lunes, 20 de agosto de 2018

Creer y saber, ¿son tan incompatibles?


Creer y saber, ¿son tan incompatibles?

Comentando un libro de Jean-François Colosimo, Aveuglements[1].  Religions, guerres, civilisations. Cerf, 2018, 544 p.

(El autor es un ensayista francés, en la actualidad director de la prestigiosa editorial “du Cerf”, especialista del cristianismo y de la ortodoxia, con formación en filosofía, historia, teología y ciencias sociales. Es profesor de filosofía y de teología bizantina en el Instituto de Teología Ortodoxa Saint-Serge de Paris).

Me hice con el libro, con alguna reticencia, por las críticas que leí en la prensa especializada. Pero la argumentación que parecía ofrecer el A. de su tesis (“a priori” coincidente con la de Calasso, en “La actualidad innombrable”, Anagrama, 2018, en cuyo análisis me encontraba) me podría interesar, sea como contrate, sea como complemento: la desaparición del referente religioso en la cosmovisión intelectual del hombre de hoy. Como es mi costumbre en los libros de ensayo, comencé la lectura con el prólogo y el epílogo, a fin de decidir si continuaba su lectura en la totalidad del libro, o en alguna parte del mismo, o bien me limitaba al prólogo y al epílogo. Esto último es lo que decidí en este libro.

De entrada, su escritura me resulta pretenciosamente barroca, con infinidad de supuestos, lleno de frases subordinadas, afirmaciones rotundas etc. Y la tesis, a fin de cuentas, es muy simple. Lo digo con mis palabras: el “Mundo de las Luces”, la Ilustración, precisamente por su resplandor, habría cegado (“aveuglé”) las mentes de muchos, impidiéndoles ver lo numinoso (R. Otto), el misterio de lo numinoso, de lo Otro. De ahí el título del libro: “Aveuglements” que he decidido traducir por “Encegamientos”. En consecuencia, dirá el A. que, por ejemplo, de la figura del Cristo, solo quedaría el Jesús de la historia, que según quién lo aborde, adoptará figuras diversas, todas meramente humanas. Sería, a su juicio, un reduccionismo total de la figura de Jesús el Cristo.

Veamos, un poco más en detalle, su tesis esencial a través del prólogo y del epílogo del libro.

El mundo actual viviría en pura ceguera que resultaría “del crédito que continuamos consintiendo al Mundo de las Luces y de la persistente incredulidad hacia Lucifer”. De tal suerte que “no habría otro principio que el consenso puramente horizontal al que amarrar el imperativo moral dependiente de un celo al Bien desmaterializado, un Bien que no puede ser otro que el de los “secularizados” (“défroqués”[2]) del Decálogo” (p. 22). Como se puede apreciar, Colosimo, personaliza el Mal en la figura de Lucifer y sitúa el Bien de los “secularizados” al margen del Dios cristiano. 

Una página arriba el A. vuelve al Numinoso de Rudolf Otro, “lo numinoso, ese misterio de lo que se manifiesta sin desvelarse, que viene de otra parte y adviene como un absoluto, fuera de lo existente. No se detiene en los sentidos y en el entendimiento, rebasa la razón, la moral, el sentimiento. Es todo poderoso. Pues consiste en la irrupción de lo infinito en la finitud. (…) Lo numinoso…supone una ruptura del tiempo, un acontecimiento que escapa a la interioridad, lo estremece y lo desconcierta es sus bases”. En este punto coincide plenamente con Calasso y con no pocos autores, no necesariamente religiosos, aunque abiertos al mundo espiritual.

Ya próximo a concluir el libro, el A. remacha el fondo de su pensamiento cuando, tras recordar que la ceguera sobre la esencia de la fe cristiana proviene del Mundo de la Luces, escribe que se sustenta “sobre un simple principio: para realzar la humanidad de Jesús, es preciso rebajar la divinidad de Cristo” (p.535). Desde esta lógica se sostendría que el propio Jesus no sabría que él mismo fuera hijo de Dios, pues fueron sus discípulos, y ya transcurrido un tiempo, quienes habrían hecho de él el fundador de un movimiento en él que el propio Jesús nunca habría pensado. “El hombre Jesús, gurú semítico, habría ignorado por completo la doctrina universal de la salvación que forjó Pablo, quién ignoraba todo sobre Jesús, que lo habría helenizado, consagrándolo como Dios” (p. 536) Y añade Colosimo, a renglón seguido, que desde Reimarus en el siglo XVII, pasando por Strauss o Renán en el XIX, Schweitzer o Bultmann en el XX, entre unos y otros “al abordar el enigma Jesús” lo han identificado, unos y otros, pero todos “definitivamente,… como un reformador político, un mago curandero, el jefe de una secta, un rabino carismático, un esenio disidente, un fariseo laxista, un profeta mesiánico, un cínico sabio, y para terminar, más prosaicamente, un paisano judío mediterráneo” (p. 536).

Colosimo concluye su libro afirmando que, en efecto, lo que sabemos de Jesus proviene de Cristo y que “los evangelios no nos dicen nada de su psicología, de su consciencia, de su interioridad” pues los evangelios “no pretenden ser documentos históricos, sino confesiones de fe”. De ahí que apenas digan nada de la intimidad de Jesús, intimidad que el propio Jesus no quiere desvelar.

Hace años pregunté a un exégeta que había trabajado y escrito sobre la figura de Jesús, acerca de la conciencia que tendría Jesús de sí mismo. No olvidaré su respuesta: “No lo sé. Yo no soy Jesús, y no puedo entrar en su interioridad”. Me sorprendió. En la actualidad creo poder afirmar que, a tenor de lo que leo sobre el tema, parece haber un acuerdo casi unánime entre los exegetas en decir que Jesús vivió con intensidad grandes experiencias religiosas entre las que estaba la de dirigirse a Dios como “Abba”, una mezcla de respeto y cercanía. De ahí a decir que en Jesús tenemos un Dios humano, un humano que es Dios, hay, ciertamente, un salto. Salto que yo doy, sin hacer de ese conocimiento un universal, un conocimiento apodíctico universal, pues es más del orden de la creencia que del puro conocimiento. Ya decía Santo Tomas que no se puede saber y creer al mismo tiempo, pero ¿por qué habría yo de limitar el conocimiento y la sensibilidad al mero razonamiento científico-técnico? Pues de ahí acabamos divinizando la sociedad, como nos recuerda Calasso (y ya sostenía Durkheim), y someternos así a la conciencia colectiva de la sociedad, cual dios todopoderoso. Personalmente, ya superado, al menos en mi mente, el estado de cristiandad, me siento más libre con el Dios de Jesus que con el dios de la sociedad. Y busco aplicar la inteligencia de la razón a mis creencias religiosas.

Volviendo al libro de Colosimo, quiero señalar que, personalmente, no veo por qué se haya de optar entre las Luces, el Mundo de las Luces, la Ilustración, por un lado y la fe cristiana, por el otro, como si fueran dos departamentos estanco. El mundo de la Ilustración me exige abordar, con las armas de razón, también el mundo de las ideas religiosas para no hacer de Dios, mi dios, para una continuada búsqueda de lo inefable en la vida, de lo no inmediatamente accesible, de la zona de sombra vital. Pero esto vale tanto para el fundamentalismo religioso como para el fundamentalismo cientista y para el secularismo radical, que ya han dado mil y una muestras de ser tan fundamentalistas y acríticos como puede serlo el fundamentalismo religioso. Si no es aceptable el axioma de que “fuera de la iglesia no hay salvación” tampoco lo es que lo que no fuera científicamente demostrable con las armas de la ciencia empírica, sea, necesariamente falso. Precisamente por la definición-delimitación de lo que puede conocer la ciencia: lo empírico, lo medible. Recordemos a Pascal cuando decía aquello de que “el corazón tiene razones que la razón no tiene”. Pero además de la razón y el corazón tenemos el sentido de la vida, la búsqueda de plenitud, el anhelo por entender quién soy yo, por qué he de hacer el bien y no el mal, si hay algo más allá de lo que vemos, oímos, sentimos… 


Ya cerrado este texto, lo vuelvo a abrir, hoy mismo, con una reflexión de mi querido amigo Arnoldo Liberman quien escribe, en su soberbio libro "Heidegger y yo, judío" (Sefarad Editores, Madrid 2018) esto: “El mundo no es el emergente de una interpretación racional de la realidad que disipa la oscuridad en un acto de magia, lo que implica suponer que el mundo es en esencia racional, bueno, justo, ordenado y bello. La razón sucumbe, cuando en su afán de dotar a la interpretación de la vida instrumentos ordenadores, queda reducida a las leyes de la lógica y se desmarca de la auténtica existencia, la que incluye la oscuridad, el absurdo, la nada, lo ilógico, lo ininteligible, lo que algunos llaman ´el abismo de la existencia´ y lo que Nietzsche llama ´el conocimiento trágico´. El racionalismo instrumenta la razón, pero no responde a las exigencias totales de la vida, sobre todo a la exigencia de sentido” (p. 106-107)   

Con esto no pretendo ninguna apologética de la creencia religiosa. Menos aún una supuesta superioridad (como un “plus”) de la religión. Sencillamente afirmo que creer es algo perfectamente razonable. Tan razonable como no creer.

Donostia 20 de agosto de 2018
Javier Elzo




[1] No me resulta fácil buscar un termino apropiado para traducir en castellano el término francés “aveuglements”, en plural o en singular. Cabe utilizar el término “cegueras”, pero se trata de una ceguera ocasionado por el deslumbramiento del mundo de las Luces (“Le Monde des Lumières” en francés). Es una ceguera, producida por una luz que deslumbra y te impide ver lo que tienes delante. Algo así como cuando, conduciendo de noche, una luz larga potente te obstaculiza seriamente la visión, ofuscándola. Quizá pueda preferirse el termino de cegados. El término que me viene a la cabeza, y por el que definitivamente he optado, es el de “encegamientos” aunque este término no esté en la RAE, sin embargo lo encuentro veo en la literatura, particularmente en la religiosa.
[2] Défroqué en francés, referencia habitualmente al religioso que se ha secularizado. No tiene traducción en castellano.

2 comentarios:

  1. ¿no podríamos hablar de deslumbramiento, aunque en este caso no fuese un fenómeno momentáneo, sino que persiste en el tiempo ?

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  2. Si, en efecto, cabe hablar de deslumbramiento. Incluso correspondería a la tesis de Colosimo en el sentido de que las ideas de la Ilustración “deslumbraron” a no pocos haciendo que quedaran cegados por su resplandor. Si no utilicé ese término y acabé, tras dudas, por proponer el de “encenagamiento”, fue por mantener la raíz “aveugle” (ciego en francés) que se encuentra en el titular del libro, “Aveuglements”.
    Pero, insisto, cabría haber utilizado “deslumbramiento”.
    Gracias por el comentario

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