“Nosotros” y los “otros”
Un buen amigo me envía sus reflexiones
tras leer mi artículo del domingo 30 de Junio
publicado en “El Correo” y en “El
Diario Vasco” (solo accesible mediante pago), “El plan imposible”, referido al
Plan de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco. Me dice que una memoria única no
es posible ni es humano pretenderlo. No responde a la condición humana, tal y
como es, quiere decir. Por otra parte, continúa, avanzar hacia una memoria
compartida en su pluralidad (que era la opción que defendía en mi artículo) no
es fácil en el momento actual. Y añadía, “hay demasiadas fracturas encima de la
mesa, pero, sobre todo, la sangre de las heridas infligidas por tanto asesinato
y tanto sinsentido está manando a borbotones. Tengo serias razones
experienciales para creer que la herida tarda en cicatrizar (sin olvidar que la
cicatriz es de carácter permanente y nos devuelve al recuerdo de la herida) no
menos de tres generaciones, contada la que la padeció directamente”.
Ante mi (relativa) sorpresa, mi amigo me
refiere el hecho de que aún no sabe donde está enterrado su propio abuelo y que
esa cuestión está todavía muy viva en su familia. De ahí, las tres
generaciones.
Le avanzo, con la mayor de las delicadezas de la que soy capaz que, así y todo, creo que es muy conveniente, si no necesario, que familiares de victimarios y de victimas, así como personas de las familias políticamente opuestas, con experiencias de víctimas en su seno, se escuchen de vez en cuando si no queremos reproducir en Euskadi las mismas secuelas que en la guerra civil española, aunque, lo repito por enésima vez, lo que hemos vivido en los tiempos de los atentados de ETA no es equiparable a una guerra civil.
La cuestión es cómo avanzar en una
situación "imposible". Mi amigo escribe: Necesitaremos mucha
generosidad, mucha piedad, mucha empatía, mucha pedagogía, mucha paciencia y
una gran determinación siempre teniendo en cuenta la "oración de la
serenidad", formulada por escrito por el teólogo americano Reinold Niebuhr
en 1943, aunque partes de la misma pertenecen al secular tronco de la sabiduría
de las distintas culturas y tradiciones:
"Señor, concédeme serenidad para
aceptar las cosas que no puedo cambiar, coraje para cambiar las que puedo
cambiar, y sabiduría para distinguir las unas de las otras.".
Es evidente que no podremos volver a ver
a al ser querido que nos han arrebatado. El riesgo esta en olvidarlo. Como
evidente es la dificultad de tener el coraje para cambiar el dolor, la rabia e
incluso el odio hacia sus victimarios. Aquí el riesgo está en encerrarse en su
dolor sin tratar de superarlo, siendo víctimas por partida doble. Como no menos
evidente resulta saber, en cada momento histórico, qué es posible cambiar y qué
no lo es. Y aquí se impone el esfuerzo colectivo de remar al menos con un
objetivo común: mejorar la convivencia entre diferentes y con historias
diferentes.
De ahí que en medio de tanta
incertidumbre hay una cuestión básica de cuya respuesta dependerá nuestro
futuro, tanto personal como colectivo. Aun consciente de que me tildarán de
equidistante la formularía así: ¿Nos enrocaremos entre los “nuestros”
alimentándonos, exclusivamente, con “nuestros” relatos, o seremos capaces de,
al menos, escuchar los relatos de los “otros” sin negarlos de entrada, por
entender que, en los “otros”, únicamente residiría el mal absoluto?.
Volveré, una y mil veces, a esta
cuestión.
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