domingo, 15 de noviembre de 2015

Verdi, Beethoven, Schönberg y el misterio de Dios


Verdi, Beethoven, Schönberg y el misterio de Dios

 

El 3 de noviembre pasado (03/11/15) viaje en el TGV de la mañana a París. Si lo haces con la tarifa IDTGV te sale muy barato. Y si lo haces en vagones Izen muy tranquilo. Tenía entradas para el Moses und Aron (como lo escribe su compositor, Arnold Schönberg) en la Opera Bastilla y para dos conciertos en la Philharmonie. Comienzo comentando que, en esta última magistral y reciente sala, con una sonoridad envolvente como no conozco otra, asistí a dos conciertos impagables de la Filarmónica de Berlín con Rattle a la batuta en las sinfonías de Beethoven, por orden de interpretación 2ª y 5ª, el primer día, y la 8ª (la mejor 8ª que he escuchado en mi vida) y 6ª el segundo. Una orquesta de solamente sesenta instrumentistas, los conté mientras afinaban sus instrumentos, sin perder por ello su fuerza en los tutti. Lo que Rattle y los músicos conseguían de finura, plasticidad, belleza y, cuando hacia falta, motricidad, son del orden  de lo milagroso. Toda la 8ª, lo repito pues ningún comentarista lo subraya, fue para mí como descubrir una nueva sinfonía de Beethoven. El inicio del quinto movimiento de la Pastoral, con un pianíssimo cantabile en los violines (sin envidia alguna a los míticos de la Fil. de Viena), fue de una sofocante belleza que te cortaba la respiración. ¡Qué belleza!. ¡Qué musicalidad!.  Lo comentamos con una pareja donostiarra, Bakarne y Mariano, con los que me tropiezo, a veces, en mis correrías musicales por Paris. Cuando volvíamos en el metro, me decía Bakarne que le había gustado aún más que las interpretaciones de Thielemann de las sinfonías de Beethoven, también en París, hace pocos años, con la Filarmónica de Viena. No sé. Recuerdo que, en aquella ocasión coincidí también con ellos al término de la 9ª y yo estaba prácticamente sin habla. Cuando estamos con interpretaciones de este nivel hay que dejarse llevar. Aunque no es fácil. A mí, por ejemplo, me resulta imposible escuchar una 5ª sin que me venga a la cabeza, algunas de las interpretadas por Furtwängler en los años 40 con la Filarmónica de Berlín de entonces. Otra diferente a la de ahora, ciertamente. Las dos, en el “top” de la interpretación de la música sinfónica.

 

Pero el día de mi llegada a Paris, me quedé también sin habla tras la representación del Moisés y Aaron de Schoenberg en La Bastilla. En la presente temporada, dan la misma producción en el Teatro Real de Madrid del 24 de mayo al 17 de junio de 2016. Si son Ustedes melómanos, pero de mente y gustos abiertos, les sugiero que se rasquen los bolsillos, pues la opera siempre es cara, y no se la pierdan. La víspera de mi viaje a París, en el Euskalduna de Bilbao, pude disfrutar el Don Carlo de Verdi, una de las, para mi gusto, mejores operas de Verdi. Nunca se agradecerá suficientemente a ABAO el esfuerzo de traernos buena opera. Por cierto, en el frontispicio de Opera - Bastilla, podíamos leer esto: “Verdi o Schoenberg, ¿porqué elegir?. (Esta temporada representan, también en Bastilla, varias operas de Verdi). Ciertamente, ¿porqué elegir pudiendo disfrutar de los dos?.

 

El “Moses und Aron” de Schönberg tiene cuatro interpretes. En mi muy subjetiva opinión, por orden de importancia, el coro (el pueblo de Israel) en primer lugar, Moisés y Aaron en segundo y tercer lugar y, por último, la figura de Dios expresada, ya al inicio de la obra, por seis sopranos. En el Programa, con el libreto, que vendían en La Bastilla, dicen que estuvieron un año ensayando la prestación del coro. No me extraña. Tiene un papel preponderante en la representación y, por lo que dicen los entendidos, muy complejo pues Schönberg hace un ejercicio espléndido de música dodecafónica en esta obra. Moisés con un cantar hablado y Aaron tenor son no menos esplendidos. La dirección de Philippe Jordan de la más que digna orquesta de la Ópera y la puesta en escena de Romeo Castelluci (que va a Madrid esta temporada, lo repito) son realmente fascinantes. Particularmente el segundo acto. Toda la concepción de la obra, según indica Cantelluci, está basada en la última frase de Moises al finalizar el segundo acto: “¡Oh! palabra, palabra que me falta” antes de caer rendido al suelo. El libreto, de la pluma del propio Schönberg, merece ser leído por todo aquel a quien la dimensión religiosa interese. Particularmente la concepción judía de la divinidad.   

 

Inspirado en el Éxodo y el Libro de los Números, la ópera de Schönberg narra la vocación de Moisés, que le fue confiada por Dios, representado en la zarza ardiente, con la misión de liberar al pueblo de Israel en tierras egipcias. Pero Moisés es incapaz de comunicarse y su hermano Aron se convierte en su voz. La oposición de los dos hermanos está en el corazón de la obra. Por una parte, Moisés conoce el pensamiento divino, pero no puede expresarlo ni transmitirlo. Lo que lleva a cabo su hermano Aaron, que sabe hablar en público, pero falsea la idea divina para congraciarse con el pueblo. Este es el conflicto entre la mente y la materia, la idea y su representación, el pensamiento y la palabra. Pero hay más, y más profundamente: la idea de Dios en el mundo judío es un Dios sin imagen, sin presencia física, sin representación.

 

Es el leitmotif que se expresa en varias partes de la obra. Schönberg pone en boca de Moisés, una y otra vez: “Dios, irrepresentable, invisible, idea inexpresable...” A Aaron le dice: “Ninguna imagen puede darte una idea de lo irrepresentable…” a lo que Aaron replica, “Pueblo elegido por el Único, ¿puedes tu amar lo que no tienes derecho de ver representado?”. Ante lo que el pueblo exclamará “¿Adorarle?. ¿A Quién? ¿Dónde está?. No le veo. ¿Dónde está”. Moisés al ver lo que han hecho, su hermano y el pueblo (adorar al becerro de oro, representado por Castelluci por un enorme buey vivo que se pasea por la escena) pues Moisés tardaba en bajar del Sinaí, rompe las tablas de ley y cae por tierra derrumbado, abatido, desesperado, exclamando “¡Oh! palabra, palabra que me falta”. Es el misterio de Dios que un Schönberg, a caballo entre sus raíces judías y su “conversión” al protestantismo, nos muestra en esta obra fuera de serie, y que, al final, no pudo terminar.

 

En efecto, del tercer acto solamente hay dos páginas escritas por Schönberg pero ni una sola nota musical. Lo que para Romeo Castellucci, no es una coincidencia. El director lo ve como un acto fallido, no como un acto que falta, lo que hace culminar el tema de la irrepresentatibilidad de Dios que planea a lo largo de la obra: "Es desde este tercer acto inexistente que hay que entender toda la ópera", dirá Castelluci y lo que podamos decir de Dios, me permito añadir. Del Dios de los judíos. Pero también el que se nos aparece en los Evangelios: “a Dios nadie le ha visto jamás” nos dirá el evangelio de Juan, en su primer capítulo, versículo 18. Sí, el Misterio de Dios.

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