martes, 24 de julio de 2018

¿También en España los ricos votarían a la izquierda?


¿También en España los ricos votarían a la izquierda?

La izquierda estadounidense sigue lamentándose tras la derrota de Hillary Clinton contra Donald Trump en noviembre de 2016. El ensayista americano Thomas Frank, antes de esa elección, publicó un libro, que acaban de traducir al francés titulado “¿Por qué los ricos votan a la izquierda?” (“Listen, Liberal: Or, What Ever Happened to the Party of the People?, en inglés) en el que acusa a los líderes del Partido Demócrata Bill Clinton y Barack Obama de que, desde 1998, decidieran apoyar a los "ganadores de la economía del conocimiento" mientras desacreditaban a las clases bajas y media-baja, reduciendo el progreso a nociones de meritocracia e innovación.

Así ha emergido una nueva clase social que Frank denomina “profesional” o “creativa”, conformada por el 10 % (cifra ya famosa) de personas (diplomadas en universidades de élite, codiciadas en Wall Street, en Silicon Valley, en las grandes empresas y en los GAFA), dueños de la mitad del PIB de EE. UU., que habría provocado, en la izquierda, la ruptura entre el Partido demócrata y los sindicatos y las clases populares, así como el hundimiento de gran parte de la clase media. Trump habría conseguido que, gran parte de estos últimos, le votaran. Lo que ya pronosticó Frank años atrás cuando publicó otro libro, titulado este, significativamente, “¿Por qué los pobres votan a la derecha?”, lo que en Europa ya sabíamos pues muchos en Francia, de la clase obrera, votan a la extrema derecha de Le Pen.

Pero ¿las tesis de Frank se confirmarían en España? Para tratar de responder a esta pregunta he consultado el Barómetro del CIS de abril del presente año 2018, donde se pueden cruzar las preferencias de voto de los ciudadanos con su estatus socioeconómico. El CIS distingue cinco categorías socioeconómicas: clase alta y media alta; nuevas clases medias; viejas clases medias; obreros/as cualificados/as; y obreros/as no cualificados/as. Es posible saber cómo se distribuyen en estas cinco categorías socioeconómicas los votantes a los diferentes partidos políticos. Por razón de espacio, y seguridad estadística, me limito a presentar algunos aspectos del perfil socio económico de los votantes al PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos a nivel estatal.

Trabajo con una pregunta del cuestionario del CIS en la que se pregunta, por cada partido político, en una escala de 0 a 10, donde “0” significaría que “con toda seguridad, no lo votaría nunca” y “10” que “con toda seguridad lo votaría siempre”.  Pues bien, la mayoría de encuestados, en cualquiera de las cinco categorías socioeconómicas propuestas y en cualquiera de los cuatro partidos políticos retenidos se posicionan en el punto “0” de la escala: con toda seguridad, no votarían nunca, a ninguno de los cuatro partidos: PP, PSOE, Podemos y C´s. Es difícil encontrar un dato más fehaciente del alejamiento de la población española de la clase política. En el conjunto poblacional, el 55 % de españoles no votarían nunca ni al PP, ni a Podemos, el 42% no votaría nunca a Ciudadanos y el 38% al PSOE.

Puesto en positivo, esto es, la proporción de ciudadanos que les votarían siempre o casi siempre (puntos 8, 9 y 10 de la escala) dan estos resultados: al PP le votaría el 9,9 % de los ciudadanos, a C´s el 8,4%, al PSOE el 8,1 y a Podemos el 5,9%. El que sale peor parado es, manifiestamente, Podemos: mayor porcentaje, junto al PP, de españoles que nunca le votarían y el menor que con seguridad le votaría. (El cálculo de valores medios lo confirma también), El Partido Popular es muy rechazado, pero es también el que tiene, ligeramente, el mayor voto asegurado. Ciudadanos y PSOE, están en una posición media: son quienes menos rechazos reciben, pero también quienes menos votos tienen asegurados.

Vayamos ya a la relación entre la preferencia política y el estatus socioeconómico. Entre los votantes de la clase alta y media alta, el dato más llamativo es que son los que, en mayor proporción, señalan que no votarían nunca al PP, incluso en clara mayor proporción que el rechazo a Podemos. (Misma conclusión analizando los valores medios de aprobación y rechazo).

Apuntemos también que el principal caladero de votos del PP se encuentra entre los componentes de las “viejas clases medias”, el PSOE entre los obreros, sobre todo entre los “no cualificados”, Ciudadanos en prácticamente todo el espectro socioeconómico, pero particularmente en las “clases alta y media-alta” y en las “nuevas clases medias”. En fin, ¡asómbrense!, el principal caladero de votos de Podemos se sitúa entre los miembros de las “clases alta y media alta” y donde menos le votarían sería entre los “obreros no calificados”. Luego se cumpliría, al menos parcialmente, el diagnóstico de Frank en EE. UU., que yo reformularía así para España: algunos de los más ricos votan, no a la izquierda (PSOE), sino a la extrema izquierda (Podemos), en mayor proporción que a la derecha clásica (PP) aunque no a la nueva derecha (C´s), que algunos ya denominan derecha extrema.

Concluyamos con Th. Frank. Según él, reténgase que es un hombre de izquierdas, la solución en EE. UU. vendría de que emergiera en su país un “populismo de izquierdas”. Algo así como Podemos en España. ¡Ai ene!, ¡lo que hay que ver!, que hubiera exclamado mi abuela Resurrección.

Javier Elzo

(Artículo publicado en “El Correo” el 15 de junio de 2018)

jueves, 19 de julio de 2018

Sobre la secularización y más (Prólogo al libro de Félix Garitano)


Sobre la secularización y más

Prólogo

(Al libro de Félix Garitano, “25 años de vida parroquial. Una lectura pastoral a partir de la experiencia llevada a cabo en la parroquia de San Vicente de Donostia (1990-2015). Editado por Mensajero 2018, Bilbao 270 páginas)

La lectura de este trabajo de Felix Garitano, párroco de San Vicente, en la Parte Vieja donostiarra durante 25 años (1990-2015), interpela, no solamente a los que, como es mi caso, lo tuvimos de párroco durante esos años, sino también a la comunidad eclesial (no solamente a la próxima de la Parte Vieja, de Donostia o Gipuzkoa), así como a la ciudadanía que tenga alguna inquietud por el desarrollo integral de las personas. El libro se centra, ciertamente, como reza su sub-título, en la “lectura pastoral a partir de la experiencia llevada a cabo en la parroquia de San Vicente” pero, la dimensión de su autor, muchos años responsable de catequesis de adultos en España, su formación internacional y la dimensión social de su actuar, en base a la caridad cristiana, abre el interés de esta publicación, lo diría con las palabras del papa Juan, a todos los hombres de buena voluntad. Lógicamente, se sentirán en mayor grado concernidos quienes hayan estado más cerca de su trabajo, sea físicamente, sea en el campo religioso, particularmente en el de la pastoral. Pero, tanto los pastoralistas y las personas con inquietudes religiosas, así como los ciudadanos que se pregunten qué papel puede, o debe, jugar la dimensión religiosa en general, y una parroquia más en particular en el devenir de una sociedad, encontrarán en este texto material para la reflexión.

Probablemente mi doble condición de parroquiano creyente de San Vicente y de sociólogo, le han impulsado a pedirme que escriba estas líneas, como prólogo a su libro. ¿En virtud de qué condición he leído el trabajo de Garitano y, en consecuencia, desde que perspectiva lo prologo aquí? ¿desde la del creyente o desde la del sociólogo? Personalmente, desde hace mucho tiempo, sostengo que la fe, y en particular la ciencia teológica, por un lado y las ciencias sociales (las ciencias en general), por el otro, tienen sus reglas de juego, su autonomía propia pero no conforman dos comportamientos estancos. La teología y la fe no pueden desprenderse, en sus formulaciones, del contexto sociocultural en que nacieron y en la lectura que se hace de las mismas en los espacios donde y cuando se leen. Así mismo, una sociología del hecho religioso no puede no tener en cuenta las formulaciones teológicas que se proponen en el diálogo intelectual, en las propuestas a los creyentes y en la lectura que estos hacen de las mismas. Pero más aún. Un sociólogo (o un científico social) que se diga creyente, no puede situarse, a veces como sociólogo, a veces como creyente, en su despacho de trabajo como sociólogo, los domingos en la eucaristía como creyente. Lo voy a decir con las palabras de Daniele Hervieu-Léger, socióloga francesa con quien tuve el gran placer de trabajar, en un demasiado breve periodo de mi vida. Dice Daniele que “como científica, mi ambición es la de reducir la experiencia religiosa a un mecanismo social. Pero tropiezo siempre con el tope de mi fe (“je me heurte toujours au boutoir de ma propre foi”), que la sola sociología no puede explicar. Luego, me he visto obligada a reconocer que yo soy socióloga de las religiones y creyente. La cuestión no es tan paradoxal como parece. La fe, como la sociología, es un deambular crítico. Los dos abordajes son compatibles, cada uno puede dar sentido al otro. Creer es liberarse sin cesar de las ilusiones religiosas, esto es, no confundir nuestras imágenes de Dios con Dios mismo”[1].

Hay que subrayar la idea de que el abordaje crítico, con las armas de la razón y de la experimentación, personal y participada, es válido y necesario tanto para la fe como la ciencia. En los dos campos es legítimo el abordaje científico, en cuanto no solamente (aunque también) va depurando las ilusiones que la historia, personal y colectiva, han depositado sobre la verdad religiosa o la empírica, sino también porque, como ya dijera Newman, yo solamente puedo pensar con mi cabeza como solamente puedo respirar con mis pulmones. De Dios solamente puedo hablar con lo que mi cabeza y mi experiencia vital me den. Exactamente igual que un científico en su laboratorio. Es cierto que el científico “toca”, “mide”, “cuantifica” lo que experimenta. Esa es su fuerza y su limitación pues la realidad no se agota en lo que se puede tocar, medir, cuantificar etc. Por eso está en el ADN del pensamiento científico, digno de ser entendido como tal, su carácter temporal, parcial hasta que otra investigación, otra teoría (pensamiento) infirme, supere, matice, rechace etc., la verdad científica del momento. Lo mismo sucede, o debiera suceder, como método de aproximación, como abordaje, en el conocimiento religioso. ¿Es que no sabemos hoy que Pablo estaba equivocado cuando pensaba próxima la venida del Señor? Y, ¿quizás el mismo Jesús?, se preguntan algunos estudiosos del Jesús de la historia.  

Es desde esta visión de las cosas que he leído este libro de Garitano como lo hago habitualmente con los libros de ensayo, con todos los libros de ensayo, sean del ámbito que sean. No hago nada extraordinario con este planteamiento, aunque a veces, no pocos lo olvidan. Pero no así, Félix Garitano quien, constantemente, a lo largo de trabajo trata de poner en relación el mundo de hoy, y de forma particular el fenómeno de la secularización en nuestos ámbitos, con su experiencia en San Vicente (la primera parte de su trabajo), el análisis crítico que realiza de las mismas (la segunda parte) y el excelente ejercicio de prospectiva que realiza en el tercero. Es lo que cabe denominar la historicidad de la fe. Y no solamente de la fe, sino también de la esperanza y de la acción caritativa, de la acción sin adjetivos del cristiano que, o es caridad o no es acción cristiana.

Un texto de Joseph Ratzinger de hace más de cuarenta años.

Avanzado ya el texto, al inicio de la tercera parte del libro, Garitano cita un texto premonitorio escrito por el teólogo Ratzinger y que enmarca muy bien todo este trabajo en su dimensión histórica. Lo traigo aquí aun algo más extenso de lo que lleva Garitano al cuerpo de este libro.
Hace 50 años, el año 1968, el teólogo Ratzinger refiriéndose a la Iglesia Católica, pronosticaba que “se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros.
Ciertamente conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión: en muchas comunidades más pequeñas y en grupos sociales homogéneos la pastoral se ejercerá normalmente de este modo. Junto a estas formas seguirá siendo indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora.
Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo.
A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, ya exánime, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte”[2].
Hasta aquí Ratzinger. Preparando este prólogo, leo (en Le Monde del 23/02/18) unas reflexiones del gran filósofo agnóstico, Jürgen Habermas, quién mantuvo hace años un muy celebrado dialogo con Joseph Ratzinger, estas palabras: “mientras la religión continúe siendo una forma actual del espíritu, representa un aguijón plantado en la carne de la modernidad. Modernidad que no debe perder su tonicidad y su vigor para trascender lo que existe”. El mismo Habermas ya había escrito años antes que “la esperanza perdida de la resurrección se siente a menudo como un gran vacío”. Estamos aquí, a mi juicio, en uno de los puntos neurálgicos del papel de la religión en lo que cabe denominar la era post-secular, cuando ya estamos, también, dejando atrás la era de cristiandad. Pero, detengámonos antes en otros aspectos de la reflexión de Felix Garitano, antes de volver, más adelante, al tema de la secularización.  
Un pastor, dentro y fuera de los muros de San Vicente.

Felix Garitano es un experto en pastoral, particularmente en la pastoral de adultos. De ahí que en gran parte de este libro haya constantes referencia a la dimensión pastoral, del presbítero sí, pero de los laicos y de toda la Iglesia también. Con reflexiones de cariz teórico, así cuando apunta a las tres etapas de la evangelización en la primera parte del libro, como las de carácter más práctico, aunque siempre desde una perspectiva de lograr, de entrada, alumbrar la llama de la fe, procurar que no se apague por el paso del tiempo, y avanzar en su profundización para que los feligreses sean cristianos de fe adulta. Todo el libro está jalonado de ideas, propuestas, elementos de reflexión, de juicio crítico también al hablar del bautismo, de las bodas, los funerales y sobre todo de la eucaristía, de la celebración de la eucaristía. Los que hemos la hemos vivido durante sus 25 años en San Vicente, hemos sido testigos de su esfuerzo continuado para que las misas fueran, de verdad comunitarias, que superaran el aburrimiento de la cansina repetición, celebraciones vivas y vividas.

Quiero señalar también, lo que llama Garitano “servicios de caridad”. Así ayudas reales a inmigrantes, sea directamente, sea via Caritas, en la legalización de su situación, en la búsqueda de trabajo, ayuda económica, también liberando espacios para acogerlos y para que pudieran encontrarse, etc. También en la atención a personas mayores o necesitadas en el barrio (aún recuerdo un trabajo promovido por él mismo para detectar cuantas personas sin recursos había en la Parte Vieja); atención a los enfermos, pastoral carcelaria, sin olvidar un ropero parroquial que, a lo que parece, cumplía una función más importante de lo que cabría esperar, de entrada. Sí, la acción pastoral no se limitaba exclusivamente a la iniciación cristiana, a la pastoral de jóvenes y adultos, a la vida cultual y sacramental sino también a la acción caritativa. Como no podía, ni debía, ser de otra manera.

Otro aspecto muy destacado en su labor es la pastoral con los jóvenes que muestro más abajo. Pero Garitano se da de bruces con la realidad de una galopante secularización

El desafío de la secularización

Es uno de los temas que recorre la totalidad de este libro. Cuando a lo largo del trabajo, da cuenta su autor, en varios momentos, de que los frutos de sus experiencias pastorales han quedado muy por debajo de las expectativas iniciales, mira como telón de fondo, el fenómeno de la secularización, aunque a veces también da cuenta de realidades más pedestres. Las distancias generacionales, por ejemplo, cuando los más jóvenes proponen modificaciones que chocan con lo que piensan los que llevan años en el oficio. O, cuando hay que aunar e impulsar una acción conjunta, como la “Unidad Pastoral Urgull” ejemplo donde los haya de adaptación a la realidad secular…y al descenso y envejecimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas. También las dificultades en la formación de los monitores del tiempo libre, ahogados por el día a día de su vida familiar, estudiantil o laboral etc., etc.

Voy a trasladar aquí, a título de ejemplo, lo que leemos ya muy avanzado el texto, en la tercera parte, escribiendo sobre la renovación en el modelo de iniciación cristiana estas líneas que muestran al pastor, al párroco, en su humanidad más radical: “vistos los resultados actuales en la iniciación de niños y adolescentes, uno tiende a pensar, bien que no hemos acertado en nuestro objetivo, bien que es un modelo pensado para otro tiempo, no adecuado para el momento actual, bien que lo que hoy y en este entorno podemos pedir con realismo a una iniciación debe ser muy poco, comenzar a caminar poco a poco…La verdad es que un esfuerzo tan grande no parece generar hombres y mujeres que aseguren una vivencia de fe, no configura apenas una identidad cristiana en quienes han acudido a nuestros centros parroquiales. Es duro escuchar que la Primera Comunión o la Confirmación vienen a ser en muchos casos la despedida de la comunidad cristiana, al menos hasta…”

“Al menos hasta” …, pues en la página siguiente se rehace el pastor, y escribe Félix, que aun siendo posible que “quien lea estas líneas pueda pensar que no valoro en nada el esfuerzo realizado en nuestras parroquias” se equivoca. “Nada de eso”, añade. Y vuelve a Francia, donde cursó parte de sus estudios, y nos advierte de que “hay en estos momentos, en Francia, un movimiento de gran convocatoria pastoral, ´les recommencents” (los que recomienzan), hombres y mujeres de los 50 años que ansían recuperar las raíces de una fe que habían abandonado hace tiempo”.

Pero en el fondo estamos frente a un cambio de era, es la muerte de una iglesia que vive los estertores del estado de cristiandad, inmersa en el proceso de secularización, aunque algunos pensamos que estamos ya en los comienzos, ya algo avanzados, de la era postmoderna, la era de la sociedad global y plural que exigirá, exige ya, otra Iglesia y otra forma de entender y vivir la fe. Pero a todos nos resulta más fácil ver lo que fenece que lo amanece. Otear la aurora, que decía Jean Delumeau en una de sus publicaciones, con los casi 90 años a cuestas, no es tarea fácil.

En varios, bastantes, momentos del texto de Garitano se hace referencia al avance de la secularización y el efecto que tiene, en la religiosidad de los feligreses, sin olvidar a los propios sacerdotes. Así cuando escribe que “tampoco es fácil para los presbíteros y sus colaboradores mantener un buen nivel de ilusión, dado que la celebración eucarística es (“era”, más bien, pues se refiere a finales del siglo pasado) la tercera o cuarta de ese fin de semana, son ya muchos los años que lleva animando ese grupo humano, y va palpando claramente que el interés por la celebración va descendiendo alarmantemente entre la feligresía”. Al pasar los años, Garitano percibe cómo el proceso de secularización se va afirmando en su labor pastoral. Incluso lo percibe en su entorno más próximo. Escribe que “en los años 2000 y sobre todo a partir del 2010 cambió fuertemente el clima religioso en el entorno de nuestra ciudad; ya era muy difícil ver a un joven en nuestras celebraciones, incluso a unos pequeños niños. Los monitores del Tiempo Libre, una actividad en la que palpábamos también un descenso de participantes, propusieron acertadamente, a comienzos de 2010, hacer un proyecto educativo, ´las actividades que programamos tienen que responder a un proyecto asumido por todos´. Cuando el proyecto llegó a la cuarta parte, ´una actividad de inspiración cristiana´, los monitores tuvieron la elegancia de decírmelo con toda sinceridad que ellos no podían asumir ese proyecto pues se consideraban agnósticos en su mayoría, no querían engañar a los padres, a la comunidad cristiana”. Tras varias reuniones, en un ambiente de amistad y respeto mutuo, los monitores abandonaron el proyecto. “Ahí terminó prácticamente, concluye Garitano, el ´Xirimiri´, una actividad del Tiempo libre que mirado en su totalidad fue positivo”.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí?

Mi lectura del libro de Felix Garitano ha coincidido, entre otras, con la de otra publicación, editada en febrero de este año 2018, del historiador Guillaume Cuchet y lleva por título “Comment notre monde a cessé d´être chrétien. Anatomie d´un effondrement” (“Como nuestro mundo ha dejado de ser cristiano. Anatomía de un derrumbe”), Seuil Paris 2018. Con las lecturas de ambos trabajos, y algunos más, aliñadas con mis reflexiones, entendiendo el lógico papel que Garitano le concede al proceso de secularización, presento a continuación, un avance de cómo veo yo la cuestión de la secularización, de cómo explicar lo que tantos dolores de cabeza ha provocado en Felix Garitano, avance que quizá dé lugar a otra reflexión más extensa por mi parte. ¿Dónde mejor que este libro de mi párroco durante 25 años para ofrecer estas primeras ideas, obviamente, esquemáticas?

La tesis de fondo del historiador francés, con gran detalle de datos, viene a decir que más allá de mayo del 68 (fuera de la iglesia) y de Humanae Vitae (dentro de la Iglesia), el Concilio Vaticano II es el factor clave que ha desencadenado el desplome del cristianismo en Francia. El término desencadenar es fundamental. No se trata de que el Concilio sea la causa que haya generado el innegable derrumbe, tanto de las prácticas religiosas como de la impronta del cristianismo en la gobernanza y en la vida cotidiana de los franceses, cuanto factores externos e internos de la Iglesia católica, de tal suerte que Concilio ha desencadenado un proceso que venía de antes. De la Ilustración y de la Reforma de Lutero y Calvino, ciertamente y más cerca, para Francia, de la Revolución francesa de 1789 y de la gran fractura que ocasionó en la Iglesia de Francia.

En España, todo el siglo XX, las dos Repúblicas, el nacional catolicismo del periodo franquista están detrás de la situación actual, que se manifiesta hoy en día, con una sociedad muy dividida en el tema religioso, entre un laicismo excluyente de lo religioso y los últimos, aunque recios estertores, de la añoranza del estado de cristiandad. En el País Vasco, además de todo lo anterior, hemos transitado, por decirlo rápido, de la afirmación de que “ante Dios nunca serás héroe anónimo” del carlismo, al “Jaunkoikoa eta lege zarra” del nacionalismo sabiniano, a la Euskadi atea de la izquierda abertzale, entre la indiferencia de la mayoría de la población.

En mi opinión el tema de fondo, que sea Francia, España o Euskadi, en todo el sur de Europa en general, es el derrumbe, no tanto del cristianismo, sino del Estado de cristiandad, consecuencia, originariamente, de la Ilustración. Apuntaría, además, de modo telegráfico, estas causas, razones o motivos de este derrumbe, distinguiendo, argumentos extra-eclesiales e intra-eclesiales.

Ad Extra de la Iglesia, en la sociedad en general.

-        La lectura de la ciencia como respuesta valida a determinadas prácticas religiosas (por ejemplo, las rogativas) con efecto de arrastre a otras cuestiones.
-        Una sociedad que está saliendo del estado de cristiandad y que apuesta por una moral autónoma e individualista. Una sociedad que se dice secular, pero secular de lo religioso cristiano, aceptando otras sacralidades: políticas, deportivas, vestimentarias, alimenticias…
-        En Francia, y en España también, antes del Vaticano II se vivió el boom demográfico lo que hizo que, en los años del Concilio, y hasta una década después en España hubiera más niños y menores, lo que hacía difícil percibir la caída de la práctica religiosa, ya evidente.
-        La transmisión familiar ha cambiado, básicamente porque el principal agente de educación en la fe, la madre, como mujer, se ha secularizado radicalmente.
-        Se viven grandes transformaciones en las uniones familiares: en menos de veinte años hemos pasado, mayoritariamente, del matrimonio canónico a las parejas de hecho.
-        Las relaciones sexuales más allá de la reproducción son una realidad banal y cotidiana. Hay una reivindicación del eros, por sí mismo. En ese contexto, Humanae Vitae resulta incomprensible.
-        Es capital tener en cuenta las diferencias socioculturales en general y socio-religiosas en particular a la hora de abordar la evolución de la religiosidad de la gente. Euskadi no es Andalucía, ni Oyarzun Irún.
-        Mas allá de la infravaloración de la práctica religiosa por parte de determinadas corrientes en alza en la Iglesia católica dominante en los años del Concilio (lo que se olvida), también cambió la significación social y sociológica de la práctica religiosa, en una sociedad que se pretendía secular.
-        En ámbitos sociológicos, en muchos lugares de España y Francia, se habla del catolicismo sociológico, un catolicismo de herencia histórica, correspondiente a un momento en el que se era “naturalmente” católico. Pero, ese momento ya es historia.

Ad Intra de la propia Iglesia

-        Una iglesia elitista cuando todavía era rural. Minusvaloración de la religiosidad popular. Gran parte de la gente sencilla, sin estudios, no se reconoce en la iglesia postconciliar. Tampoco la clase media aburguesada.  
-        Un Iglesia marcadamente clerical y masculina, aun diciendo valorar al laico y a la mujer.
-        Infravaloración, por parte de la Iglesia, de las prácticas religiosas y de la dimensión cultual de lo religioso, tras el Vaticano II: la misa y la confesión, de entrada: no hace falta ir a misa pare ser un buen cristiano, ni pasar por el confesonario. Después, de forma sorpresiva, no pensada ni querida, y sin solución de continuidad, caída del matrimonio religioso y del bautismo. Ahora quedan, a la baja también, los funerales: el último bastión.
-        Una teología y unos lenguajes de otros tiempos y contextos. Hoy obsoletos. Un Credo del siglo IV. Salmos de hace treinta y más siglos. Textos ininteligibles para la gran mayoría de creyentes.
-        Dificultad de la generación del Concilio Vaticano II en admitir que, al menos cronológicamente, haya coincidido con la caída espectacular de las prácticas religiosas. Además, admitirlo supondría dar la razón a la rama más conservadora y tradicional de la Iglesia que habría quedado claramente en minoría en Vaticano II.
-        En algunos sectores y en algunos momentos en la Iglesia se vivía, como una necesidad, de ocultación o, al menos, de no excesiva visibilización de la matriz cristiana de determinadas obras, en cuya fuente u origen estaba la Iglesia. Lo viví el año 1986 en el Congreso Mundial Vasco, en la sección de drogodependencias, cuando un periodista nos preguntó por qué ocultábamos que “Proyecto Hombre” había venido a Gipuzkoa de la mano de la Iglesia, “Proyecto Hombre” que en su cuna estaba la figura de un sacerdote. La argumentación era doble: la Iglesia no buscaba colgarse medallas, y, sobre todo, en las obras de la iglesia no se hacía acepción de personas. Además, visibilizar la marca iglesia en Proyecto Hombre podría retraer a posibles drogodependientes no creyentes.
-        Este rasgo de ocultación, de retraimiento se ha manifestado también en la dificultad para muchas personas de manifestar públicamente sus convicciones religiosas o, más simplemente, de ser tenido por católico. Todavía hoy en día, para muchos creyentes, es más fácil decirse cristiano que católico. Por muchas razones o motivos. Su connotación de retrogrado, en gran parte. Por considerar que se trata de algo íntimo y personal que no debe porqué tener visibilidad social, aunque habrá menos dificultad, o ninguna dificultad en decirse nacionalista, de izquierdas, progresista etc., etc. En otras palabras, ser católico no está en el aire del tiempo.
-        Etc., etc.

Un testimonio excepcional

Es en este marco, aquí muy sucintamente señalado, en el que creo que cabe entender la situación que describe Felix Garitano en este libro de su proceso en los veinticinco años de ejercicio pastoral en la parroquia de San Vicente en la Parte Vieja donostiarra. La lectura de este libro resulta, a la postre, un ejemplo de primer nivel de lo que ha sucedido, en la religiosidad de gran parte del pueblo vasco en las últimas décadas. Contado, además, por un protagonista de excepción, un presbítero enamorado de su labor sacerdotal y lo hace en un lenguaje sincero, profundo, directo, barojiano, diría, de no andarse por las ramas y de decir las cosas sin circunloquios. Estamos ante un testimonio reflexivo de primera importancia. Para los que han trabajado con él, ciertamente. Para la historia, también.

Así lo hace Garitano en la tercera parte de este trabajo en un ejercicio crítico de los cambios y reformas necesarias “en” la Iglesia, reformas “de” la iglesia, que detalla en lúcidas palabras cuando valora el papel de laicado, el de la mujer en el ministerio pastoral, en el reconocimiento del pluralismo reinante dentro y fuera de la Iglesia, en la necesidad de cambiar el lenguaje religioso y adaptarle al mundo de hoy, etc. También subraya la importancia de las primeras experiencias religiosas, ya desde la infancia y, siempre, siempre, la imprescindible espiritualidad. También hace alguna referencia a la música, aunque aquí me hubiera gustado que no hubiera sido tan parco en este punto que es tan importante para él.

En fin, y para cerrar ya estas líneas, permítaseme que recuerde el texto de Juan 12, 24: "En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto". Los granos que has sembrado, Félix, no te quede duda, renacerán, aunque, es probable, que por razón de edad tu no lo veas.  Eskerrik asko, Félix.

Donostia 26 de febrero de 2018
Javier Elzo




[1]. Esta afirmación proviene de una entrevista en “La Vie”, 19 de septiembre de 1996, recogida en un libro sumamente interesante, “Le gouvernement de l´Eglise Catholique. Synodes et Exercice du Pouvoir”. Sous la direction de Jacques Palard. Institut d´Études politiques de Bordeaux. Editions du Cerf. Paris 1997, página 19.

[2] En castellano, ya en 1973, reeditado bajo el título “Fe y Futuro”, en Desclée, el año 2009

sábado, 14 de julio de 2018

Tras un artículo injurioso de Rubén Amón contra José María Setién



Tras un artículo injurioso de Rubén Amón contra José María Setién

El pasado día 12 del presente mes de julio de 2018, Rubén Amón publicó un artículo, particularmente injurioso, en “El País”, titulado “Monseñor Setién y la serpiente de la paz”. Lo reproduzco en su integridad aquí abajo. Su lectura me impulsó, el mismo día, a escribir un comentario en la edición digital de “El País”. No di con la pestaña correspondiente y decidí enviarlo a “Cartas a la directora”. Pasados dos días no he visto que la hayan publicado. De ahí que suba a este blog, primero el artículo de Rubén Amón y, a continuación, mi breve comentario al mismo.

1.    El artículo de Rubén Amón en “El País” (12/0718)
No parece probable que monseñor Setién resucite al tercer día. Las fechorías de su existencia le han hipotecado el reino de los cielos. Y lo sustraen a la convención de una elegía edulcorada.  Por eso no tiene derecho el pater soberanista a la diplomacia del estilo sepulcral, género literario que exalta los méritos del difunto a costa de esconder los errores. Y que acostumbra a resumirse en un epitafio presuntuoso y grandilocuente. El dolor que ocasiona la esquela y la tradición coral de las plañideras encubren incluso al finado más feroz y despiadado.
Acaso Setién permanezca a la categoría, más aún despojado de la cruz y del hábito episcopal que disfrazaban su ambigüedad con el terrorismo. No porque hubiera urdido un atentado o porque los hubiera legitimado con el agua bendita de las cañerías, sino porque contribuyó a los mensajes de indulgencia y de empatía, como si fuera posible asumir una posición de equidistancia entre el verdugo y la víctima en el nombre de la otra mejilla.
Setién no tuvo compasión con los muertos de ETA y sí tuvo condescendencia con los pistoleros, hasta el extremo de elevarlos al rango de revolucionarios. Era la perspectiva desde la que podían justificarse las matanzas. No sólo porque representaban la factura inevitable de la guerra de ocupación, sino porque el niño, el guardia civil, el periodista o el soldado eran los mártires necesarios del camino hacia la normalidad, entendiéndose como normalidad la amnesia y la obscenidad con que han sido asimilados en las instituciones los próceres intelectuales del terrorismo.
Tiene escrito Edmund Burke que la victoria del mal solo requiere que los buenos no hagan nada. Y no se le podrá reprochar a Setién el defecto de la pasividad. Al contrario, especuló en el bando del mal y convirtió los confesionarios en zulos. E hizo de las homilías un ejercicio de apología de la resistencia y de la independencia que hubiera asumido como propias cualquier clérigo yihadista.
No fue un hombre de Dios Setién. Ni un hombre de Iglesia. El mensaje de la tolerancia del cristianismo y su vocación universal se resintieron de un sesgo oscurantista y despiadado. Setién simpatizaba con el soberanismo acariciando con su anillo a los chacales. Y abasteciéndolos de promesas ultraterrenas, ninguna tan atractiva como la independencia de Euskadi.
No ha vivido para bendecir el nacimiento de la nueva patria con el incienso de la pólvora antigua, pero casi llega a tiempo de votar en el referéndum que han amañado el PNV y Bildu en la estrategia de la desconexión y en la provocación mimética del soberanismo catalán. El clero vasco y catalán extremista simpatizan en la pira de la Constitución. Y veneran la serpiente de la paz que monseñor Setién custodiaba en su regazo, recreándose en el desamparo de las víctimas de ETA y evocando aquél siniestro pasaje del Don Carlos de Schiller en el que el marqués de Poza recrimina a Felipe II haber predispuesto la paz... de los sepulcros. Dice Rubalcaba que en España se entierra muy bien. Y tiene razón, pero monseñor Setién se merece una fosa común sin epitafio.

2.    MI comentario enviado el mismo día 12 a “El País” y no publicado, al menos a día de hoy.

Apoyándome en su citación de
Edmund Burke de que “la victoria del mal solo requiere que los buenos no hagan nada”, siendo lector asiduo de “El País”, a veces con dificultad, no puedo dejar pasar que el resentimiento, insulto y odio que anidan en el texto de Rubén Amón, queden sin un breve comentario mío. Setién cometió errores en su dilatada vida como obispo, pero nunca insultó y, menos aún, odió. El odio es mal consejero. También para un periodista. De Setién me queda, entre otras muchas cosas, su denodado esfuerzo por traer la pacificación al País Vasco, y que nunca hay que responder al insulto. Por eso, aquí, hoy, ahí me quedo.

domingo, 1 de julio de 2018

Breverias 3. Roberto Calasso y la interrogación de Stuart Mill


Roberto Calasso y la interrogación de Stuart Mill
Breverías 3 

La lectura, relectura y anotaciones del primer capítulo (pp. 9 - 84) del excepcional libro de Roberto Calasso. “La actualidad innombrable”. Anagrama, Barcelona, 2018, 173 p., me están ocupando no pocas horas de estos meses. Aunque volveré más adelante a este libro en mi blog, quiero traer hoy aquí, sin comentario alguno, unos párrafos que consagra a una reflexión de Stuart Mill. Están en las paginas 51-52 de su libro.

Escribe así Roberto Calasso:

“Stuart Mill contó: ´Desde el invierno de 1821, cuando leí a Bentham por primera vez, y especialmente desde los comienzos de la Westminster Review, yo había tenido lo que con verdad podría llamarse una meta en la vida: ser el reformador del mundo. Mi concepción de mi propia felicidad estaba completamente identificada con ese objetivo (….) Solía felicitarme por la certeza de haber encontrado un modo feliz de vivir por haber situado mi ideal de felicidad en algo duradero y distante, en el que siempre cabía realizar algún progreso, sin llegar nunca a agotarlo por haberlo conseguido por completo´. Esta situación se mantuvo durante cinco años ´a lo largo de los cuales la mejoría general que tenía lugar en el mundo y la idea de que otros y yo estamos entregados a la lucha por promover esa mejoría, me parecía suficiente para llenar de interés y animación mi existencia´.

Hasta que un día, continúa Stuart Mill, ´desperté de todo eso como de un sueño´. ¿Qué había pasado? Había llegado el momento de realizar una pregunta: ´suponte que todas las metas de tu vida se hubieran realizado: que todas las transformaciones que tú persigues en las instituciones y en las opiniones pudieran efectuarse en este mismo instante: ¿sería eso el motivo de gran alegría y felicidad para ti?´.  Apesadumbrado, Stuart Mill cobró conciencia de que su decidida respuesta a esa pregunta era: ¡No!. Entonces experimentó una sensación desconocida y aguda: ´Los fundamentos sobre los que había construido mi vida se desmoronaron´. De pronto todo era ´insípido e indiferente´. Siguieron meses de una profunda depresión que abarcó el invierno de 1826 - 1827. Visto desde fuera nada había cambiado. Stuart Mill seguía llevando una vida plena de actividad: ´Durante ese periodo no dejé de dedicarme a mis ocupaciones usuales (….) Estaba tan habituado a cierto tipo de ejercicio mental que podía seguir en esa línea incluso cuando el espíritu se había desvanecido. Compuse y pronuncié unos discursos para la Sociedad de Debates. Cómo pude hacerlo y con qué resultado son cosas que ignoro´.”

“Stuart Mill es considerado todavía hoy una de las luminarias del progresismo. El hecho es que a los progresistas de todas las especies - laicas y religiosas - les faltó siempre la capacidad y la lúcida audacia para hacerse la pregunta que se formuló Stuart Mill en su integra honradez, y que lo precipitó a un estado que solo Coleridge supo describir: ´un dolor sin espasmos, vacío, oscuro y desolado´”.