martes, 29 de noviembre de 2016

Para liberar una sociedad hiper controlada

Para liberar una sociedad hiper controlada

La elección de Francois Fillon como candidato por la derecha a la presidencia de Francia me parece que merece atención, aunque ahora no se la puedo consagrar.

En “Le Monde” leo esta mañana una larga entrevista a uno de los pre-candidatos a la misma elección presidencial, por la izquierda. Se trata de Arnaud Montebourg que se presenta como el único candidato "en el seno de la izquierda", capaz de reunir las fuerzas dispersas que van de Jean-Luc Mélenchon (propuesto por el partido Comunista) hasta Emmanuel Macron el más centrista de la izquierda. En esa condición estima que la victoria sobre Fillón es aún "posible" en 2017.

De la entrevista extraigo y traduzco una idea que, comparte ciertamente Fillon, idea a la no me cuesta nada adherirme pues forma parte de mis convicciones que repito con más frecuencia. Dice así:

“Pregunta: ¿Cómo se puede "liberar" a los franceses?

Respuesta Todas las empresas que he encontrado desde el inicio de mi campaña hablan continuamente de un exceso de la administración en su vida diaria. Estamos en una sociedad de la desconfianza, que organiza la sospecha generalizada. Nos imaginamos todos los mecanismos posibles para evitar que la gente engañe, haciendo la vida imposible para la gran mayoría de aquellos que sólo quieren respetar las leyes y reglamentos. En consecuencia, la vida asfixia y el país se bloquea. En cualquier negocio, no se hablan sino de normas y controles. Lo mismo sucede en las comunidades y las empresas locales. Yo no deseo organizar el control, sino más bien inventar un nuevo sistema legal y político basado en la confianza”.

Lo repito: estoy cien por cien de acuerdo con ese planteamiento. Ya Michel Foucault, en los años 60 o 70 del siglo pasado escribió un libro que es una tesis, ya comprobada: “Vigilar y castigar" (Surveiller et punir”)

He aquí el enlace a la entrevista completa, obviamente en francés.




miércoles, 23 de noviembre de 2016

Cuando no hay proyectos colectivos

Cuando no hay proyectos colectivos


En enero de 1967 (reténgase la fecha), el filósofo Paul Ricoeur pronunció unas conferencias en Amiens. Se han publicado, por primera vez este año 2016. Este es el libro “ Plaidoyer pour l'utopie ecclésial”. Ed. Labor et Fides. Ginebra 2016. Entresaco, de la página 42, esta idea

Tras afirmar que vivimos en una sociedad (se refiere a la francesa y a la capitalista de Europa) donde hay ausencia de proyectos colectivos, escribe esto: “Pienso que es una de las razones profundas de la crisis entre China y la Unión Soviética. La Unión Soviética va a entrar también en este ciclo de sociedades sin proyectos colectivos, más allá del consumo, y el aumento del consumo para cada uno. Los chinos recogen la antorcha estableciendo un proyecto colectivo qué, es justamente, el de la revolución permanente.

Tenemos a los chinos de un lado y a los beatniks del otro; son fundamentalmente la misma cosa; de una parte, una contestación interna de una sociedad sin proyectos, y de otra, una contestación externa por personas que trata de mantener la pureza de un proyecto revolucionario, mientras que en el resto del mundo no hay más que un proyecto de consumo masivo”.

Recuérdese que en 1967 se vivía los inicios de la revolución cultural china y que los beatniks darían lugar a los hippies, la revolución contracultural, sexual etc., principalmente en California, y que después pasaría a Europa, particularmente el “mayo del 68” parisino.


Pero, actualmente, en 2016, ¿no estamos también ayunos de proyectos colectivos para el conjunto social? Los hubo, en España, por ejemplo, tras el franquismo que daría lugar a la restauración democrática y, en Euskadi, el Estatuto de Autonomía y el Concierto Económico. En Europa, tras la segunda guerra mundial, surge la idea de la Unión Europea. ¿Cuál es ahora nuestro proyecto colectivo en Euskadi, en España, en Francia, en Europa? No hay tal proyecto colectivo desde la globalización (con el imperio de las finanzas que todavía mandan en el mundo) y el derrumbe del mundo soviético. Así están surgiendo substitutos parciales con pretensión de totalidad: los fundamentalismos y los populismos de derechas, izquierdas y medio pensionistas. Entre tanto, como premonitoriamente ya escribiera Ricoeur en 1967, “en el resto del mundo no hay más que un proyecto de consumo masivo”, a salvo, hay que decirlo, de minorías concienciadas que también tuvo en cuenta Ricoeur. 

sábado, 19 de noviembre de 2016

Tras el ‘Brexit’, Colombia y Trump, ¿una nueva clase social?


Tras el ‘Brexit’, Colombia y Trump, ¿una nueva clase social?
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EN los últimos meses hemos visto cómo planteamientos que se suponían mayoritarios han resultado relegados, precisamente, por la mayoría de la población: el referéndum sobre la paz en Colombia, el Brexit, el triunfo de Trump. En los tres casos, las encuestas de opinión, la opinión expresada en los medios de comunicación y lo que la gente pensadora (o al menos con altavoz en los medios de comunicación) vaticinaban y defendían después no ha sido verificado en las urnas. En los tres casos, la mayoría publicada no ha correspondido con la mayoría resultante de las consultas, referendo, o votación correspondiente. En los tres casos, los urbanitas han sido derrotados por la ruralidad, entiéndase la Colombia profunda, la Gran Bretaña profunda, la América profunda. En los tres casos, muchas personas tenidas por no pocos como ciudadanos de segunda clase, soterradamente humillados e internamente ofendidos, se han manifestado, se han rebelado, a través de las urnas, en el silencio del anónimo voto emitido. En muchos casos, personas bien lejos de estar en el lumpen de la pobreza, en muchos casos personas cuyo nivel de vida y estatus socioeconómico no les permitía ser acreedores de las subvenciones del estado de bienestar, personas que no formaban parte de minorías de todo tipo (religión, raza, género, recursos vitales, origen social, emigrantes, etc.) pero sí personas que se percibían decayendo en la escala social, personas que se sentían bajando escalones en esa escala social, sin las ayudas de otros, otros que quizás están en un peldaño más bajo que ellos, pero que, con el rabillo del ojo, los veían, a los protegidos, a los recipiendarios del estado de bienestar, asomarse a su escalón, a su peldaño social, gracias a sus dineros, a sus impuestos.
Si este planteamiento es básicamente correcto (lo que exige mucho trabajo empírico pero tampoco demasiado complicado pues en gran parte bastaría con escudriñar, con detalle y rigor científico, el perfil sociológico -en el sentido amplio del término- de los votantes en Colombia, Gran Bretaña y Estados Unidos, y podríamos continuar con Francia, Alemania, Austria, Suecia y, claro está, también entre nosotros, aunque aquí creo que el registro es algo diferente), si mi intuición es básicamente correcta, repito, querría decir que estamos ante un fenómeno relativamente novedoso. En todo caso, emergente en el estado actual de la civilización occidental y que quizás aún no se haya visualizado, luego analizado, suficientemente. Tendría, entre otras, estas características:
Hablamos de la población autóctona de clase media-media y media-baja, que ha sufrido, en carne propia, los hachazos de la crisis de 2007-2008, de la que unos han salido mejor parados que otros. Unos porque estaban ya más armados, otros porque han sido subsidiados, los terceros porque ya antes de la crisis, viviendo ya en crisis, esta les ha sobrevenido y se han adaptado y surfeado mejor, lo que no quiere decir que la hayan superado, materialmente hablando. Pero la percepción es diferente de la de los que han bajado de escalón.
Avanzaría, también, que estaríamos ante un segmento poblacional que ha dejado en segundo plano la novedad de Internet. En algunos casos, viven la era digital con inquietud, desasosiego, y cabreo pues cada día, por ejemplo, le envían más información (vía tuits, por ejemplo) que referencia enlaces electrónicos que no alcanzan a controlar. Así se enrabietan, se sienten desplazados, arrinconados y se refugian en lo de siempre, en lo de otros tiempos que, para ellos, indubitablemente, eran mejores. Además, la lógica comercial de optimización máxima de beneficios que impera particularmente en ese mundo les hace, bajo el mantra de la innovación, modificar sistemas y modelos de funcionamiento que irritan cada día más a más gente. Ya las maquinitas les pueden, maquinitas que se han convertido en lo que, en otros tiempos, se llamaba Sacamantecas.
No viven en las grandes ciudades, salvo en las zonas de clase media baja. Pues en las zonas bien de esas ciudades vive la gente guapa, la que está en la cresta de la ola. En las grandes ciudades, en todo caso, residen los grandes medios de comunicación, los gurús intelectuales, las Bolsas y, no se olvide, las grandes empresas de sondeos de opinión, que se miran unas a otras para no equivocarse o para equivocarse todas al mismo tiempo.
Tampoco son ellos, ciertamente, los urbanitas que han salido a la calle en las grandes ciudades americanas para protestar y manifestar su desaliento, desazón y disconformidad al día siguiente de la elección de Trump. La prensa internacional habla de miles de personas que han salido a la calle en Nueva York, Filadelfia, Seattle, Chicago, Oakland, Washington y Boston y en la costa oeste de los Estados Unidos. En las fotos hemos visto básicamente a gente joven de clase media con aspecto de estudiantes universitarios. Ahí no están los blancos trabajadores manuales. Tampoco los negros, ni los hispanos, afroasiáticos, inmigrantes etc., a los que la arrogante Hillary obviamente no ha conquistado, es lo menos que cabe decir.
Leen prensa local. Ven televisión local. Se interesan por lo local, lo próximo y lo inmediato. No se hacen grandes elucubraciones sobre el futuro del planeta. Tampoco sobre las grandes confrontaciones electorales. Salvo que les incomoden en su runrún cotidiano, semanal, anual, sin respeto a sus fiestas y acontecimientos de siempre. No se les aplique la categoría de conservadores frente a la de los progresistas. Lo sentirán como una ofensa más. Porque no se sienten anquilosados en el pasado, pero tampoco quieren comulgar con ruedas de molino de los que, en nombre de la progresía, quieren hacer tabla rasa del pasado. Son modernos. No posmodernos. No rechazan al de fuera, a condición de que les respeten en su cosmovisión y se acomoden a ella. Piden que se integren, sin asimilación, en la sociedad a la que, por una u otra razón (algunas con exigencia de apoyo) han emigrado. A la sociedad en la que ellos llevan mucho tiempo. No dirán necesariamente que “primero ellos” (primero los británicos, primero los blancos americanos), pero tampoco detrás de los nuevos, menos aún menos que los nuevos, sintiéndose discriminados por las ayudas a los nuevos. ¿Hay que poner ejemplos? ¿Hay que recordar episodios?
En definitiva, ¿es que estamos viviendo otra fractura social, una de cuyas características, solamente una, sería la dicotomía urbano versus rural, englobando en lo rural todo lo que no es la gran ciudad (o peri-ciudad) de más de medio millón, o de un millón de habitantes? ¿Estamos ante una nueva clase social, autóctona, ni pobre, ni rica, pero en declive en la escala social? ¿Cómo se viviría esto, si mi intuición es correcta, en España y en Euskadi?


(Texto publicado en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa el jueves 17 de noviembre 2016, y en Noticias de Álava el viernes 18)

domingo, 6 de noviembre de 2016

La tiranía de la mayoría, y la prohibición de educar

La tiranía de la mayoría, y la prohibición de educar


A poco que pensemos, nos damos cuenta que, determinados juicios y descalificaciones de ciertos comportamientos, los adoptamos en nuestra vida cotidiana, a menudo, de forma inconsciente, a tenor de un esquema de pensamiento que se nos aparece como evidente, como personal y socialmente incuestionable. Tanto que ir a la contra o, más simplemente, contextualizar el juicio emitido, pueden resultar extremadamente peligrosos para quien lo sostenga (y no digamos si lo profese) y deberá, en todo caso, prolongar su atrevida afirmación con una larga y profusa serie de explicaciones y matizaciones que, en muchos casos, no servirán sino para apuntalar el pensamiento dominante y desacreditar aún más a quien ose ofrecerle resistencia. Por ejemplo, entre nosotros, todavía hoy en día, cuesta admitir que explicar, comprender, aprehender desde dentro, la violencia terrorista de ETA no supone, en absoluto, justificarla. O afirmar que toda violencia injusta, a veces con consecuencia de muerte, la tortura, por ejemplo, es siempre condenable. Quien lo pretenda, corre el riesgo, verificado por la historia reciente, de ser etiquetado, como poco, de “equidistante”, o cosas peores. Václav Havel ya lo había constatado en la sociedad checa, que él denominaba post- totalitaria, escribiendo, con melancolía, que “cada uno es al mismo tiempo prisionero y guardián de la prisión” (“Essais Politiques”, Paris, Calmann-Levy, 1990, p.59). Comulgo plenamente con Havel. Dudo que algún día me atreva a reseñar las autocensuras que me impongo cuando hablo y, sobretodo, cuando escribo.

Un ejemplo particularmente claro de este proceder lo tenemos en nuestros tiempos con el rechazo a la transmisión intergeneracional del saber y de los valores, en el seno de las familias y de la escuela, así como en determinadas comunidades particulares, (las iglesias, por ejemplo, donde la palabra “catequesis” ha adquirido una connotación intelectualmente negativa, y socialmente indefendible) lo que algunos autores, ya desde Tocqueville y Hanna Arendt han denominado como la tiranía de la mayoría.

La tiranía de la mayoría.

Un joven pensador francés, profesor de secundaria, ha escrito un impactante ensayo, traducido a varios idiomas (no al castellano), donde constata que, en la ideología dominante en gran parte de Europa occidental, en la actualidad, se rechaza la transmisión de saberes, de experiencias, de valores, etc., por parte de la generación adulta a las nuevas generaciones. “Gracias a la Web, escribe al inicio de su trabajo, parece que estamos dispensados de transmitir un saber: solo nos queda proponer cómo “saber-hacer”, cómo “saber-ser”. (Francois-Xavier Bellamy. “Les déshérites, ou l´urgence de transmettre”. Plon, 2ª. Ed, Paris 2016, p 14-15). Se ha instalado en la sociedad, continúo yo parafraseando algunas de sus ideas, la necesidad de educar, pero sin transmitir. A los padres y a los profesores se les ha confiado una misión, propiamente hablando imposible: la de educar, pero dejando al niño, al educando en general, libre, virgen de toda traza de autoridad, liberado del peso de toda cultura anterior a su individualidad, particularmente liberado de toda violencia simbólica, gratuita, violencia que recibirían en la herencia que les impondría el sistema educativo (Bourdieu).

La consecuencia es que el educando tendrá que lanzarse, él solo, en la búsqueda de su saber, de sus decisiones morales y de su futuro. La resultante dependerá en gran parte del azar. Del azar de los padres que le hayan caído en suerte, de los profesores, sea que ejerzan como tales, sea convertidos en meros enseñantes, en nada educadores. Pues cuanto más eduque el enseñante, cuanto más se involucre en ser educador, en mayor grado será tenido por culpable, pues estará impidiendo, se sostiene, la libertad primigenia del educando, la de su espontaneidad, impidiéndole ser él mismo. En realidad, hemos eliminado el más que criticable principio de que “la letra con sangre entra”, el reino de la “potestas”, sin aceptar, incluso renegando, del gran principio de la transmisión de los saberes y de los valores al educando para así conducirle a la autonomía y responsabilidad propias, esto es el reino de la “auctoritas”. Hemos dejado solos a los niños y menores, al albur de la violencia del azar de la Web, de los contactos y de las imprevisibles experiencias en nada evaluadas. Ya lo hará él, cuando sea mayor, se dice. Pero, ¿desde qué saberes?, ¿desde qué valores? Pues, desde los de la mayoría del momento.

Tocqueville (1835) y Hannah Arendt (1972) ya lo vieron.

Escribirá Tocqueville en su clásico “La Democracia en América” que, “la Inquisición nunca logró impedir que circularan en España libros contrarios a la religión de la mayoría. El imperio de la mayoría lo hace mejor en EEUU: ha conseguido suprimir hasta el pensamiento de publicarlos”. Chantal Delsol en un reciente ensayo comentando esta idea de Tocqueville escribirá: “Tocqueville considera que la sumisión al imperio de la mayoría es más tiránica que a la de cualquier tirano: es mucho más difícil para un particular pensar contra el conjunto de sus conciudadanos que oponerse a un poder establecido. Así la sociedad democrática deviene rápidamente gregaria y las personas en lugar de liberarse se someten” (Ch. Delsol. “La haine du monde. Totalitarismes et postmodernité”. Cerf, Paris 2016, p. 168).

La lectura de la obra de la filósofa Ch. Delsol me sugirió acercarme a un libro que obliga a pensar, pues va en contra de la idea dominante en el sur de Europa sobre la educación en el norte. Podemos leer que “en Suecia los niños crecen en el seno de una cultura de ´pares´ (de su grupo de edad) sin referencia exterior a su generación (luego a sus padres). Pero la presión de los ´pares´ es bastante más despiadada que la de la generación precedente; es posible rebelarse contra esta última pero no contra la primera, salvo marginalizarse”. Los autores del libro sobre el modelo sueco citan una reflexión de Hannah Arendt de los años 70 del siglo pasado que ya había descrito esta situación hablando de la escuela americana: “liberado de la autoridad de los adultos, en realidad el niño no ha sido liberado, sino sometido a una autoridad bastante más horrorosa y verdaderamente tiránica: la tiranía de la mayoría” (B. Huteau y J-Y Larraufie, “Le modèle suédois, un malentendu?. Presses des Mines. Paris 2009, p. 124).

En consecuencia, la transmisión, nos diría nuestro inconsciente colectivo, sería una alineación, puesto que impide al educando la posibilidad de construir, él solo, en (pretendida) total libertad y autonomía, sus propios referentes, llevar a cabo sus personales e individuas elecciones, adoptar sus propios valores, más aún, construir libérrimamente su propio sistema de valores. Con lo que la apelación a la libertad total se convierte en la peor e inapelable de las tiranías, la de la mayoría.


Texto publicado en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa, en formato papel y electrónico, el sábado 5 de noviembre de 2016