sábado, 24 de septiembre de 2016

Cinco lecciones magistrales sobre la paz

Cinco lecciones magistrales sobre la paz

(Una redacción notablemente reducida de este texto, por razones de espacio, se publicó en DEIA y ene Noticias de Gipuzkoa, el sábado 24 de Septiembre de 2016)

Del 12 al 14 se septiembre pasados, en los Cursos de Verano de la UPV/EHU asistí a cinco de las nueve conferencias que se impartieron en el marco del Curso titulado “La Construcción de la paz: la perspectiva de la historia”. Organizó el curso la Secretaría de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco en colaboración con la Universidad Complutense de Madrid. Juan Pablo Fusi, Catedrático de Historia Contemporánea en dicha Universidad seleccionó a los ponentes y dirigió en curso. Magistral curso del que hoy, día de reflexión, voy a trasladar, muy sucintamente, algunas de las ideas mayores de los cinco cursos a los que mi agenda me permitió asistir.

Victoria Camps, Catedrática de Filosofía moral y política en la universidad de Barcelona, en su conferencia, “El pensamiento ilustrado y la paz”, nos hizo un repaso acerca de cómo algunas figuras señeras de la Ilustración, así como otras de la actualidad, han abordado el tema de la paz. Se detuvo, al comienzo de su conferencia, en el Abate Saint Pierre y su “Proyecto de paz perpetua en Europa” (1713) que sería resumida por Rousseau y que influyó hasta en la Sociedad de la Naciones de 1919. Pero Victoria Camps se detuvo más en Kant quien escribiera un texto de similar título al del Abate, a quien obviamente había leído, “Hacia una paz perpetua”. Kant pone tres condiciones para lograr esa paz. 1º, un derecho de gentes basado en una federación de estados libres y superando la voluntad individual mediante un “deber moral” de carácter global. 2º La constitución de cada estado debe ser no despótico (“republicano” escribirá Kant pero no en el sentido que hoy damos a este término, nos subrayó Victoria Camps) al par que cada ciudadano también debe cumplir las leyes y 3º: el derecho de gentes debe basarse en la hospitalidad, el derecho a ser bien acogido en cualquier parte del mundo, sin ser considerado como un enemigo.

Para Kant la paz es un imperativo de la razón práctica, esto es, un “deber moral” que solamente puede darse en Estados cosmopolitas aunque el mismo Kant reconoce que esto es un ente de razón pues la realidad muestra, dado el carácter egoísta de los individuos, argüirá, que la guerra prima sobre la paz. En realidad el esfuerzo de la Ilustración es más que encomiable sobre el papel pero, utópico (yo diría quimérico) en la realidad.

Victoria Camps nos habló de Habermas, de valorar lo “común”, de apoyarse en la sociedad civil y de superar la idea de soberanía completa, concepto que afirmó es realmente inexistente en la realidad actual pues somos tributarios de diferentes ámbitos de soberanías, luego apostando por la soberanía compartida. Quienes me leen, saben bien que es una idea que repito constantemente.

Concluyó Camps citando el pensamiento de dos grandes mujeres que luchan en el camino de la paz. La última Premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich y su libro “La guerra no tiene rostro de mujer” y Virginia Woolf, con su ética del “cuidado” en la construcción de la paz. Poner la mirada en el otro, el cuidado reciproco. 

El donostiarra Juan Pablo Fusi, catedrático Emérito de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y director de este Curso, nos habló de “Gandhi y la no violencia”. Insistió en la idea de que el planteamiento gandhiano fue básicamente moral y no político. Gandhi estaba muy impregnado de la religiosidad hindú, más concretamente del jainismo, que propugna el ascetismo, la purificación, la no violencia contra las personas y contra los animales, luego a una dieta estrictamente vegetariana. La idea del Estado le es totalmente ajena y de hecho, además de pasar largos periodos de su vida viviendo como un asceta en una pueblecito del centro de India, en realidad se desentendió del proceso concreto de independencia de India del imperio británico, aunque lo anhelaba. Básicamente porque Occidente impedía la realización en su país de su ideal hindú de carácter agrario y tradicional.

Su máxima de la “no violencia” le llevo a rechazar el uso de la violencia contra el Imperio británico y, al final de su vida, cuando se cocía la independencia de la India, su gran problema fue resolver la disputa entre los hindúes y los musulmanes en su país.

Su retraimiento hacia la vida ascética personal le llevo a desentenderse de sus cuatro hijos, rechazar la oposición a Hitler, no solamente a no defender la causa de los negros en los más de diez años que vivió en Sudáfrica sino incluso a menospreciarlos y a adoptar una postura radicalmente contraria a los zulúes, que los considerada básicamente como guerreros.

La influencia de Gandhi viene más de su doctrina de la no violencia y de su vida personal que de su acción y de sus posicionamientos en cuestiones políticas. Una máxima suya, referenciada por el profesor Fusi, lo ilustra bien: “el fin no justifica los medios, pero los medios impregnan el fin”.

Santos Juliá, Catedrático Emérito de Historia Social y del Pensamiento Político en la UNED, impartió la conferencia titulada “Paz, piedad y perdón: el último Azaña”. Comenzó su conferencia ofreciéndonos la audición, en un CD, del final del último discurso de Azaña, pronunciado en Barcelona, el 18 de julio de 1938, y que concluye con la expresión que da título a la conferencia, “paz, piedad y perdón”. Santos Juliá nos trasladó el empeño de Azaña en lograr la paz, a través de los contenidos, y muy especialmente los contextos, de los cuatro discursos que pronunció, como Presidente de la República. Para mí un descubrimiento absoluto.

El discurso del 18 de julio de 1938 tiene un doble registro: rendir homenaje a quienes habían resistido al golpe militar a los dos años del mismo (por eso está pronunciado en Barcelona), por un lado, pero también, y principalmente, y dirigido a la comunidad internacional esta vez, el convencimiento de Azaña de que la guerra ya está perdida, lo que le impulsa a pronunciar el alegato por la paz, la piedad y el perdón. Escuchar su voz estremece. Santos Juliá nos dijo que, normalmente, Azaña improvisaba sus discursos lo que no quiere decir, en absoluto, que no los llevará bien pensados. Bien al contrario, utilizaba el arma de la emoción y el de su propia implicación personal (el “yo” es frecuente en sus discursos) para esclarecer y profundizar en la razón. Azaña nunca entendió que los países libres dejaran durante tanto tiempo la guerra de España como un mero asunto de los españoles a diferencia de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini que desde el comienzo apoyaron, militarmente, la rebelión franquista. Una última idea, que no ha perdido un ápice de actualidad: en su discurso de 18 de Julio de 1937 (cuando ya temía la perdida de la guerra) dice Azaña que la paz requiere, después de la guerra, “una paz con los vencidos”. Para meditar, también en nuestros días.

El tercer y último día del Curso lo abrió Juan José Solozabal, Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Madrid con una conferencia sobre “René Cassin y los Derechos Humanos”. Solozabal se considera heredero y partícipe de la corriente liberal donostiarra; cita las figuras de Fausto Arocena, José de Arteche, Miguel Artola, Azaola, Caro, Mitxelena, Carlos Santamaría, Tellechea Idígoras, Beristaín… Algun nombre se me pasó.

René Cassin nació en Baiona el año 1887 en una familia de origen judío. Su notoriedad proviene básicamente del hecho de haber sido el principal redactor de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DDHH en adelante), adoptada por la ONU en 1948. Fue Vicepresidente del Consejo de Estado en Francia y Presidente del Tribunal Europeo de los DDHH. Le concedieron el Premio Nobel de la Paz en 1968. Juan José Solozabal presentó a René Cassin como un hombre moderado y pragmático y se preguntó si el pragmatismo, la moderación, el trabajar práctico, el hacer las cosas posibles, no sería una característica de los vascos. Me sorprendió pues no es esa la imagen que se tiene de nosotros los vascos, pero Solozabal, en apoyo de su afirmación citó, además de los ya mentados más arriba, los nombres Urquijo, de varios ministros de Franco (Lequerica, Castiella y Areilza) así como el de la figura del Lehendakari Aguirre. Personalmente me quedo con la idea de la gran y rica pluralidad de la sociedad vasca: el cura Santa Cruz y el MLNV con ETA a la cabeza son vascos; René Cassin y, sobretodo, la actual proliferación de grupos silenciosos por la reconciliación también.

René Cassin defendía que los estados pueden limitar el ejercicio de los DDHH en determinadas circunstancias, no pareció en nada sensibilizado ante las torturas y guardó silencio ante el expolio de Palestina por parte del recién creado Estado de Israel. “No hay santos perfectos”, señaló Solozabal, como ya lo hiciera la víspera Juan Pablo Fusi hablando de Gandhi.

Solozabal dedicó una parte de su conferencia a comentar la Declaración Universal de los DDHH de 1948 insistiendo en cuatro puntos: la importancia capital de su sustentación en la dignidad de la persona humana; su carácter de ley positiva no meramente enunciativa; su universalidad a todos los individuos, aunque también cabe ampliarla a los pueblos y citó el caso de Palestina) y por último su jerarquización, con las discusiones que ambas notas conllevan. Me quedé con las ganas de preguntarle cómo congeniar y jerarquizar el derecho individual (a no ser objeto de un acto terrorista, un colono israelí en territorio palestino, por ejemplo) con el colectivo de un pueblo expoliado a su supervivencia como tal pueblo (obviamente pienso en Palestina en el mismo contexto).

Esta cuestión asomaría en la siguiente y última conferencia, la de Juan Maria Uriarte, Obispo Emérito de San Sebastián, en la que glosó la encíclica de Juan XXIII “Pacem in Terris”. Inició Uriarte su conferencia recordando los intentos del olvidado papa Benedicto XV por lograr la paz en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Al segundo día de su pontificado ya se oponía fuertemente a la guerra. Pero nadie le entendió en un contexto de fuerte patriotismo belicista. Pio XII “trabajo en paralelo” por la paz, en expresión de Uriarte, de quien remarcó que nunca citó en sus textos y discursos la Declaración Universal de DDHH de 1948. Lo que sí hizo Juan XXIII de cuya Encíclica “Pacem In terris”, Uriarte hizo un detallado análisis que no podemos trasladar a estas páginas por razones de espacio. Señalemos algunas ideas mayores.

Juan XXIII pasa del paradigma de la “guerra justa” al de la “paz justa” en base a cuatro pilares: verdad, justicia, solidaridad y libertad. Lleva a cabo un emparejamiento entre derecho y obligaciones: no tenerlo en cuenta conduce a individualidades egoístas y a comunidades particularistas. De ahí que asiente, como eje central de su discurso, el concepto y la práctica del “bien común”, en la actualidad bien olvidado. El bien común “obliga al ciudadano” y “obliga también al gobernante” de quien dirá que “la razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo en el bien común” (p.54). Un bien común que debe ser planetario, universal, adelantándose así en Papa Juan a la idea globalización (con otras palabras) moneda corriente en nuestros días. Tanto que ya abogará por una autoridad mundial que tendría el monopolio de la violencia legítima pero teniendo en cuenta el principio de subsidiariedad, uno de los principios centrales de la Doctrina Social de la Iglesia.

Continuando Uriarte con el pensamiento sobre la paz de los papas que sucedieron a Juan XXIII, esto es, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y también Francisco, subrayó un problema no definitivamente resuelto en el pensamiento de la iglesia y que ha sufrido varios vaivenes: sin entrar en el detalle de esos vaivenes señalemos lo esencial: si un Estado puede legítimamente responder mediante la violencia a una grave agresión violenta. Durante muchos años, ya con Pablo VI así como con Juan Pablo II parecía que los principios de resistencia pacífica y de la no violencia primaban claramente, quedando, como en retraimiento, los de la guerra justa, aun sin abolirlos explícitamente. Pero cuando aparece en el escenario mundial el “derecho de injerencia” humanitaria cuando en interior de un Estado hay una flagrante, continuada y grave violación de los DDHH de sus habitantes, tanto el principio de “no violencia” como el de soberanía absoluta de los estados, saltan por los aires. Uriarte subrayó que este dilema todavía sigue presente, tanto en el pensamiento de la Iglesia como en el de comunidad internacional. Aunque en algunos ámbitos se apunta a la idea de que “la soberanía de un Estado no es absoluta pero sí lo es la dignidad de la persona humana”, la actual crisis de refugiados en Europa la desmiente, en la práctica. Uriarte concluyó su intervención recordando las palabras de Pablo VI de que “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz” y las de Benedicto XVI de que “combatir la pobreza es construir la paz”, ideas que en extenso desarrollarán los papas Juan Pablo II y Francisco.

Quiero concluir diciendo que estas conferencias que, con las cuatro restantes a las que no pude asistir, y que se publicarán en breve por la Secretaría de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco, fueron para mí de lo mejor de este caluroso y bullicioso verano de 2016. ¡Qué gozada escuchar y aprender de tanta sabiduría concentrada!

Donostia 19 de Septiembre de 2016
Javier Elzo
Catedrático Emérito de Sociología. Universidad de Deusto

javierelzo@telefonica.net

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