El rechazo al nacionalismo
Una versión reducida de este texto se publicó en DEIA y en “Noticias de
Gipuzkoa” el 15 de diciembre de 2017
El nacionalismo tiene mala prensa. Muy mala. Hay que buscar
con lupa un texto en el que se alaben las virtudes del nacionalismo. Incluso
quienes se dicen nacionalistas, cuando están fuera del círculo de amigos o de
otros nacionalistas, se expresan, frecuentemente, como tales nacionalistas, con
toda suerte de circunloquios: nacionalista abierto, en nada etnicista ni
xenófobo, menos aún racista; nacionalista sí, pero de izquierdas (ser
nacionalista y de derechas puede ser lo peor de lo peor y tildado de fascista
como poco) moderadamente nacionalista etc., etc. Por el contrario, la crítica
al nacionalismo aparece por doquier, en la derecha como en la izquierda, en el
poder como en la oposición, entre laicos como entre religiosos, etc. Pero,
según desde donde se hable, se puede tildar como nacionalistas a colectivos
bien diferentes. Es lo que trato de mostrar en estas líneas, con textos
recientes, provenientes de ámbitos y sensibilidades políticas diferentes.
Básicamente retendré, con alguna excepción, posiciones anti- nacionalistas por
personas o colectivos tenidos como bastante moderados o, al menos, no
extremistas.
El líder del PSC, Miquel Iceta, ha reprochado al alcalde de Gimenells, Dante
Pérez, que se haya ido con "los nacionalistas del PP", después de que
el edil leridano fichara ayer por el PP horas después de romper el carné
socialista por "no querer compartir partido, dijo, con los nacionalistas
de Unió". (EFE 10/11/17). Para Iceta, la maldad no parece residir en que
el alcalde de su partido lo haya abandonado para pasarse al PP, sino que lo
haga prefiriendo el nacionalismo del PP al de Unió.
Según refiere la
misma agencia EFE (19/11/17), el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, ha
llamado a aprovechar el 21D para "poner fin al nacionalismo y su idea
caduca", que ha definido como "un veneno que puede enfermar a
Europa", y acabar con "40 años donde el nacionalismo nos ha marcado
la agenda". Rivera ha dicho a los "nostálgicos", en alusión a PP
y PSOE, que "el bipartidismo y el pasteleo con los nacionalistas ha
muerto" porque "el pueblo español ya no lo tolera" y porque
"ha llegado Ciudadanos".
"Ciudadanos es
la alternativa ciudadana frente a la hegemonía nacionalista" ha añadido, y
la apuesta por "valores cívicos no identitarios". y es la garantía
para lograr una "Cataluña libre, sí: pero de corrupción, de imposición y
de nacionalismo". Recuérdese que votó en contra del Cupo vasco el pasado
23 de noviembre en el Parlamento de Madrid.
Claro que la idea
de que el nacionalismo es un veneno ha debido tomarla, Albert Rivera, nada
menos que de Juncker, el presidente de la Comisión Europea quien en una
entrevista al diario “El País” del día anterior declaraba que “el nacionalismo es veneno. (…) Estoy a favor de la Europa
de las regiones: de respetar la identidad, la diferencia. Pero eso no supone
que vayamos a seguir a esas regiones en todas sus aventuras, que a veces son un
tremendo error”. Y ya refiriéndose a Catalunya, añade: “El Gobierno y la
Generalitat pueden discutir el grado de autonomía, pero Europa es un club de
naciones, y no acepto que las regiones vayan contra las naciones. Menos aún
fuera de la ley”. ¡Acabáramos! El nacionalismo malo es el de las regiones, no
el de las naciones estado. Pero, como veremos inmediatamente, no piensa lo
mismo, Enrico Letta, quien fuera primer ministro de Italia.
No
entro hoy, aquí, en el tema del cumplimiento de la ley, aunque no sin señalar,
que hay muchas leyes no cumplidas. El Estatuto de Gernika es un clamoroso
ejemplo de ello. (Ya sé que no es lo mismo, pero no hay nunca dos situaciones
históricas idénticas). Quiero subrayar la idea clave de una concepción de
Europa como club de naciones, club frente al que las regiones solo les queda
doblegarse.
He concluido
la lectura del reciente libro de Enrico Letta “Hacer Europa y no la guerra”,
Península 2017. Letta es un político de cultura democristiana, que además de
primer ministro en Italia, tras haber sido ministro de Asuntos Exteriores,
actualmente, entre otras cosas, es el presidente del Instituto Jacques Delors.
Letta tiene un perfil con el que “a priori” yo comulgaría. Ha escrito un breve
libro, con aspectos interesantes, otros criticables. Al final, la lectura de
libro, junto a algunos capítulos francamente interesantes, suscita más
preguntas de las que pretende resolver. A mi juicio, obviamente.
Para Letta,
uno de los principales problemas de Europa radica en los nacionalismos.
Pensando en la Unión Europea, escribe que “se perfila un nuevo bipartidismo
político entre globalistas y nacionalistas, como vimos en la última campaña
presidencial francesa” (P. 72). Léase todo el capítulo y se constatará que
Letta piensa, exclusivamente, en los nacionalismos de Estado, el francés,
inglés, alemán, italiano etc. No menta en absoluto los nacionalismos de los
países sin estado, como el vasco, catalán, escocés, flamenco etc. Y cuando
habla de vascos, bretones, andaluces, alsacianos, lombardos o sicilianos, lo
hace como “hijos de una misma familia” (p. 95): la familia del estado al que
pertenecen. Para Letta esto es muy claro. La familia es el Estado, lo que, así
dicho, sin matiz alguno, es insostenible. Doy un ejemplo fuera de España para
no cortocircuitar la lectura de estas líneas.
Habiendo
estudiado en Lovaina y manteniendo relación desde hace 50 años con Bélgica,
resulta imposible decir que flamencos y valores pertenecen a la misma familia.
Son circunstancias concretas (entre otras que Bruselas en territorio flamenca
se habla básicamente francés, aunque en la actualidad también inglés, árabe,
español…). En la misma página 95 del libro de Letta podemos leer que “la misión
de Europa no es borrar los Estados. Tampoco constituye un superestado. Cuanto
se aborda a nivel europeo debe hacerse así porque no puede hacerse a nivel
nacional (…). Pero no es posible reducir a Europa a un nivel pertinente de
acción, a una escala eficaz (…) sino también a un sentimiento de pertenencia a
Europa que podamos experimentar en el interior”.
¡Ay!, no
salimos de la Europa de los estados, de las naciones-estado, más que por
razones de eficacia ante el poderío de los países emergentes, de Asia y del
traslado del centro de gravedad del planeta del Atlántico al Pacifico. Los
países sin estado, incluso los que tienen un gran sentimiento europeísta como
Escocia, Flandes, Euskadi, Catalunya etc., quedan sencillamente arrinconados y
como protesten … miren lo que está pasando en Catalunya. Algún día habrá que
detenerse a pensar el porqué de la mala fama del término nacionalista y a qué
realidades sociopolíticas se aplica, y quién las aplica.
En la Iglesia
Católica, en España, a cuenta del conflicto catalán se ha vuelto a escuchar
aquello de que “la unidad de España es un bien moral”. Y cosas aún más fuertes.
He aquí un par de ejemplos. El cardenal Fernando Sebastian ha escrito un
artículo que ha titulado “Catalunya querida”, titular que, a juicio del
historiador y monje de Monserrat Hilari Raguer, suena a sarcasmo. En efecto
escribe Sebastián: “El nacionalismo es siempre victimista, pero es
victimista porque antes, y más profundamente, es egoísta, se cree más que los
demás y quiere más que los demás. Es egoísta e insolidario. Pretende estar
solo para vivir mejor (…) Y algo tiene que ver también en todo esto la
descristianización galopante que está sufriendo Cataluña en estos años. El independentismo descristianiza y la
descristianización favorece el independentismo”. (En Vida Nueva nº
3.056, Octubre-Noviembre 2017). ¡Qué cosas hay que leer! No había leído nunca que
independentismo y descristianización hacían pareja.
Pero no se queda atrás el Cardenal Cañizares. En una entrevista a
la pregunta de si “se
puede ser independentista y un buen católico”, responde esto: “En el
caso de la secesión, no. Lo digo cuando se trata de países democráticos. No se
puede ser católico en Italia y defender el secesionismo”. Pero piensa en España
cuando declara “que (en la Conferencia Episcopal española) deberíamos entrar
más a fondo en el tema de la unidad de España, del valor moral de la unidad de
España. El problema de los nacionalismos no es exclusivo de nuestro país. Está
en Italia con el norte, en Francia con Córcega, en Alemania con Baviera, en
Bélgica con Flandes, en Reino Unido con Escocia.... Es un tema muy actual.
Sería muy oportuno que en estos momentos se hiciese una calificación de la no
legitimidad del secesionismo en países democráticos”. (De una entrevista
en “La Razón”, 26 /11/17)
Para Sebastián independentismo y descristianización
van de la mano. Para Cañizares un buen católico no puede ser independentista. Si,
la sombra del nacional - catolicismo español es muy alargada y sigue vigente.
Ya
que este artículo iba de citaciones, permítanme que lo concluya con el gran
Edgar Morin cuando escribía (Le Monde 30/04/17) que “la división
izquierda-derecha es invisible en la economía y en la política exterior. y, en su
lugar vivimos una alternativa estéril entre la globalización y la región, entre
Europa y la nación, entre americanización y soberanismo, cuando habría que
promover la independencia en la interdependencia, aceptar la globalización en
todo lo que suponga cooperación y cultura, mientras que los territorios están
amenazados de desertificación” (…) “Se trata de mantener y proteger la nación
en la apertura a Europa y al mundo. Debemos ir más allá de la alternativa
estéril entre la globalización y el nacionalismo”.
Pero pocos políticos y cardenales leen a Edgar Morín quien
defiende la independencia en la interdependencia. Si les parece un trabalenguas
quédense con la soberanía compartida. Es que además no hay otra, aunque los
unionistas quieran no verlo. Claro que algunos independentistas tampoco.
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