"Parsifal" en Bayreuth
¡Al fin! Con
setenta y cinco años a cuestas, y los siete últimos en cola, esperando mi
turno, al fin hemos conseguido entradas para poder asistir a una representación
de Parsifal en Bayreuth. Fue el pasado 14 de agosto. Si, además, el día 16, acudimos
a la representación de Tristán e Isolda, puedo decir que uno de mis mayores
deseos musicales ya lo he satisfecho. Las representaciones comenzaron a las
16.00 y concluyeron hacia las 22 horas con dos intervalos de una hora. 4 horas
de música con tiempo para degustarla…con una buena cerveza o una copa de vino
blanco del Rin.
Parsifal no es
una “obra cristiana” como Diálogo de Carmelitas de Poulenc o San Francisco de
Asís de Messiaen. Wagner la denominó “festival escénico sacro”. Pero cuando el
coro canta “tomad mi cuerpo, tomad mi sangre en mi memoria” la referencia
cristiana es evidente, lo que no escapó, e irritó, a Nietzsche que escribió
esto: “todo lo que yace en una vida empobrecida, la gran falsificación de la
Trascendencia y del Más Allá, encuentra en la música de Wagner su más sublime
heraldo. (…) Su última obra será el zenit de esta falsificación. Parsifal
mantendrá eternamente un lugar privilegiado en el arte de la seducción, como la
obra de un genio de la seducción…Yo admiro esta obra, me hubiera gustado poder
ser su autor y la comprendo…Se paga caro abrazar el mundo de Wagner. (…) Tiene
las mismas propiedades que una absorción regular de alcohol. (…) Embrutece,
idealiza. (…) Wagner es gravemente peligroso para los jóvenes; es funesto para
las mujeres”. (Fr. Nietzsche “El caso Wagner”, traduzco de su traducción
francesa, Alia, Paris 2007, pp. 61-64)
Wagner pensó en 1849
en una ópera o escenario dramático en cinco actos titulado “Jesús de Nazaret” en
la que, por influencia de Feuerbach, concibió a Cristo como un revolucionario
social. De hecho, en la Wahnfried, residencia de Wagner en Bayreuth hoy
convertida en un remozado Museo, encontramos un ejemplar del libro de
Feuerbach, en el que se habría inspirado. La necesidad de la
redención-salvación y las figuras de redentor (a menudo acompañado, cuando no
impulsado, por la figura de una mujer) conforman un tema recurrente en Wagner:
Tanhausser, Lohengrin, Sigfrido, Parsifal…La última frase que pronuncia el coro
en Parsifal dice literalmente esto: “Redención para el Redentor”, pues en
Wagner, los redentores son humanos, incluso los dioses, en el Anillo, lo son en
gran medida.
Estos últimos
años he leído, no poco, sobre Wagner en general y Parsifal en particular y creo
que lo que quiso decir Wagner con su Parsifal se lo llevó a su tumba. Me
inclino a pensar, con no pocos, que Wagner utilizó los temas religiosos para
contar sus historias de redención, de amores ambiguos (el tema del amor en
Wagner es crucial), de transformación del mundo. Como en la actualidad, los
directores de escena utilizan la música de Wagner para contar, a su modo, sus
propias historias. No he asistido a ópera alguna de Wagner que se atenga a lo
que, con mucho detalle, precisó Wagner. Así en el Parsifal de este verano en
Bayreuth, el director de escena, Uwe Eric Laufenberg, presentó un primer acto centrado en el
Cristo crucificado en la figura de Amfortas para, en el tercero, dar paso a un
ecumenismo interreligioso. En el segundo acto, las “niñas flor” aparecen cubiertas
con el chador musulmán para ser desalojadas por chicas occidentales, ricamente
desvestidas, lo que algunos entendieron como una afrenta al islam. Personalmente
la lectura de Laufenberg no me disgusta, pero no puedo no añadir que esa no
es la lectura de Wagner. Lo que no me impide, sin embargo, reconocer que,
poniendo entre paréntesis el libreto de Wagner, la apuesta del realizador fue,
visualmente hablando, espléndida, intelectualmente, muy defendible, y
musicalmente, dirigida por Harmut Haenchen, soberbia.
La acción la sitúa Laufenberg, como se nos mostró en un video
proyectado al modo Google Earth,
en una comunidad cristiana de monjes, rodeados de terroristas, en Siria, cuando Wagner la sitúa en
“Montsalvat, con el paisaje de las montañas del norte de la
España gótica”. (Pero la contextualización de
la ópera en Bayreuth responde a hechos reales. En una reciente publicación referí
cómo en una zona fronteriza con Siria al comienzo del siglo XX se asentaba una
comunidad floreciente de 500.000 cristianos arameos que mantenían viva la
lengua que, presumiblemente, hablaba Jesús. Al final del mismo siglo esa cifra
se había reducido a 2.500 cristianos arameos y numerosos observadores estiman
que «su erradicación total es inminente»).
Vivimos similar
experiencia en la extraordinaria versión de Tristán e Isolda, con un reparto de
lujo y Thielemann a la batuta. En el epílogo de la ópera, cuando Isolda
concluye su Liebestod (Muerte de amor), escribe Wagner: “Isolda…cae suavemente
sobre el cadáver de Tristán…Marke bendice a los difuntos”. El realizador de
Bayreuth hace que Marke, sin bendecir a nadie, se lleve consigo a Isolda, en un
contrasentido total a la intención de Wagner. Poco importa. El público,
entregado a la interpretación de Petra Lang y Thieleman, prorrumpió en
enfervorizados aplausos y bravos.
¡Cuántas veces,
cuantos, no hemos asistido a una representación de Wagner, y hemos cerrado los
ojos para que la escena no nos perturbe! Nos topamos en Bayreuth con una pareja
de músicos donostiarras que se habían desplazado para escuchar, completo, el
Anillo, y nos dijeron que, en un momento de amor entre Sigfrido y Brunilda, el
realizador puso en escena imágenes de dos cocodrilos copulando. No me extraña
que ese Anillo haya sido abucheado. Aunque un amigo navarro, que había asistido
en Bayreuth a Parsifal y a Tristán un par de semanas antes que nosotros, y con
quien compartí, via WhatsApp, nuestras experiencias musicales, me decía que la música
de Wagner, en Bayreuth, lo supera todo, “supremo deleite…que diría Isolda”.
Durante treinta
años solo se pudo interpretar Parsifal en Bayreuth. Claro que escuchar los
coros de Parsifal, en el proscenio, en la cúpula, y a la altura media de la
cúpula, como detalla Wagner en el Libreto, es una experiencia musical única, inenarrable.
En ningún lugar del mundo la música de Wagner penetra como en su santuario de Bayreuth.
Un teatro hecho por y para Wagner. Con una acústica nítida, potente,
envolvente, la mejor de todas las salas a las que he acudido en mi vida. Es
evidente que “el
modus operandi de la experiencia musical, la fuerza vital de su inutilidad, la
maestría sin control que puede ejercer sobre nuestras mentes y cuerpos, sigue
siendo tan inextricable como la música en sí”. Pero antes, George Steiner, pues
de él estoy hablando, ya nos había advertido que “el lenguaje es aquello que la
música no es”. En efecto, la
música comienza donde no llegan las palabras, donde acaban las palabras. Así nos
quede lo esencial: la música y, como dijera, creo que Baudelaire, de Wagner, y mucho
antes que Nietzsche, su música puede enloquecer. ¡Vaya que sí!
Texto publicado en Noticias de Gipuzkoa el 26/08/17 y en DEIA el 27/08/17
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