Vejez, senectud y talante vital
Salvador Paniker, un
sabio viviente, con sus 88 años a espaldas, autor, entre otros muchos, del
libro “Diario de un anciano averiado” (Random House 2.015), afirma en una
entrevista que “la vejez, digámoslo claramente, es una devastación. Ahora bien,
la senectud puede ser mínimamente sabia. Cada edad te da una perspectiva” (En “La Vanguardia , 07/11/11).
Yo no he llegado a los 88 años y tampoco se me aparece como un objetivo vital
prioritario. Tengo “solamente” 73 años y, como Paniker, la artrosis y otras
cosas, ya me pasan factura. Una fascitis plantar me ha hecho frecuentar,
recientemente, la sala de rehabilitación de Policlínica Gipuzkoa, un espacio
donde cabe realizar una tesis doctoral con la comunicación que logran crear los
y las excelentes “físios”, y el Dr. Isturiz a la cabeza.
Avanzando en edad pienso
que, aunque nos hacemos más irritables, el cuerpo físico se deteriora antes que
la psique, el intelecto y el espíritu. Al menos los que vivimos del trabajo
intelectual. Quizás porque hemos menospreciado la dimensión física de la
condición humana. Y con los años, aunque se nos atasquen las palabras y no
recordemos muchos nombres, nos cuesta más bajar escaleras que leer y escribir,
horas y horas. Sí, desde Cicerón, sabemos que la senectud es otra cosa que la
vejez.
Hace años escribí un
texto que titulé “La España con arrugas”.
Defendía, entre otras ideas, estas dos con las que concluyo estas breves
líneas. La primera para decir que, así como no hay juventud como categoría
uniforme sino jóvenes, tampoco hay vejez sino personas mayores. De ahí que, más
allá de la edad, quepa hacer muchas tipologías de jóvenes como de mayores. La
segunda para afirmar que un factor esencial a la hora de distinguir a unos y
otros mayores (sin olvidar su edad, su estado físico, sus disponibilidades
económicas, su ámbito familiar etc., etc.) reside en su talante vital: la
actitud de los que ven la jubilación solamente como un retiro asistido, pues
“por eso han trabajado toda su vida”, les condena al ostracismo y a la
irrelevancia social. Sin embargo, ¡cuanto puede aportar la persona mayor,
precisamente por ser mayor!.
Este breve texto redacté a su demanda, en la Revista de la Policlínica Gipuzkoa
donde se publicó, según me dicen, en Diciembre de 2015. Mi texto data del 14 de
noviembre de 2015
Las edades mayores debieran ser edades para filosofar sobre la vida y sobre el mundo, intentar serenarse frente al exceso poco útil de movimiento, de actividad a veces no tan fértil -no estoy hablando de no hacer deporte o de no tener actividades físicas (yo por ejemplo he descubierto el monte y la semi-escalada a mis 61 años; recomiendo el sosiego y la amabilidad honda del monte; que se antoja fiero sólo si se desconoce), sino de aprender de la lentitud, de la moderación y de aceptarlas.
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