miércoles, 12 de julio de 2017

El intento de suicidio de Rosie, en la Alemania nazi

El intento de suicidio de Rosie, en la Alemania nazi

Rosie, es uno de los personajes clave de una extraordinaria novela, “Regreso a Berlín” escrita por Verna B. Carleton, sobre la que he escrito un artículo que me publican en algunos medios del Grupo Noticias el sábado 14 de julio de 2017, donde referencio esta entrada en mi blog

Rosie es la tía de Eric, el alemán que huyo del nazismo y vuelve a Alemania en 1957 a encontrarse con su pasado. Rosie estaba casada con Friedrich, un alto miembro del nazismo, aunque cuando se dio cuenta de lo que era, se suicidó. Tras sepultarlo, Rosie narra para los suyos, Eric, y la medio hermana de este, Käthe, así como a la mujer de Eric y a otra persona que le acompaña en el viaje (y que hace el papel de narradora), lo que hizo después de enterrar a su marido. Comienza diciendo, pensando en su marido, que “no hay mayor tragedia en la vida que resultar sospechoso en todos los bandos”. Y continua así la narración en las páginas 239- 246 del libro que reproduzco con unos pocos cortes.

“ Así pues, los dejó a todos allí en el cementerio tras rechazar los ofrecimientos de llevarla la casa; comenzó a caminar sola, su último paseo, en dirección a la casa de Charlottenburg donde había nacido. Aquella maravilla de mansión, quería mirarla por última vez, llevarse consigo a la eternidad algún recuerdo de una felicidad efímera, de la niñez ya oscurecida por el dolor adulto, de su hermana y de su hermano, ambos muertos; todo se había esfumado, su madre a quien adoraba, el padre odiado…

(….)

“Lo haré en algún parque desierto, por la noche, y cuando me encuentren por la mañana dirán que la viuda se ha matado de pena” se dijo al final, cuando desapareció el crepúsculo y la obscuridad se abatió sobre la ciudad. Llevaba en el bolso la misma pistola que Friedrich había usado para dispararse; se la habían dado aún con las huellas dactilares, por miedo a que albergase dudas. ¡Dudas! Como si no hubiera sabido lo cerca que se hallaba Friedrich del suicidio en las últimas semanas, ella, que había contemplado aterrorizada como el hombre al que una vez había amado se desintegraba ante sus ojos hasta convertirse en una criatura llorosa y asustada; usó su último reducto de dignidad para liberarse de las garras de unos hombres que, según acabó por comprender, resultaban ser unos criminales y no los salvadores de la patria.


Era de noche, hacía mucho frio, repitió, y ella iba en busca de algún parquecillo; pronto se extravió, las calles se le antojaban extrañas, parecían llevar a algún lugar sin fin. De repente, cuando la fatiga la aplastaba, vio una pequeña iglesia, con la puerta abierta. Entró para descansar un momento, ella, que no se había acercado a una iglesia desde el día de su boda. Sentada en uno de los bancos traseros, con una lucecita encendida sobre el altar, mientras lo único que se oía en medio de la oscuridad era su respiración, advirtió, con completa aceptación, que aquélla era la iglesia luterana de ladrillo rojo en la que la habían bautizado de pequeña, la Iglesia que distaba sólo una manzana de su casa de Charlottenburg; llevaba quizá horas caminando en círculos alrededor de la casa y algo la había llevado a aquel lugar. Estaba demasiado desfallecida para moverse. Se limitó a sentarse allí y perder toda noción del tiempo, de la ciudad exterior, de por qué había acudido allí en plena noche.

Y mientras estaba allí sentada ocurrió – dijo Rosie con voz queda -. La vida había acabado para mí. Estaba muerta. Y al momento siguiente levante la vista y, de repente, con un gran destello dorado y deslumbrante, la vida me inundó de nuevo, y con ella, la certeza de que no estaba sola, de que algo más fuerte que yo, más fuerte que la humanidad mortal, había extendido la mano para levantarme.

Sintió como toda la fe que sentía de pequeña volvía a ella, pero tan renovada y profunda que era como si se estuviese convirtiendo en otra persona, en una extraña dentro de su propia piel. En aquel momento de iluminación, de completa claridad, vio que Alemania había perdido la guerra, y supo que la esperaban el terror y el hambre, pero también que tenía que seguir viviendo, que Dios quería su vida por alguna razón y que si se confiaba en él por completo sería capaz de seguir, de hacer el bien y de salvarse a sí misma y los demás. Cuando, mucho más tarde, Rosie volvió por fin a casa, temió que aquel destello interior desapareciera, que al llegar la mañana todo fuera de nuevo gris y absurdo.

Pero nunca se fue-  dijo en voz queda. Me ha protegido todo el tiempo.  Trajo de regresa a Käthe (la medio hermana de Eric que había huido a Paris). Y no es un accidente que tú, Eric, a pesar de haber afirmado que no volverías, hayas vuelto. Yo sabía que lo harías.
Ojalá Alemania - dijo Eric tras un momento - contase con más cristianos como tú.  Entonces quizá las iglesias podrían haber detenido a Hitler desde el principio.  Pero lo cierto es…

Que fracasaron total y absolutamente, -  hijo mío -. Lo sé. Cuando viene el pastor Schaffman a tomar café conmigo, a veces nos sentamos aquí y no hablamos de otra cosa. Desde la guerra, la gente vuelve a agolparse en las iglesias y vota a los democristianos, para apaciguar el dolor de su corazón. Pero no profesan la religión más allá de los labios. Saben que fracasaron en la mayor crisis de Alemania.

Sí, prosiguió con la voz tensa por el desdén, si los alemanes poseyesen de verás algo de juicio moral sano, algo de gentileza o compasión, ¿habrían seguido a un líder que solo predicaba odio?. Sí Alemania se hubiera guiado por sus principios cristianos habría sido imposible encontrar gente para dirigir los campos de concentración, para ejecutar asesinatos en masa, para destruir la mayor parte de Europa…. y a sí mismos.

Nosotros... Nosotros, los cristianos, somos responsables de lo que ocurrió, porque el régimen nazi constituyó el mayor fracaso de la historia de la cristiandad – exclamó Sosie, alzando una voz furiosa -. Si los líderes de la Iglesia se hubieran alzado heroicamente a la primera amenaza, si la Iglesia Católica en la que nació Hitler lo hubiera excomulgado y desafiado a su régimen desde el primer día, entonces los alemanes podrían haber salvado sus almas. Hoy es demasiado tarde. Todo alemán adulto debe asumir su culpa.  Solo los muy jóvenes pueden levantar la cabeza sin vergüenza.

¿Existía ese sentido profundo de culpa en los alemanes? se preguntó Eric a continuación. Era muy difícil de distinguir.

Mi querido muchacho, le replica Sosie, la gente que se siente culpable es como nosotros: almas decentes y honestas que lloran porque no pudieron impedir lo ocurrido, no porque ellos lo causaran.

¿Y de que servían la culpa y las lágrimas, preguntó, cuando la verdad era aún más terrible? ¿Quería Eric la verdad? Entonces debía escuchar lo peor. Habían hecho faltan millares (cientos de millares, según algunos), para formar los SS y las SA, para dirigir los campos de concentración y todas las fuerzas de represión en los países ocupados. Y eso, si hablábamos solo de nazis fanáticos, no de la gente inocente que se vio arrastrada.

¿Dónde se imagina el mundo entero que se han ido esos fanáticos?  -  inquirió -.  No se han esfumado. Se hallan en toda Alemania, en ambas zonas, trabajando pacíficamente sin la menor sensación de culpa por lo que hicieron en el pasado. Te dirán que sólo obedecían órdenes de sus superiores. Es gente sin rastro de conciencia ni de alma, gente que puede encender el gas que asesina a millones de personas y después decir: “Estás manos no son mías. Soy una herramienta. Un cero”, y un cero no puede sentir culpa, ¿no es así?

Eric sacudió la cabeza, cansado. Pero todos tenemos la culpa: los que hicieron esas cosas y el resto del mundo, que permitió que se perpetrasen crímenes así. Y míranos ahora. Todo el mundo habla de los “exnazis” como si le diese miedo ofenderlos.

Es claro - exclamó Käthe -. Porque ya no poseen un partido. No lo necesitan. Les conviene más seguir siendo nazis convencidos y trabajar en otros partidos como hacían al principio. La gente de fuera que siempre anda diciendo que el fascismo ha muerto en Alemania está loca de atar. Nosotros, los que vivimos aquí, nos vemos rodeados constantemente por terribles recordatorios de que el pasado no es el pasado. Sigue siendo el presente.

Lo sé, puedo sentirlo res, respondió Eric. (…..) No hace falta que me convenzáis - dijo con voz llena de cansancio y frialdad -. Yo soy el que va diciéndole a la gente que Alemania sigue saturada de nazis.

El nombre está muerto y enterrado, lo que viene a ser la etiqueta. Nadie sería lo bastante imbécil como para revivir a los nazis en cuanto partido o fuerza política. Sin embargo, hay millones de personas en Alemania hoy en día que no pueden decirlo abiertamente, aunque en lo más profundo de su corazón recuerdan la época nazi como el periodo más fantástico. Solo sienten haber perdido la guerra, no haberla empezado.

Käthe se detuvo para contemplar el rostro de Eric, el trémulo juego de llamas y sombras sobre la carne pálida.

Como ves-  concluyó por él -  las cosas son peores de lo que te imaginabas

No, - respondió-. Si servía de consuelo, y en aquella época uno tenía que encontrar consuelo en los hechos más variopintos, él había sabido a qué atenerse en su viaje a Berlín.  Lo único que le dolía, confesó Eric, es que no veía salida ni solución, ni esperanza alguna para una humanidad que repetía los mismos errores, los mismos deslices, generación tras generación.

¿De qué nos sirvió arriesgar la vida cuando éramos jóvenes? – exclamó-. ¿Qué conseguimos? ¿Qué bien le reporto a mi padre morir de modo tan heroico en la cárcel?

Querido muchacho, eres demasiado viejo para preguntas tan fútiles. - la voz de la tía Rosie atravesó la penumbra, estentórea y reconfortante-. En esta vida hacemos lo que debemos hacer, según nos dicta nuestra conciencia individual. Tu padre escogió su muerte y al hacerlo creció espiritualmente. ¿Qué más se puede pedir?”


(Y a partir de aquí, en la novela, Eric lee en voz alta, fragmentos de lo que su padre pudo escribir y, corrompiendo a sus guardianes, sacar de la cárcel, antes de que muriera en su celda).

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