martes, 16 de julio de 2013

“Transparencia, espectáculo y morbo”


“Transparencia, espectáculo y morbo”

 
Que en el mismo momento que Barcenas declaraba ante el juez Ruz hubiera alguien (necesariamente presente en la sala) que lo estuviera transmitiendo, vía Twitter, indica que la privacidad ha muerto. No en nombre de la transparencia sino del morbo, del espectáculo o vaya Usted a saber en busca de que objetivos, públicamente inconfesables. Espero, con escéptica curiosidad, si toda la maquinaria judicial es capaz de dar con la persona que realizaba esas trasmisiones y que decisión adoptará el juez Ruz, o quien corresponda, al respecto.

Hoy mismo leo que el Papa Francisco llamó por teléfono el día pasado a un amigo argentino. Pues su conversación estaba pinchada y han salido detalles en la prensa. Por ejemplo que refiriéndose al papa Benedicto le llama “el viejo” lo que, como se sabe, en Argentina tiene una connotación (cariñosa) diferente que tiene en España. No sé si le pinchó la CIA, la actual KGB o el “susum corda”. No lo sé ni me interesa pues ya sabemos que todo el mundo espía a todo el mundo. ¡Bueno!, todo el mundo que tiene capacidad para espiar.

Me tranquiliza, personalmente, saber que no soy tan relevante como Barcenas o el papa Francisco y aunque, como todo el mundo, estaré pinchado, no perderán el tiempo mirando con quién hablo, con quién mantengo correos electrónicos o qué páginas de Internet consulto. Además creo que el tema de la privacidad no tiene solución, a poco importante que seas. De ahí también la nefasta costumbre de dar su opinión en los medios de comunicación, de forma anónima. En nombre de la participación ciudadana, pretenden algunos.

Mi mayor preocupación estriba en que este proceder se entienda como transparencia informativa y que los medios de comunicación se vean, prácticamente, obligados a publicarlos (si quieren sobrevivir) con lo que “los importantes” jugarán al escondite o hablarán en medias palabras o tapándose la boca como los entrenadores de futbol (importantes) en los banquillos. En otras palabras, reina la desconfianza social, a poco importante que seas, sea por tu responsabilidad, sea por tu fama. Pero este clima de desconfianza, cual mancha de aceite, no se limita a esas personas sino que se extiende cada vez más en la sociedad. Y una sociedad que desconfía es una sociedad poco cohesionada. De ahí también que crezca la demanda de seguridad y que entre los  agentes sociales más valorados estén las policías y las Fuerzas Armadas.

Orwell tenía razón. Se equivocó en apenas una década.   

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