Tras el ‘Brexit’, Colombia y Trump, ¿una nueva clase
social?
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EN los últimos meses hemos visto cómo planteamientos que se suponían
mayoritarios han resultado relegados, precisamente, por la mayoría de la
población: el referéndum sobre la paz en Colombia, el Brexit, el
triunfo de Trump. En los tres casos, las encuestas de opinión, la opinión
expresada en los medios de comunicación y lo que la gente pensadora (o al menos
con altavoz en los medios de comunicación) vaticinaban y defendían después no
ha sido verificado en las urnas. En los tres casos, la mayoría publicada no ha
correspondido con la mayoría resultante de las consultas, referendo, o votación
correspondiente. En los tres casos, los urbanitas han sido derrotados por la
ruralidad, entiéndase la Colombia profunda, la Gran Bretaña profunda, la
América profunda. En los tres casos, muchas personas tenidas por no pocos como
ciudadanos de segunda clase, soterradamente humillados e internamente
ofendidos, se han manifestado, se han rebelado, a través de las urnas, en el
silencio del anónimo voto emitido. En muchos casos, personas bien lejos de
estar en el lumpen de la pobreza, en muchos casos personas cuyo nivel de vida y
estatus socioeconómico no les permitía ser acreedores de las subvenciones del
estado de bienestar, personas que no formaban parte de minorías de todo tipo
(religión, raza, género, recursos vitales, origen social, emigrantes, etc.)
pero sí personas que se percibían decayendo en la escala social, personas que
se sentían bajando escalones en esa escala social, sin las ayudas de otros,
otros que quizás están en un peldaño más bajo que ellos, pero que, con el
rabillo del ojo, los veían, a los protegidos, a los recipiendarios del estado
de bienestar, asomarse a su escalón, a su peldaño social, gracias a sus dineros,
a sus impuestos.
Si este planteamiento es
básicamente correcto (lo que exige mucho trabajo empírico pero tampoco
demasiado complicado pues en gran parte bastaría con escudriñar, con detalle y
rigor científico, el perfil sociológico -en el sentido amplio del término- de
los votantes en Colombia, Gran Bretaña y Estados Unidos, y podríamos continuar
con Francia, Alemania, Austria, Suecia y, claro está, también entre nosotros,
aunque aquí creo que el registro es algo diferente), si mi intuición es básicamente
correcta, repito, querría decir que estamos ante un fenómeno relativamente
novedoso. En todo caso, emergente en el estado actual de la civilización
occidental y que quizás aún no se haya visualizado, luego analizado,
suficientemente. Tendría, entre otras, estas características:
Hablamos de la población
autóctona de clase media-media y media-baja, que ha sufrido, en carne propia,
los hachazos de la crisis de 2007-2008, de la que unos han salido mejor parados
que otros. Unos porque estaban ya más armados, otros porque han sido
subsidiados, los terceros porque ya antes de la crisis, viviendo ya en crisis,
esta les ha sobrevenido y se han adaptado y surfeado mejor, lo que no quiere
decir que la hayan superado, materialmente hablando. Pero la percepción es
diferente de la de los que han bajado de escalón.
Avanzaría, también, que
estaríamos ante un segmento poblacional que ha dejado en segundo plano la
novedad de Internet. En algunos casos, viven la era digital con inquietud,
desasosiego, y cabreo pues cada día, por ejemplo, le envían más información
(vía tuits, por ejemplo) que referencia enlaces electrónicos que no alcanzan a
controlar. Así se enrabietan, se sienten desplazados, arrinconados y se
refugian en lo de siempre, en lo de otros tiempos que, para ellos,
indubitablemente, eran mejores. Además, la lógica comercial de optimización
máxima de beneficios que impera particularmente en ese mundo les hace, bajo el
mantra de la innovación, modificar sistemas y modelos de funcionamiento que
irritan cada día más a más gente. Ya las maquinitas les pueden, maquinitas que
se han convertido en lo que, en otros tiempos, se llamaba Sacamantecas.
No viven en las grandes
ciudades, salvo en las zonas de clase media baja. Pues en las zonas bien de
esas ciudades vive la gente guapa, la que está en la cresta de la ola. En las
grandes ciudades, en todo caso, residen los grandes medios de comunicación, los
gurús intelectuales, las Bolsas y, no se olvide, las grandes empresas de
sondeos de opinión, que se miran unas a otras para no equivocarse o para
equivocarse todas al mismo tiempo.
Tampoco son ellos,
ciertamente, los urbanitas que han salido a la calle en las grandes ciudades
americanas para protestar y manifestar su desaliento, desazón y disconformidad
al día siguiente de la elección de Trump. La prensa internacional habla de
miles de personas que han salido a la calle en Nueva York, Filadelfia, Seattle,
Chicago, Oakland, Washington y Boston y en la costa oeste de los Estados
Unidos. En las fotos hemos visto básicamente a gente joven de clase media con
aspecto de estudiantes universitarios. Ahí no están los blancos trabajadores
manuales. Tampoco los negros, ni los hispanos, afroasiáticos, inmigrantes etc.,
a los que la arrogante Hillary obviamente no ha conquistado, es lo menos que
cabe decir.
Leen prensa local. Ven
televisión local. Se interesan por lo local, lo próximo y lo inmediato. No se
hacen grandes elucubraciones sobre el futuro del planeta. Tampoco sobre las
grandes confrontaciones electorales. Salvo que les incomoden en su runrún
cotidiano, semanal, anual, sin respeto a sus fiestas y acontecimientos de
siempre. No se les aplique la categoría de conservadores frente a la de los
progresistas. Lo sentirán como una ofensa más. Porque no se sienten
anquilosados en el pasado, pero tampoco quieren comulgar con ruedas de molino
de los que, en nombre de la progresía, quieren hacer tabla rasa del pasado. Son
modernos. No posmodernos. No rechazan al de fuera, a condición de que les
respeten en su cosmovisión y se acomoden a ella. Piden que se integren, sin
asimilación, en la sociedad a la que, por una u otra razón (algunas con
exigencia de apoyo) han emigrado. A la sociedad en la que ellos llevan mucho
tiempo. No dirán necesariamente que “primero ellos” (primero los británicos, primero
los blancos americanos), pero tampoco detrás de los nuevos, menos aún menos que
los nuevos, sintiéndose discriminados por las ayudas a los nuevos. ¿Hay que
poner ejemplos? ¿Hay que recordar episodios?
En definitiva, ¿es que
estamos viviendo otra fractura social, una de cuyas características, solamente
una, sería la dicotomía urbano versus rural, englobando en lo rural todo lo que
no es la gran ciudad (o peri-ciudad) de más de medio millón, o de un millón de
habitantes? ¿Estamos ante una nueva clase social, autóctona, ni pobre, ni rica,
pero en declive en la escala social? ¿Cómo se viviría esto, si mi intuición es
correcta, en España y en Euskadi?
(Texto publicado
en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa el jueves 17 de noviembre 2016, y en Noticias
de Álava el viernes 18)
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