Ni verdad absoluta, ni libertad total
Nunca dejará de hacernos
pensar Rüdiger Safranski. Recientemente, frente al principio de que “la verdad
os hará libres”, en un libro de 1990 - recién traducido con el sugerente título
de “¿Cuánta verdad necesita el hombre?” (Tusquets, 2013, página 207)- propone
mas bien la máxima de que “la libertad nos hará verdaderos”. La verdad no sería
una cualidad de la realidad, como algo que está escondido, cual Santo Grial que
debemos encontrar y, en su caso, defender, sino algo que debemos inventar, dice
Safranski. La verdad no está fuera de nosotros pero tenemos miedo (miedo a la
libertad, decía Fromm en otro contexto) a enfrentarnos con nuestra yoidad,
nuestra psique. “Tenemos miedo, continúa Safranski, a caer en el pozo sin fondo
de la imaginación subjetiva, reflejarnos en nosotros mismos, sin una
orientación segura, sin el apoyo de una verdad sustancial” (p.204). No otra
cosa ha venido repitiendo machaconamente Benedicto XVI con su idea de la dictadura
del relativismo (La encíclica “Lumen fidei”, firmada por el papa Francisco pero
escrita de punta a cabo por Ratzinger, matiza no poco esa idea, pero no quiero
entrar aquí en ese tema). No otra cosa acaban defendiendo, también, los iusnaturalistas
frente al imperio de la sola ley positiva.
El problema de este
planteamiento radica en que, cuando en un momento histórico, un individuo o una
sociedad, toma conciencia de haber alcanzado “la” verdad e intenta implantarla
(si fuera preciso violentamente, pues “el error no tiene derechos”, se dirá)
subviene, y cito de nuevo a Safranki, (p. 211), “un drama aterrador: la verdad
como siempre que toma el poder, se torna amenazante”. El siglo XX con la verdad
de los totalitarismos nazi y comunista (y entre nosotros los vascos con la
verdad etarra) son buena prueba de ello.
Personalmente vengo
sosteniendo que la verdad la vamos construyendo día a día. Está en el interior
de la persona humana, de las personas humanas y la vamos construyendo con
nuestra libertad, una libertad que, ella también, es una conquista cotidiana,
conquista frente al miedo a si mismo, a encontrase solo con su realidad - que
llegado a un punto quiere no conocer, de ahí el miedo a la libertad y el miedo
a la verdad-; conquista frente al miedo al otro, tanto mayor cuanto más
desconocido nos sea, o más poder sobre nosotros tenga. De ahí la extrema
importancia de la tolerancia activa.
Esa es la condición
humana: un desafío constante a más libertad y más verdad. Que debemos luchar
para que nunca más, nadie, pretenda poseerlas, la libertad y la verdad, en su
totalidad, entre sus manos.
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