Castigar: una pasión contemporánea
El título de este artículo es la traducción del de un libro,
publicado en Francia hace apenas quince días, “Punir: une passion contemporaine” (Seuil, Paris, 2017). Su autor,
Didier Fassin, profesor de sociología en Paris y en Princeton (EEUU), muestra
cómo Francia tiene actualmente la
mayor población penal de su historia en tiempos de paz. En sesenta años, el
número de presos ha más que triplicado. Pero esta situación no se corresponde
con un aumento de la delincuencia sino con un aumento en la severidad de las
penas. Cada vez se castiga más con la pena de cárcel para los mismos delitos y se
aumenta el tiempo de estancia en la prisión, para los mismos delitos. Esta
tendencia no es exclusiva de Francia. Se encuentra, en diversos grados, y con
la excepción de los países escandinavos, en todos los continentes, siendo los
Estados Unidos el caso extremo: ha multiplicado por ocho el número de reclusos
en cuatro décadas. Pero en todas partes, se sigue pidiendo política criminal
aún más dura, incluso, insisto en ello, sin que haya aumentado la delincuencia.
Así, en España,
se sigue endureciendo el Código Penal cuando tiene una de las tasas de
criminalidad más bajas (45 por cada 1.000 habitantes, siendo 62 la
media europea) y, sin embargo, la tercera tasa de estancia en prisión (19
meses), solo por detrás de Turquía y Rumanía, según un Informe realizado por el sindicato de prisiones Acaip.
¿Cómo
hemos llegado a esta situación? La sociedad, en gran parte alarmada por unos
medios (telediario, radio, prensa etc.), en cuyas noticias privilegian todo
drama, todo lo peor del género humano, cuanto más escabroso mejor, se ha hecho
cada vez más temerosa, exigiendo constantemente mayor seguridad. Los
responsables públicos, sean políticos, expertos, policías, magistrados, aun
conscientes de la absoluta inutilidad de muchas de las medidas represivas y
sancionadoras, las adoptan y defienden. Para hacer como que se hace algo. Así
se ha creado, lo que con rigor y profundidad describe Didier Fassin, la pasión contemporánea por el castigo,
por las medidas coercitivas en la vida pública, por la violencia injusta aunque
legal, malos tratos, torturas y menosprecio por los derechos humanos en los
lugares de detención.
El mes de diciembre pasado, un Informe Oficial del Gobierno
francés sobre el estado de la cárcel de Fresnes, a pocos kilómetros de Paris,
habla del hacinamiento de personas con una ocupación del 202 % sobre lo
previsto, de la proliferación de insectos y ratas, de edificios en ruinas, del
"clima constante de la violencia que reina" y del "uso de la
fuerza - en contra de los detenidos- violencia que no está en absoluto
controlada”.
En el Informe, resultado de la inspección de doce
controladores oficiales, entre el 3 y el 14 de octubre, pone los pelos de
punta. (Una foto tomada de la
presentación de ese Informa lo ilustra perfectamente). Leemos que "las
condiciones de vida de las personas detenidas constituyen un trato inhumano o
degradante en el sentido del artículo 3 de la Convención Europea de Derechos
Humanos". (Le Monde 15/12/16). No es la primera vez que este tipo de
Informes muestran la realidad de las cárceles de Francia.
El editor del escritor Dennis Lehane ha logrado
que los suplementos literarios del pasado fin de semana de “La Vanguardia” y de
“El País”, publicaran elogiosísimas recensiones de su recién traducida novela,
“Ese mundo desaparecido”. El autor,
que se define como “escritor político”, en cuyos libros hay “muchas muertes
violentas”, injustificadas, gratuitas, pero bien contadas, para “atrapar al
lector” confiesa, pone en boca de un sindicalista esta frase: “la única
diferencia que veo entre un ladrón y un banquero es un diploma universitario”.
De ahí a decir que todos somos criminales en potencia, luego carne de cárcel,
hay un paso que hace años se ha franqueado. Hay muchos más presos que provienen
de los colectivos más desfavorecidos, aunque acabamos de ver cómo encarcelan a
un banquero de 85 años por haberse llevado indebidamente mucho dinero. Y muchos
se escandalizan de que todavía no haya un solo Pujol entre rejas. Y más cerca
de nosotros, es triste comprobar cómo “Kakux”, cura amigo, que cometió actos
condenables, es presentado, por no pocos, como un monstruo a quien la tierra le
tiene que tragar, lejos de Euskadi. Sí,
tiene razón Didier Fassin: vivimos, nosotros los ciudadanos, no solamente los
jueces, una auténtica pasión condenatoria. Pasión condenatoria cruel y
despiadada con el que ha cometido actos reprobables, actos, que, obviamente,
deben ser sancionados. Pero, ¡cuántas veces no hemos oído decir “que se pudran
en la cárcel”!
En fin, en la presentación
del Informe de Amnistía Internacional “Peligrosamente
desproporcionado”, el pasado 17 de Enero, su director en España, Esteban
Beltrán, declaraba que desde que ETA decidiera
poner fin a su actividad violenta en octubre de 2011, España ha ido imponiendo
medidas antiterroristas "más ambiguas" a las que achaca los casos de
enaltecimiento de terrorismo aplicados a unos titiriteros, a un concejal
madrileño, o a un cantante. Además Beltrán instó a eliminar el régimen de
incomunicación a detenidos pues, a su juicio, esta incomunicación es la que ha
"favorecido" la tortura a detenidos por la que España ha sido
denunciada hasta en ocho ocasiones por las autoridades europeas y que sigue
siendo, en opinión de Amnistía Internacional "uno de los grandes problemas
pendientes de esclarecer", aunque se señala que cada vez se aplica menos
este régimen de incomunicación en España, y por tanto, son menos los casos de
torturas y maltratos policiales.
He escrito mucho sobre estos temas. En artículos de prensa y
en revistas. También en mi libro “Tras la
losa de ETA” (PPC, Madrid 2014). Al lector interesado le sugiero que lo
consulte pues no voy a resumir aquí, en dos líneas, mi posición ante un tema
con tantas aristas.
El
papa Francisco, luego de lamentarse del "violentísimo enfrentamiento",
con sesenta presos muertos, en una cárcel brasileña, (03/01/17) declaró: "renuevo
el llamado para que los institutos penitenciarios sean lugares de reeducación y
de reinserción social, y que las condiciones de vida de los detenidos sean
dignas de personas humanas".
El artículo 25. 2 de la actual Constitución Española dice
que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán
orientadas hacia la reeducación y reinserción social… y que los condenados
tendrán “derecho …al desarrollo integral de su personalidad”. Pero, ¿a quién
importan los presos, si no son los de su cuerda?
Quiero cerrar este texto señalando algo que vengo afirmando
desde que era estudiante: las prisiones en nuestro siglo, incluso en las zonas
más democráticas del planeta, son el equivalente a las galeras en una de las
partes más cultas del mundo en la antigüedad. La que nos ha legado su Derecho,
a saber, el Imperio Romano. En esto, apenas hemos avanzado.
(Texto publicado en Deia y en Noticias de Gipuzkoa el sábado 28 de
Enero de 2017)
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