto, yo veo que su perdón no viene del corazón. Es para salir de la cárcel” y añade: “nosotros vivimos forzados a su lado. Las autoridades así nos los han mandado y nada podemos hacer”.


Hay ejemplos de reconciliación. Escasos. Voy a trasladar, resumida, una historia real.


Emilio un huérfano, se encuentra, a petición de un periodista de Le Monde, cara a cara, con Juan, el asesino de sus padres, en el cabaret “Chez Pascal” que aun mantiene el nombre de su su padre asesinado en la matanza. Cada uno pide una cerveza. Juan ha salido de la cárcel hace tres años y cuenta así los hechos, mientras Emilio calla: “En 1994 tuvieron lugar la guerra y las matanzas. Fuimos obligados a amenazar a nuestros amigos, que fueron asesinados. Los soldados nos pedían encontrar al enemigo. Los hemos encontrado refugiados en las cárceles y los hemos matado. Yo obedecía órdenes, yo era joven. Yo hice aquello porque si no éramos marginalizados; matados o teníamos que pagar una multa. (…) No sé cuantas personas he matado. En la casa de Emilio, con mis amigos, matamos a tres personas. Era una acción bárbara. Lo confesé en los “gabacas” (tribunales populares tradicionales). Mi vergüenza terminó cuando pedí perdón a la audiencia. Pienso que Emilio puede perdonarme”.

Juan se levanta, y se va del cabaret. Emilio que no había dicho nada toma entonces la palabra y dice: “La vida que llevo no es buena, es consecuencia de lo que Juan hizo a mis padres. Nos cruzamos en la calle. Nos saludamos. Mi corazón lo ha excusado, pero él, Juan, jamás ha venido a pedirme perdón, mientras es él quien tiene necesidad de la reconciliación”.

 
¿Qué añadir que no se haya dicho, que no haya dicho ya en este blog?. El perdón, pedir perdón, o es sincero, o no es petición de perdón. Y, ¿quién juzga la interioridad de las personas, máxime cuando de una petición de perdón se espera obtener la salida de la prisión?. También pienso, por otra parte que, quien perdona de corazón, sale de la situación de duelo y lleva mejor la del sufrimiento. Aunque el daño no se olvide y en el fondo de uno mismo, tenga que luchar contra el rencor, rencor imposible de borrar del incontrolado inconsciente con el que todos tenemos que apechugar. Rencor que, si se transforma en odio, le impedirá, por siempre jamás, liberarse del duelo y vivirá ahogado en el sufrimiento. Es una doble victimación.

Y Ruanda era cristiana

 
“Ruanda, escribe Olivier Le Gendre en “Confessión d´un cardinal”, (JC Lattés, 2007)[3], constituía, pensábamos nosotros, en un ejemplo del éxito, del acierto de la evangelización en África. Fieles activos, religiosas del país en gran número, un clero local bien formado, numerosas instituciones de caridad, escuelas…Un modelo del injerto exitoso de la fe cristiana en un país recientemente evangelizado. Y, de pronto, el genocidio. Descubrimos que el horror puede coexistir con una práctica religiosa envidiable. Nos dimos cuenta que los valores evangélicos quedaban completamente arrinconados con una rapidez espantosa para dejar el campo libre a la barbarie”. (….)


“Sí, hay que decirlo, porque es cierto: fue un genocidio cometido por cristianos. Fue para nosotros, gentes de Iglesia, un golpe terrible. Sí, antes del genocidio, verdugos y víctimas, tenian el hábito de rezar juntos. Sí, participaban en las mismas misas, en la iglesia de su pueblo. Sí, estaban invitados a los mismos matrimonios, se confesaban con los mismos curas, recibían la visita del mismo obispo. Sí, verdugos y víctimas pertenecían a las mismas iglesias, celebraban los mismos cultos. Ninguna confesión cristiana puede reivindicar que no haya tenido algún sacerdote o un pastor que no se haya implicado en los genocidios”.

Y continúa Le Gendre “La gran lección de Ruanda es esta: la fe cristiana, nuestra fe cristiana, no ha impedido que se produjeran atrocidades inimaginables en grandes proporciones. De ahí la cuestión que aflige a todo responsable de le Iglesia, como me aflige a mi y al propio Papa (Juan Pablo II que se quedó sin palabra durante horas cuando supo la noticia): Ruanda de los año 99, la Alemana de antes de la guerra, ¿no son el signo de un fracaso cristiano?. ¿Del fracaso cristiano?”
 

“Es irrisorio, continua Le Gendre, focalizar la mirada en cuantos jóvenes han entrado al seminario el año pasado, en la tasa de la práctica dominical, el número de jóvenes que han asistido a las últimas JMJ, el de matrimonios cristianos celebrados, el de bautizos, la cantidad de miembros que reclaman pertenecer a tal o cual movimiento frente al drama de saber que en el Holocausto nazi hubo muchos cristianos y que en las matanzas de Ruanda había una mayoría de cristianos. Es tomar lo secundario por lo esencial. El Holocausto y Ruanda, y tantos ejemplos más, aunque los citados sean los más espeluznantes del siglo pasado en el que han participado los cristianos, nos obliga a hablar de un fracaso, de una quiebra, en la misión, en la labor de la Iglesia, de los cristianos en el mundo. Esto no significa, por ejemplo, que la baja presencia de candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa sea un problema menor. En absoluto, siempre he pensado que es uno de los mayores retos para las Iglesias cristianas de Occidente y que exige un análisis, con la ayuda de las ciencias sociales, que no se ha realizado, en absoluto. Pero no es ese el principal desafío del cristianismo en el mundo de hoy que reside es su inexistencia como humanizadora y en su invisibilidad como testigo del amor de Dios a todos los hombres, a salvo de las excepciones y pequeños núcleos de cristianos (más cristianas que cristianos) que los hay, englutidos en un mundo en el que apenas queda espacio para ser testigos de lo invisible”. 

 

Es legítimo que el mundo nos interrogue para qué servimos, nosotros, los cristianos, añado yo con Le Gendre. La única respuesta valida que encuentro es la de decir que tenemos que encontrar en la fe que proclamamos en el Dios de Jesús, la energía para, allí donde estemos, crear un mundo más humano, mas convivial, más fraterno, más justo. En compañía de todos los que buscan ese mundo humanizado. La religión que instauró Jesús, por la primera vez en la humanidad, es una religión universal. No la religión de un pueblo, de una raza, de una etnia, una cultura, un momento de la historia. Es una religión de hombres y mujeres libres que, ciertamente (es la condición humana, que diría Malraux) a lo largo de la historia han sido capaces de lo mejor y de lo peor. Por eso los cristianos no siempre hemos sido testigos de lo invisible del Dios del amor (nuestra labor en la tierra) y muchas veces en la historia, demasiadas veces, hemos hecho de lo invisible el Dios del Terror y del Horror para nuestro provecho, o como coartada a nuestras quimeras políticas, sociales…Del poder en suma. Ruanda, quizás, es un trágico ejemplo de ello. 


[1] Rudolf Hoess: “Yo comandante de Auswitch”, Ediciones B, 2009
[2] Dos libros más sobre la barbarie rusa. De Giles MacDonogh “Después del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana” Galaxia Gutenberg 2010 (aunque los rusos no fueron los únicos que utilizaron la injusticia vengativa contra los derrotados alemanes y, aunque en francés, un librillo de Mikhail Khodorkovski, liberado de la noche a la mañana por el dictador Putin para lavar la cara (con la complicidad silente de Occidente) con motivo de los Juegos de Sochi. El libro titulado  “Un prisonier russe”, en una pequeña editorial Steinkis, Paris 2012, no narra como podría inferirse del titulo del libro, la historia del multimillonario opositor a Putin, sino diez  y siete historias breves y verídicas de otros tantos presos que encontró en el actual Gulag ruso. Si leen francés no se lo pierdan
[3] El cardenal es ficticio, pero la información del autor está tomada de boca de varios eclesiásticos de alto rango. Cardenales incluidos. La rumorología habla, en concreto, del cardenal Silvestrini, como principal informador de Le Gendre. Sobre el genocidio de Ruanda, véanse las páginas 195, 201, 203, 204-205
 

lunes, 14 de abril de 2014

Texto completo de la Intervención de Miguel Herrero en Barcelona



 
Texto completo de la Intervención de Miguel Herrero en Barcelona
 

PARA EL RECONOCIMIENTO CONSTITUCIONAL DE CATALUÑA
Por Miguel Herrero de Miñón

Barcelona. Círculo de Economía, 9 de abril del 2014


Señoras y Señores; tras expresa mis mas sinceras gracias al Círculo de Economía por invitarme a ocupar tan prestigiosa tribuna, y a las ilustres personalidades que me honran con su asistencia, voy a exponerles con la mayor brevedad y sencillez posible, cinco tesis en torno al reconocimiento constitucional de Cataluña.

Mi intervención hoy, horas después de largo debate celebrado en el Congreso de los Diputados en el que se han reafirmado, sin concesión alguna, las ya conocidas posiciones de la Generalitat y del Gobierno, apoyando a éste una brumadora mayoría de la Cámara, puede parecer ocioso cuando no inoportuna. Sin embargo, como la realidad es tan testaruda que no basta modificarla una votación parlamentaria, y, sin duda, el problema catalán es más que real y requiere solucionarlo o, cuando menos, buscar una solución que a todos pueda convenir, creo útil que en la sociedad civil meditemos y dialoguemos sobre la cuestión, hoy con mas urgencia que ayer. Si el debate ha escenificado un desencuentro y cerrado una vía, escudriñemos otras posibles vías de encuentro.

1ª tesis. ¿Que es una Nación? La cuestión ha hecho correr ríos de tinta y torrentes de palabras desde que Renan formulase tal pregunta en 1882. Evitemos en esta agradable reunión ahogarnos en ellos y respondamos directamente a la pregunta. La nación es el resultado de una voluntad secular de vivir juntos porque hay razones objetivas para ello y ser reconocidos como tales. Como afirmó el Informe Kelbrandom que sabiamente elaboraron los británicos antes de enfrentarse con el proceso de "Devolution", existe una nación cuando un pueblo se considera a si mismo como tal.

¿Cómo? La nación es fruto de un querer colectivo, de un colectivo con una identidad singular e infungible, que no se improvisa ni depende de una decisión normativa. Viene del fondo de los siglos y está cargado de afectos. Por ello, las verdaderas naciones no se autodeterminan ni en una fecha concreta ni por un hecho singular por relevante que este sea. Las naciones se autoidentifican no en un referéndum, sino en un plebiscito secular. A eso lo llamo autodeterminación histórica. La experiencia revela que una consulta democrática o una legalidad impoluta solo son de veras relevantes y vinculantes en el seno de esta autodeterminación histórica. No solo de la historia remota, sino la de ayer y la que fluye hoy.

Sin duda la reivindicación nacional se vincula históricamente a procesos de liberación y democratización. La revitalización nacional catalana al hilo de la transición y el que Cataluña fuera uno de los motores de la transición misma es prueba de ello. Pero la democratización no engendra las naciones; las despierta allí donde ya existían.

A mi juicio Cataluña es indudablemente y a todas luces una Nación. Existe voluntad de serlo y sobran elemento objetivos -lingüísticos, culturales, sociales, institucionales e históricos para fundamentar tal voluntad- . Decirlo resulta normal en Barcelona. Yo lo hago con especial énfasis porque vengo repitiéndolo en Madrid desde que se inició la transición en los ya lejanos setenta y algo he pagado por ello. No se trata ahora de alegar derechos históricos, sino de reconocer hechos, tanto de ayer como de hoy con vocación de perdurar mañana.

2ª tesis. ¿En qué consiste una política de reconocimiento? En asumir en los textos constitucionales, en su desarrollo normativo, en su interpretación jurisprudencial y en su práctica administrativa esa identidad colectiva, singular e infungible, cargada de afectos.

La experiencia comparada de políticas de reconocimiento de identidades nacionales sin Estado propio y exclusivo, es decir en el seno de un Estado que integra diferentes identidades nacionales, es muy amplia, cubre supuestos muy distintos y se concreta en instituciones y competencias. Pero lo que importa más y determina el resto, el Presidente Pujol insistió en ello a lo largo de la transición, es el reconocimiento de un "ser", del que se derivaba, pero siempre como consecuencia y solo como tal, un "haber". Se reconoce primero y se organiza después. Si se hace a la inversa, la organización es infecunda.

Se dirá que el nuevo catalanismo proclive a la independencia no es ya identitario y que invoca otros motivos. Pero ciertamente tales motivos, sobre los cuales yo no voy a opinar, desde la alegada explotación económica a la marginación de las instituciones y servicios del Estado, pasando por la hostilidad lingüística, si existen, suponen un déficit de reconocimiento de la realidad catalana y una política de reconocimiento debería comenzar por examinarlos y subsanarlos. Como los análisis del proceso político canadiense en curso ponen de relieve, incluso la reivindicación soberanista no va más allá de una reivindicación identitaria, algo que debiera haberse tenido en cuenta a la hora de interpretar la declaración del Parlamento de Cataluña de 5/X de 23 de enero.

3ª tesis. La política de reconocimiento se incoó en las Constituyentes de 1977 y si el resultado no fue el ideal, la experiencia demuestra que fue suficiente para introducir el principio de plurinacionalidad y el correspondiente derecho al autogobierno político (art.2) y haber proporcionado a la Cataluña moderna la más amplia autonomía que hasta ahora ha conocido.

¿Por qué, pasadas más de tres décadas, el intento parece frustrado y crece la desafección catalana hacia España, que hace años denunciara el Presidente Montilla? A mi juicio, hay una razón de fondo agravada, paso a paso, por una serie de errores de ambas partes, encadenados y recíprocamente causados.

El error radical ha sido el empeño en no reconocer, de una vez, la realidad nacional de Cataluña. Primero negándose a mencionarla expresamente en la Constitución como en varias ocasiones se propuso a lo largo de las tareas constituyentes, y mi colega y admirado amigo Miguel Roca es de ello testigo cualificado; después tratado de diluir el autogobierno político, ideado para determinadas Comunidades Históricas, no solo en su potencial generalización, sino en la estructura descentralizada del Estado como revela el art. 137 CE donde se equipara Cataluña con Gerona y ésta con Peratallada; más adelante, en fin, a partir de los Pactos Autonómicos de 1981, mediante la generalización del modelo catalán a todas la Comunidades Autónomas, iniciada en Andalucía, y la progresiva homogeneización competencial entre todas ella. Una opción que la derecha españolista propugnó para diluir las autonomías catalana y vasca y la izquierda, incluida la catalana, apoyó, no solo por sus prejuicios federalistas, entonces potenciados por la fascinación del modelo yugoeslavo que tan exitoso resultaría pocos años después, sino para alcanzar parcelas de poder antes de unas elecciones generales que, por aquellas fechas, ofrecían perspectivas más que dudosas.

Generalización y homogeneización que ha ido de la mano con un proceso de capitidisminución del autogobierno político cuya versión más estridente fue la frustrada LOAPA, pero que después se ha llevado a la práctica, mediante lo que el Prof. Carles Viver ha denominado "administrativización de la autonomía".

Ese error capital se debe, a considerar la autonomía como una técnica de buena administración, como una forma de acercar la ciudadanía al poder público, incluso como una exigencia democrática y no como el reconocimiento de una identidad diferenciada. Reiterando los términos ante citados como "vocación de ser". Pese al art. 2 CE, nuestro Estado de las Autonomías prescindió de la plurinacionalidad, a la vez que el término de nacionalidad proliferaba en los diferentes Estatutos y se devaluaba.

A este error de base se sumaron otros menores, pero reiterados, que no voy a enumerar y que Uds. conocen mejor que yo. Y que contribuyeron a erosionar la confianza inicial, una confianza cuya mejor prueba fue el voto masivo, muy superior a la ya alta media del conjunto español, que en Cataluña obtuvo la Constitución de 1978. El Estatuto del 2006 fue la respuesta a tal situación de desencanto y si, a mi juicio, no fue el mayor de los aciertos, el recurso de inconstitucionalidad contra el mismo fue un error histórico solamente superado por la STC 3l/2010. Con interpretaciones legullescas más que discutibles, la Sentencia invierte sus doctrinas anteriores sobre el modelo autonómico y la jerarquía de las normas de tan importante grupo normativo y aborda extremos políticos no susceptibles de enjuiciamiento jurídico que niegan la identidad nacional catalana. Se trata de la antítesis de una política de reconocimiento y la consiguiente ruptura del Pacto de Estado gestado en 1978.

4ª tesis. La crítica situación actual, más allá de los numerosos errores personales cometidos en Barcelona y Madrid, trae de esta situación, su principal causa: de un déficit de reconocimiento que incluso ha llegado a expresarse en términos jurídicos. Ahora bien, el problema no es jurídico, sino político y solo políticamente puede ser abordado con probabilidad de éxito e incluso llegar a ser resuelto.

El derecho es la diagonal resultante de las fuerzas y de los intereses en lucha y cuando estas fuerzas son políticas, es la valoración y ponderación política, de la política de la prudencia, la que determina la interpretación jurídica y no la inversa. Por ejemplo, si cuando el presidente Mas lanzó su desafiante propuesta de consulta refrendaria. El Presidente del Gobierno, sobre la base de una interpretación tan prudente como hábil del art. 92 CE hubiera convocado de inmediato dicha consulta en Cataluña, sometiendo a la ciudadanía catalana la opción independentista en toda su crudeza, la repuesta, entonces hubiera sido de rechazo a la independencia y no nos encontraríamos en la situación presente

La política no puede reducirse a derecho procesal ni el Estado de derecho que tanto se invoca es un cascaron vacío en el que todo cabe y cuyas prescripciones todo lo abarcan. Ni una prescripción constitucional, ni una sentencia judicial, puede negar la realidad nacional de Cataluña ni puede habilitarse un cauce legal para la disolución de España. Ningún movimiento secesionista se ha abortado por decisión judicial ni ningún Estado se ha disuelto de acuerdo con un procedimiento legal. El derecho constitucional puede y debe servir de cauce a las opciones políticas, que no es poco si se sabe utilizar, pero no para substituir al devenir histórico, ya inventándolo, ya negándolo, ya impidiéndolo. La crisis presente requiere en consecuencia una solución política, necesariamente negociada, que, eso si, deberá cristalizar en formulas jurídicas. Y digo negociada porque aquí y ahora, ninguna solución política que pretenda cuajar puede ser impuesta. Ha de ser negociada y en 1978 los ciudadanos y los políticos de éste país demostramos que sabíamos negociar y que apreciábamos los resultados de la negociación.

La negociación requiere tres condiciones:

En primer lugar, que se quiera superar la crisis y no capitalizarla para otros fines. En el supuesto más benevolente, objetivos electorales; en el mas peligroso, metas institucionales. No faltan en uno y otro lado, sectores minoritarios, pero influyentes, que consideren que cuanto peor mejor. Hay quienes en Barcelona sueñan con el martirio de Cataluña para internacionalizar el problema y convertir la desafección en profunda ruptura afectiva y hay en Madrid quienes esperan que el recurso al art. 155 CE se lleve por delante no solo al autogobierno catalán sino la Constitución entera, desde la Corona a las libertades, pasando por la democracia parlamentaria.

En segundo término, la negociación requeriría si hubiera tiempo para ello y el tiempo siempre se puede habilitar si hay voluntad de utilizarlo, una serie de medidas de confianza no solo entre los gobiernos y los partidos sino entre los ciudadanos de Cataluña y los del resto de España. Medidas de confianza que contribuyeran a distender el ambiente y permitieran gestos de recíproco aprecio por ambas partes. Para ello no han faltado ocasiones y el Consejo de Estado señaló varias al dictaminar los proyectos de ley referentes al Régimen local, a la educación, al Servicio Exterior o los innumerables recursos presentados frente a normas y decisiones de la Generalitat. Y, sin duda, en breve se presentaran nuevas ocasiones que ambas partes debieran aprovechar. Aplazar declaraciones, decisiones y normas sobre las cuestiones hoy día más polémicas y que pudieran azuzar la discordia, frenar la libido querulante ante el Tribunal Constitucional y hacer mas presente en el Estado, sus instituciones y servicios, la presencia de Cataluña, serían algunas de estas medidas.

En todo caso, ayudaría a generar un mejor clima, la moderación del lenguaje por unos y otros, evitando el reiterado anuncio del hecho consumado y la no menos reiterada negativa que acompaña a cualquier gesto del Gobierno con pretensiones conciliatorias. Hay que substituir los monólogos superpuestos por el dialogo y la vía no son la declaraciones en busca de titulares sino el discreto coloquio. La negociación no puede aturdirse con el tumulto de la calle y el vocerío de una información de vocación dramatizadota. Y escenificaciones del desencuentro, como las celebradas ayer en el Congreso no sirven a la concordia.    

En fin, la negociación ha de tender no a ocultar la realidad sino a dominarla, porque en política, como en física, las fuerzas en presencia solo se dominan reconociéndolas y aun sometiéndose a ellas. Ello requiere, por una parte, que todos los protagonistas del conflicto salven la cara. En una política de reconciliación no solo política sino social, no solo pública sino domestica, no caben actos de contrición ni vencedores ni vencidos; todos deben salir airosos. El Presidente de Más no puede ser humillado y el Presidente Rajoy menos aun. Por otro lado, la Constitución y su práctica deben reconocer la realidad nacional de Cataluña, una realidad gestada, nacida y desarrollada en el solar hispano, algo que por ser realidad pasada que vive hoy en la conciencia de infinidad de catalanes tampoco puede desconocerse, y someter las formulas de tal reconocimiento a la decisión del pueblo catalán.

5ª tesis. Par instrumentar la formula adecuada, no para impedirla, es para lo que sirve del derecho.

Pero no exageremos, el reconocimiento constitucional de la identidad nacional catalana con vistas, no a su secesión, sino a reafirmar su voluntaria integración dentro de un proceso secular de autodeterminación histórica es problema suficientemente complicado y de difícil tratamiento como para enredarlo más abordándolo a través de una reforma de la Constitución y de una reforma global como la que desde algunos pagos políticos y académicos se ha propuesto. Antes al contrario, el problema catalán, aunque afecte a España entera, debe ser aislado y tratado singularmente y de forma cuanto más sencilla mejor. Si se inserta en una reforma global, la opción catalana tendera generalizarse y perderá la capacidad singularizadora que el reconocimiento de una realidad tan singular como es la nación requiere.

A mi juicio, la apertura hoy día de un proceso constituyente ofrece más desventajas -incremento del disenso político, inestabilidad institucional, crecientes tensiones sociales, probables frustración ante los resultados- que ventajas. Y quien lo dude piense cual sería la actitud de los partidos y de la propia sociedad civil a la hora de optar por la forma de Estado y de gobierno, la extensión de los derechos fundamentales o la administración de justicia, cuando no pude consensuar una reforma laboral o educativa, sin duda importantes, pero de mucho menor calado que aquellas otras. Por eso, creo que hay que depurar las ansias clamorosas de reforma constitucional y, aplazando otras cuestiones sin duda importantes, centrarse en lo que, además de importante, es urgente: Cataluña. Me explico.

En lugar de abordar una reforma de la Constitución, política y técnicamente preñada de riegos, intentemos una mutación constitucional: la alteración de la Constitución sin modificar su texto. Esto es, una Constitución convencional. El término de convención remite a la idea de acuerdo y su experiencia comparada a la de práctica. En síntesis, la mutación convencional supone el consenso expreso o tácito sobre una serie de hechos que sin alterar formalmente el texto constitucional, generan en las instituciones una situación tenida por jurídica, y creo que ejemplos de ello abundan en nuestra, vida constitucional democrática. Baste para ilustrarlos mencionar algunos ejemplos.

¿Acaso los términos utilizados por el constituyente no han cambiado de significado a lo largo de casi cuatro décadas? ¿Significa lo mismo "vida" (art. 15), "matrimonio" (art. 32), "empleo" (art. 40), antes que ahora o la propia jurisprudencia constitucional muestra a todas luces lo contrario? ¿ El término soberanía (art. 1,3) no ha cambiado de significado o al menos de contenido a la luz de las trasferencias competenciales a la Unión Europea hechas a l amparo del art. 93 CE? ¿Acaso el mando supremo de las Fuerzas Armadas que el art. 62 h CE atribuye al Rey no se ha mutado a partir de la Ley de 1 de Julio de 1980? ¿Y la práctica del 23 F no mostró la reversibilidad de una mutación? ¿El reconocimiento de competencias legislativas a las Comunidades Autónomas, sin duda incoado, pero no establecido en la Constitución y desarrollado, pese a las resistencias doctrinales, a través de una larga práctica estatutaria y jurisprudencial, no es ejemplo de una mutación convencional? Mutación constitucional fue la generalización del sistema autonómico en virtud de los pactos de 1981 y así lo señalaron con elogio los Prof. Vandelli y García de Enterría ¿O no es una profunda revisión constitucional el que sin modificar el texto de 1978, los pactos de 1981 generalizaran, prescindiendo de plazos y de formas, a diez y siete Comunidades Autónomas el modelo de organización que los constituyentes habíamos previsto para tres? El llamar a semejante transformación mero desarrollo de la Constitución y negarle el carácter de mutación de la misma es negar la realidad. Pero dejemos las categorías a la sabia discusión de los académicos. Lo que importa es resolver los problemas y, al decir del poeta, la rosa, cualquiera que fuera su nombre tiene el mismo perfume.

La mutación es, en consecuencia, posible y en un extremo altamente significativo, lo que con razón se ha llamado la Constitución territorial, es evidente que se produjo una mutación por adición de origen convencional. Esto es, un pacto de las grandes fuerzas políticas que se formalizo en instrumentos infraconstitucionales.

Dicho esto, no es ocioso preguntare si lo hecho en 1981 por vía de pacto, esto es la generalización y homogeneización de las Autonomías no puede invertirse por vía de pacto y singularizar una o varias Comunidades Autónomas e incuso pasando de la mutación a una prudente revisión, formalizarlo en una Disposición Adicional. Si existiera la voluntad política para pactar no sería difícil añadir por la vía del art. 167 una nueva Adicional como no lo fue la reforma del art. 135 en el 2011. Más aun, podría utilizarse la ya existente Adicional Primera aplicando la doctrina que formuló entre 1987 y 1993 el Consejo de Estado propugnando su extensión a Cataluña y Galicia, al considerar sus respectivos derechos forales como derechos históricos y proyectando en lo publico la previsión constitucional para el derecho privado (Vd Recopilación de Doctrina Legal 1987, p. 87-95; 1988, p. 65-103, los recopiladores no recogieron la mención de la Adicional Primera que si está en el original del dictamen nº 50.452; 1989, p. 61-66; 1991, p. 146-163; 1992. p. 153-176; 1993, p. 66-103)

Ciertamente el Tribunal Constitucional negó esta posibilidad en ulterior Sentencia 88/1993 de 12 de Marzo. Pero es claro que la doctrina sentada por el Tribunal Constitucional también puede dar pie a otras mutaciones. Si la S. 31/2010 sobre el Estatuto Catalán del 2006 invirtió anteriores doctrinas del mismo supremo intérprete de la Constitución y mutó en determinado sentido nuestra constitución autonómica, la revisión de dicha doctrina para atender a las evidentemente nuevas y bullentes "circunstancias sociales del tiempo en que la norma a de ser aplicada" (art. 6 CC), en manos del propio Tribunal (arts. 13 LOTC), podría inaugurar un nueva mutación cambiando lo dicho en las dos Sentencias mencionadas eliminando cuanto en ellas se negaba a la identidad nacional.

Sobre la Disposición Adicional, Primera o nueva, podría elaborase para Cataluña un Instrumento de Gobierno donde se blindasen competencias estratégicas tales como las económico-financieras, educativas, lingüísticas y culturales. Un Instrumento de Gobierno formalmente pactado con el Estado -¿Acaso no lo está el Amejoramiento del Fuero de Navarra?- y como tal inmodificable unilateralmente, incluso por vía de hecho, de normativa básica o de jurisprudencia, que se sometiera en su día al referéndum del pueblo catalán de acuerdo con el art. 152.2, CE.

Esto sería, de verdad, tanto integrar como decidir. En integrar consiste el verdadero españolismo, en decidir la voluntad de los catalanes y para que ambos coincidan sirve la mutación.

             

jueves, 10 de abril de 2014

La propuesta de Herrero de Miñón para Catalunya y España


La propuesta de Herrero de Miñón para Catalunya y España

10 de abril de 2014

Miguel Herrero es una de las mejores cabezas y, quizás por eso, más desperdiciadas en el panorama político español. Hace años, junto al recordado Ernest Lluch propuso otra lectura de la Constitución para resolver la cuestión vasca. No les quisieron hacer caso. Como ahora no le harán caso a Herrero de Miñón.

 A Lluch ETA lo mató físicamente. A Miguel la derechona española lo arrinconó. Así va el país. Trascribo como dio la noticia de su conferencia La Vanguardia

Herrero de Miñón propone un "pacto de Estado" que blinde las competencias de Catalunya El jurista y padre de la Constitución defiende que la solución a la cuestión catalana debe ser "política, no jurídica" y recela de una reforma constitucional


(La Vanguardia 9 de Abril de 2014)

En pleno debate territorial y después de que ayer tanto el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, como el líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, abrieran ayer la puerta a explorar una reforma constitucional que ofrezca respuesta a la cuestión catalana, la presencia este miércoles en Barcelona de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, uno de los siete padres intelectuales de la Carta Magna de 1978, ha despertado un gran interés. Herrero de Miñon ha defendido, en una conferencia en el Cercle d'Economia, que el actual problema "es político, no jurídico" y sólo se solucionará de forma acordada. Por ello, el jurista ha abogado por un "gran pacto de Estado" que blinde competencias esenciales de Catalunya -lengua, economía, infraestructuras-, un pacto que posteriormente "sería votado por los catalanes, eso sería integrar y decidir". El expresident Jordi Pujol, Miquel Roca -otro padre constitucional-, el exvicepresidente Narcís Serra, el conseller Andreu Mas-Collel, el exconseller Josep Maria Vallés y el exdirigente de ERC Joan Ridao han sido algunos de los asistentes al acto.

"Ni una sentencia constitucional ni ninguna ley pueden negar la realidad nacional catalana, pero tampoco puede disolverse un estado desde el marco legal. La crisis presente requiere una solución política, necesariamente negociada", ha afirmado. En este sentido, ha insistido en que ninguna opción política, "de un lado o de otro", podrá ser "impuesta" si se quiere llegar a buen puerto. En su defensa del "pacto de estado", Herrero de Miñón ha considerado "muy difícil" una reforma de la Constitución, "tendría más problemas que desventajas", y ha defendido tratar el problema catalana de forma aislada, singular. Su propuesta: "una mutación constitucional" que no altere la Carta Magna, una nueva lectura constitucional, una interpretación que reconozca la "realidad nacional" catalana, a través por ejemplo de una disposición adicional nueva o utilizar la ya existente adicional primera. "Esta vía interpretativa dependen de un pacto político", ha insistido Herrero de Miñón, quien ha invocado la llamada vía navarra para el autogobierno catalán.

Para el jurista es esencia que exista una real voluntad de "superar la crisis" y ha alertado de que en Barcelona y en Madrid hay quien sueña eso de "cuanto peor mejor". Y ha lamentado que en este momento no existe "voluntad política" para el acuerdo. Asimismo, ha sostenido que una mesa de negociación requeriría una serie de "medidas de confianza" entre los dos gobiernos que permitiría rebajar la tensión. Herrero de Miñón ha pedido moderación del lenguaje institucional y ha considerado que la "escenificación del desencuentro" como el debate de ayer en las Cortes perjudica más que ayuda. "Artur Mas no puede ser humillado, Rajoy, tampoco, no puede haber vencedores ni vencidos", ha afirmado.

Herrero de Miñón también ha analizado las razones del "desafecto" y ha señalado "errores de ambas partes". Uno de esos desaciertos fue la generalización del modelo catalán a todas las autonomías, empezando con el estatuto andaluz. "La derecha lo apoyó para diluir el nacionalismo y la izquierda lo apoyó para alcanzar parcelas de poder en las elecciones generales", ha afirmado Herrero de Miñón, quien también ha considerado la LOAPA y la sentencia del TC de 2006 sobre el Estatut como "graves errores".

"Si los políticos en activo suman discursos con poco fruto, no estará mal que los que somos simples ciudadanos hablemos", se ha referido con cierta ironía respecto al debate de ayer en el Congreso y de esta mañana en el Parlament. Por su parte, Anton Costas, presidente del Cercle d'Economia, ha defendido la necesidad de "un cambio" para dar respuesta a "un malestar latente en la sociedad española y catalana" y ha reclamado para conseguirlo mayor "diálogo, tiempo y paciencia".