La corrupción (2). Corromper no es transgredir la
ley, es falsearla
Insiste con fuerza Antoine Garapon en su
colaboración a Esprit de febrero de 2014, titulada “La peur de l´impuissance
democratique” que “hay que distinguir entre falsear la ley y transgredir
la ley. En ambos casos la ley es incumplida pero mientras en la transgresión de
trata de una atestación/contestación de la ley, la falsificación es una
neutralización/desnaturalización de la ley. Transgredir una regla es una forma
de contestarla (criticarla) al mismo tiempo que se la reconoce, mientras que
falsificarla supone descalificarla. Si la subversión procede de una
exterioridad radical (una acción exterior al ámbito habitual de las
transacciones financieras u otras) del tal suerte que no interviene en el juego
institucional más que para hacerla explotar (como en la postura revolucionaria,
o en la antisistema, por ejemplo en la Gran Via de Bilbao, el 3 de marzo de 2014, con
motivo de la Cumbre
Económica en el Gugghenheim, añado yo), no estamos hablando
propiamente de corrupción, sino de transgresión de la ley. Se reconoce la
existencia de la ley pero se la contesta, se la combate. Con la violencia si
parece oportuno.
Pero la perversión de falsear la ley es de otro
orden: opera una degradación lenta y silenciosa pero implacable de la confianza
en las instituciones y genera una desconfianza hacia quienes tienen como misión
mantener y proteger la integridad del sistema, (lo que conllevará establecer relaciones diferentes con ellos
para obtener beneficios reales: es la mordida, el porcentaje a pagar al
decididor para obtener lo que se desea, añado yo)".
La corrupción no proviene de una protesta contra
la ley sino de una negación sorda e invisible de la regla; una negación que no
se asume pero, manteniendo la apariencia de las buenas formas, esconde la
colusión de los hechos. “Se trata de aspirar de lo universal de las
instituciones públicas para el interés particular” escribirá Garapon.
La corrupción adopta determinados valores
centrales de la sociedad actual como la eficacia y el pragmatismo pero deja en
la penumbra otros como la justicia, el bien común.
La corrupción es un auténtico sector económico que
hace vivir a multitud de empresas de verificación, control, evaluación,
consejería, etc. de riesgos-corrupción, así como bufetes de abogados que han
abiertos departamentos de trabajo “ad hoc”. La corrupción multiplica, con la
mundialización, las empresas, los movimientos financieros descontrolados así
como las organizaciones criminales al mismo tiempo que debilita los Estados.
(Recordar el fracaso del Plan Stiglitz elaborado a instancia de Sarkozy-
Presidente que ni él mismo lleva a cabo en su presidencia). En el mejor de
los casos, hay una carrera entre organismos o entidades nacionales o
internaciones privados, cuyo único fin es el provecho financiero, y los Estados
y las instancias internacionales oficiales que tratan de hacer cumplir las
leyes y, en su caso, de elaborarlas para impedir la transgresión de la ley como
vivimos en EEUU en los casos Enron, o en el asunto Madoff. Pero para llegar a
estos despropósitos era necesaria la confluencia de una cascada de fraudes a
multitud de niveles. “Inside Job” mostró, por citar un ejemplo que concierne al
mundo académico, cómo grandes y prestigiosos profesores de las universidades
que salen en los primeros rankings de los centros de excelencia, se habían
corrompido. Por otra parte el último Informe de la OCDE para Francia muestra que
“mientras los instrumentos técnicos (para luchar contra la corrupción) son cada
vez técnicamente mejores, sin embargo obtienen cada vez menos resultados”
(Esprit, pagina 29, nota a pie de página 21). Lo que quiere decir que los
defraudadores son más potentes, tienen más recursos, que los inspectores de
hacienda.
De ahí, como decíamos en la entrada anterior, el
Mapamundi de la virtud podría ser el de la hipocresía. Pues el regalo discreto
que recibe el funcionario de segundo o tercer nivel de África o del Oriente
medio, o el concejal de un pueblo pequeño de España, Italia, Portugal o Grecia,
frente a los miles de millones que transitan sin control entre los grandes
inversores de las finanzas globalizadas, capaces, como el año 2008, de arruinar
a países enteros, la corrupción se sitúa sin género de dudas en el ámbito de
las grandes finanzas descontroladas. En la divinización del Mercado.
La corrupción en el Segundo y Tercer Mundo es una
mezcla de tradiciones ligadas a formas concretas de reciprocidad, a viejas
lealtades estatutarias (al médico, al
notable del lugar), a la miseria económica y a la ausencia de deontología
administrativa (al amiguismo, por ejemplo). Pero la corrupción en los países
desarrollados, aun sin olvidar las características arriba citadas, secuelas de
siglos donde la sociedad se dividía en señores y siervos, administradores y
súbditos (y los que tenemos edad no podemos olvidar cosas que hemos visto y
conocido, y lo que tan espléndidamente reflejara Berlanga en “La escopeta
nacional”), muchas prácticas de los países más avanzados buscan sobretodo dar
una forma legal a toda suerte de abusos ocultos, y no fáciles de hacer aflorar,
que obedecen a una lógica de la ganancia sin límite, al provecho económico cuyo
único fin se limita al del propio provecho, al de la maximización de las
ganancias, sean las que sean las consecuencias para el resto de ciudadanos.
Esta práctica se ha convertido en la forma más nihilista de dominación que sea.
Es el avaro en la era Internet, en la era de la mundialización, en la era del
control de la personas (pedir el DNI para un viaje en bus ALSA de San Sebastián
a Bilbao cuyo billete se ha comprado por Internet) y un descontrol total de los
grandes flujos de capital que circulan por el mundo, descansando en paraísos
fiscales, paraísos bien defendidos por la mano invisible del Mercado, Dios
Mamon, de la actual civilización del dinero.
Ya decía Montesquieu que “un gobierno prolongado
se desliza en el mal mediante una pendiente insensible, y no se remonta hacia
el bien que mediante un esfuerzo” (El
Espíritu de la leyes. V, 7). Mas cerca de nosotros el papa Francisco cuando
escribe que “la necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no
puede esperar… Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo
deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan
radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta
de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas
estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo”
(Evangelii Gaudium, 202” )
Las normas actuales contra la corrupción han sido
elaboradas en el marco de un club cerrado de países bastante homogéneos en
términos de nivel económico y cultura. Por ejemplo cultura religiosa donde la
dominante sigue siendo la iglesia reformada, luterana, protestante en general. La sombra de la
histórica tesis de Max Weber sobre el espíritu del capitalismo y la ética del
protestantismo sigue planeando. Incluso cuando economicistas liberales que
desdeñan explicaciones culturalistas para explicar la actual situación en
España, como Luis Garicano en “El Dilema de España”, (Planeta 2014), no tienen
reparo en echar mano de la referida tesis de Max Weber…pero aplicada
exclusivamente al mundo del centro y nórdico europeo. Así se explica también,
añado yo, que los países del Sur, salgan tan mal parados en los rankings
elaborados por el “club de los países del Norte”, obviamente con parámetros que
responden a sus valores y, en consecuencia – aun sin ser mecanicista la
correlación-, sus comportamientos.
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