viernes, 18 de marzo de 2016

Para superar las soberanías exclusivas


 

 
Capacidad de decidir y obligación de pactar, o la aceptación de las soberanías compartidas.

(Una reflexión desde Euskadi)


La idea con la que titulo estas líneas, me acompaña desde hace más de veinte o treinta años y la he expresado, por escrito u oralmente, en múltiples ocasiones. Un amigo, residente en Madrid, me pide una reflexión para un próximo libro suyo que está escribiendo sobre la transición española. Me escribe que "allí pienso contar al hilo de los Estatutos que se aprobaron la eclosión de las identidades colectivas, que se produjo. Tengo ideas y datos. Pero cualquier remisión a algo tuyo, ya escrito o nuevo, sobre en qué consiste sentirse vasco, me será de gran ayuda. No seríamos vascos, ni castellanos ni nada si no fuésemos animales simbólicos, que necesitamos asirnos a apegos de todo signo". Esta demanda, y la circunstancia de que estuviera trabajando en la cuestión de la unidad y la diversidad en la condición humana, me animaron a escribir tres artículos en la prensa del Grupo Noticias que, en una redacción continuada y ampliada presento a continuación[1].

 

¿Capacidad de decidir?. Un ciudadano que, digamos, resida como yo en pleno centro de Donostia San Sebastián, constatará, a poco que piense, que hay cinco instancias perfectamente identificables que tienen capacidad y poder de decisión, luego infuencia sobre su vida. Pero no le costará nada admitir conmigo que hay otras instancias, no por menos delimitables menos reales, que también tienen deciden, y fuertemente, en sus vidas. Veámoslo con unos simples ejemplos.

 

Como ciudadano del centro de Donostia, su Ayuntamiento, entre otras cosas, decide cuantos días, en qué grado y hasta qué hora de la noche o madrugada, su domicilio particular será invadido por los decibelios de los altavoces que haya permitido que se instalen en torno a su casa. Particularmente en determinados lugares de la ciudad y, si tiene la desgracia de habitar en algunas zonas de la Parte Vieja, todos los fines de semana. Inmisericordemente. De nada sirven estudios, protestas, manifestaciones y entrevistas con las autoridades municipales que, desde siempre, han privilegiado el derecho a la fiesta ruidosa y nocturna al descanso de los sufridores habitantes de esas zonas.

 

Su Diputación decidirá los impuestos que haya de pagar. Y que no se “despiste” olvidando en su declaración algún ingreso, o no se demore, no sea más que 24 horas, en la presentación de su declaración a la hacienda foral que, de entrada, le impondrá una multa y un recargo. Después a pelear.

 

En todo lo que se refiera a cuestiones tan centrales para su vida como, por ejemplo, la educación o la sanidad, aquí dependerá de lo que se decida en el Parlamento Vasco y lo ejecute el gobierno correspondiente. El centro docente al que envíe a sus hijos o el ambulatorio donde le reciba un médico dependerá de su lugar de residencia, salvo que quiera hacerlo en la educación privada no subvencionada o en la sanidad privada. En los dos casos, a su cargo.

 

Del Estado Español dependerá en aspectos tan esenciales como la administración de la justicia pues en Euskadi, particularmente en la “cosa nostra”, la justicia natural no existe y se dirime en la capital del Reino. ¡Ah!, y la cuantía de las pensiones y su actualización- ¡es un decir!- se concretan en el Consejo de ministros del Gobierno de España.

 

Que nuestro residente en Donostia pueda degustar esas deliciosas antxoas que, recién llegadas al minúsculo puerto de su ciudad a las 11.00 de la mañana, las tenga en su plato, retorcidas de puro vivas que están, dependerá, esta vez, del gobierno de la Unión Europea. No se habrá olvidado que, no hace muchos años, estuvimos varias temporadas sin nuestra antxoa en espera de que, desde Bruselas, decidieran que aumentada la masa critica de su presencia en el Cantábrico, concedieran a nuestros arrantzales, la quota correspondiente de pesca de antxoas.

 

Creo recordar que aquellos años de penuria de antxoa coincidió con la desaparición de las angulas en nuestras pescaderías, salvo para los multimillonarios, pues, por mor de la globalización, parece que los japoneses compran todas las larvas de angulas a precio de oro y nos dejan con un palmo en las narices. Aunque, a muchos ciudadanos vascos, como al que suscribe, le costó mucho más olvidarse de la antxoa que de la angula. Máxime cuando, de esta última, una famosa angulera guipuzcoana, haciendo honor a la proverbial innovación vasca, puso sobre el mercado la Gula del Norte, de la que ya aparecen en el mercado las que se dice que son las “auténticas”.

 

Ya se habrá adivinada que con el párrafo anterior adelanto un ejemplo de la capacidad de decidir que tienen instancias muy alejadas de nuestro pequeño “txoko”, Euskal Herria, el pueblo de lo vascos que, por cierto, tenemos dificultad para cuantificar cuantos somos pues bastantes navarros no aceptan que se les denomine, también, como vascos.

 

Además, este último poder decisorio sobre nuestras vidas, geográficamente ubicado lejos de nuestra tierra, es un poder inmenso y, en gran parte, invisible: es el poder financiero que, a la postre, resulta difícil delimitar, con nombres y apellidos, para determinar a quienes pedir cuentas por su forma de actuar, más que de forma tangencial. Estamos ante un poder inexistente hasta fechas recientes, un poder ignoto, volátil, en muchos momentos incontrolable, como lo hemos vivido en la crisis de 2008 del que penamos en salir, sin que estemos seguros de que no volvamos a caer y situarnos ya, en una crisis indefinida. En este sentido traigo una reflexión de Joaquín Estefanía cuando referencia la sugerencia de Richard Rorty de que “tenemos ahora una clase superior que toma todas las grandes decisiones económicas y lo hace con independencia de los Parlamentos y, con mayor motivo, de la voluntad de los votantes de cualquier país dado. Esas élites son las que inician el alejamiento de la democracia y consiguen la separación del poder y la política, que es una de las razones que explican la incapacidad de los Estados para tomar las decisiones apropiadas. Así surge la indignación”[2]. Todo ello, sin que nosotros, los vascos, digamos que seis millones (tres en Euskal Herria, otros tres abroad de World, pero algunos llegar a hablar de 22 millones con apellido vasco) tengamos prácticamente nula capacidad de decisión en este orden de cosas. Mas allá de reflexionar sobre qué y cómo actuar para no desaparecer como tal pueblo vasco, lo que tampoco sería una novedad en la historia universal del género humano, dicho sea de paso.

 

Algo debiera quedar claro de todo esto. Que la capacidad de decidir, tanto de las personas individuales cuanto de los pueblos, es muy limitada. Otros, algunos elegidos por nosotros, otros no, e, incluso, desconocidos, deciden por nosotros. De ahí que, como corolario, me parece fundamental superar en nuestra mente, en nuestros discursos, en nuestras propuestas, en nuestros debates, lo que ya es pasado: la referencia a la soberanía. Ya no hay soberanía absoluta en ninguna parte del mundo. Todas las soberanías son compartidas, luego relativas. También la española. Entiendo, dialécticamente hablando que, en una Europa de los estados, los países sin estado reivindiquen la soberanía de los países con estado. Particularmente cuando los estados, como España, reivindican para su parlamento la soberanía absoluta y amenazan a quienes, como ahora Catalunya, reivindica la propia. Abocándoles así a reclamar un Estado Catalán. Pero, con su independencia, solamente ganarían un peldaño, de los seis que he presentado en mi texto. Aunque simbólicamente es más, mucho más que un peldaño pues, como dice mi amigo madrileño, somos “animales simbólicos, que necesitamos asirnos a apegos de todo signo”. Pero, ¿quién es más soberano en sus decisiones, un muniqués o un maltés?. Volveré a esta cuestión al final de estas páginas.

 

 

Sentirse vasco. Una reflexión desde la música

La tarde del domingo 17 de enero de 2016, escuchando un concierto en el Kursaal donostiarra, la cabeza se me iba hacia la respuesta a dar a mi amigo madrileño que me preguntaba “en qué consiste sentirse vasco”, que he referido líneas arriba. Escuchábamos en el Kursaal ese domingo, deleitándonos, un gran concierto del Euskal Barrokenensemble, en el que se interpretaron, según rezaba el Programa de mano del concierto, “una colección de temas vascos de los siglos XV y XVI, con el afán de divulgar una cultura en contacto con otras culturas que la rodeaban, como la mozárabe, judía, andaluza e incluso persa”. Pero el Programa de mano era más que eso. Era además un programa de intenciones, de propósitos, de ideas, de objetivos del conjunto musical, Programa con el que me identifico plenamente. Particularmente con su último párrafo que decía literalmente esto: “El compromiso que en Euskal Barrokoensemble tenemos con nosotros mismos y con nuestra cultura nos lleva a intentar presentar una visión de Euskal Herria cosmopolita, ligada al mundo, un pueblo conformado en muchas épocas por musulmanes, judíos, cristianos… cuyo reflejo en la lengua y el arte es evidente y situado en el centro de la gran vía del arte en Europa que fue el Camino de Santiago. Vivir en la cultura vasca supone disfrutar de la maravilla del arte vasco, disfrutar de todas sus aristas y recovecos y saber además caminar por el mundo disfrutando y aprendiendo de otras culturas, mezclándonos con ellas”.

Eso es sentirse vasco. Esa es una de las formulaciones posibles de lo que yo entiendo por sentirse vasco, y que aprecio, particularmente. Es vivir, disfrutar, emocionarse hasta sentir el corazón encogido, vibrar en el fondo mismo de las entrañas más íntimas con una matriz básica, fundante y fundamental, primera y principal configuradora de la ecuación personal de una persona, de un colectivo, de un pueblo, que dice en todos los idiomas posibles, “nik euskalduna naiz”, “yo soy vasco”, “I am basque”, “je suis basque”, “Ich bin a basque”…Sentirse vasco es mirar y vivir el mundo desde esa matriz primigenia de la vasquidad, matriz anclada en lo “intimo intimor meo” (en lo más íntimo a mí de lo que tengo de más íntimo), en expresión agustiniana. Eso sentía yo el domingo 17 en el Kursaal donostiarra escuchando al Euskal Barrokenensemble un conjunto de canciones vascas. Quiero subrayar, particularmente, que si bien algunas melodías ejecutadas me eran conocidas, sin embargo la gran mayoría las escuchaba por primera vea, al menos que tenga conciencia de ello. Y sin embargo vibraba con ellas. Me sentía interpelado emocionalmente por lo que estaba escuchando. Diría que formaba parte de mi inconsciente personal, a su vez, participe de un inconsciente colectivo, no al modo junguiano de “inconsciente colectivo” aplicado al género humano, cuanto a lo que Emile Durhkeim escribía hace un siglo de la “conciencia colectiva” de una sociedad, no necesariamente consciente, que es lo que la hace ser que, también, sea un pueblo, añado yo. Esta interpelación que, tiene no poco de impensada, solamente es perceptible para quien se sienta primigéniamente vasco. Para quien viva el mundo, y en el mundo, desde su matriz vasca.

Esto hace que tras el concierto del Euskal Barrokenensemble (como de muchos conciertos de carácter religioso o nacional) puedan darse, entre otras, estas dos lecturas diferentes no necesariamente contrapuestas, como se verá a continuación. Por un lado una lectura meramente musicológica centrada en la calidad de la interpretación: afinación y empaste de los instrumentos, fuerza expresiva de los cantores y de los dantzaris, motricidad del conjunto etc., etc. Si además la mayor parte de la música estaba en euskera, sin traducción simultánea, y la intervención final del Alma Mater del conjunto musical, Enrike Solinis, fuera íntegramente en euskera, hizo que algunos, que disfrutaron con la interpretación de las obras, se sintieran incómodos. Yo no diré nunca que estas personas no sean vascas. Respecto del idioma hay que decir que tampoco se entendía la letra de lo que se cantaba cuando lo hacían en castellano, como sucede habitualmente en los conciertos en los que rara vez se entiende la letra de lo que están cantando aunque lo hagan en un idioma habitual del que escucha.

Ya habrán adivinado que la otra lectura posible de la escucha del concierto es la que se hace desde esa matriz primigenia, en gran parte impensada, en gran parte inconsciente, con la que un finlandés escucha a Sibelius, un cristiano a Bach, un andaluz el Cante Hondo, un  alemán el adagio del Cuarteto de cuerdas, opus 76, n.º 3, reconvertido en su himno., etc., etc. Entiéndaseme bien. Un ciudadano, sea de la nacionalidad que sea, tenga el pasaporte que tenga, un ciudadano sensible a la música, se emocionará con una buena interpretación del poema Finlandia de Sibelius, el Moldava de Smetana, el Kyrie con el que arranca la Misa en si de Bach, y así con toda suerte de música de raíz religiosa o nacional. Como muchas veces he escrito, la mayor parte de las personas que disfrutan con las Cantatas o las “Passiones” de Bach no son cristianas pero las que lo son, vibran de otra manera con esas obras. Se identifican, desde su mismidad, con la cosmovisión que connotan. Por eso un vasco no escucha el Aurresku como un finlandés, por ejemplo.

El idioma puede ser parte del inconsciente, o no. Normalmente un elemento identificador de un pueblo es la lengua en la que se expresa. Pero cuando estas son minorizadas, como el euskera, otros factores, como la lectura que cada uno haga de su historia personal pueden ser, incluso, más determinantes. Hay muchos que se sienten profundamente vascos sin llegar a dominar el euskera (algunos pese a intentarlo, hay ejemplo paradigmáticos entre grandes artistas vascos) y otros que dominan el idioma pero su cosmovisión no se sustenta en su vasquidad.

Ahora bien, sentirse vasco no excluye lo que otras culturas lo conforman como persona. No somos islas y, “velis nolis”, nuestra cultura autóctona no es químicamente pura y está teñida por otras culturas con las que compartimos tiempo (momentos de la historia) y espacio. No hay fronteras para la cultura. De ahí, como bien se decía en el programa de Euskal Barrokenensemble “vivir en la cultura vasca supone disfrutar de la maravilla del arte vasco (…) y saber además caminar por el mundo disfrutando y aprendiendo de otras culturas, mezclándonos con ellas”. Estoy de acuerdo, mil veces de acuerdo con esta idea. Pero sin olvidar que nos mezclamos desde nuestra mismidad leyendo la mezcla con otras culturas desde nuestro apego, nuestra ligazón, nuestra religación primigenia con la vasquidad. Esto solamente lo puede entender quien vibre con “lo” vasco. Muchas veces hemos leído que solo el gitano es capaz de entender y sentir en profundidad al gitano y a la cultura gitana. Incluso cuando el gitano se integra en la sociedad paya sin perder sus raíces. Porque ciertamente se pueden perder sus raíces. No olvidaré nunca una conversación con una guía en Iguazu, de apellido vasco, Aguirre concretamente, que me vino a decir que ella se sentía plena y exclusivamente argentina. No tenía ninguna atadura emocional con “lo” vasco. Su apellido era un incidente perdido en la noche de la historia cuyo valor, en su identidad, era nulo en el momento actual.

Sentirse vasco es no solamente luchar por preservar lo que la historia y nuestros mayores nos han transmitido, con lo que, quizás, hayamos crecido en nuestra infancia y primera adolescencia, o quizás no. Es además querer que nuestra identidad no se diluya en la historia de los pueblos, es, además, querer compartir nuestra vida con otras culturas pero, desde la nuestra, adoptando y adaptando lo que mejor nos parezca de ellas, en la esperanza de que ellas también respeten la nuestra, y acojan lo que más valoren de la nuestra. Sentirse vasco es preguntarse qué puedo hacer yo por Euskadi y, no tanto, qué puede hacer Euskadi por mí.  

Sujeto político y capacidad de decisión

Tras haber reflexionado sobre los órganos y agentes que deciden sobre nuestra vida cotidiana y sobre en qué consista sentirse vasco, ahora voy a abordar la cuestión de la capacidad de decisión de los vascos. En otras palabras, dónde reside el sujeto político con capacidad de decisión sobre su futuro en general, sobre si la sociedad vasca conforma o no un sujeto político.

Edgar Morin sostiene en un libro-dialogo con Tariq Ramadan, libro magistral a leer con lápiz y papel, desgraciadamente no traducido, “Au péril des idées”, (Ed. du Chatelet, edición de Bolsillo, 2015, pp. 25 y ss) que la cuestión de la diversidad está en el corazón de la democracia pues la democracia no es solamente la separación de poderes, ni la ley de la mayoría. Es también la existencia de la diversidad y de la conflictividad de ideas y de sentimientos de pertenencia. Añade que “hay demócratas que, en el fondo no son más que sub-demócratas y no aceptan esta conflictividad”.

Tariq Ramadan y Edgar Morin van más allá cuando critican que tras la afirmación de un país, - Francia para ellos, España diría yo-, ante “lo uno y lo multicultural, muchos temen que lo multicultural no termine por laminar lo que hace que seamos una Republica”, un Estado diría yo. Con este planteamiento, añaden, se olvida que “el hecho de ser ciudadano de un país, nada dice de su sentimiento de pertenencia” y será “el sentimiento de pertenencia lo que permita la reconciliación, construya la unidad de la persona, no su pasaporte”. En efecto, “el pasaporte no conduce al sentimiento de pertenencia”, puede incluso ser un serio obstáculo en la intimidad de las personas. Así mismo, continua Tarid Ramadan, con la aquiescencia de Edgar Morin, “la pertenencia legal a un Estado no conlleva necesariamente a la identificación afectiva a la nación”. Yo he escrito en más de un momento que estamos viviendo la desmembración emocional de España. La clave está en una educación inclusiva, abierta al diferente, que no excluya memorias históricas, una educación que, en feliz expresión de Tariq Ramadan, busque “la integración de las intimidades”. Así se construye la unidad de una persona que se descubre, sea por nacimiento, sea por educación, sea por parentesco, sea por cultura, como perteneciente a entidades políticas diferenciadas. El error sería limitarse a una sola de esas identidades, incluso postergando, cuando no pretendiendo, ahogar las otras. Eso es el radicalismo nacionalista. Pues bien, ese radicalismo nacionalista que bien conocemos en nuestra tierra, (y que no es privativo de los vascos, recuérdese, por ejemplo, “Deutschland über alles” y “Les Français d’abord”) lo encontré en el discurso del rey Felipe la noche de la Navidad de 2015.

 

Lo leí esa misma noche tras la cena familiar. Subí, inmediatamente, una reflexión a mi blog bajo el título de “España como problema para el futuro de España” de donde extraigo algunas de las siguientes reflexiones. Me sorprendió el uso reiterado, a veces cacofónico, de los términos España y españoles. En su discurso, relativamente breve, el Rey utilizó en 17 ocasiones el término España, en 12 el de españoles, a los que cabe añadir la referencia inequívoca a España en el significado de las palabras nación y país, utilizados, cada uno, tres veces. En total 35 apelaciones a España y los españoles en un discurso de 35 párrafos.

 

Es evidente, a mi juicio, que el Rey quiso subrayar, sin citarlo, el riesgo-peligro-alarma etc., que le suscita el contencioso catalán. Y lo hizo insistiendo en la realidad de una España, que la considera uni-nacional con una soberanía única que reside en “las Cortes Generales, como depositarias de la soberanía nacional, (que) son las titulares del poder de decisión sobre las cuestiones que conciernen y afectan al conjunto de los españoles”. Aunque, obviamente, en lo que concierte a todos los españoles, todos los españoles deben intervenir, como en lo que concierne a los europeos todos los europeos, a los vascos todos los vascos, etc., etc., este planteamiento me parece esclavo del concepto de soberanía española como indivisa y única cuando, tal soberanía, ya está, de facto, compartida con otras entidades diferentes. Así, con el Parlamento Europeo. La obcecada invocación continuada de la (falsa) unicidad de la soberanía española en las Cortes Generales (ampliamente reiterada por políticos y tertulianos, últimamente), conlleva a la desmembración emocional de España en los sentimientos de pertenencia de muchos ciudadanos. ¿Por qué tanto miedo a la soberanía compartida intra-estatal cuando se acepta la soberanía compartida inter-estatal a favor de la Unión Europea?.

 

La cuestión de la soberanía sigue estando en el centro de las discusiones en la construcción europea. Véanse las que ha originado el Brexit (la eventualidad de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea) que han llenado páginas y páginas de papel y de comentarios en la Red. Traigo aquí, pues en parte al menos coincide con mis planteamientos, una reflexión de quien fuera primer ministro belga y actual portavoz en el Parlamento Europeo del Grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (abreviado como ALDE por su nombre en inglés), donde está encuadrado, entre otros el PNV, me refiero a Guy Verhofstadt, lo siguiente: “Ciertamente la Europa a dos velocidades no es proyecto nuevo. Pero, hasta ahora, esta eventualidad chocaba con la tradición europea de acoger en igualdad a todos sus miembros. Pero (…) el mundo cambia rápidamente, y los que quieren progresar para hacer de nuestro continente una potencia del siglo XXI, no pueden permitirse esperar más tiempo a los que piensan que su soberanía nacional es un horizonte imperecedero. La soberanía será europea o no será”[3]. 

Pero yo creo que hay que ir más allá. Pues hay otra solución si, de una vez por todas, se supera el ya caduco concepto del Estado-Nación y se aplica el principio de subsidiaridad, en la limitación de competencias, siendo cada entidad responsable (mejor que soberana) en ellas. Lo que exige que se acepte, entre otros, a Euskadi y Catalunya como sujetos políticos con capacidad de decidir, en el ámbito de sus competencias, en una Europa que sea, al fin, algo más que la Europa de los Estados. La fórmula hace mucho que está sobre la mesa: capacidad de decidir, obligación de pactar. No soy independentista. Yo prefiero la fórmula de la inter-dependencia, salvo que me digan que la soberanía reside exclusivamente en el Parlamento de Madrid, arguyendo, que, unos pocos, los vascos, no pueden decidir lo de todos, los españoles. Tampoco lo pretendemos. Pero ¿por qué no permitir preguntar a los vascos, si así lo demandan, cuál sería su fórmula preferida de relación con los actuales estados español y francés?. Y, a tenor de la respuesta, sentarse en la mesa para respetar, lo más fielmente posible la voluntad de los ciudadanos que, atendiendo a su diversidad de sentimientos de pertenencia, será conflictiva, como nos recuerda Edgar Morin. No otra cosa están reclamando la mayoría de los catalanes y, la prohibición de preguntarles está ocasionando gran parte de los problemas que vive el Estado Español en los tiempos actuales, en la denominada cuestión territorial. Hasta para algo tan efímero, aunque muy importante, como formar un gobierno para cuatro años.

Personalmente soy un europeísta convencido. Es cierto que la Europa que se está construyendo es más la Europa económica y financiera que la cultural, social y humanista. Pero, según la bella formula de mi admirado Amin Maalouf, “la Unión Europea nos ofrece el ejemplo de una utopía que se realiza”. Porque Europa no es solamente el euro o la determinación de la cuota de la antxoa. Es también, ya, la proliferación de universitarios que se forman fuera de sus países de origen, muchos continuando allí su vida profesional. Cuando no encontrando su pareja. Por eso, escribí en mi blog, enrabietado, contra la pitada a Europa y Beethoven en la arriada, la noche del maravilloso día de San Sebastián del 20 de Enero de 2016. A la obcecación de los políticos (los de “Ciudadanos” son los más jacobinos pues quieren eliminarnos el Concierto Económico) y tertulianos, se alió la no menor obcecación de los de siempre. ¡Qué cruz!.

 




[1] Me publicaron, en una redacción algo recortada, que yo haya controlado, en “Deia” y en “Noticias de Gipuzkoa” los sábados 16 de Enero, y 6 y 27 de Febrero de 2016, con estos títulos: “Soberanía parcial y simbólica”, "Sentirse vasco. Una reflexión desde la música”, “Sujeto político y capacidad de decisión”, respectivamente.
 
[2] En “El País” 09/01/16, comentando, en el suplemento Babelia, dos libros de Bauman y Bordoni.
 
[3] Guy Verhofstadt en “Finisson-en avec l´Union européen à la carte" en "Le Monde", 04/03/16

1 comentario:

  1. En matemáticas existe una demostración cierta, aceptada por todos, sin ninguna excepción, que se llama prueba por reducción al absurdo.
    Algo es cierto si su negación conduce a una situación imposible (o absurda, en el sentido de imposible).

    Las comunidades autónomas vasca y catalana no pueden de ninguna forma ser independientes porque si lo fueran (la negación) Francia se partiría en muchos pedazos (país vasco francés, roussillon catalán francés, bretaña, provenza, alsacia, béarn; todas y cada uno con su historia, con su sociología, con su corazoncito, con sus costumbres, con sus danzas, con sus lenguas propias y bien diferenciadas cada una de ellas; no hay razón alguna para que cataluña o vasquia tengan más derechos que las regiones francesas.

    O que las regiones del Reino Unido. O que las regiones de la tardía Italia. O que las regiones de Alemania. Y así sucesivamente hasta llegar a Estados Unidos que acabaría también desmembrado; independizándose California; Texas; Oregon; Florida; y algunos cuantos más. Sin hablar de China o de Europa Central y los extensos Méjico y Argentina que también desaparecerían. Igualmente se partirían en pedazos Israel (esto no les gustará a los de David; pero así comprenderán mejor lo que está en juego); Marruecos, Argelia, Siria,...

    Repito que no hay ninguna razón en absoluto para que nuestras comunidades españolas más excéntricas se consideren con más derechos que todo el resto del ancho Mundo y que nos lleven a nuevos Reinos de Taifas y a guerras locales cruentas y generalizadas; a un retorno a la Edad media, que nadie desea; ni siquiera los que manejan la doble y a la vez horrible mentira de la independencia y la del socialismo.

    Como queda demostrado por reducción al absurdo.

    PS: Hemos sido mucho más democráticos, en todos los sentidos, con respecto a cataluña y a vasquia y a sus lenguas; nosotros en España; que Francia ; que Reino Unido y que Italia juntos. La avaricia sin freno puede terminar rompiendo el saco. Ya hemos tenido un terrorismo que no debiera de haber sido, aquí. Es hora de terminar con la ideología y con la obscena pedigüeñez que lo han sustentado; o corremos el riesgo que un nuevo terrorismo cruento surja aquí en vasquia y sea exportado a muchos otros sitios, dentro de sólo unas decenas de años, nos lleve a una destrucción generalizada.
    Pero las cosas pueden quedar como están; con el altísimo nivel de autonomía adquirido, si el PNV Y CiU emprenden desde ahora mismo, el camino de una reconciliación-aceptación con y de España; con y de Madrid. De otra forma, en un futuro cercano habrá que hacer lo que hizo Francia, desde la Revolución francesa -y de antes de 1789- Limitar muy muy seriamente tales autonomías, utilizando para ello todos los medios y todas las fuerzas disponibles. La avaricia desmedida; lo repito; ha roto ya el saco.

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