miércoles, 1 de febrero de 2017

Castigar: una pasión contemporánea

Castigar: una pasión contemporánea

El título de este artículo es la traducción del de un libro, publicado en Francia hace apenas quince días, “Punir: une passion contemporaine” (Seuil, Paris, 2017). Su autor, Didier Fassin, profesor de sociología en Paris y en Princeton (EEUU), muestra cómo Francia tiene actualmente la mayor población penal de su historia en tiempos de paz. En sesenta años, el número de presos ha más que triplicado. Pero esta situación no se corresponde con un aumento de la delincuencia sino con un aumento en la severidad de las penas. Cada vez se castiga más con la pena de cárcel para los mismos delitos y se aumenta el tiempo de estancia en la prisión, para los mismos delitos. Esta tendencia no es exclusiva de Francia. Se encuentra, en diversos grados, y con la excepción de los países escandinavos, en todos los continentes, siendo los Estados Unidos el caso extremo: ha multiplicado por ocho el número de reclusos en cuatro décadas. Pero en todas partes, se sigue pidiendo política criminal aún más dura, incluso, insisto en ello, sin que haya aumentado la delincuencia. Así, en España, se sigue endureciendo el Código Penal cuando tiene una de las tasas de criminalidad más bajas (45 por cada 1.000 habitantes, siendo 62 la media europea) y, sin embargo, la tercera tasa de estancia en prisión (19 meses), solo por detrás de Turquía y Rumanía, según un Informe realizado por el sindicato de prisiones Acaip.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? La sociedad, en gran parte alarmada por unos medios (telediario, radio, prensa etc.), en cuyas noticias privilegian todo drama, todo lo peor del género humano, cuanto más escabroso mejor, se ha hecho cada vez más temerosa, exigiendo constantemente mayor seguridad. Los responsables públicos, sean políticos, expertos, policías, magistrados, aun conscientes de la absoluta inutilidad de muchas de las medidas represivas y sancionadoras, las adoptan y defienden. Para hacer como que se hace algo. Así se ha creado, lo que con rigor y profundidad describe Didier Fassin, la pasión contemporánea por el castigo, por las medidas coercitivas en la vida pública, por la violencia injusta aunque legal, malos tratos, torturas y menosprecio por los derechos humanos en los lugares de detención.

El mes de diciembre pasado, un Informe Oficial del Gobierno francés sobre el estado de la cárcel de Fresnes, a pocos kilómetros de Paris, habla del hacinamiento de personas con una ocupación del 202 % sobre lo previsto, de la proliferación de insectos y ratas, de edificios en ruinas, del "clima constante de la violencia que reina" y del "uso de la fuerza - en contra de los detenidos- violencia que no está en absoluto controlada”.

En el Informe, resultado de la inspección de doce controladores oficiales, entre el 3 y el 14 de octubre, pone los pelos de punta. (Una foto tomada de la presentación de ese Informa lo ilustra perfectamente). Leemos que "las condiciones de vida de las personas detenidas constituyen un trato inhumano o degradante en el sentido del artículo 3 de la Convención Europea de Derechos Humanos". (Le Monde 15/12/16). No es la primera vez que este tipo de Informes muestran la realidad de las cárceles de Francia.

El editor del escritor Dennis Lehane ha logrado que los suplementos literarios del pasado fin de semana de “La Vanguardia” y de “El País”, publicaran elogiosísimas recensiones de su recién traducida novela, “Ese mundo desaparecido”. El autor, que se define como “escritor político”, en cuyos libros hay “muchas muertes violentas”, injustificadas, gratuitas, pero bien contadas, para “atrapar al lector” confiesa, pone en boca de un sindicalista esta frase: “la única diferencia que veo entre un ladrón y un banquero es un diploma universitario”. De ahí a decir que todos somos criminales en potencia, luego carne de cárcel, hay un paso que hace años se ha franqueado. Hay muchos más presos que provienen de los colectivos más desfavorecidos, aunque acabamos de ver cómo encarcelan a un banquero de 85 años por haberse llevado indebidamente mucho dinero. Y muchos se escandalizan de que todavía no haya un solo Pujol entre rejas. Y más cerca de nosotros, es triste comprobar cómo “Kakux”, cura amigo, que cometió actos condenables, es presentado, por no pocos, como un monstruo a quien la tierra le tiene que tragar, lejos de Euskadi. Sí, tiene razón Didier Fassin: vivimos, nosotros los ciudadanos, no solamente los jueces, una auténtica pasión condenatoria. Pasión condenatoria cruel y despiadada con el que ha cometido actos reprobables, actos, que, obviamente, deben ser sancionados. Pero, ¡cuántas veces no hemos oído decir “que se pudran en la cárcel”!

En fin, en la presentación del Informe de Amnistía Internacional “Peligrosamente desproporcionado”, el pasado 17 de Enero, su director en España, Esteban Beltrán, declaraba que desde que ETA decidiera poner fin a su actividad violenta en octubre de 2011, España ha ido imponiendo medidas antiterroristas "más ambiguas" a las que achaca los casos de enaltecimiento de terrorismo aplicados a unos titiriteros, a un concejal madrileño, o a un cantante. Además Beltrán instó a eliminar el régimen de incomunicación a detenidos pues, a su juicio, esta incomunicación es la que ha "favorecido" la tortura a detenidos por la que España ha sido denunciada hasta en ocho ocasiones por las autoridades europeas y que sigue siendo, en opinión de Amnistía Internacional "uno de los grandes problemas pendientes de esclarecer", aunque se señala que cada vez se aplica menos este régimen de incomunicación en España, y por tanto, son menos los casos de torturas y maltratos policiales.
He escrito mucho sobre estos temas. En artículos de prensa y en revistas. También en mi libro “Tras la losa de ETA” (PPC, Madrid 2014). Al lector interesado le sugiero que lo consulte pues no voy a resumir aquí, en dos líneas, mi posición ante un tema con tantas aristas.

El papa Francisco, luego de lamentarse del "violentísimo enfrentamiento", con sesenta presos muertos, en una cárcel brasileña, (03/01/17) declaró: "renuevo el llamado para que los institutos penitenciarios sean lugares de reeducación y de reinserción social, y que las condiciones de vida de los detenidos sean dignas de personas humanas".

El artículo 25. 2 de la actual Constitución Española dice que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social… y que los condenados tendrán “derecho …al desarrollo integral de su personalidad”. Pero, ¿a quién importan los presos, si no son los de su cuerda? 

Quiero cerrar este texto señalando algo que vengo afirmando desde que era estudiante: las prisiones en nuestro siglo, incluso en las zonas más democráticas del planeta, son el equivalente a las galeras en una de las partes más cultas del mundo en la antigüedad. La que nos ha legado su Derecho, a saber, el Imperio Romano. En esto, apenas hemos avanzado.


(Texto publicado en Deia y en Noticias de Gipuzkoa el sábado 28 de Enero de 2017)

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