El domingo pasado (19/02/17) pudimos leer en “La Vanguardia” el
artículo que reproduzco aquí abajo. Defiende dos tesis:
1.
De la Iglesia Católica se valora su acción social pero no se acepta
que quiera intervenir, públicamente, con su palabra, en cuestión de ética,
moral etc. Los cristianos a la sacristía.
2.
La libertad de expresión le estaría vedada a la iglesia, en algunos
aspectos, como los referidos a los comportamientos sexuales. Si lo hace,
quienes no estén de acuerdo con sus pronunciamientos tienen derecho a tratar de
impedirle, incluso violentamente, que exprese sus opiniones.
Estoy de acuerdo con el fondo de ambas tesis, sobre todo con la selectiva
libertad de expresión, aunque, con algunos detalles del texto discreparía. Básicamente
(y hay más): no creo que haya una conspiración contra la Iglesia, aunque sí fundamentalistas
anti-eclesiales. Más que cristianófobos, como se dice en al artículo, hay
eclesiófobos. Pero, es que en los temas que trata, la Iglesia católica no se ha
caracterizado precisamente por la misericordia que ha puesto en primera fila el
actual papa Francisco.
LA Vanguardia 19/02/17
DANIEL ARASA
La parroquia de Santa Anna de Barcelona
ha sido protagonista social y mediática en las últimas semanas. La acogida de
personas sin techo en los días álgidos del invierno fue una acción humanitaria
de gran valor y un ejemplo para las instituciones de acogida. Una monja y unas
voluntarias nos comentaban que no faltan lugares para los sintecho, pero allí
encontraron no solo atención a sus necesidades materiales, sino que palpaban
que se les quería. Aplicación de las palabras de Cristo de “lo que hagáis a uno
de estos pequeños a Mi me lo hacéis”. La transformación del lugar en un
“hospital de campaña” las 24 horas del día y los 365 días del año es un salto
más. Ha sido una actuación magnífica, que ha gozado de aplausos generalizados,
incluso de no creyentes.
Además de la acción asistencial, ya de
por sí un testimonio fundamental, la Iglesia tiene también la misión de dar
doctrina. “Id por todo el mundo predicando…”. En esto ya no recibe parabienes.
En la semana previa al 12 de febrero una fortísima campaña mediática, a través
de las redes sociales, en la calle, en las instituciones, fue promovida por
sectores LGBTI para impedir en la misma Santa Anna una conferencia de Philippe
Ariño, un homosexual católico francés que promueve que las personas
homosexuales vivan la castidad. La organizaba la Delegación de Juventud de la
Archidiócesis de Barcelona.
El ruido, las presiones, no solo
depositaron sobre la mesa del arzobispo cientos de insultos e improperios, sino
que llegaron al Parlament y al Govern de la Generalitat, que decidieron abrir
un expediente y vigilar el acto. El día de autos fue necesaria protección
policial y aun así un grupo de activistas LGBTI irrumpieron en la sesión. Toda
una muestra de intolerancia y de vulneración de la libertad de expresión cuando
los mismos colectivos a todas horas y en todas partes hacen su propaganda con
apoyo de no pocos medios de comunicación y subvenciones oficiales a chorro. El
Parlament y el Gobierno de la Generalitat cedieron al sectarismo, vulneraron la
libertad de expresión y se inmiscuyeron injustamente en la sociedad civil. Para
desvanecer dudas de que el acto no iba contra nadie, los organizadores lo
grabaron todo en video y con acta notarial.
Si fuera un hecho aislado quedaría en
anécdota. Pero el caso es que sectores militantes LGBTI, del feminismo radical
y de algunos grupos políticos han adoptado la estrategia de “montar un pollo”
cada vez que un obispo, un sacerdote, una asociación católica u otros hablan de
defender el derecho a la vida incluso del no nacido, de la familia natural, de
la sexualidad desde la óptica cristiana, del derecho de los padres a exigir
para sus hijos educación religiosa. Es toda una estrategia de intimidación
sistemática. Decir que un matrimonio está formado por un hombre y una mujer
comporta ser crucificado a insultos y quedar como un trapo en las redes
sociales. Incluso manifestaciones y denuncias en el juzgado. Algunos obispos ya
tienen experiencia. Por supuesto, el calificativo de homófobo aparecerá en
miles de tuits, wash-up y hasta en las páginas en papel
de algún periódico. El objetivo es
cerrar la boca. Algunos han cedido.
Otros se mantienen firmes. El arzobispo
Juan José Omella hizo bien en no anular aquella conferencia. Hace pocos días,
la Universidad de Cádiz vetó ante las presiones una conferencia de Jokin de
Irala, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública y autor del libro
Comprendiendo la homosexualidad porque este experto no comparte determinados
postulados esgrimidos por los activistas.
Lo sucedido en Santa Anna es un
laboratorio de lo que ocurre a diario en la sociedad en relación con lo
cristiano. Aplausos a la labor de ayuda a los pobres. Nada dirán si en el
templo rezan el rosario. Pero que la Iglesia pueda iluminar la sociedad, que
actúe como revulsivo de la conciencia más allá de la miseria social, que esté
presente en la cultura, que emita criterios morales, que difunda la doctrina de
Cristo completa… de todo esto nada. Intentan arrinconar al ámbito privado toda
expresión religiosa. Mientras la Iglesia quede reducida a una oenegé que da de
comer a pobres sin hablar de Dios, ningún problema. Pero cuando decide que,
además, debe ser luz del mundo, la cristianofobia emerge a raudales. Lo grave
es que no faltan católicos que no se enteran. Como actúan de manera tan tibia,
tan light, “no se mojan”, tales presiones nunca les afectan a ellos.
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