Aprender a vivir en
el pluralismo
Artículo publicado en el Suplemento “Alfa
y Omega” de ABC el 21/12/17
Nietzsche en “La
Gaya Ciencia” en 1882, escribió que “¡Dios ha muerto y nosotros somos quienes lo hemos matado! (…) ¿No
estamos forzados a convertirnos en dioses, al menos para parecer dignos de los
dioses? No hubo en el mundo acto más grandioso y las futuras generaciones
serán, por este acto, parte de una historia más alta de lo que hasta el
presente fue la historia”. Había que matar a Dios para liberar al hombre,
haciéndolo dios. Peter Berger, en un libro magistral, “Los numerosos altares de la modernidad” (Sígueme, 2016) recordando
este texto, relata la siguiente anécdota: “el área metropolitana de Boston,
donde vivo, tiene más universidades y centros de educación superior por
kilómetro cuadrado que ninguna otra parte del mundo. A resultas de ello,
encontramos algunas de las pegatinas de coche más curiosas. Vi la siguiente,
justo saliendo del patio de Harvard: Querido
señor Nietzsche: Usted está muerto. Sinceramente suyo: Dios. Esto se acerca
bastante a la realidad empírica de nuestro tiempo”.
Pero, el pensamiento de Nietzsche ha anidado, y con fuerza
entre nosotros, en Europa y en España. La
secularización ha devenido secularismo que no es sino la manifestación de una
religión laicista, fundamentalista, excluyente de lo religioso.
El gran sociólogo
aragonés, José Casanova, profesor en la Universidad Georgetown de Washington
escribe que “para comprender la secularización en Europa es muy importante
comprender primero el proceso de confesionalización” (en un trabajo publicado
en Deusto “Secularización y laicidad en España y Europa”). En efecto, no se puede entender la
fuerte presencia en España del laicismo integrista excluyente de lo religioso
en la vida pública, si no se tiene suficiente perspectiva histórica, no tan
lejana en el tiempo, cuando la religión católica era, de facto, la religión del
Estado Español.
Para superar esta situación necesitamos aprender a vivir en
el pluralismo. El pluralismo,
amén de una filosofía de vida, es un hecho social empírico, una constatación
sociológica planetaria (salvo pocas excepciones, como Corea del Norte, Arabia
Saudita…) y supone, en el cristianismo, la superación del Estado de
Cristiandad. El pluralismo religioso conlleva la desinstitucionalización
política de la religión. En esta situación sociológica, la duda aparece como un
elemento esencial. De la fe religiosa sí, pero de la increencia, también.
Ante la duda que concita los pluralismos hay dos respuestas
nefastas muy presentes en nuestra sociedad: el relativismo y el fundamentalismo.
El relativismo supone que todo vale, que cada cual pueda opinar libremente de
lo que quiera. Además, muchos lo hacen con el convencimiento de que esa es la
auténtica forma de pensamiento de la modernidad, la forma superior de
pensamiento, a la que no se tardará en darle el epíteto y el marchamo de
pensamiento tolerante, con lo que prostituimos el término de tolerancia, que
queda degradado a la idea de que cada cual puede pensar lo que quiera (sin
violencia añaden algunos) sin necesidad de dar cuenta de porqué piensa como
piensa. El relativismo conduce al individuo hacia el nihilismo moral; el
relativismo socava el consenso moral sin el cual no puede subsistir ninguna
sociedad.
El fundamentalismo, es la
respuesta del débil que no es capaz de aceptar la duda en su vida y necesita
una serie de certezas para estar seguro de lo que dice. Es la consecuencia del
miedo al vacío. El
fundamentalismo responde a la demanda de superar la incertidumbre. Escribe
Berger que “el fundamentalismo balcaniza una sociedad, llevando, o bien a un
conflicto permanente, o bien a la coerción totalitaria”.
En este segundo supuesto entronco aquí con el gran
filósofo Marcel Gauchet, quien en un libro ya clásico de 1985 “El Desencantamiento del mundo”, y en 2017,
en el inmenso cuarto volumen de “L´avènement
de la democractie” (no traducido) sostenía la tesis del “cristianismo como
la religión de la salida de la religión”, pero no en el sentido “de que la gente ya no cree
en Dios. ¡Realmente no creían más en otros tiempos! (….) La salida de la
religión es la salida de la organización religiosa del mundo”, lo que
obviamente es otra cosa bien distinta. Pero añade que “lo que sucedía en el campo de lo
religioso está destinado a recomponerse fuera de la religión”, dando paso a lo
que denominará la “teología política y la política anti-teológica”, la
substitución, lo digo con mis palabras, del referente heterónomo religioso por
el referente heterónomo político. Lo aplica a Donald Trump, cuyas primicias afirma haber conocido en su
juventud en el anarquismo: “no he visto tantas personas autoritarias como en el
mundo libertario”, escribe.
En
nuestra sociedad estamos viviendo este traslado del fundamentalismo religioso
(el estado de cristiandad) al fundamentalismo secularista que desea limitar la
dimensión religiosa al ámbito de lo privado y a los templos. Nada de misas en
la televisión, los belenes a los domicilios privados, eliminación de cruces en
los lugares públicos, no digamos de capillas etc., etc. Sí, vivir el pluralismo
respetuoso del otro es una asignatura todavía pendiente en muchos españoles.
Creyentes y no creyentes.
Javier
Elzo
Catedrático
Emérito de Sociología. Universidad de Deusto
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