La tiranía de la mayoría, y la
prohibición de educar
A
poco que pensemos, nos damos cuenta que, determinados juicios y descalificaciones
de ciertos comportamientos, los adoptamos en nuestra vida cotidiana, a menudo,
de forma inconsciente, a tenor de un esquema de pensamiento que se nos aparece
como evidente, como personal y socialmente incuestionable. Tanto que ir a la
contra o, más simplemente, contextualizar el juicio emitido, pueden resultar
extremadamente peligrosos para quien lo sostenga (y no digamos si lo profese) y
deberá, en todo caso, prolongar su atrevida afirmación con una larga y profusa
serie de explicaciones y matizaciones que, en muchos casos, no servirán sino
para apuntalar el pensamiento dominante y desacreditar aún más a quien ose
ofrecerle resistencia. Por ejemplo, entre nosotros, todavía hoy en día, cuesta admitir que explicar,
comprender, aprehender desde dentro, la violencia terrorista de ETA no supone,
en absoluto, justificarla. O afirmar que toda violencia injusta, a veces con consecuencia de muerte, la tortura, por
ejemplo, es siempre condenable. Quien
lo pretenda, corre el riesgo, verificado por la historia reciente, de ser
etiquetado, como poco, de “equidistante”, o cosas peores. Václav Havel ya lo había constatado en la sociedad checa,
que él denominaba post- totalitaria, escribiendo, con melancolía, que “cada uno
es al mismo tiempo prisionero y guardián de la prisión” (“Essais Politiques”, Paris, Calmann-Levy, 1990, p.59). Comulgo plenamente con
Havel. Dudo que algún día me atreva a reseñar las autocensuras que me impongo
cuando hablo y, sobretodo, cuando escribo.
Un
ejemplo particularmente claro de este proceder lo tenemos en nuestros tiempos
con el rechazo a la transmisión intergeneracional del saber y de los valores,
en el seno de las familias y de la escuela, así como en determinadas
comunidades particulares, (las iglesias, por ejemplo, donde la palabra “catequesis”
ha adquirido una connotación intelectualmente negativa, y socialmente
indefendible) lo que algunos autores, ya desde Tocqueville y Hanna Arendt han
denominado como la tiranía de la mayoría.
La
tiranía de la mayoría.
Un joven pensador francés, profesor de secundaria, ha
escrito un impactante ensayo, traducido a varios idiomas (no al castellano),
donde constata que, en la ideología dominante en gran parte de Europa
occidental, en la actualidad, se rechaza la transmisión de saberes, de
experiencias, de valores, etc., por parte de la generación adulta a las nuevas
generaciones. “Gracias
a la Web, escribe al inicio de su trabajo, parece que estamos dispensados de
transmitir un saber: solo nos queda proponer cómo “saber-hacer”, cómo
“saber-ser”. (Francois-Xavier Bellamy. “Les déshérites, ou l´urgence de transmettre”.
Plon, 2ª. Ed, Paris 2016, p 14-15). Se ha
instalado en la sociedad, continúo yo parafraseando algunas de sus ideas, la
necesidad de educar, pero sin transmitir. A los padres y a los profesores se
les ha confiado una misión, propiamente hablando imposible: la de educar, pero
dejando al niño, al educando en general, libre, virgen de toda traza de
autoridad, liberado del peso de toda cultura anterior a su individualidad,
particularmente liberado de toda violencia simbólica, gratuita, violencia que
recibirían en la herencia que les impondría el sistema educativo (Bourdieu).
La consecuencia es que el educando tendrá que
lanzarse, él solo, en la búsqueda de su saber, de sus decisiones morales y de
su futuro. La resultante dependerá en gran parte del azar. Del azar de los
padres que le hayan caído en suerte, de los profesores, sea que ejerzan como
tales, sea convertidos en meros enseñantes, en nada educadores. Pues cuanto más
eduque el enseñante, cuanto más se involucre en ser educador, en mayor grado
será tenido por culpable, pues estará impidiendo, se sostiene, la libertad
primigenia del educando, la de su espontaneidad, impidiéndole ser él mismo. En
realidad, hemos eliminado el más que criticable principio de que “la letra con
sangre entra”, el reino de la “potestas”, sin aceptar, incluso renegando, del
gran principio de la transmisión de los saberes y de los valores al educando para
así conducirle a la autonomía y responsabilidad propias, esto es el reino de la
“auctoritas”. Hemos dejado solos a los niños y menores, al albur de la
violencia del azar de la Web, de los contactos y de las imprevisibles
experiencias en nada evaluadas. Ya lo hará él, cuando sea mayor, se dice. Pero,
¿desde qué saberes?, ¿desde qué valores? Pues, desde los de la mayoría del
momento.
Tocqueville
(1835) y Hannah Arendt (1972) ya lo vieron.
Escribirá Tocqueville en su clásico “La
Democracia en América” que, “la Inquisición nunca logró impedir que circularan
en España libros contrarios a la religión de la mayoría. El imperio de la
mayoría lo hace mejor en EEUU: ha conseguido suprimir hasta el pensamiento de
publicarlos”. Chantal Delsol en un reciente ensayo comentando esta idea de
Tocqueville escribirá: “Tocqueville considera que la sumisión al imperio de la
mayoría es más tiránica que a la de cualquier tirano: es mucho más difícil para
un particular pensar contra el conjunto de sus conciudadanos que oponerse a un
poder establecido. Así la sociedad democrática deviene rápidamente gregaria y
las personas en lugar de liberarse se someten” (Ch. Delsol. “La haine du monde. Totalitarismes et
postmodernité”. Cerf, Paris 2016, p. 168).
La lectura de la obra de la filósofa Ch. Delsol me sugirió
acercarme a un libro que obliga a pensar, pues va en contra de la idea
dominante en el sur de Europa sobre la educación en el norte. Podemos leer que “en
Suecia los niños crecen en el seno de una cultura de ´pares´ (de su grupo de
edad) sin referencia exterior a su generación (luego a sus padres). Pero la
presión de los ´pares´ es bastante más despiadada que la de la generación
precedente; es posible rebelarse contra esta última pero no contra la primera,
salvo marginalizarse”. Los autores del libro sobre el modelo sueco citan una
reflexión de Hannah Arendt de los años 70 del siglo pasado que ya había
descrito esta situación hablando de la escuela americana: “liberado de la
autoridad de los adultos, en realidad el niño no ha sido liberado, sino
sometido a una autoridad bastante más horrorosa y verdaderamente tiránica: la
tiranía de la mayoría” (B. Huteau y J-Y Larraufie, “Le modèle suédois, un malentendu?”. Presses des Mines. Paris 2009, p. 124).
En consecuencia, la transmisión, nos diría nuestro
inconsciente colectivo, sería una alineación, puesto que impide al educando la
posibilidad de construir, él solo, en (pretendida) total libertad y autonomía,
sus propios referentes, llevar a cabo sus personales e individuas elecciones,
adoptar sus propios valores, más aún, construir libérrimamente su propio
sistema de valores. Con lo que la apelación a la libertad total se convierte en
la peor e inapelable de las tiranías, la de la mayoría.
Texto publicado en
DEIA y en Noticias de Gipuzkoa, en formato papel y electrónico, el sábado 5 de
noviembre de 2016
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