jueves, 20 de noviembre de 2014

Ongi etorri, Mani!. Cuando nace un nieto


Ongi etorri, Mani
 

¿Por qué traer hijos a un mundo que se presenta, con frecuencia, hostil, inhóspito e incierto donde el futuro no está, en lo más mínimo, asegurado?. ¿Por qué traer hijos cuando se dice que será la primera generación que vivirá peor que sus padres?. ¿Por qué cuando ya no vale aquello de que vienen de penalty, por un descuido de sus padres, con la profusión de medios anticonceptivos que tenemos y, si a pesar de todo, descuido hay, la interrupción del embarazo está asegurada en las diez o doce primeras semanas del embrión?.

Ciertamente los estudios sociológicos, más aun los demográficos, muestran que las tasas de natalidad en casi toda Europa occidental no permiten la reproducción de la especie. Medio en broma, medio en serio, he solido decir y escribir que, si las actuales tasas de fertilidad entre los autóctonos en Euskadi siguen como están, en unas cuantas generaciones la cuestión vasca se difuminara pues ya no habrá vascos: nos diluiremos en el magma de Europa occidental. Puestas así las cosas Otegi no llegará a tiempo ni a plantear, menos aún pretender, “su” independencia para Euskadi. (Lo de la “ética revolucionaria” me ha impactado. ¿Todavía sueñan con los viejos tiempos del Iraultza ala hil?). Ciertamente no sería el primer pueblo que desapareciera en la historia. Pero, a mí al menos, eso me escuece.

Pues, en estas, aparece Mani. A mil kilómetros de Euskadi, pero su madre, nuestra hija, es vasca y orgullosa de serlo. Tanto que no solamente nos pide que nos dirijamos a Mani en euskera sino que su marido, un puro francés nacido en un lugar emblemático de la resistencia francesa al invasor nazi, ha decidido aprender euskera con un argumento tumbativo: quiere entender lo que su madre le cuente a Mani cuando se dirija a su hijo, obviamente en euskera. Tanto que, él solo, el padre de Mani, estudió el Bakarka 2 y durante quince días se encerró en un barnetegi. Y ya se expresa en euskera.

Y Mani vino al mundo un 16 de octubre en un hospital de Grenoble, en medio de cuidados mil, normas dos mil y atenciones infinitas. ¡Pobre criatura!: cuando le despertaban para ponerle el termómetro me permitió constatar que, ya con dos días de vida, tenía el nervio de su madre y el de su abuela, dos vascas de las de siempre. Mani es un crío determinado. ¡Cómo grita cuando tiene hambre buscando el pecho de su madre!. Su acusado mentón, la frente despierta, el moflete un tanto pronunciado me hizo pensar en el joven Whiston Churchill, quizás porque visioné un programa recientemente en la TV dedicado a la figura del premier británico. Cosas de abuelo. A mi no se me parece en absoluto, para tranquilidad de su madre: no tiene mi nariz.

Me preguntaba al comienzo de estas líneas por qué traer hijos a este mundo, tan incierto, en el que, digámoslo claramente, en Euskadi, en España y en gran parte de los países europeos la ayuda a la familia es sencillamente ridícula, siendo la excepción, precisamente, Francia. De ahí en gran parte que tengan casi asegurada la reproducción: 2,0 hijos por madre en edad fértil. En Euskadi debemos andar por 1,3 o 1,4.  

Hace varios años, en diferentes foros, reflexioné sobre el papel crucial de la educación en la primera infancia y, más en concreto, en el primer año de vida de un niño o niña. Lo hice, en parte, de la mano de Gösta Esping-Andersen, sociólogo danés mundialmente reconocido como uno de los grandes expertos en el modelo social europeo. Acababa de publicar un libro, corto y excelente, “Los tres grandes retos del estado de bienestar” (Ariel, Barcelona 2010). Señalaba estos: el cambio del papel de la mujer en la sociedad, promover la real igualdad de oportunidades de los niños y garantizar las prestaciones a los jubilados del futuro.

En la pagina 94 del libro podemos leer: “he tratado de sintetizar lo que sabemos a propósito del aprendizaje en la primera infancia. En primer lugar que hacer cuidar al niño fuera del domicilio durante el primer año de vida puede perjudicar su desarrollo futuro (aunque añadía inmediatamente que) si el cuidado exterior es de buena calidad (el autor piensa en las guarderías), sus efectos sobre los resultados escolares de los niños son manifiestamente positivos, sobretodo para los niños menos privilegiados. Positivos también, después de la escuela, ya en la edad adulta”.

El niño es un bien social de primer orden. No es fácil cuantificarlo con exactitud. Los pocos estudios realizados vienen de EEUU y es complicado trasladarlos a Europa. Así y todo es muy llamativo constatar que “el precio de un año de encarcelamiento en EEUU se mueve alrededor de los 50.000 dólares, precio que resulta ser equivalente al de un año de estudios en Harvard” o que “la pobreza infantil engendra en EEUU costes sociales equivalentes al 4% del PIB, resultado del vínculo entre pobreza, fracaso escolar y delincuencia social”. (P.60).

En otras palabras, invertir en la educación de los niños, particularmente en el primer año de su vida, no es solamente un asunto de solidaridad. Es también inversión social de futuro. Hay que ayudar a los padres más desfavorecidos, especialmente a las unidades familiares monoparentales que, en su gran mayoría, son mujeres con niños a cargo. Ayudar quiere decir un salario, al menos durante los doce primeros meses de vida de su hijo (si lo consagra a su educación), salario que se contabilice a la hora de su jubilación y pensión correspondiente, como año trabajado. Ayudar supone fomentar sistemas de guarderías con amplio horario, también los fines de semana pues, también los padres tienen que descansar para bien educar a sus hijos.

Si ustedes piensan que esto solamente lo pueden hacer los países ricos les diría que allí donde están en ello (no necesariamente los de mayor poder adquisitivo “per capita”) disminuyen las diferencias entre las clases sociales y se reduce la pobreza, la marginalidad y la delincuencia. Invertir en la educación de un niño de un núcleo familiar sin recursos, ayudando a sus padres, es invertir en el futuro de la sociedad.

Mani ha tenido la fortuna de nacer en una familia moderna, internacional, abierta a la globalización, con dos padres que se quieren, mucho, y que le adoran. Es un privilegiado. Está en buenas manos hasta que, ya adulto, con los valores que sus padres le hayan transmitido, decida su vida por sí mismo. Mani es un franco-euskaldun que lleva el nombre de una figura emblemática del siglo III d. c. al que el inmenso Amin Maalouf consagra el segundo de sus libros, “Los Jardines de la luz”, Alianza 2003). Mani buscó siempre la verdad sin querer imponerla a nadie. Era creyente por libre, respetuoso de las demás creencias. Mani es un nombre sanscrito, una lengua ya muerta, que se traduce por bijou en francés, joya en castellano, gem en inglés, bitxia en euskera. Eta, benetan, Mani, izugarrizko bitxi bat da. Ongi etorri gure mundua, Mani.

Grenoble 16 de octubre de 2014 - Donostia 30 de octubre de 2014

Publicado en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa el 2 de noviembre de 2014

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario