sábado, 21 de junio de 2014

El Adagio de la 8ª de Bruckner


El Adagio de la 8ª de Bruckner

 
Esta noche mi mujer tenía una cena-compromiso y estaba solo en casa. He puesto el DVD de la 8ª de Bruckner con la Staatkapelle de Dresde y Thielemann a la batuta. Acababa de hacerme con el DVD, vía Amazon (con perdón de mis amigos disqueros). Este adagio es, para mí, uno de los movimientos de todas las sinfonías que conozco que más me llegan. No siendo musicólogo sino meramente melómano aficionado compulsivo, no sería capaz de explicar por qué. La 8ª de Bruckner, y de modo particular su adagio, es de la obras que, siguiendo el símil de la Guía Michelin, “vaut le voyage”, merece el desplazamiento. Al terminar el DVD he vuelto a escuchar el adagio. No tengo palabras para expresar mis emociones y sentimientos. Se me hace imposible palabrear las sensaciones que la música me provoca.

He escuchado la 8ª de Bruckner en directo, que recuerde, a Thielemann con la Staatkapelle de Dresde en Lucerna y con la Filarmónica de Viena en París. A Baremboim con la su orquesta de Berlin (Staatkapelle) en Berlín y en Granada, a Haitink con el Concertgebouw en Amsterdam y en Santander, a Maazel con Fil de Viena en París, a Juanjo Mena (gran bruckneriano) con la BOS de Bilbao y, sobretodo a Celibidache con la Filarmónica de Munich en Madrid y en Paris (el mejor concierto de mi vida con San Mateo y Harnoncourt y los suyos en el Musikverein).

Sueño con escucharle a Blomstedt y la Filarmónica de Berlín, en su sede berlinesa en enero de 2015. Es una pasión.

Para los Festivales de Verano de Granada de 2008, inesperadamente para mí, me pidieron que escribiera unas notas para el Programa de mano que se repartió. Baremboim con su Staatkapelle de Berlin, interpretó las tres últimas sinfonías de Bruckner. Escribí, lo que sigue de la Octava.

Octava Sinfonía (para el Programa de mano de los Festivales de Granada el verano de 2008)

Como dice uno de los estudiosos de su obra, Bruckner era una persona “social y físicamente inadaptada para situarse en el seno de lo que él entendía que era la elite respetable de la sociedad”[1]. El legendario director Wilhem Furtwängler dijo de él que “era un místico perdido por error en el siglo XIX”.  Estas observaciones van mucho más allá que lo que puede conllevar en sus consecuencias psicológicas, afectivas y sociales en la vida de Bruckner. Su “fracaso social” le hará centrarse exclusivamente en su música sí, y legarnos obras imperecederas que con el paso de los años se hacen más imprescindibles en la historia de los melómanos, pero hasta el final de su vida, por su inseguridad personal, el despiadado juicio que sometían a sus obras los críticos musicales, los directores de orquesta y, sobretodo sus propios colaboradores y discípulos el resultado ha sido nefasto para Bruckner y…para todos nosotros. Bruckner enfermó literalmente cuando el director Hermann Levi, a quien le envió la partitura de su 8ª, el año 1887, se la devolvió con acerbas críticas, por mediación de Joseph Schalk, un alumno de Bruckner, pues él, sabedor del negativo impacto que le iba a causar a Bruckner su juicio, no se atrevió a hacerlo personalmente. Tenía razón y Bruckner entró en una profunda depresión incapaz de escribir, hasta que pasado un largo tiempo, se sobrepuso y decidió rehacer la Octava. Cinco años pasarán hasta su estreno en 1892 y aun hoy nadie sabe cual es la versión que definitivamente era la preferida del propio Bruckner. Por ejemplo en una carta dirigida al director de Orquesta Felix von Weingarten que quería presentar la obra en Mannheim, Bruckner parece reconocer que los recortes son concesiones a la presión del momento pues le escribe textualmente esto: “Le ruego que acorte rigurosamente el último movimiento tal como lo indiqué (en la revisión realizada a instancias de Levi), pues es demasiado larga y (en su integridad) está destinada a otros tiempos, a un círculo de amigos y conocedores”. Así no es de extrañar que haya tres versiones de la 8ª Sinfonía de Bruckner, en cuyo detalle no voy a entrar, y me limitaré a señalar que la que en este Festival se presenta, la de Haas, es la más usual de todas. Es también la que Daniel Baremboim ya utilizara en su grabación con la Filarmónica de Berlín el año 1994.


La Octava sinfonía de Bruckner es, para muchos, el Everest de la sinfonía de todos los tiempos, un Everest que despunta en el Himalaya de sus sinfonías por su rotundidad, monumentalidad y plenitud. Pero el mismo Bruckner refiriéndose a su Octava Sinfonía dijo que para él esa sinfonía era un misterio. Es la más larga de sus Sinfonías y de un acceso no inmediato. No tiene, por ejemplo, el arranque maravilloso de la cuarta, la motricidad y el ascenso a la cúspide de una catedral sonora del último movimiento de la quinta, el desgarro del adagio de la sexta, la belleza sofocante de los dos primeros movimientos de la séptima, ni el adiós a una época y el preludio de otra, en el impar adagio que concluye su incompleta novena. Pero la Octava es una sinfonía redonda en la que el ascenso a la plenitud de la, relativamente breve, coda final comienza desde las primeras notas del primer movimiento.

 

En efecto, sus cuatro movimientos, siguen una lógica interna en su densidad musical y en el entrelazamiento que encuentra su conclusión lógica en el final. Que será, lo adelanto, lo que faltará a la novena. A diferencia de la séptima donde lo esencial (el punto álgido que diría Jochum) se sitúa en los dos primeros movimientos, en la Octava la progresión, siendo continua a lo largo de la obra, lo esencial se sitúa en los dos últimos movimientos. Este mero melómano no es quién para discutir a Jochum que el punto álgido de la Octava sinfonía está en la coda del último movimiento pero me permitirán que señale que su adagio, en sí solo considerado es, para quien suscribe, en sus mas de treinta minutos, el summun de la música sinfónica de Antón Bruckner. Introdúzcanse en el adagio, ya tosidos por favor, y déjense llevar por el fluir de una música absolutamente excepcional.

Su 8ª sinfonía está dedicada al Kaiser quien le recibe agradeciéndole la dedicatoria. A partir de ahí, Bruckner es colmado de honores. Es nombrado miembro Honorario de la Asociación de Amigos de la Música, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Viena. El 18 de diciembre de 1892, dirigida por Hans Richter se estrena por la Filarmónica de Viena su 8ª Sinfonía (que había rechazado anteriormente las tres primeras), con gran éxito de público y crítica con la excepción del crítico Hanslick (que ha pasado a la historia de la música por su rechazo frontal a la obra de Bruckner) que salió ostensiblemente de la sala antes del final. Hanslinck ya se había opuesto, infructuosamente, al nombramiento de Bruckner como Doctor Honoris Causa en la Universidad de Viena. El año 1985, un año antes de su muerte, el Emperador pone a disposición de Bruckner una sección de la planta baja del Palacio Belvedere de Viena, pero Bruckner, ya enfermo aunque muy lúcido, no acabaría su 9ª Sinfonía.




[1] . Philip Bardorf,  “Les Symphonies de Bruckner”, Actes Sud, Paris 1992, pág 14.

1 comentario:

  1. No conocía este adagio.Fino,intenso,maravilloso.Gracias por mostrármelo.
    G.L.

    ResponderEliminar