viernes, 30 de junio de 2017

Un funeral en Kanbo

Un funeral en Kanbo

El 3 de junio pasado, dimos sepultura en Kanbo (Cambo les Bains) a Isabelle, una prima de mi mujer. Isabelle nació en París, hija de un refugiado vasco de la guerra civil que encontró su pareja en Francia. A la muerte de sus padres, Isabelle decidió venir a vivir al País Vasco. Se casó y tuvo una hija, Mayie y un hijo, Theo, quienes, con su padre, lloran la muerte de su madre y esposa. A Isabelle, en septiembre de 2016, se le declaró un cáncer insuperable. Llevó su enfermedad con una entereza y un ánimo increíbles. Isabelle, fue una mujer de fe viva, que, como otras mujeres más famosas, así Teresa de Jesús y Teresa de Calcuta, combinó la cocina y los pucheros, con la catequesis y la entrega a los necesitados, en su familia, en su vida cotidiana, en la parroquia de Kanbo y en la diócesis de Baiona. Una de las personas que trabajó con ella en la diócesis me decía que era una mujer de carácter, capaz de una entrega sin fin, y sin pelos en la lengua. Plantó cara a más de una decisión episcopal que consideraba nefasta.

Isabelle, en cuanto supo que iba a morir, decidió cómo serían sus funerales. Fechas antes de su fallecimiento ya teníamos los detalles. Partituras incluidas. Quiso llegar a Pentecostés y llegó a su víspera. Ese sábado, estaba el templo abarrotado de personas de edad avanzada, la gran mayoría mujeres, aunque había también hombres, sobre todo en los coros laterales de la maravillosa Iglesia de Kanbo. También amigas y amigos de Mayie y de Theo. Le ceremonia estaba fijada a las 16 h. Llegamos media hora antes, y nos encontramos con la Iglesia prácticamente llena (faltábamos los familiares) ensayando los canticos de la ceremonia. Durante la misma, los asistentes cantaron como solemos hacerlo los vascos: con fuerza, fervor y emoción. No poco de lo que se cantó nos era conocido: desde Bach al Gure Aita, con un doble coro intenso, para acabar con el Agur Jesusen Ama que se encargó bien, en el ensayo, el director, que llevara el ritmo del zortziko. 

Nos dijo el celebrante en la homilía, que Isabelle le había prohibida que hablara de ella, que comentara solamente las lecturas. Las que ella había seleccionado: el himno a la caridad de Corintios XIII y el fragmento clave del juicio final de Mateo 25. Fue enterrada en la pequeña localidad de Itxassou a pocos kilómetros de Kanbo. Con unos granos de simiente, y con arena de las playas de Donosti, donde correteo su padre.

No pude no constatar que estaba asistiendo a un ritual de una Iglesia a punto de desaparecer. No pude no sentir un punto de nostalgia. Vi lágrimas en la ceremonia. Al final de la misma, quien hizo de organista, nos leyó unas frases de despedida escritas por Isabelle, donde nos decía que nos esperaba a todos, lo más tarde posible, y que, a la salida del templo nos entregarían unas simientes de flores y hortalizas a cada uno de los asistentes, como símbolo, para que las hiciéramos florecer. Y añadió el texto de Juan 12, 24: "En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto." 

Allí entendí que la vida y la muerte de Isabelle eran preludio de otras vidas. Allí entendí que la muerte de una Iglesia, en la que acababa de vivir uno de sus últimos actos, aunque lleno de fervor, tenía que morir, para renacer en otra Iglesia. Otra Iglesia en la que Isabelle, no solamente hubiera organizado cómo hacer su funeral, sino que, con el último hálito de su vida, hubiera presidido una eucaristía de despedida, con su familia, con sus amigos, con los que había catequizado, bendiciendo el pan y el vino, como Jesús en el huerto de los olivos la tarde del jueves santo. Isabelle no lo vio. No lo vivió. Yo tampoco viviré en la Iglesia Católica una mujer presidiendo la eucaristía, experiencia que compartimos, con profunda emoción, mi mujer y yo, con la comunidad anglicana en la Catedral de Saint Paul en Londres, hace años. Pero, estoy seguro que lo verán mis nietas y nietos, y las nietas y nietos de mis hermanos, primos, cuñados, amigos, de los que ya hemos pasado largamente los setenta años de edad. Lo verán en el Buen Pastor, en Begoña, en la Catedral Nueva en Vitoria-Gasteiz, en Iruña, en Roma…. Y, como leía en una novela extraordinaria, (“Vaticano 2035” de Pietro de Paoli) habrá una papesa negra casada con un blanco, acunando a sus críos, que les habrán salidos, ¡mala suerte!, llorones nocturnos.

Una iglesia debe morir, para no quedarse sola, como la semilla que no muere, pues, si no muere, dejaría de ser iglesia para convertirse en secta. La actual iglesia, afortunadamente, está muriéndose. Estamos viviendo los estertores de la era de la cristiandad en la que la iglesia, aliada al poder, coronaba reyes, imponía su ley a creyentes y no creyentes, daba certificados de buena conducta, nos metía el miedo en el cuerpo con las calderas del fuego eterno.

Vivimos en la era Internet. Una era global, en la aldea mundial, una era plural, en ideologías y creencias dispares, que se entrecruzan, entremezclan, sin departamentos estancos, donde creyentes y no creyentes, a poco que se hablen, se reconocen no tan distintos, aun cada uno con su propia visión de las cosas. Una era en la que, por mor del dios Dinero y la codicia que conlleva, las diferencias se están haciendo mayores entre opulentos y descartados. Se precisa otra Iglesia para esta era. El centenar de generaciones de cristianos que nos han precedido nos han mostrado que han sabido adaptarse a los tiempos que les tocó vivir. Con mayor o menor fortuna, con grandes aciertos y ejemplos admirados por quienes miran con ojos limpios, pero, también, con enormes errores, a menudo con trágicas consecuencias de las que nos avergonzamos y tratamos de aprender, para no recaer.

Los cambios de nuestro tiempo son más rápidos y profundos que nunca. Por eso, hoy, quizás más que nunca, debamos atender las palabras que Juan pone en boca de Jesus, y que Isabelle nos recuerda, lo repito: "si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn. 12,24). No tengamos miedo a la muerte de una Iglesia; no permitamos el riesgo de que se quede sola, cual secta de puros. Pero cuidemos en acertar su renacer. Ahí, Jesús de Nazaret, hijo de José y Maria, un Dios humano, quién, al dirigirse a Dios, le llamaba Abbá (mezcla de “jaun” y “aitatxo”); una Iglesia que se busca; la oración de escucha en el silencio de la noche del alma; los gritos de los necesitados, a menudo silentes, a menudo tapados en el ruido de las redes sociales y de los medios de comunicación social; y la reflexión y el bien hacer de tanta gente de buena voluntad, todo ellos, nos ayudarán y orientarán en el empeño.


Acabo de terminar otro libro que ya he enviado al editor. Sobre estas cosas. En Kanbo entendí que debía titularlo “Morir para renacer”.

domingo, 4 de junio de 2017

Macron y Ricoeur, vistos desde Euskadi

Macron y Ricoeur, vistos desde Euskadi

El 15 de mayo pasado, una semana después de la entronización de Emmanuel Macron como Presidente de Francia, me entero por un extenso reportaje en “Le Monde” que su nuevo presidente fue discípulo aventajado del inmenso Paul Ricoeur y, pese a la diferencia de edad, cercano a su persona, y amigo de su familia. Macron se inscribe, de lleno, en el paradigma ricoeriano de la superación de la binariedad: no esto o aquello, sino esto y aquello. Y, al mismo tiempo. En este artículo voy reseñar dos ideas centrales de Ricoeur-Macron y aplicarlas a Euskadi. 

Toda identidad narrativa nos lleva a un relato plural. Ricoeur decía el año 2005 que “todos los acontecimientos no se hacen visibles e inteligibles más que cuando son relatados”, dando así lugar a la “identidad narrativa”, identidad que no estará fijada de una vez por todas, ni por un solo relator, pues el relato siempre ofrece la posibilidad de contar lo sucedido de múltiples formas, en razón, por un lado, de lo que hayamos decidido relatar y, del otro, de que siempre hay “otros” que también tienen su propio relato. La identidad narrativa, salvo a encerrarse en una urna de cemento armado, y no escucharse más a sí mismo y a los suyos, será siempre plural. Toda identidad narrativa, la que a fin de cuestas queda, será una identidad plural. Y aquí entra el nuevo presidente Macron.

En un mitin en Reims dijo esto: “Algunos de nuestros adversarios dicen que hay algunos auténticos franceses, de matriz, y raíz, francesa. Yo no sé lo que es una matriz única; tenemos muchas raíces. Luego, nuestro proyecto es el auténtico proyecto patriota. Porque ser patriota es amar el pueblo francés, su historia, pero amarla desde una perspectiva abierta. El proyecto nacional francés nunca ha sido un proyecto cerrado”. Así, el proyecto identitario francés se inscribe en “ser yo mismo como otro”, en interrelación con los otros, una de las tesis clave de Ricoeur: “Sois - même comme un autre”.

Pasemos ya a Euskadi. Yo me hago vasco, desde la cuna quizás, desde el proyecto de futuro compartido, sin duda alguna. Compartido por quienes ya viviendo entre nosotros tengan sensibilidades distintas, Compartiendo con los que vienen de fuera a compartir su vida con nosotros. Eso sí, todos, buscando una Euskadi mejor, con la mayor capacidad de decisión posible en el mundo de hoy, “independiente en la interdependencia”, en expresión de Edgar Morin, que traje a estas páginas hace tres semanas.

En un artículo que publiqué en el número 55, en la Revista de Pensamiento e Historia “Hermes”, el pasado mes de mayo, escribía que “habida cuenta de la actual demografía en Euskadi, y sus tasas de natalidad, es evidente que necesitamos, y necesitaremos más en el futuro, la aportación de personas que vengan de otras latitudes. Es preciso reflexionar sobre el concepto de nación, en una sociedad que ya es pluralista y plural. Pluralista entre nosotros, los autóctonos, plural con los que vienen a vivir con nosotros. Luego no podemos pensar la identidad como algo cerrado, inmutable. Hemos devenido pluriculturales y debemos tener capacidad de vivir juntos, aun siendo diferentes, y amar a este país. Pero, además, es preciso que, las personas que acojamos, amen también nuestro país. Si les ofrecemos una visión negativa, ellos no pueden amarle. Sin embargo, si los vemos como personas que nos pueden aportar algo, lograremos crecer juntos y que, ellos también, digan ´ni euskalduna naiz´. Nos va en ello el futuro de la nación vasca”.

Por una reconciliación de las Memorias. El estudiante Macron, con 24 años de edad, además de corregir y completar las notas a pie de página, y permitirse algunas sugerencia en la última gran obra de Ricoeur, “La Memoria, la Historia, el Olvido”, le escribe una carta, acompañando a sus notas, en la que le dice que “tras leeros y seguir vuestros análisis me entra el deseo de seguiros y el entusiasmo de compartir vuestros pensamientos; soy como un niño fascinado a la salida de un concierto o de una gran sinfonía, que martiriza su piano para formar algunas notas”. Paul Ricœur, en ese gran libro, sostiene la idea de la "política de la memoria justa”, que tantas veces he defendido en mis trabajos refiriéndome a la cuestión de la Memoria en Euskadi. Ricoeur, por otra parte, se dirá “perturbado por el inquietante espectáculo del exceso de memoria por aquí, el exceso de olvido por allí, así como por el influjo de tantas conmemoraciones y abusos de memoria y de olvido”. Lo que le causó no pocas incomprensiones, ya al final de su vida.

Macron no ha dudado en llamar “verdadera barbarie” y “crimen contra la humanidad” la actuación de Francia en Argelia. En efecto, en plena campaña electoral, el mes de febrero pasado, en Argel, pronuncio un discurso del que entresaco estas frases: “Yo he condenado siempre la colonización como un acto de barbarie. La colonización forma parte de la historia de Francia. Es un crimen contra la humanidad. La colonización es parte de un pasado que debemos mirar de frente, presentando nuestras excusas a aquellas y aquellos que no hemos respetado. (…) Pero, reconociendo este crimen, yo no quiero que caigamos en la cultura de la culpabilización sobre la que no se construye nada”.

Por favor, lean y relean esas frases. Francia cometió un crimen contra la humanidad. Debe pedir perdón, pero no debe enfangarse en la culpa. No lleva a ningún lado. A unos franceses les molestó, y mucho, que Macron dijera que Francia había cometido un crimen contra la humanidad. A otros, les molestó que les dijera que, saldadas las cuentas, hay que mirar adelante. Con generosidad. Ricoeur en estado puro.

Un amigo euskaldun, que vive en Euskadi, y que tuvo la suerte y el privilegio de tener a Ricoeur como profesor, y como decano, en Nanterre, en los tiempos de mayo del 68, me escribió, comentando estas cosas: “me pregunto si no habría aquí una palanca conceptual para construir la narrativa que necesitamos en el País Vasco. Un país plural, abierto y diverso. La referencia de este político que ha denunciado la colonización de Argelia como “un crimen contra la humanidad” y “al mismo tiempo” (expresión clave para superar el pensamiento binario) reconocer el sufrimiento de los pieds noirs, (los que lucharon por la Argelia francesa), ¿no nos podría inspirar, hoy, aquí, una “reconciliación de las memorias”?

Por supuesto, claro que sí. Una vez saldadas las cuentas, todas las cuentas, con justicia y humanidad. No veo otro camino.  O eso, o el enrocado sin fin. Como el de las dos Españas, (y las dos Euskadis), todavía zahiriéndose con los nombres de las calles, cuarenta años después de la muerte de Franco, y ancianos preguntándose donde están enterrados sus padres y familiares, ochenta años después de su insurrección.

No sé cómo será Macron de Presidente. ¿Otra esperanza frustrada? ¿Otra ilusión perdida? Nadie lo sabe, pero al menos, ahora, a mí, me permite la esperanza de la ilusión, aun sin hacerme demasiadas ilusiones.


Nacionalismo o mundialismo

Nacionalismo o mundialismo

Parece que fue el multifacético escritor Paul Valéry quien dijo aquello de que “todo lo que es simple es falso, y todo lo que no lo es, inutilizable”. Si tuviera razón, sería para deprimirse pues nos conduce a un callejón sin más salida que el pataleo. Pero, lo simple es lo que se lleva en nuestro mundo. Así, en el ámbito de la política con categorías como izquierda y derecha, conservador y progresista, nacionalista y mundialista, las élites y el pueblo. Pero también en otros campos: lo privado y lo público; el espíritu y el cuerpo; la naturaleza y la cultura; el corazón y la razón; sexo y género; ateo y creyente, etc., etc. Lo simple lleva al pensamiento binario.

El pensamiento binario

El pensamiento binario es una forma mental que nos hace dividir, separar, poner en oposición los conceptos, las ideas, los valores, las necesidades y los sentimientos, en vez de conjuntarlos, hacerlos vivir en cohabitación, en colaboración, mediante una forma de pensar complementaria y comprensiva. El pensamiento binario destaca las fórmulas “sea/sea”, en lugar de “esto y aquello”.

La noción del bien y del mal, de lo bueno y de lo malo, son ejemplos perfectos del pensamiento binario. Es utilizado, por ejemplo, en conflictos de todo tipo. Todos recordamos al presidente de EEUU George Bush quién utilizó en vísperas de las dos guerras contra Irak y Afganistán el término del “Eje del Mal” en contraposición al “Eje del Bien” expresión, esta última, pensada para calificar al mundo occidental. El pensamiento binario se monta sobre una lógica que, para definir a un individuo, a un problema, o a una situación, lo hace presentándolo en el marco de dos polaridades enfrentadas y situando a su persona, al problema o a la situación, en uno de los dos polos. En consecuencia, el pensamiento binario es incapaz de definir las cosas como realidades complejas, como lo son la inmensa mayoría de las realidades. Poco importa que el problema sea complejo, digamos el inicio de Primera Gran Guerra del siglo XX, el crash bursátil de 2008, la persistencia de ETA casi medio siglo, etc., etc. Mediante el pensamiento binario se tenderá a presentar un único causante del problema, un único responsable y una sola víctima de lo sucedido.

¿Patriotas (Le Pen) y europeos (Macron)?

En la reciente campaña electoral francesa, cuando al final quedaron Macron y Le Pen, muchos analistas decían que estábamos ante dos mundos completamente opuestos: soberanismo (Le Pen) frente a europeísmo o mundialismo (Macron). Pero antes de la primera vuelta se decía, con mucho temor, que el par binario estaba entre Melenchon, de la izquierda extrema, que se definía mediante el eslogan de “la Francia Insumisa”, el equivalente a Podemos en España, frente a Le Pen, la derecha extrema, y ambos, Le Pen y Melenchon, diciéndose representar a la Francia del pueblo, ambos frente a la Francia de las élites, la de la “casta” dirigente, la de los salones parisinos. Seguro que, con las acomodaciones pertinentes, pueden Ustedes trasladarlo al mundo político de España y de Euskadi. 

Y, en estas, el gran sociólogo Edgar Morin, con sus 95 años, en una larga entrevista a Le Monde (30/04/17), pone los puntos sobre las íes: “Macron y Le Pen tienen en común haber roto la hegemonía de los dos partidos tradicionales de la vida política francesa. Su ascenso oculta la división izquierda-derecha, desde luego invisible en la economía y en la política exterior, pero sigue siendo profunda en muchas mentes, mientras que su oposición conlleva a una alternativa estéril entre la globalización y la desglobalización, entre Europa y la nación, entre americanización y soberanismo, cuando habría que promover la independencia en la interdependencia, aceptar la globalización en todo lo que suponga cooperación y cultura, sin perder de vista que los territorios están amenazados de desertificación. (….) Se trata de mantener y proteger la nación en la apertura a Europa y al mundo. Debemos ir más allá de la alternativa estéril entre la globalización y el nacionalismo. En cuanto a la oposición entre progresistas y conservadores, no tiene en cuenta que el progreso requiere la conservación (de la naturaleza y la cultura), y que la conservación requiere un progreso”. ¡Cuanta sabiduría desperdiciada!

La oposición entre progresistas y conservadores, nos recuerda Regis Debray (que votó por Mélenchon), hubiera hecho sonreir a Camus para quien el progreso no consistía, meramente, en hacer un mundo nuevo sino en conservar, también, lo mejor de lo que ya existe: la Seguridad Social, el pollo de granja, la desconfianza hacia los bancos de negocios, disfrutar de un vaso de buen vino, la soberanía del pueblo sobre la de, dicho sea en el lenguaje actual, los “bobos”, burgueses bohemios, la “gente guapa” desresponsabilizada.

El tenor Fagoaga, ejemplo de ver claro en la complejidad.

El sábado pasado asistí, en Bera, a un “homenaje – recuerdo” al injustamente olvidado tenor navarro Isidoro Fagoaga (1893-1976). Gracias a Germán Ereña, - que ha escrito un gran trabajo sobre Fagoaga, pero no encuentra quien se lo edite -, supe que Fagoaga fue un inmenso intérprete de Wagner. Cantó en España, Portugal, Italia (en la Scala) y Argentina. Invitado en Bayreuth, por el hijo de Richard Wagner, Siegfried, le sugirió cantar Tannhäuser pero, el problema del idioma, la muerte de Siegfried y su substitución por su mujer, Winifred, al frente del Festival, ella gran amiga de Hitler, lo impidieron, aunque cantó Tannhauser en italiano. Hasta que, tras el bombardeo de Gernika en abril de 1937, decide interrumpir sus prestaciones operísticas. La explicación, en esta frase suya que se puede leer en la lápida que se colocó, el sábado pasado, en su casa natal en Bera: Geure kulturari uko egitea bizitzari uko egitea litzateke” (Renunciar a nuestra cultura, supondría renunciar a la vida). Fagoaga no podía seguir alentando el placer musical de los nazis (Hitler era uno de los más fervientes admiradores de Wagner), y fascistas italianos, cuando habían querido destrozar la cultura de su pueblo. Fagoaga es un ejemplo de vasco universal que, siempre, también después del nazismo, admiró la música de Wagner, pero no quiso cantársela a los que habían bombardeado Gernika. Utilizando los términos de Morin, diría que Fagoaga no renunció a la globalización, aunque rechazó a sus “promotores” del momento, que pretendieron desertizar su territorio patrio.


Al final, me quedo, solamente, con la primera parte de la afirmación de Valéry de que “todo lo que es simple es falso”, pero no con la segunda parte de que “todo lo que no lo es, es inutilizable”, pues solamente con el pensamiento complejo (y tres ideas bien claras, aunque cambiantes en el tiempo) la historia de la humanidad ha avanzado hacia lo positivo. A trompicones, ciertamente, pero solamente reconociendo la complejidad de la vida, cabe hacer de esta más más humana y más fraterna. Sin privilegiados, ni descartados, pero todos colaborando.