Fauré en el Auditorio Nacional
Ayer, sábado
29, levitamos en el Auditorio Nacional con el Réquiem de Fauré, la Filarmónica de Berlin,
con Rattle a la batuta, y el Orfeón Donostiarra de los mejores días. ¡Qué
gozada!. Alfonso Aijón (para quien no lo sepa, alma mater de Ibermúsica que se
merece el aplauso de todos los melómanos) me decía, justo antes del concierto, que el ensayo había sido soberbio y que Rattle así lo había manifestado. Pero
que a veces los ensayos salen mejor que los conciertos, añadió. Al termino del
concierto volví a encontrármelo y, a mi interrogación, respondía que el
concierto fue soberbio (y dos críticos musicales con quienes conversé eran de
la misma opinión) pero que el ensayo fue aún superior. Y añadió Alfonso: con
tanto público es difícil controlar el volumen sonoro. Personalmente, sin sus
conocimientos, también percibí que en la primera parte, en algunos momentos, la
orquesta tapaba un tanto los increíbles pianísimos de las voces blancas del
Orfeón para, a partir del Sanctus, conjuntarse plenamente. Para la anécdota,
quiero señalar que Rattle se acercó al coro y los levanto en medio de una ovación
de gala. Sany (para los que no sepan, José Antonio Sainz Alfaro, director del Orfeón)
se paseaba nervioso al inicio (le transmití la opinión de Rattle tras el
ensayo) y feliz y relajado al final recibiendo las felicitaciones de todos.
Las opiniones
de Aijón sobre las bondades de las interpretaciones en los ensayos y en el
concierto me traen a la memoria una anécdota de Mravisky que pretendió anular
un concierto pues, aducía, que no lograrían alcanzar el nivel del ensayo.
Un comentario
al paso. Fauré era agnóstico y, salvo error, compuso el Réquiem menos
tremendista de entre los más escuchados. Una meditación de menos de 40 minutos.
Una oración laica. Maravillosa obra.
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