sábado, 4 de noviembre de 2017

Catalunya. Para tratar de superar la desesperanza

Superar la desesperanza

He vivido estas semanas de septiembre y octubre pasados preocupado e incluso angustiado ante la sucesión de los acontecimientos en Catalunya. En mi vida profesional he llevado a cabo bastantes estudios empíricos sobre diversos aspectos de la realidad catalana. He visto, con cifras, el aumento del independentismo, también en mis propios trabajos. Tengo amigos y conocidos en Catalunya. Independentistas, unionistas o constitucionalistas, como se quiera llamarlos. También entre los que no son ni una ni otra cosa, buscándose un espacio, sabiendo que, en situaciones de polaridad, serán tildados de ambiguos, equidistantes o cosas peores. Pero muchos de mis amigos, sean de la opción política que sea, están sufriendo mucho, algunos, particularmente los de edad avanzada, lo indecible. Catalunya está rota, dolorosa y profundamente rota.

Esta triste tarde del 2 de noviembre, cual mazazo, recibo la noticia de la decisión de la juez de la Audiencia Nacional Carmen Lamela, a instancias de la Fiscalía del Estado, de que ha decretado prisión incondicional para los miembros del Govern de Catalunya cesado, entre ellos el vicepresidente de la Generalitat Oriol Junqueras, que habían acudido el día de hoy a prestar declaración, en una citación que habían recibido el día anterior.

Parece ser que Lamela considera que existe alto riesgo de reiteración delictiva, alta probabilidad de destrucción de pruebas y considera que dado el nivel adquisitivo de los investigados pueden salir del país, según leo en agencias. No voy a entrar en este huerto que no es el mío, pero ¿a qué viene tanta prisa, tanta precipitación para tan grave decisión? Es difícil sustraerse a la idea de que la decisión estaba tomada antes de escuchar a los investigados. ¡Qué mal huele todo esto!

No solamente mal olor. Ojalá me equivoque, pero con la decisión de la juez, (a instancias de la fiscalía, órgano jerárquico, cuyo fiscal general nombra el gobierno, no se olvide) y la más que probable encarcelación próxima del cesado president Puigdemont, el conflicto político catalán adquiere dimensiones que superan no solamente a Catalunya sino que afectan, y de qué manera, a España y, también a la Unión Europea que, en todo este conflicto se ha puesto de perfil, perdiendo una excelente oportunidad de afirmar su alicaída presencia y escaso reconocimiento que le conceden los ciudadanos. ¡Pobre Europa!

En Catalunya, más allá de manifestaciones ya organizadas, declaraciones de unos y otros, quiero destacar hoy, aquí, a dos mujeres. Poco antes de que la jueza diera a conocer su decisión la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, en el pleno municipal de este jueves ha afirmado que es Carles Puigdemont quien "ostenta la legitimidad de las instituciones catalanas hasta que se recupere el autogobierno" en Catalunya. Ada Colau, una mujer, que no era santo de mi devoción, y que he descubierto estas semanas pasadas, fue etiquetada por Josep Borrel como “la emperatriz de la ambigüedad”. Ada Colau defendió, en efecto, que ni DUI, ni 155. ¡Bendita ambigüedad! También me impactó Núria Marín, alcaldesa socialista de l´Hospitalet de Llobregat quien, en nombre de su capacidad de decidir, decidió no colaborar con el 1-O, pero se encaró con la Policía Nacional cuando entró, por la fuerza, en un Instituto de 2ª Enseñanza de la ciudad de la que es alcaldesa. He aquí dos ejemplos de actitudes que aplaudo, sin ser yo socialista, ni del espectro ideológico de “Barcelona en Comú”.

Pero si Catalunya está rota, España está desmembrada. España está jurídicamente unida, sostenida como tal España por una mayoría de españoles, (y la burocracia europea, con el apoyo de las empresas y gran parte de la jerarquía católica con la excepción de algunos obispos catalanes) pero está profundamente desmembrada, con una parte de sus ciudadanos que, no solamente no se sienten españoles, sino que detestan, ahora más que nunca, todo lo que sea España. El rey Felipe VI ya es rey de, solamente, una parte de los españoles: gran parte de los catalanes y la gran mayoría de los vascos ya le han dado la espalda. Sospecho que definitivamente. Sí, España también está rota. No sé porque me viene a la cabeza aquello que dijo, no recuerdo quién, que prefiere una España roja a una España rota. Pues bien, España ahora es azul y está rota.

Perdonen que concluya estas apresuradas líneas con una auto cita. De un artículo que publiqué en estas mismas páginas, hace 14 años, abogando por “el mínimo común múltiplo de lo que sostienen el Plan Ibarretxe, el PSC de Maragall, las propuestas de Mas, las intuiciones del PSE vasquista, el federalismo de libre asociación de IU, algunos del PP del que solamente me atrevo a mentar a Miguel Herrero, ...Aralar, en el caso vasco, y del BNG en Galicia, y hasta del propio Fraga en el conjunto del Estado”. (Correo/DV 29/V/2003). Actualizado a 2017, sigo pensando lo mismo, tratando de superar la infinita desesperanza que me corroe.

Se trata de buscar ese mínimo común en el que podamos encontrarnos la inmensa mayoría, nacionalistas incluidos, en otra España posible, en una Europa fuerte en construcción, donde prime el principio de subsidiariedad y respetando a los pueblos que la conforman.



(Publicado el 3 de noviembre en “El Correo”)

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