lunes, 7 de abril de 2008

Bruckner: música para el siglo XXI





Notas al Programa de mano de los conciertos de D. Baremboim y la orquesta de la Staatskapelle de Berlín, los días 4, 5 y 6 de julio de 2008 en los Festivales de Granada, interprendo las tres últimas sinfonías de Anton Bruckner



¿Cómo entender la muy reciente admiración de un compositor tantos años olvidado, cuando no infravalorado si no menospreciado, como Antón Bruckner, en los mejores auditorios del mundo?. ¿Qué ha sucedido para que sus “interminables y repetitivas” sinfonías muevan a miles de melómanos a escucharlas en el Concertgebouw de Amsterdam, en el Barbican londinense, en el Teatro de los Campos Elíseos y en el remozado Pleyel parisinos, en el Palau barcelonés o valenciano, en el Auditorio madrileño, en el Kursaal donostiarra, en el Alfredo Kraus canario, en el Argenta santanderino, etc., etc., sin olvidar, si fuera posible olvidar, los templos vieneses del Musikverein y del Korzerthaus y los berlineses de la Philharmonie y del Unter den Linden, donde Baremboim oficia con su Staatkapelle que ahora, ahora mismo, amable lector, usted tiene la ocasión de disfrutar en el palacio de Carlos Quinto, aquí, en Granada?.



A esta cuestión se han dado básicamente dos respuestas. La primera para significar que el caso de Bruckner no es único en la historia de la música. En la historia de la música hay compositores que, incluso habiendo tenido gran éxito en vida, pasan al olvido casi total después de su muerte. Se suele señalar con frecuencia el caso de Juan Sebastián Bach, “olvidado” durante casi un siglo después de su fallecimiento, o las famosas “Cuatro Estaciones” de Vivaldi prácticamente desconocidas hasta la mitad del siglo XX. 



La “resurrección” de estos casos proviene, y es el segundo elemento de respuesta, de la labor de algunos músicos (Mendelssohn en caso de Bach, por ejemplo) y de no pocos directores sin olvidar, ya en la época moderna, cuando el disco de vinilo (y después el Compact Disk y ahora el DVD) adquiere carta de naturaleza en la sociedad. En el caso de Bruckner, se suele señalar, limitándonos a la segunda mitad del siglo XX, a Furtwangler, Jochum, Haitink, Baremboim, Celibidache, Wand, sin olvidar a Karajan cuyo última grabación es una Séptima de Bruckner, cuando ya seriamente enfermo nos deja, en un extraordinario adagio, su testamento espiritual. Quizás haya que resaltar a Jochum quien, salvo error por mi parte, grabó por primera vez en disco las 9 sinfonías de Bruckner, sus tres misas y una selección de sus motetes, luego la casi totalidad de la obra bruckneriana, a Celibidache por única e inefable penetración de la obra y a Baremboim que ha grabado en dos ocasiones, con la Orquesta Sinfónica de Chicago y la Filarmónica de Berlín, las nueves sinfonías de Bruckner.



Pero a estas dos razones para explicar que, en la actualidad, no haya en Europa prácticamente ninguna programación musical sin la presencia de alguna sinfonía de Bruckner, este simple melómano, que no músico, menos aun musicólogo que “se atreve” a escribir de música, añadiría que Bruckner atrapa, cual droga dura, a quienes osan “experimentar” con su música. Máxime en estos tiempos de ideologías “light”, de sociedades en nada sólidas sino liquidas, donde lo efímero y virtual está en boga, Bruckner, una vez atravesado su umbral, de un acceso exigente en un primer momento, colma la innegable, aunque dormida, demanda de espiritualidad de nuestro tiempo.



Entiéndaseme bien. No sostengo, en absoluto que sea preciso ser una persona religiosa, como afirmó al final de su vida ese gran bruckneriano, tardíamente reconocido, que fue Günter Wand, para entender y penetrar en Bruckner. Mas allá del hecho evidente de que mucha gente agnóstica y no creyente es bruckneriana, (la espiritualidad puede ser atea), personalmente pienso que la religiosidad de Bruckner (él mismo ferviente católico), una vez que salimos de los motetes y de las misas y nos centramos en las sinfonías, es mas budista o espiritual que propiamente católica. Menos aún protestante, sobre todo en la dimensión ascética y rigorista de alguna de sus denominaciones religiosas. La música de Bruckner es una búsqueda de intimidad, abandono, de encuentro místico con la plenitud, con la belleza en estado puro, esa belleza que te saca de lo inmediato, te hace distinguir lo esencial de accesorio, esa belleza que te acerca a la verdad de las cosas. Es como un aguijón que lenta y profundamente penetra en lo más profundo de quien se deje llevar por su música.



Eugenio Trias, recientemente en una entrevista (“El Ideal de Granada 16/09/07), iba más allá y decía que “la música nos acerca a la trascendencia, aunque no sea estrictamente religiosa. Cada músico lo hace a su modo y, citaba Trias, el cuarteto op. 132 de Beethoven, las Pasiones de Bach, el final de la 4ª de Mahler, el adagio de la 9ª de Bruckner, 'Parsifal' de Wagner...”. Aquí estamos, a mi juicio, en la razón última de que, en nuestra sociedad, cada día haya más brucknerianos y esto es, precisamente, lo que los brucknerianos buscan en cada disco y, sobre todo en cada concierto: plenitud, introspección y apertura. El compositor Luis de Pablo, con quién me topé hace un par de años en las calles de San Sebastián, al escuchar mi defensa de Bruckner me señaló que, en efecto, hay que algo de hipnótico y trascendente en la música de Bruckner. De ahí que muchos sostengan que no se sale indemne tras la escucha de una gran interpretación de una sinfonía de Bruckner.



Séptima Sinfonía

La Séptima Sinfonía es con la Cuarta la sinfonía de Bruckner más veces grabada, la más escuchada y, probablemente, la de más fácil acceso. Según un biógrafo de Bruckner, “no es exagerado afirmar que la consagración de Bruckner como compositor empezó con el estreno de Sinfonía nº 7, en Leipzig el 30 de Diciembre de 1884”[1], doce años antes de su muerte. Triunfó primero en Leipzig, con su legendaria Gewandhaus, en gran parte porque estrenó la obra, tras meticulosa preparación, Arthur Nikish, a decir de los entendidos el primer gran director de la historia de la dirección de orquesta. La comenzó a escribir el año 1881 con el presentimiento de que la muerte de Wagner, por quién tenía una gran admiración, estaba próxima como realmente sucedió, dos años después. Parece cierta la anécdota de que un mes antes del fallecimiento de Wagner, Bruckner ya el primer movimiento de su Séptima Sinfonía terminado, dijo que “un día me encontraba muy triste al entrar en casa; me había invadido la sensación de que el Maestro no iba a vivir ya mucho tiempo; justo entonces, me vino a la cabeza el tema en Do sostenido menor del ‘Adagio’ ". Este tema aparece también en el Te Deum que Bruckner escribió al mismo tiempo que la 7ª sinfonía y que a veces se interpreta después de su incompleta 9ª Sinfonía. Hace unas décadas, a la 7ª sinfonía, se la denominaba la sinfonía Wagner, expresión hoy caída en desuso, pensamos que justamente. El adagio de la Séptima se interpretó en el funeral de Bruckner y la radio alemana la emitió al día siguiente… del suicidio de Hitler.

Dice Jochum en un ensayo sobre la forma de interpretar Bruckner (que puede leerse en el librillo que acompaña su primera edición de las nueve sinfonías en DGG) que cada sinfonía tiene su punto álgido. Desde su punto de vista el adagio es el punto culminante de la Séptima, mientras que ese punto se encuentra ya en el primer movimiento en la Sexta, ciertamente en el cuarto en la Quinta Sinfonía, recapitulación de toda la obra con una coda impresionante, así como en el final de la Octava, incluso superior al climax del adagio, según Jochum.

Schubert, como Mozart, como Bach, escribían casi de corrido. Y no cambiaban apenas. Nada de eso en Bruckner, como no lo fue, aunque menos, en Beethoven. Bruckner muy inseguro hacia el exterior aunque sabiendo internamente lo que quería, era extremadamente influenciable, empezando por sus propios discípulos. De ahí que en varias sinfonías de Bruckner hay diferentes versiones y, en algunos casos, la 4ª y la 8ª, con notables diferencias entre una y otra versión. No voy a entrar aquí a detallarlas, labor prolija y técnica. Pero sí quiero resaltar lo difícil que tuvo Bruckner en su vida para que sus obras fueran reconocidas.

La Séptima, sin embargo no tiene modificaciones significativas, a excepción hecha del añadido de unos platillos y un triángulo en el clímax del "Adagio", anotados por el autor, siguiendo las indicaciones del director Arthur Nikisch, que la estrenó, en un papel aparte que quedó pegado a la partitura original. Algunos directores (Baremboim entre ellos, al menos en su versión con la Filarmónica de Berlín) hacen uso de los platillos y del triángulo, pero no todos los directores lo hacen.



La Séptima Sinfonía es de una belleza deslumbrante en sus dos primeros movimientos, por gran diferencia lo mejor de la sinfonía. Todos reconocen que los movimientos tercero y cuarto no tienen la densidad  de los dos primeros. “Esto no es un juicio de valor, dirá Jochum, sino una constatación formal”, lo que todo melómano o, sencillamente, un oyente mínimamente atento constata. Sin embargo el tercer movimiento es un Scherzo muy agradable de escuchar. La leyenda dice que el tema de la trompeta proviene del canto de un gallo que le despertaba a Bruckner cada mañana en la Iglesia de San Florian, en la que tantos años ofició de organista y donde está enterrado. El último movimiento, muy sencillo y corto, manifiestamente queda un codo por debajo de los anteriores. De ahí que algunos directores lo dirijan más rápidamente que el resto de la Sinfonía.



Octava Sinfonía



Como dice uno de los estudiosos de su obra, Bruckner era una persona “social y físicamente inadaptada para situarse en el seno de lo que él entendía que era la elite respetable de la sociedad”[2]. El legendario director Wilhem Furtwängler dijo de él que “era un místico perdido por error en el siglo XIX”.  Estas observaciones van mucho más allá que lo que puede conllevar en sus consecuencias psicológicas, afectivas y sociales en la vida de Bruckner. Su “fracaso social” le hará centrarse exclusivamente en su música sí, y legarnos obras imperecederas que con el paso de los años se hacen más imprescindibles en la historia de los melómanos, pero hasta el final de su vida, por su inseguridad personal, el despiadado juicio que sometían a sus obras los críticos musicales, los directores de orquesta y, sobretodo sus propios colaboradores y discípulos el resultado ha sido nefasto para Bruckner y…para todos nosotros. Bruckner enfermó literalmente cuando el director Hermann Levi, a quien le envió la partitura de su 8ª, el año 1887, se la devolvió con acerbas críticas, por mediación de Joseph Schalk, un alumno de Bruckner, pues él, sabedor del negativo impacto que le iba a causar a Bruckner su juicio, no se atrevió a hacerlo personalmente. Tenía razón y Bruckner entró en una profunda depresión incapaz de escribir, hasta que pasado un largo tiempo, se sobrepuso y decidió rehacer la Octava. Cinco años pasarán hasta su estreno en 1892 y aun hoy nadie sabe cual es la versión que definitivamente era la preferida del propio Bruckner. Por ejemplo en una carta dirigida al director de Orquesta Felix von Weingarten que quería presentar la obra en Mannheim, Bruckner parece reconocer que los recortes son concesiones a la presión del momento pues le escribe textualmente esto: “Le ruego que acorte rigurosamente el último movimiento tal como lo indiqué (en la revisión realizada a instancias de Levi), pues es demasiado larga y (en su integridad) está destinada a otros tiempos, a un círculo de amigos y conocedores”. Así no es de extrañar que haya tres versiones de la 8ª Sinfonía de Bruckner, en cuyo detalle no voy a entrar, y me limitaré a señalar que la que en este Festival se presenta, la de Haas, es la más usual de todas. Es también la que Daniel Baremboim ya utilizara en su grabación con la Filarmónica de Berlín el año 1994.



La Octava sinfonía de Bruckner es, para muchos, el Everest de la sinfonía de todos los tiempos, un Everest que despunta en el Himalaya de sus sinfonías por su rotundidad, monumentalidad y plenitud. Pero el mismo Bruckner refiriéndose a su Octava Sinfonía dijo que para él esa sinfonía era un misterio. Es la más larga de sus Sinfonías y de un acceso no inmediato. No tiene, por ejemplo, el arranque maravilloso de la cuarta, la motricidad y el ascenso a la cúspide de una catedral sonora del último movimiento de la quinta, el desgarro del adagio de la sexta, la belleza sofocante de los dos primeros movimientos de la séptima, ni el adiós a una época y el preludio de otra, en el impar adagio que concluye su incompleta novena. Pero la Octava es una sinfonía redonda en la que el ascenso a la plenitud de la, relativamente breve, coda final comienza desde las primeras notas del primer movimiento.



En efecto, sus cuatro movimientos, siguen una lógica interna en su densidad musical y en el entrelazamiento que encuentra su conclusión lógica en el final. Que será, lo adelanto, lo que faltará a la novena. A diferencia de la séptima donde lo esencial (el punto álgido que diría Jochum) se sitúa en los dos primeros movimientos, en la Octava la progresión, siendo continua a lo largo de la obra, lo esencial se sitúa en los dos últimos movimientos. Este mero melómano no es quién para discutir a Jochum que el punto álgido de la Octava sinfonía está en la coda del último movimiento pero me permitirán que señale que su adagio, en sí solo considerado es, para quien suscribe, en sus mas de treinta minutos, el summun de la música sinfónica de Antón Bruckner. Introdúzcanse en el adagio, ya tosidos por favor, y déjense llevar por el fluir de una música absolutamente excepcional.



Su 8ª sinfonía está dedicada al Kaiser quien le recibe agradeciéndole la dedicatoria. A partir de ahí, Bruckner es colmado de honores. Es nombrado miembro Honorario de la Asociación de Amigos de la Música, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Viena. El 18 de diciembre de 1892, dirigida por Hans Richter se estrena por la Filarmónica de Viena su 8ª Sinfonía (que había rechazado anteriormente las tres primeras), con gran éxito de público y crítica con la excepción del crítico Hanslick (que ha pasado a la historia de la música por su rechazo frontal a la obra de Bruckner) que salió ostensiblemente de la sala antes del final. Hanslinck ya se había opuesto, infructuosamente, al nombramiento de Bruckner como Doctor Honoris Causa en la Universidad de Viena. El año 1985, un año antes de su muerte, el Emperador pone a disposición de Bruckner una sección de la planta baja del Palacio Belvedere de Viena, pero Bruckner, ya enfermo aunque muy lúcido, no acabaría su 9ª Sinfonía.





Novena Sinfonía



Comienza su redacción en Agosto de 1887 y la tenía concebida como una sinfonía en cuatro movimientos. Bruckner trabajó al menos un año en su final con una salud que, estudios recientes, muestran que era razonablemente buena en contra de leyendas que sostenían que su situación física e intelectual había sufrido tal decrepitud que no hubiera sido capaz de escribir un final digno. La composición estaba prácticamente terminada en junio de 1986 (él moriría en Diciembre) y solamente faltaba la instrumentación...y gran parte de la coda final. Se han encontrado mas de 400 compases de los 600 aproximadamente que tendría el final. Digo que “se han encontrado” pues, a la muerte de Bruckner sus discípulos(principalmente Schlak y Löwe, que la crearía años después, o sus herederos) se quedaron con los originales y algunos fragmentos llegaron a venderlos, habiéndose perdido su traza, lo que hace que todavía hoy en día, se tiene la esperanza de encontrar algún fragmento, no se sabe bien donde, lo que llevó a Harnoncourt a exclamar que “habría que rebuscar en graneros o viejas cómodas” fragmentos del último movimiento de la Novena.  Bruckner estaba trabajando en su  Novena la misma mañana del día de su muerte, el 11 de Octubre de 1896.



Para el comentario de esta Sinfonía tomo no pocas notas de Benjamín-Gunnar Cohrs, quien, a su vez, hace los comentarios de la grabación de Harnoncourt de la novena sinfonía, Harnoncourt que decide grabar, del último movimiento, los fragmentos, de alguna consistencia, que, sin duda alguna, corresponden a Bruckner. Son 16 minutos de música, en cuatro fragmentos distintos, (el más largo tiene 9 minutos y 13 segundos y el más corto 1,37), del 4º movimiento de esta incompleta novena. La escucha es un tanto frustrante y, desde luego no está a la altura de las esperas y esperanzas de los melómanos. No porque la música en si misma considerada no sea bella y no nos recuerde a Bruckner. Lo que sucede es que, como en la octava sinfonía y quizás aún más en esta última, a tenor de la musicología reciente, Bruckner con la novena quería cerrar su ciclo musical, no solamente el de las sinfonías. Bruckner, quería ofrecer una obra total en la que, como diría mas adelante Celibidache “el final estuviera ya en el comienzo”.



El arriba mentado Benjamín-Gunnar Cohrs junto a Nicola Samale, completó la obra

con los bocetos encontrados. Incluso sostiene que hay 52 compases, aunque dispersos, de su coda. Su “estreno” tuvo lugar el 9 de Noviembre de 2007, por la Orquesta Sinfónica de la Radio Sueca, bajo la dirección de Daniel Harding. Ustedes pueden escucharla y juzgar su resultado a través de You Tube. Personalmente la encuentro más que digna como más que digno es el resultado de Susmayer en el Réquiem de Mozart,  Cooke en la Décima de Mahler o Paynes en la Tercera de Elgar. Después he sabido que la ha grabado Elihau Inbal, otro gran bruckneriano, con la orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt pero aún no la he escuchado



Los musicólogos encuentran ya en los tres movimientos completos citas, mas o menos veladas, de las dos ultimas misas, de la fuga del final de la quinta sinfonía, del tema principal de la séptima, del adagio de la octava ... La novena debía ser la coronación de toda su obra. La dedicatoria es también sintomática. Escribe Bruckner, “he dedicado mis sinfonías precedentes a tal o cual noble protector de las artes. La última, mi novena, no debe ser dedicada si no a Dios”. El musicólogo John A. Philips, que ha dirigido, recientemente, la edición integral de la obra de Bruckner, en diez volúmenes, analizando todas las fuentes existentes señala, a propósito de la novena, que su idioma musical se pliega a ese “programa inframusical”. 


Benjamín-Gunnar Cohrs, por su parte afirma que “se puede afirmar con todo fundamento que la Novena es el “opus summun” o la “profesión de fe” de Bruckner; quería hacer la síntesis de los conocimientos que había adquirido sobre la naturaleza de la música utilizando una técnica de composición que él sentía, explícitamente, como científica. En este siglo XXI solamente los especialistas de Bruckner comienzan a comprenderlo”. Las explicaciones, de orden técnico, que acompañan a tamaña afirmación, escapan a la comprensión de quien suscribe.



Los tres movimientos completados por Bruckner son esplendidos. El primero que se abre con una introducción que, a este melómano, le recuerda el inicio del de la novena de Beethoven y se cierra con un crescendo arrollador, encierra tanta música concentrada en sus aproximados 25 minutos que puede ser escuchado como una obra aparte. Del scherzo, breve para lo que acostumbraba Bruckner, solamente traeré aquí una anécdota que concierne a Baremboim. Dice Baremboim en una entrevista que “Bruckner fue una de las principales razones, si no la única, que me decidieron a dirigir. Recuerdo que siendo niño escuché la Novena de Bruckner y no sabía que era de Bruckner, no sabía de quien era. Escuché esta música y el Scherzo sonaba a mis oídos como si fuera Chostakovitch. Me sumergí cada vez más en esa música, me fascinaba y quería absolutamente dirigirla. Es una de las principales razones que me han empujado a dirigir, yo quería vivir con esa música”. (Entrevista que acompaña a su interpretación de la Octava con la Filarmónica de Berlín en Teldec)



No tengo palabras para decir nada del tercer movimiento. Sublime adagio, avanzadilla del mundo atonal (precursor de Debussy y, Schönberg he leído no recuerdo donde), su belleza es tan apabullante como la de la séptima y tras la implosión del último tutti la obra se cierra con un solo sostenido que te deja el corazón sobrecogido. Por favor, al final, guarden silencio, esperen a que Baremboim baje definitivamente la batuta y después, si pueden, aplaudan.



San Sebastián, 7 de abril de 2008

Javier Elzo



[1].  Jordi Ribera “Bruckner”. Ediciones Daimon. Barcelona 1986, pagina 77.
[2] . Philip Bardorf,  “Les Symphonies de Bruckner”, Actes Sud, Paris 1992, pág 14.

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