jueves, 1 de julio de 2010

Para una Euskadi apaciguada dentro de veinte años


Para una Euskadi apaciguada dentro de veinte años
 

En el epígrafe 9 del Informe “Estrategia Gipuzkoa 2020-2030” bajo el titulado de “Hacia la finalización de la violencia política y la conquista histórica de la paz. Profundización en el autogobierno vasco” podemos leer este texto: “El uso de la violencia con fines políticos entra en contradicción con los valores éticos imprescindibles para crear un espacio común, en cuanto elimina la opción misma de planteamientos alternativos, diferentes. Así, en una Unión Europea de 500 millones de ciudadanos somos la única comunidad en la que persiste ese tipo de violencia. El único lugar en el que muchos representantes democráticamente elegidos han de vivir permanentemente protegidos, pues pesa sobre ellos la amenaza de muerte. Al igual que sobre empresarios, jueces, periodistas, profesionales. En los últimos años, se ha asistido a una considerablemente mayor activación de la respuesta institucional, política y social guipuzcoana en contra de la violencia política de ETA. Dadas las circunstancias actuales, es previsible que en pocos años nuestra sociedad conozca su finalización definitiva y la transición hacia códigos plenamente democráticos del importante sector social que durante décadas la ha apoyado”

No sé cómo va a terminar ETA. Por la detención de todos sus componentes (pero no habría que olvidar a su cantera); por un acuerdo (confío que no político sino “técnico”); por implosión interna del tipo ¡sálvese quien pueda!; por un acto unilateral de sus dirigentes de cese definitivo de la violencia (¿bajo el control de quién?) … Pero sí sé cómo no quisiera que acabara: escindiéndose en una ETA A que abandonara la violencia y se pusiera a disposición de la justicia y en otra ETA B  que, cual GRAPO (pero con mucho más apoyo social) decidiría seguir como hasta ahora.


Pero creo que me piden que mire más adelante. En el horizonte 2020-2030. Tengo en mente, entre otros, dos modelos: el del final de la guerra civil española (vencedores y vencidos) y el del final del apartheid o el de Irlanda del Norte.  Ciertamente nunca hay dos situaciones idénticas en la historia pero siempre se puede aprender de la historia. Yo me decanto por el segundo de los modelos citados.  

Hace cuatro años en una ponencia en el Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñate, hablando de estas cosas, traje a colación un artículo de prensa del historiador Anthony Beevor que bajo el significativo título de “España debe levantar el manto de silencio” decía cosas como estas:

“Después de que Franco muriese en 1975, el mundo entero admiró el paso de España a una monarquía constitucional y a la democracia. Pero el proceso requirió que se llegase a lo que después se llamaría el pacto de olvido. Ningún general o torturador fue sometido a juicio. Ninguna comisión de la verdad analizó el pasado de España. (…..) Hoy, el pacto de olvido debe romperse, aunque sólo sea para que todos los españoles puedan comprender cómo sucedió la tragedia.”.

Anthony Beevor termina su artículo con estas palabras: “Lo que España necesita ahora es un pacto de recuerdo, no de olvido, pero debe enfocar la memoria de un modo completamente distinto: uno que evite los fantasmas propagandísticos del pasado que se alimentan a sí mismos; uno que reconozca libremente las peligrosas consecuencias de negarse a transigir. Los españoles tienen muchas y grandes virtudes, especialmente la generosidad, la imaginación, el sentido del humor, el valor, el orgullo y la determinación. Pero no suelen distinguirse por intentar comprender el punto de vista del adversario. Es un vicio infravalorado. La tragedia de la Guerra Civil es sin duda el recordatorio más fuerte del peligro de despreciarlo”. (“El País”, 25 de Junio de 2006)

Hago mías sus palabras. Comprenderán que haya dicho últimamente en diversos foros y artículos de prensa que la gestión de las víctimas en la transición política española no sea precisamente un modelo a seguir. Y no me sirve que me digan que el final de ETA no es equiparable al final del franquismo. Ya he dicho que nunca hay dos situaciones totalmente equiparables. Ahora no hay dos bandos enfrentados, ciertamente, pero hay algo perfectamente trasladable: la necesidad de entender el punto de vista del adversario, lo que no quiere decir aceptarlo, por supuesto. Pero, ¿han aceptado alguna vez los “nacionales” el punto de vista de los “republicanos” y viceversa?. Es difícil ponerse en el lugar del otro, abrirse a la razón, más aún a “su” razón, a “su” vida, “sus” pasiones, que se nos aparecen como una “sin” razón total. Pero la compasión, nace de esa posibilidad de entrar en las pasiones del otro. Así mismo, la compasión (padecer “con”) es el mayor antídoto del odio, cuna matriz del fanatismo con el cual nada es posible. 

Yo también creo, con Beevor que ese es un “vicio infravalorado” y a los que, voluntaria y conscientemente hemos intentado superar ese “vicio” se nos ha tachado, como poco, de equidistantes, tibios, o confusos. Y, no faltaran quienes, tras leer estas líneas, me volverán a acusar de lo mismo.

No hay un relato único de este medio siglo de violencia terrorista. Hay diferentes relatos que deben ser pronunciados y escuchados. El pensador Tzvetan Todorov escribe que “los individuos y los grupos tienen el derecho de saber, y por tanto de conocer y dar a conocer su propia historia; no corresponde al poder central (del Estado) prohibírselo o permitírselo. Por ello la ley Gayssot que sanciona las elucubraciones negacionistas (del holocausto) no es bienvenida, incluso si responde a buenas intenciones: no corresponde a la ley contar la Historia: le basta con castigar la difamación o la incitación al odio racial”[1] (yo eliminaría el epíteto racial, me basta el sustantivo).

Ciertamente no todos los relatos merecen el mismo juicio ético, el de los asesinos y el de los asesinados, el de los torturadores y el de los torturados, el del victimario y el de la víctima, el del que prioriza el valor de su patria (sea esta la que sea) sobre el de la persona concreta. Pero solamente la escucha de los diferentes relatos permitirá que el juicio ético sea más ecuánime.

En la estela de Jordi Ibáñez sostengo que hay ir poniendo los cimientos para una memoria compartida. No una memoria única pero tampoco una memoria selectiva, luego fragmentada. Siguiendo el símil de Ibáñez “la memoria no se comparte como se comparte el pan pero sí como se comparte una mesa”. Lo explica así: “cada uno aporta su trozo de vida, y la suma final, una suma en la que nunca lo individual queda subsumido en lo colectivo, da esa idea de memoria compartida” [2]. En mesas separadas eso es imposible. En una misma mesa, aún cada uno con su historia particular, al menos escucha la historia del otro y puede compartir su memoria y, en su caso, su sufrimiento.

Claro que, líneas más adelante escribirá Ibáñez, que para llegar ahí es preciso reconocer a todos los muertos, “también a los de los otros como víctimas”, recordando unas palabras del President Pasqual Maragall en el Fossar de la Pedrera en Montjuïc, en Octubre de 2004, cuando afirmó que “algún día” los nombres de las víctimas de los “paseíllos republicanos incontrolados”, que también yacen olvidados en este lugar, deberían ser recordados como actualmente lo son los de los fusilados por el franquismo. Los que tenemos bastantes años sabemos, porque lo hemos vivido, que durante los largos años del franquismo la memoria solamente recordaba a los “caídos por Dios y por España”. Pero recientemente escucho voces (y no quiero citar nombres) donde se reivindica, única o mayoritariamente, la memoría de las víctimas del franquismo (y no niego la necesidad de hacerlo cuando, de muchos, aun no sabemos ni donde están enterrados) arguyendo, precisamente, que durante el franquismo las “suyas” ya recibieron su reconocimiento [3].

Como ya he escrito recientemente[4], estimo que Euskadi necesita, ya, revisar su historia, levantar el velo de los silencios sobre todas las victimas. Necesitamos conocer la verdad. Toda la verdad. Euskadi necesita un enorme ejercicio de verdad y humildad. Necesitamos no uno sino ciento y un estudios donde desempolvar tanta miseria, tanto olvido, tanto odio,  tanto fanatismo. Necesitamos escuchar más relatos, muchos relatos de tanta gente que ha sufrido tanto. Necesitamos avanzar en organismos, de diferente sensibilidad política, que busquen la verdad y la reconciliación. Si el término reconciliacion les causa problema, por utópico o porque apela en exceso a las motivaciones últimas de las personas, lo que comprendo, utilicen el de convivencia o el de concordia pero no lo rebajen al de coexistencia pacífica.

Sostengo una reconciliación (o convivencia, o concordia)  basada en los valores básicos del respeto a los derechos humanos de todas las personas y al reconocimiento del daño causado por parte de todos los victimarios a sus víctimas. Solamente asi podemos mirar el futuro de Euskadi en la pluralidad de relatos, una Euskadi que no se desangre simbólicamente en la acumulación usurera de los solos relatos de los “mios”.

Entretanto, pues ETA sigue ahí, sostengamos sin reservas mentales la labor de la policía en la detención de sus miembros cuyo lugar natural en un Estado de Derecho es la carcel, sotengamos a las actuales victimas, especialmente a las que son objeto de persecución y se ven obligadas a vivir bajo la amenaza de un atentado, muchos y muchas con escoltas pegados a sus espaldas. Nunca debemos acostumbrarnos a estas situaciones. Nunca condenaremos suficientemente estos comportamientos y ningún proceso de paz, o como se le quiera llamar, tendrá credibilidad alguna mientras no mantengan ante estas actitudes y comportamientos, formulas de condena innequivocas y concretas.

Pero tampoco olvidemos, pues estamos en un Estado de derecho, que los presos y detenidos, hayan hecho lo que hayan hecho, siguen siendo personas humanas y la privación de libertad es eso, privación de libertad y nada más. Todo mal trato o tortura debe ser proscrito y perseguido judicialmente. Quiero añadir que, en la actualidad, las caravanas de familiares de presos a lugares lejanos y, a veces, la forma como están organizadas sus visitas, ademas de inhumanas, no son precisamente medidas que favorezcan la concordia y futura pacificación de Euskadi. La justicia más allá de ejemplar o restauradora ha de ser simplemente justa. La justicia podrá parecer excesiva cuando el daño causado ha sido tan prolongado y, en el caso de algunas víctimas de ETA, tanto tiempo silenciado. Pero la justicia no debe ser excepcional y “a la carta”, segun el momento y circunstancias políticas concretas. De nuevo la historia nos puede ayudar a ver claro. Creo que no necesito poner ejemplos.

Termino. El azar ha hecho que estos últimos días haya releído las cartas a un amigo alemán de Albert Camús. Voy a leer un párrafo de su cuarta y última carta. “Al mismo tiempo que juzgaré atroz vuestra conducta, me acordaré de que vosotros y nosotros partimos de la misma soledad, que vosotros y nosotros, vivimos con toda Europa en la misma tragedia de la inteligencia. Y, a pesar de vosotros mismos, yo os seguiré manteniendo la denominación de hombre. Para ser fieles a nuestra fe (en los ideales de justicia) nos hemos esforzado en respetar en vosotros lo que vosotros no habéis respetado en los demás. (…). Al final de este combate, en el seno de esta ciudad (Paris) que presenta el rostro del infierno, por encima de todas las torturas infligidas a los nuestros, a pesar de nuestros muertos desfigurados y de nuestras aldeas de huérfanos, yo puedo deciros que, en el momento mismo en el que vamos a destruiros sin piedad, no nos embarga el odio hacia vosotros. Y si mañana, como tantos otros, fuéramos a morir, seguiríamos sin odio”[5]

Podría citar testimonios de víctimas, perseguidos, acosados y torturados en Euskadi del mismo tenor. Pero aun no tenemos la distancia suficiente para separar el testimonio del nombre de la persona que lo emita. Aquí también ahorraré nombres. Pero tengo la esperanza de que estos testimonios iluminarán el futuro en paz y convivencia que todos queremos para Euskadi.

Donostia 1 de Julio de 2010

Javier Elzo



[1]             En “Los abusos de la memoria”, Ed. Paidos, Barcelona 2005, p. 16. Citado por Jordi Ibáñez, “Antígona y el duelo”. Ensayos Tusquets. Barcelona 2009, p.43. La ley Gayssot, entre otros, con los objetivos arriba expuesto por Todorov, es una ley francesa promulgada el 13 de julio de 1990.
[2]             (En Antígona y el duelo, o.c. p. 34)
[3]             Ibáñez, en el epílogo de su libro, citando a Santos Juliá, dirá que “no es admisible que se hable víctimas cuando lo son del fascismo y de fallecidos cuando lo son del furor revolucionario que se desató como reacción al golpe militar”(P.349).  Algo de eso también hemos vivido en Euskadi con algunos asesinatos de ETA relatados con expresiones como “fallecidos como consecuencia del conflicto”.
[4]             En el texto “Alegato por la reconciliación en Euskadi” leído con motivo de la concesión del Premio Eusko Ikaskuntza - Caja Laboral de 2009, ya publicado por Eusko Ikaskuntza con el conjunto de discursos  del Acto de entrega del Premio
[5]             (Albert Camus. Cartas a un amigo alemán. 4ª Carta, escrita en Julio de 1944. Traducción JE de la edición Folio Gallimard, Paris 1948, reedición de 2010). En el prologo a la primera edición fuera de Francia Camus escribe “son escritos de circunstancia (redactados en la clandestinidad) y que pueden tener un aire de injusticia. Si hubiera que escribir sobre la Alemania vencida habría que tener un lenguaje un tanto diferente.  Pero quisiera eliminar un malentendido. Cuando el autor de estas cartas dice “vosotros”, no se refiere a “vosotros los alemanes” sino a “vosotros los nazis”. Cuando escribe “nosotros”, no significa siempre “nosotros franceses”, sino nosotros “Europeos libres”. Son dos actitudes las que opongo no dos naciones…” Termina su introducción pidiendo al lector que lea estas “Cartas a un amigo, como un documento de la lucha contra la violencia”)

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