domingo, 29 de septiembre de 2013

Sobre el libro de Josep Piqué: “Cambio de era"


Josep Piqué: “Cambio de era: Un mundo en movimiento: de Norte a Sur y de Oeste a Este” Ediciones Planeta Deusto. 2013

 

Esta tarde dominical me he bajado en Kindle el último libro de Josep Piqué: “Cambio de era: Un mundo en movimiento: de Norte a Sur y de Oeste a Este” (Ediciones Deusto. 2013. 207 páginas). Como es mi costumbre con los ensayos me he leído, de entrada, la introducción y la conclusión. Siendo ambas demasiados breves me he leído también el anteúltimo capítulo, el XVII, uno de los más largos, si no el más largo, titulado “Unos comentarios últimos sobre España”. Creo que aquí se habrá acabado la lectura de este libro, de interés muy relativo pues lo que dice es bastante obvio en un hombre de la derecha moderada. Además en sus artículos de prensa ya le había leído lo que desarrolla algo más en extenso (poco más, y con escasa profundidad) en el libro. Esperaba más de este libro. Nada que ver con los que tengo entre manos como el de  Alain Touraine. « La fin des sociétés » Seuil 2013 (del que ni he terminado su introducción) y el de Christhopher Clark "Les Somnabules. Été 1914: Comment l´Europe a marché vers la guerre". Flammarion 2013 (traducido del inglés "The Sleepwalkers..." Ed. Alan Lane 2012), que estoy literalmente devorando cuando saco tiempo.

 
Para que se hagan una idea de los planteamientos de Piqué traslado abajo algunas afirmaciones de su libro. Todas excepto la primera (de la introducción) y la última (del brevísimo capitulo de consideraciones finales) provienen del anteúltimo capitulo sobre España

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“La tesis de este libro es precisamente ésta: de manera a veces poco perceptible, nuestro mundo, en virtud de grandes transformaciones de fondo, algunas de ellas absolutamente vertiginosas, está entrando en una nueva era que, de forma muy simplificada, diríamos que se refleja en un claro desplazamiento del eje de gravedad del planeta desde el norte hacia el sur y desde Occidente a Oriente”.

“Tradicionalmente, tanto en tiempos de crisis como en tiempos de bonanza, España sufre una tasa de desempleo que duplica o triplica la de nuestros vecinos desarrollados. Además, la tasa de desempleo juvenil se acerca peligrosamente al 60 por ciento. Insufrible. También es cierto que, durante los años de bonanza, España acogió a varios millones de inmigrantes que venían en busca de trabajo y de un creciente estado del bienestar y que lo encontraron. A pesar de eso, la tasa de desempleo en España nunca bajó del 9 por ciento, con unos dos millones de personas teóricamente desempleadas, pero que no se las encontraba luego en el mercado de trabajo. Por consiguiente, parece innegable que existe un problema institucional. Primero, porque buena parte de esos teóricos desempleados, en realidad, están en la economía sumergida. Y segundo, aunque aceptemos ese hecho, porque parece también innegable que algo debe funcionar mal en nuestro mercado de trabajo, cuando el paro se dispara en tiempos de crisis a velocidades mucho mayores que en la mayoría de los países de nuestro entorno. Seguramente tiene mucho que ver la legislación laboral”.

“Hay que abordar cómo podemos facilitar la contratación, vía contratos no duales (el famoso contrato único, con indemnización asociada a la antigüedad) o vía contratos que permitan salarios por debajo del Salario Mínimo Interprofesional o, desvinculando salarios a la evolución del Índice de Precios al Consumo. Y muchas cosas más. Porque la magnitud de la tragedia no se combate sólo dejando pasar el tiempo”.

“Hay quien argumenta que el Gobierno de Rajoy es socialdemócrata. Bien. No lo comparto en esos términos. Lo que no es, con toda seguridad, es liberal”.

“El riesgo que corre España es, precisamente, el de su eventual «italianización» de su escenario político”.

“Eso liga con la necesaria adaptación de nuestros partidos políticos. Unos partidos que venían de la prohibición y de la clandestinidad, durante la Dictadura franquista. Y que los «constituyentes» pensaron, con razón, que convenía consolidar y fortalecer. Para ello, les dotaron de palancas de poder muy relevantes, construyendo en la práctica un sistema parlamentario «viciado» por el poder de los partidos sobre el poder legislativo y sobre el poder judicial, a través de la supremacía del poder ejecutivo, dominado por un sistema de partidos muy jerarquizado, de forma que en su cúpula se concentra buena parte del poder sobre el conjunto de las instituciones del Estado de Derecho”.

Además, se hizo una ley electoral que reforzaba enormemente el poder de los «aparatos» de los partidos, a través de listas cerradas y bloqueadas y de grandes circunscripciones que, a la hora de la verdad, rompen el vínculo entre representantes y representados y lo sustituyen por algo perverso: los representantes se deben a quienes los eligen, que no son los electores, sino las cúpulas de los respectivos partidos. No es extraño que eso aleje vocaciones genuinas de servicio público y que se haya ido generalizando la mediocridad, basada en la obediencia acrítica”.

Tenemos que apostar en “términos de riqueza, prosperidad, igualdad y libertad. Valores que Occidente ha tenido como bandera, desde la Revolución francesa y que ha sabido plasmar en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de la Organización de Naciones Unidas”.

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