lunes, 8 de abril de 2013

En el mar (2): la vida en el buque


Atravesando el Atlántico

2.-. La vida en el buque

En el buque hay muchas personas de edad muy avanzada. Más de 80 que de setenta y sesenta años. Alto standing que se muestra particularmente en la vestimenta exigida para la cena, a partir de las 18 horas: formal casual, elegant, gala… En estos últimos casos hay más hombres con smoking que con pajarita. Los menos con corbata. Las mujeres (damas las denominan) con vestido largo. Koruko estaba espléndida en un vestido color rosa - granate semi oscuro de una pieza con impecable caída, marcando sin marcar, y un foulard a juego, sujeto con un rosetón sumamente elegante. Buenas maneras en todo momento, “plenty of sorrys, and excused”. Agradable, pero no es mi mundo.

Prácticamente la única gente joven del barco es la del servicio del restaurante y de las habitaciones, y algunas instrumentistas (particularmente un cuarteto de chicas jóvenes, aunque sin alma musical) algún pianista de los de “hilo musical”, músicos de jazz que aprecio más (esos músicos, no la música pues prefiero la denominada clásica), así como una harpista de juego más delicado que armónico, aunque lo mejor del barco. Es siempre música de salón, incluso (sobretodo para mí) cuando interpretan algunos  de los “tubes” de Mozart, Vivaldi, etc. Un día anunciaron a las 2 p. m, una concierto de piano con música clásica. Pero a esa hora aún no habíamos terminado el almuerzo.

Tras insistir, logramos una mesa para dos. K. hubiera preferido otra mesa para poder conversar con la gente y establecer nuevos contactos. Mis limitaciones con el inglés, y mi forma de ser, se imponen y, al final, nos dan una mesa de cuatro para los dos solos, la 340, para todo el trayecto. Lo agradezco. En la primera cena nos colocaron en una mesa con una americana con la que Koruko se enrolló bien y con una catalana absolutamente insoportable, que aguanté por mor de la cortesía. Viajaba sola y durante toda la travesía nos preguntábamos qué haríamos si, por azar, la colocaban sola en una mesa de dos personas al lado de la nuestra de cuatro. Afortunadamente tal evento no se produjo. Después supimos que todos la rehuían.

Para mí la frontera lingüística fue importante. No entiendo bien lo que me dicen y mis expresiones son muy limitadas. No pasamos de banalidades y, a la postre, la conversación se me han ininteresante y penosa. Y me cansa mucho.

La comida, servida en un restaurante con un servicio muy profesional, era exquisita aunque no muy abundante. Pero no hay miedo de “pasar hambre”. Hay una especie de snack abierto todo el tiempo. A veces lo visitaba para un poco de fruta y algún pecadito en forma de loncha de jamón curado. Sin pan y con agua. Pero en el almuerzo y en la cena tomamos una copa de vino. Un sauvigon blanco de la Cunard, muy digno, a menos de 7 dólares la copa (más impuestos que cobran de oficio y gratuitys que nunca añado) y, sobretodo, un tinto pinot noir de Nueva Zelanda que ya descubrí en el restaurante del hotel que será el segundo vino que suba a mi blog (Hurter´s Pinot Noir 2011, Marborough, New Zeland). 56 Dólares la botella, impuestos incluidos nos da para dos cenas. Vino muy recomendable. Pese a sus 13,5 grados, es peligrosamente delicado en boca, luego fácil de beber, pero con suficiente personalidad. Y es “rico”, agrada paladearlo antes de engullirlo.

Organizan diversas actividades cada día. A veces no voy por el idioma (conferencias sobre viajes, por ejemplo, catas de vinos y de whisky…) o porque el tema no me interesa: cursos de bridge, introducción al facebook, cursos de bailes, de  costura… o porque están restringidos a homosexuales, a LBTH, o a masones. Los hay también para cristianos con misa diaria incluida, así como servicios para judíos pero aquí es la frontera lingüística la que no me anima (por no decir impide) asistir. Pero me queda la conversación con K, la escritura y la lectura.    

Después de la cena acostumbramos a sentarnos en una gran sala a ver bailar al personal. Yo que soy un negado para el baile, admiro, con una pizca de envidia (una pizca solamente) la gracia de una pareja deslizándose al son de la música, intercambiando al unísono los ritmos, deteniéndose incluso para reanudar el baile con otras figuras estilísticas. Nos llamó la atención la presencia de hombres de edad avanzada, más cerca de los ochenta que de los setenta, que, contratados por la naviera, sacaban a bailar a las señoras, todas enjoyadas en sus vestidos de noche, conformando parejas de baile que, no pocas veces, se nos aparecían como parejas entrañables. Seguíamos los bailes durante una larga hora, el tiempo que hacia durar menos de medio dedo en horizontal de un Talisker, o algo más de Bombay Saphire, o de un Chartreuse verde, acordándome siempre de mi dietista. Hace muchos, muchos años, que es la gordura y no el bolsillo, como cuando era joven, quienes controlan mi bebida. Si fuera verdad que la naturaleza es sabía yo sería un borracho. Natural y habitualmente borracho.

La habitación confortable y las camas mullidas y consistentes. Dormimos bien.

 

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