Nacionalismo o mundialismo
Parece que fue el multifacético escritor Paul Valéry quien
dijo aquello de que “todo lo que es simple es falso, y todo lo que no lo es,
inutilizable”. Si tuviera razón, sería para deprimirse pues nos conduce a un
callejón sin más salida que el pataleo. Pero, lo simple es lo que se lleva en nuestro
mundo. Así, en el ámbito de la política con categorías como izquierda y
derecha, conservador y progresista, nacionalista y mundialista, las élites y el
pueblo. Pero también en otros campos: lo privado y lo público; el espíritu y el cuerpo; la naturaleza y
la cultura; el corazón y la razón; sexo y género; ateo y creyente, etc., etc.
Lo simple lleva al pensamiento binario.
El pensamiento
binario
El
pensamiento binario es una forma mental que nos hace dividir, separar, poner en
oposición los conceptos, las ideas, los valores, las necesidades y los
sentimientos, en vez de conjuntarlos, hacerlos vivir en cohabitación, en
colaboración, mediante una forma de pensar complementaria y comprensiva. El
pensamiento binario destaca las fórmulas “sea/sea”, en lugar de “esto y aquello”.
La
noción del bien y del mal, de lo bueno y de lo malo, son ejemplos perfectos del
pensamiento binario. Es utilizado, por ejemplo, en conflictos de todo tipo.
Todos recordamos al presidente de EEUU George Bush quién utilizó en vísperas de
las dos guerras contra Irak y Afganistán el término del “Eje del Mal” en
contraposición al “Eje del Bien” expresión, esta última, pensada para calificar
al mundo occidental. El pensamiento binario se monta sobre una lógica que, para
definir a un individuo, a un problema, o a una situación, lo hace presentándolo
en el marco de dos polaridades enfrentadas y situando a su persona, al problema
o a la situación, en uno de los dos polos. En consecuencia, el pensamiento
binario es incapaz de definir las cosas como realidades complejas, como lo son
la inmensa mayoría de las realidades. Poco importa que el problema sea complejo,
digamos el inicio de Primera Gran Guerra del siglo XX, el crash bursátil de
2008, la persistencia de ETA casi medio siglo, etc., etc. Mediante el
pensamiento binario se tenderá a presentar un único causante del problema, un
único responsable y una sola víctima de lo sucedido.
¿Patriotas (Le
Pen) y europeos (Macron)?
En
la reciente campaña electoral francesa, cuando al final quedaron Macron y Le
Pen, muchos analistas decían que estábamos ante dos mundos completamente
opuestos: soberanismo (Le Pen) frente a europeísmo o mundialismo (Macron). Pero
antes de la primera vuelta se decía, con mucho temor, que el par binario estaba
entre Melenchon, de la izquierda extrema, que se definía mediante el eslogan de
“la Francia Insumisa”, el equivalente a Podemos en España, frente a Le Pen, la
derecha extrema, y ambos, Le Pen y Melenchon, diciéndose representar a la
Francia del pueblo, ambos frente a la Francia de las élites, la de la “casta”
dirigente, la de los salones parisinos. Seguro que, con las acomodaciones
pertinentes, pueden Ustedes trasladarlo al mundo político de España y de
Euskadi.
Y, en
estas, el gran sociólogo Edgar Morin, con sus 95 años, en una larga entrevista
a Le Monde (30/04/17), pone los puntos sobre las íes: “Macron y Le Pen tienen
en común haber roto la hegemonía de los dos partidos tradicionales de la vida
política francesa. Su ascenso oculta la división izquierda-derecha, desde luego
invisible en la economía y en la política exterior, pero sigue siendo profunda
en muchas mentes, mientras que su oposición conlleva a una alternativa estéril
entre la globalización y la desglobalización, entre Europa y la nación, entre americanización
y soberanismo, cuando habría que promover la independencia en la
interdependencia, aceptar la globalización en todo lo que suponga cooperación y
cultura, sin perder de vista que los territorios están amenazados de
desertificación. (….) Se trata de mantener y proteger la nación en la
apertura a Europa y al mundo. Debemos ir más allá de la alternativa estéril entre
la globalización y el nacionalismo. En cuanto a la oposición entre progresistas
y conservadores, no tiene en cuenta que el progreso requiere la conservación
(de la naturaleza y la cultura), y que la conservación requiere un progreso”.
¡Cuanta sabiduría desperdiciada!
La oposición entre progresistas y conservadores, nos recuerda
Regis Debray (que votó por Mélenchon), hubiera hecho sonreir a Camus para quien
el progreso no consistía, meramente, en hacer un mundo nuevo sino en conservar,
también, lo mejor de lo que ya existe: la Seguridad Social, el pollo de granja,
la desconfianza hacia los bancos de negocios, disfrutar de un vaso de buen
vino, la soberanía del pueblo sobre la de, dicho sea en el lenguaje
actual, los “bobos”, burgueses bohemios, la “gente
guapa” desresponsabilizada.
El tenor Fagoaga, ejemplo
de ver claro en la complejidad.
El sábado pasado
asistí, en Bera, a un “homenaje – recuerdo” al injustamente olvidado tenor
navarro Isidoro Fagoaga (1893-1976). Gracias a Germán Ereña, - que ha escrito
un gran trabajo sobre Fagoaga, pero no encuentra quien se lo edite -, supe que
Fagoaga fue un inmenso intérprete de Wagner. Cantó en España, Portugal, Italia (en la Scala) y Argentina.
Invitado en Bayreuth, por el hijo de Richard Wagner,
Siegfried, le sugirió cantar Tannhäuser pero, el problema del idioma, la muerte
de Siegfried y su substitución por su mujer, Winifred,
al frente del Festival, ella gran amiga de Hitler, lo impidieron, aunque cantó
Tannhauser en italiano. Hasta que, tras el bombardeo de Gernika
en abril de 1937, decide interrumpir sus prestaciones operísticas. La
explicación, en esta frase suya que se puede leer en la lápida que se colocó,
el sábado pasado, en su casa natal en Bera: “Geure kulturari uko egitea
bizitzari uko egitea litzateke” (Renunciar a nuestra cultura, supondría
renunciar a la vida). Fagoaga no podía seguir alentando el placer musical de
los nazis (Hitler era uno de los más fervientes admiradores de Wagner), y
fascistas italianos, cuando habían querido destrozar la cultura de su pueblo.
Fagoaga es un ejemplo de vasco universal que, siempre, también después del
nazismo, admiró la música de Wagner, pero no quiso cantársela a los que habían
bombardeado Gernika. Utilizando los términos de Morin, diría que Fagoaga no
renunció a la globalización, aunque rechazó a sus “promotores” del momento,
que pretendieron desertizar su
territorio patrio.
Al final, me quedo, solamente, con la primera parte de la
afirmación de Valéry de que “todo lo que es simple es falso”, pero no con la
segunda parte de que “todo lo que no lo es, es inutilizable”, pues solamente
con el pensamiento complejo (y tres ideas bien claras, aunque cambiantes en el
tiempo) la historia de la humanidad ha avanzado hacia lo positivo. A
trompicones, ciertamente, pero solamente reconociendo la complejidad de la
vida, cabe hacer de esta más más humana y más fraterna. Sin privilegiados, ni
descartados, pero todos colaborando.
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