lunes, 15 de julio de 2013

La juventud quiere sonreír


La juventud quiere sonreír

(Por una economía del bienestar, más allá del crecimiento).


Hace unos meses la responsable de opinión de la revista “El Ciervo”, revista que, aunque muy minoritaria, acaba de cumplir los sesenta años de presencia pública, preguntaba cual era al juicio de algunos que escribimos en ese medio, el principal problema en el que estábamos embarcados en Occidente. Nos pedía que escogieramos uno, solamente uno. Me hizo pensar y concluí que era el "consumerismo" (Un buen amigo me dice que utilizo mal el termino consumerismo y que debo escribir consumismo. El consumerismo es lo contrario de lo que yo doy a entender. Puede considerarse como "la dimensión pública de la relación que mantiene la ciudadanía en la defensa de sus derechos como consumidor" me refiere mi amigo José Mari, a quien agradezco su rectificación al par que ofrezco mis excusas a los lectores del blog).

 (Los textos de los invitados a la reflexión puede leerse en el número de “El Ciervo” de mayo de este año 2013)  

Limitándome a la Unión Europea, escribía yo, no sé si es “la” gran cuestión para nuestro tiempo. De hecho, salvo minorías, entre las que hay algunas muy meritorias, no conforma un tema central en la reflexión pública y publicada en los grandes medios de comunicación europeos. La formularia así: de verdad ¿se precisa un aumento, una aceleración, del consumo, no solamente para salir de esta crisis sino proyectándonos para un futuro próximo?. Desde mi incompetencia en temas economíco- financieros (que no me importa reconocer sin vergüenza alguna, pues los pretendidos entendidos no dan una) veo la lógica que subyace en la inquietud por la ausencia o descenso del consumo. Si no se consume, no se compra; si no se compra, no se vende; si no se vende, no se fabrica; y si no se fabrica, no hay trabajo. Ergo, “necesitamos relanzar el consumo”.

El problema, a mi juicio obviamente, radica en que gran parte las personas de la clase media acomodada que teniendo ya más de lo necesario para bien vivir, (la sociedad opulenta de Galbraith) han pasado de la demanda de “nivel de vida” al de la “calidad de vida”. Y han (hemos) llegado a la conclusión que no necesitamos consumir más de lo que ya consumimos para mantener el nivel de vida que ya tenemos. Mas aún, algunos hemos llegado a la convicción profunda de que consumir algunos de los nuevos productos que nos ofrecen es reducir nuestra calidad de vida. Por ejemplo, con algunos artilugios de las nuevas tecnologías. Es lo que observo a mí alrededor en bastantes personas, y no solamente de edad avanzada como yo, sino también en jóvenes doctores, tanto en ciencias humanas como experimentales. Temo, en consecuencia, concluía mi reflexión en “El Ciervo”, escribiendo que la burbuja inmobiliaria de los primeros años del siglo XXI sea una nadería comparada con la burbuja consumerista del momento actual, cuando estalle.

He aquí que el suplemento de Le Monde (07/07/13) publica la reflexión de Hugo de Gentille estudiante de un centro de emprendedores de Lyon (EMLyon). Participó con otros cien estudiantes, en edades comprendidas entre los 18 y los 28 años, seleccionados por un Circulo de Economía francés, en un Encuentro para responder, en 15.000 caracteres máximo, a esta pregunta: “Inventar 2020; la palabra a los estudiantes”. De Gentille comienza así: "En qué mundo quisiéramos vivir en 2020 ?. Sin la menor duda todos diríamos: en un mundo más comprensible, menos cerrado, más sonriente. Sí, más sonriente. Somos unánimes: el comandante del barco ha perdido la finalidad de nuestro viaje. ¿El crecimiento?. No, en absoluto sino el bienestar (le bonheur). ¿Quién manda en el barco?. ¿Quién lleva las riendas?. No tenemos ni idea.(….). Pero no comprendemos la finalidad del trabajo que se nos propone.

"En nuestra sociedad hemos intentado maximizar el bienestar individual y el colectivo y hemos llegado a un sistema de producción, de consumo y de relaciones que entendemos como el menos malo de todos: el capitalismo. Además financiero. Sin embargo, si la búsqueda del bienestar nos ha conducido a preferir ese sistema de económico, en ningún caso su consecuencia directa (la búsqueda del crecimiento) engloba, en su totalidad, su causa primera (la búsqueda del bienestar). En consecuencia, racionalmente, sería un error confundirlos: no hay reciprocidad en esta relación de causalidad, aunque la mejora de nuestras condiciones de vida, durante mucho tiempo, ha ido de consuno con el crecimiento económico. De ahí la amalgama actualmente imperante. Sin embargo, en la actualidad, hemos entrado en una fase invertida, consecuencia de un reequilibrio progresivo de las relaciones de fuerza neoeconómicas, en cuyo interior batirse por unas décimas de crecimiento puede engendrar una pérdida significativa del bienestar social. No somos tan solo “Homo economicus”.

 

"¿Buscar el crecimiento? Sí, y solamente sí, si tiene un impacto positivo sobre nuestra calidad de vida. No queremos perder de vista lo que realmente nos hace más felices o, por el contrario, desgraciados. El hecho de que no sea fácil medir cuantitativamente nuestro nivel de felicidad no nos sirve como excusa para situarla por delante del crecimiento económico.

En otras palabras, pensamos que las actuales prioridades están mal jerarquizadas. Somos conscientes de haber alcanzado la cumbre de la pirámide de Maslow. Pero estamos cansados de dar vueltas en la cúspide de la pirámide. Estamos encerrados en ella, bloqueados. Al menor patinazo nos imaginamos caer rodando todos los escalones al mismo tiempo. Empleo, dinero, coche, domicilio, hasta la familia a veces. La exclusión acecha. En consecuencia nos sentimos condenados a vivir a toda velocidad contra nuestro deseo. Sentimos el viento del cañonazo y comprendemos que, en nuestra sociedad, no hay medias medidas y que hay que correr con todas nuestras fuerzas.

Sí, los elementos de los escalones inferiores (de la pirámide de Mawlow) caen en ruina (alojamiento, salud, seguridad…). La situación nos parece absurda. Estamos desconcertados cuando nos encontramos con jóvenes sonrientes que provienen de países en desarrollo como nunca nosotros hemos sonreído en nuestra vida. Aún a riesgo de parecer primarios, nosotros los "djeuns" (expresión que designaría a los jóvenes de hoy que tienen las tecnologías más novedosas pero que viven instalados en la precariedad) queremos sonreír. Nosotros, ¡queremos ser felices!. ¡Queremos una economía del bienestar y no solamente una economía del crecimiento!. Queremos un modelo duradero para sentirnos en seguridad.

La idea de la confusión existente en nuestra sociedad entre crecimiento y bienestar está fuertemente anclada en el inconsciente de la juventud francesa. Pero no comprendemos la finalidad del trabajo que se nos propone. Desde nuestro punto de vista todo esto es irracional: el trabajo para el crecimiento, el crecimiento al infinito, la competitividad con los ojos cerrados. ¡No !. ¡Crecimiento y bienestar, definitivamente, no son sinónimos !.

Soñamos con escapar de todo esto pues nos sentimos todo menos libres. En Bengladesh en Gabón no encontraremos el confort al que estamos habituados, pero trabajar en una ONG y ver sus sonrisas reconforta tanto nuestro corazón que abandonamos voluntariamente todos nuestros bienes materiales.

Tres propuestas para comenzar:

1ª Propuesta: crear un estatus legal de empresa conforme a la definición ofrecida por el premio Nobel M. Yunus de “social business” de tipo I: “Una empresa rentable, que no distribuya dividendos y cuyo objetivo sea social, ético y medioambiental”. Esto ya se hace en los EEUU.  

2ª Propuesta: crear una Bolsa de “social business”, gestionada públicamente, a fin de ofrecer dar la necesaria visibilidad a esas empresas y facilitarlas el acceso a los fondos.

 3ª Propuesta: lanzar, en complemento a las dos propuestas anteriores, "social impact bonds", instrumentos financieros de una remarcable inteligencia, que presentaría ventajas, no solamente para el Estado: la iniciativa privada se involucraría en los problemas sociales, éticos y medioambientales, y sería recompensada financieramente si su gestión fuera exitosa.

En consecuencia, las empresas del “social Business, en teoría deberían, a largo plazo, suplantar las empresas clásicas pues, aun desarrollándose más lentamente, reinvertirían la totalidad de su ganancias, sea en la mejora de calidad del producto o del servicio, sea en la disminución del precio del precio propuesto a sus clientes. Los accionistas, vigilarían que la empresa estuviera correctamente gestionada”

Hasta aquí una largo resumen de las ideas principales de Hugo Gentille que pueden encontrarse, en su totalidad, en Le Monde del 7 de julio pasado.

Comentado este jueves pasado, 11 de julio, este texto en Madrid en un grupo de “expertos” del “Centro Reina Sofía de estudio de la adolescencia y juventud”, me decían que “el texto era muy bonito pero, en España con tantos jóvenes en paro, ¿cuántos estarían de acuerdo con Hugo de Gentille?”. Pues no lo sé pero estoy absolutamente seguro que más de uno en nuestras universidades lo estaría. Conozco a más de uno y dos. Habría que darles, en mayor grado, la palabra, como lo ha hecho el Círculo francés de empresarios. Creo que nos llevaríamos una agradable (y desafiante) sorpresa.

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