Lo indecible de la música
(31 de diciembre de 2015)
Esta tarde de fin de año
he escuchado, en casa, dos joyas de la música de todos los tiempos: los últimos
cuarenta minutos (aproximadamente) del primer acto de Parsifal (la primera
exposición del Grial) de Wagner en la versión dirigida por Knapperbutch en
Bayreuth el año 1951y las Variaciones Goldberg de Bach con Celine Frisch al
clave, en grabación de hace pocos años. Dos obras bien distintas de dos
compositores bien diferentes. Y, cada vez que vengo al teclado queriendo
trasladar mis sensaciones al término de alguna audición o escucha de una obra,
me quedo sin términos para hacerlo con un resultado mínimamente convincente. Es
lo indecible de una experiencia que siempre embargo es bien real. Me digo que, si
fuera un escritor y no un mero redactor, quizás encontraría las palabras para
describir la experiencia musical pero, constato leyendo lo que otros, algunos
grandes escritores, han reflejado sobre el papel comentando determinadas obras
musicales, que no son capaces de trasladarme y, menos aún hacerme partícipe, de
sus emociones y sensaciones. Con lo que poco puedo añadir sino reiterarme en lo
indecible, aunque bien real y trascendente, de la experiencia musical.
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