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lunes, 16 de agosto de 2021

 


 

Un cristianismo para la era secular y post- secular.

 

(Notas tras la lectura del capítulo ”Desencantamiento del mundo y radicalización de una secularización”, redactado por Philippe Portier et Jean-Paul Willaime, del libro dirigido por Dominique Reynié : Autores varios, Le XXIe siècle du christianisme Ed du Cerf. Mayo de 2021, 377 pp.)

 

Sobre la secular modernidad avanzada y su desencantamiento

 

La ´ultra modernidad´ (que otros denominan ´era postmoderna´ y que, en el contexto de lo religioso, nosotros preferimos el termino de ´era post- secular´), es el resultado de todo un proceso que ha conducido al ser humano occidental a buscar emanciparse de numerosas coacciones colectivas, religiosas y otras, que limitaban su libertad individual. Hoy, esta última, no está inicialmente frenada más que por la libertad de los otros y algunas reglas indispensables al vivir juntos. Pero está libertad está vacía, no tiene contenido, es una libertad negativa, una libertad que nos expone a toda suerte de alineaciones y a dependencias, una libertad qué siendo objeto de manipulaciones exteriores nos lleva al fundamentalismo del mercado y al dictado de lo tenido por correcto. En una sociedad liberal la cuestión del sentido de la vida es reenviada a la esfera privada, a la intimidad de cada uno, pues la sociedad, en ella misma, no es portadora de sentido. La sociedad, aunque divinizada, está radicalmente secularizada.

 

En la sociedad occidental ultramoderna, (EE. UU, Francia, Gran Bretaña, Alemania y centro Europa, los países nórdicos, y gran parte de España), la radicalización incluso de la secularización está conduciendo a lo religioso al corazón de la vida colectiva pública. Es un retorno activo, no siempre visible, de la participación de los actores e instituciones religiosas en la elaboración del bien común individual y colectivo, mientras que se ha creído poder encerrar lo religioso en la conciencia individual privada y en la práctica de ritos al interior de los edificios de culto. Es la exculturación sociocultural y político de lo religioso. Algo a lo que nunca el cristianismo ha querido reducirse. Un retorno que acepta inscribirse en el marco del debate público democrático y que no demanda nada de particular más que de participar, al lado y con los otros, en una discusión colectiva sin que la calificación religiosa de los contribuyentes sea un motivo de descalificación o de marginalización. Tampoco de supremacía.

 

¿Por qué hablamos de una radicalización de la secularización? Porque los ideales seculares que hemos tenido tendencia a presentarlos como alternativas a los ideales religiosos se encuentran ellos mismos desencantados. Ya no es la creencia en las promesas políticas la que viene a reemplazar la creencia en las promesas religiosas; tampoco la creencia en la autoridad de los “maîtres d´école” (grandes intelectuales) se sustituiría a la de los sacerdotes; el reconocimiento del profesionalismo de los asistentes sociales reemplazaría el compromiso existencial de las mujeres y hombres de caridad; la confianza acordada a los técnicos y sabios reemplazaría aquella acordada a los saberes y técnicas tradicionales. Pues todas estas autoridades seculares están ellas mismas quebrantadas, puestas en discusión.

 

Esta secularización de los ideales seculares es particularmente neta en el dominio de la política, con el aumento del desenganche e incredulidad de los ciudadanos hacia la política, hacia los políticos, como muestran Informes Internaciones, incluso con afán prospectivo. Pienso, por ejemplo, en el Informe de Tendencias Globales” que publicó en marzo pasado el Consejo Nacional de Inteligencia de EE UU. En tal coyuntura es llamativo constatar que, tanto en los filósofos y sociólogos agnósticos o ateos como André Comte-Sponville, Jürgen Habermas, Salvador Giner, Edgar Morin, como en los inscritos en una tradición religiosa como Paul Ricoeur, Pierre Manent, Jesús Martinez Gordo, Andrés Torres Queiruga, encontramos diversas formas de reconsiderar el ámbito y el papel de lo religioso, en el marco de las sociedades secularizadas y pluralistas de hoy, en el sentido de un reconocimiento de la legitimidad de su participación en los debates públicos a condición que no quieran imponer nada. Entiéndase bien. No se trata de una vuelta de lo religioso en el sentido en el que se volvería a un estado anterior a la “era secular” que diría Charles Taylor, en las relaciones Iglesia-Estado, cómo si las religiones volvieran a recuperar el poder sobre la sociedad y los individuos. Este último planteamiento solamente es sostenido por los nostálgicos de la “era de cristiandad” que, afortunadamente, no ha de volver. En la actualidad, se trata de reconfigurar el espacio y el papel de lo religioso en las sociedades radicalmente secularizadas dónde las promesas seculares están, ellas mismas, desencantadas.

 

El cristianismo en el contexto de la modernidad desencantada

 

En tal coyuntura, tanto lo religioso como que lo secular evolucionan y reajustan sus relaciones: un cristianismo cada vez más desmitologizado y valorando, defendiendo y postulando su ética universal de la fraternidad, “el ethos del amor” universal e incondicional, como sostiene Hans Joas, este cristianismo, decía, encuentra positivamente una política o un político desescatologizado y desencantado en la búsqueda de fuerzas convincentes y motivantes para construir la sociedad de mañana. De ahí las sinergias positivas entre lo político y lo religioso, lo que no impide que haya conflictos y desacuerdos profundos como se ha visto en el caso del “matrimonio para todos” en Francia, y la ley de eutanasia, y de las uniones “trans”, en España. Pero, en eso consiste la democracia moderna.

 

Siendo el cristianismo una religión de la Encarnación de dimensión universalista, se inscribe sin problema en una configuración favorable a la participación de las religiones en la vida pública. En Europa occidental las Iglesias católica y protestante han aprendido poco a poco a integrar su autocomprensión en el hecho de que no representan ya en la actualidad, ellas solas, las normas de lo religioso en la era secular y ya, aunque en germen en España, todavía, la era post - secular. Estamos viviendo, en nuestros días, el paso del cristianismo heredado al cristianismo por elección, lo que no quiere decir que tengamos que hacer “tabla rasa” de la herencia de 20 siglos de cristianismo, en la actualidad más universal, geográficamente hablando, de los que nunca ha sido en la historia. Esta nueva condición social del cristianismo le permite hacer valer sin complejos sus posiciones y sus acciones en las sociedades pluralistas, en las que el Estado pena a regular una pluralidad acentuada de concepciones del hombre y del mundo y de las diferentes opciones éticas presentes en la sociedad.

 

La interpelación de lo religioso a lo político

 

La interpelación religiosa qué impide a lo político dormitar si se encierra en el bienestar de sus votantes, es una evocación del papel de los cristianos respecto de lo político (en otras latitudes hablaría de los budistas, musulmanes, judíos etc., siempre que propugnen el universalismo ético) que no está tan lejos de las posturas actuales de algunas iglesias cristianas respecto del poder. Frente al riesgo de no tratar humanamente a los refugiados, los extranjeros y los autóctonos en situación de extrema precariedad (por ejemplo, las personas de edad avanzada con pocos recursos, y las personas incapacitadas), y frente a los riesgos de la estigmatización de ciertas poblaciones como los gitanos, los migrantes pobres, etc., las autoridades religiosas y los que se dicen cristianos, deben movilizar la ética de la fraternidad cristiana, el “ethos del amor”. Que sea Caritas católica, la Acción Social Protestante, numerosos benévolos sacan recursos movilizadores, de carácter ético, del cristianismo para comprometerse en las acciones de solidaridad e interpelar a los poderes públicos sobre su deber de humanidad.

 

Pero también sobre otros temas las religiones quieren hacer patente su voz: sobre la sexualidad, género, filiación, la gestación por otra persona o la procreación médicamente asistida, la legalización de la eutanasia etcétera. En estos temas, especialmente ciertas voces laicas, tienen tendencia a querer reenviar las iglesias a su sacristía y les solicitan que se limiten a lo que, supuestamente les concierne únicamente, esto es, a las cuestiones espirituales y de culto. Como si las religiones se limitarán al fuero interno y a las prácticas en los edificios del culto. Cabe preguntarse si, finalmente, no habría tendencia a seleccionar el papel de la religión en el espacio público, en forma positiva en ciertos ámbitos, especialmente en el de la ética social y de forma negativa en otros, particularmente en los de la ética sexual y familiar. Pero la participación de grupos religiosos al debate público no es de geometría variable según los temas, y su legitimidad no depende de su grado de conformidad con las tendencias seculares del momento. Lo esencial es respetar las leyes del país, inscribir su acción en el marco democrático de una sociedad laica donde, incluso, si las voces cristianas son rigurosamente opuestas a una evolución, esta evolución debe ser aceptada y desembocar en una ley que pueda devenir una ley de todos y para todos. Entre tanto, aquí también, habrá conflictos, como los ha tenido el cristianismo, en su interior (como en la actualidad, valorando la acción del papa Francisco), como en sus relaciones con la sociedad y el poder de cada momento, a lo largo de su historia.

 

Una laicidad democrática y no autoritaria no debe descalificar y deslegitimar los interlocutores religiosos bajo el pretexto que estarían en contra de ciertas evoluciones, incluso en el caso de que hubieran sido legalizadas. Así, por ejemplo, en cuanto a la condición de género del ser humano, la igualdad de los hombres y de las mujeres, hay diferentes formas de concebirlas y no hay ninguna razón para que un Estado secular excomulgue, esto es, impide y castigue, la expresión pública, pacifica, de ciertas concepciones en provecho de otras. Lo que no quiere decir que no legisle de acuerdo a la mayoría, aunque, si es responsable, procurará hacerlo con el mayor acuerdo posible. En ciertos temas no vale la mayoría del 51 %. Las tensiones son inevitables entre las religiones y las evoluciones dominantes en la sociedad. Estás tensiones no son solamente inevitables, sino que son estructurales y testimonian una buena salud de la laicidad. En efecto el deber de la democracia es el de permitir lealmente la expresión de estas tensiones más que de querer aniquilarlas con el único provecho de uno de los polos del debate. Es lo que Paul Ricard llamaba una “laicidad positiva de confrontaciones” que hace justicia a la diversidad de la sociedad civil. 

 

Hay que redescubrir que las religiones alimentan también compromisos solidarios y profundamente altruistas, que son depósitos de compromiso y de esperanza que pueden socializar a las personas, en particular los jóvenes, en una normatividad estructurada y estructurante, prevenirlos contra el pesimismo e incitarlos a actuar, sean las que sean las dificultades del presente.

 

Los riesgos de las lecturas políticas del cristianismo

 

Reconocer este depósito de convicciones y de acciones que representa el cristianismo, como otras religiones, no significa por otra parte que, como toda realidad militante y de convicción, el cristianismo pueda generar, y de hecho ha generado en ciertas circunstancias, actividades intolerantes e incluso fanatismos y violencias. Así, por ejemplo, las religiones pueden conducir a encerrar a sus miembros en su red, cortándoles lo más posible de la sociedad en la que se desarrollan, incluso hacerles percibir la sociedad global como una realidad diabólica de la que es preciso huir y combatir. Es el caso de Rod Dreher con lo que denomina “la opción benedictina”. En efecto, el cristianismo no está indemne de estas tendencias, así en el catolicismo tradicionalista conservador que manifiesta simpatías por la extrema derecha y en las franjas fundamentalistas del protestantismo que quisieran reconquistar la sociedad. Aunque la utilización partidista de lo religioso no se limita a la extrema derecha y al mundo tradicional. También en la extrema izquierda, como vemos ahora, por ejemplo, en Nicaragua, con la lectura que se hace en España, atribuyendo la responsabilidad de su mala situación, casi en exclusiva, al maligno poder estadounidense.

 

Para superar el individualismo reinante.

 

Por otra parte, si el humanismo democrático se ha construido a veces en oposición a las religiones, estas últimas pueden, en un mundo secular desencantado, devenir preciosos garantes de una superación de un individualismo que se cruza con una mundialización, rasgos de la sociedad de nuestros días. El cristianismo, en la diversidad de sus expresiones confesionales, se encuentra cada vez más tranquilo para esta defensa del humanismo democrático pues no son extranjeras a su propia emergencia.

 

En las incertidumbres y en las inseguridades identitarias del régimen ultramoderno, el cristianismo reencuentra no el poder, sino la influencia. Es, incluso, esta pérdida de poder sobre la sociedad y en su aceptación del marco laico de la sociedad del cristianismo posmoderno y post – secular (aunque no todos los cristianos comulgan, todavía con esta idea), lo que le permite ser apreciado, también. como proveedor de sentido y de esperanza en una sociedad bastante desbrujulada. Un cristianismo incubador y propulsor de acciones solidarias en un entorno en el que “el cada uno para si” tiende a desarrollarse con fuerza.

 

 

Donostia San Sebastián, 21 de julio de 2021

Javier Elzo

 

(Para Religión Digital)


lunes, 17 de agosto de 2020

Javier Elzo: Por un lobby de naciones sin estado en el parlamento europeo

  

Javier Elzo: "Debería crearse un lobby de naciones sin Estado, entre ellas Euskadi, que actuaran a nivel del Parlamento Europeo"

UNA ENTREVISTA DE HUMBERTO UNZUETA publicada en DEIA y en el GRUPO NOTICIAS el 16.08.2020

Elzo aprueba la bilateralidad entre Euskadi y España, pero ve el horizonte de los vascos mirando hacia Europa más que hacia el Estado y aboga por una UE en la que los vascos "seamos escuchados"

Javier Elzo conoce en carne propia los rigores del coronavirus. Lo tuvieron postrado en la cama del hospital varias semanas hasta que pudo ganarle la partida y regresar a su casa, desde donde repasa la actualidad sobre la gestión de la pandemia y la situación política de Euskadi tras las elecciones autonómicas del pasado 12 de julio.

¿El dinero que llegue de Europa tiene que ser para transformar el modelo o para tapar sus agujeros?

—Esta crisis ha cambiado la agenda. La reunión de los 27 estados europeos se resolvió con un fondo de recuperación económica de Europa valorado en 750.000 millones de euros. A nivel de Europa ya hemos visto un cambio de agenda. Es un paso adelante, pero nos hemos olvidado de que hay una serie de proyectos que han visto reducido su presupuesto. Me refiero a proyectos europeos importantes de investigación científica y climatológica. Son proyectos que se han caído. Los presupuestos que había en la UE para la investigación biotecnológica se han reducido un tercio. No llega el dinero para todo y algunos temas claves se van a quedar parados.

¿También se va a notar en Euskadi?

—En Euskadi también vamos a resentirlo de una manera clara. Hay empresas que están cerrando, el paro sube... Si tenemos que invertir mucho dinero para que haya PCR y mascarillas para todo el mundo, para que la sanidad sea todavía más eficiente, hay cosas que van a caer. Ante esto, el problema a medio plazo es la cantidad de gente que se va a quedar en el paro. Lo prioritario debiera de ser trabajar sobre la economía y el bienestar. En primer lugar, ayudando a la gente que queda en paro. Lo que más me preocupa es el paro de una persona de 45, 50 o 55 años a la que le cierran la empresa. Me preocupa eso más que el paro juvenil, que tiene más recursos para incorporarse al mercado laboral.

¿Y dónde queda la inversión en sanidad?

—Habrá que hacerlo hasta donde se puede aumentar esa inversión. Siempre se podrá hacer más, siempre. Lo digo yo que he pasado por el coronavirus. Creo que la situación es en líneas generales de lo mejor que se puede tener, aunque siempre se puede mejorar.

¿Cambiarán nuestras pautas de consumo?

—Debieran hacerlo. A corto plazo sí cambiarán. Más que consumir menos, se va a consumir más seguro, productos más naturales. Ya se ha operado un cambio hacia un tipo de consumo más cuidado, pero eso lo puede hacer el que tiene recursos económicos.

¿Se fortalecerá el sentimiento de pertenencia a una comunidad? ¿Menos global y más local?

—En un primer momento sí, a condición de que lo local sea más barato que lo global. El quid de la cuestión no es entre lo local o lo global, sino la capacidad adquisitiva de la gente. Me temo que esta crisis va a acentuar un problema endémico del capitalismo occidental: las diferencias económicas. La consecuencia socioeconómica fundamental de la pandemia es que van a aumentar las desigualdades sociales.

Los jóvenes están en el punto de mira . ¿Es justo culparlos de los rebrotes?

—Es evidente que en el ocio nocturno se producen buena parte de las transmisiones. Es un factor de riesgo evidente. Esto se explica en buena medida por el tipo de diversión y ocio que tiene la juventud. Llevo casi cuarenta años estudiando este fenómeno. No creo que haya que eliminar el ocio juvenil nocturno, pero siempre he abogado por un ocio no tan nocturno. En su día propuse que la fiesta empezara antes y terminara antes. Defendí ese plan en muchos foros y conferencias, pero he fracasado estrepitosamente. El principal responsable del alcoholismo juvenil es que se ha creado una forma de ocio en la que parece que, si no se disfruta a partir de la una de la madrugada, ya no es ocio. Los jóvenes no tienen la culpa de esto porque crecen en un caldo de cultivo en el que, si no hay eso, no hay fiesta. Hay discotecas que abren a la una de la mañana. Hemos entendido que el ocio tiene que ser nocturno y ruidoso, y ese es el fondo del problema.

¿Fue necesario el mando único de Pedro Sánchez para gestionar la crisis sanitaria?

—Yo defiendo el principio de subsidiariedad. No acabo de entender lo del mando único, creo más en la cogobernanza.

En medio de la pandemia, ¿hay espacio para el debate del nuevo estatus de autogobierno?

—No creo que el de la bilateralidad sea el tema central. Yo lo apruebo, pero va a ser muy difícil que tenga mucha presencia. Defiendo un Estado federal y la cogobernanza aplicando el principio de subsidiariedad. Euskadi tiene que pensar no solo en sus relaciones con el Estado español, sino en sus relaciones con Europa y el planeta. Ahí pongo el acento, no tanto en la relación con el Estado español. El horizonte planetario primordial para los vascos es Europa. Una Unión Europea en la que los vascos tengamos capacidad de ser escuchados y de proponer lo que tengamos que proponer. A mí la expresión capacidad de decidir me gusta, mucho más que el concepto de soberanía, un término periclitado porque supone estados cerrados en sí mismos, y eso ha quedado superado. Hoy en día todos somos interdependientes.

Pero Europa es más un club de estados que una Unión Europea.

—Es verdad que es una Europa de estados, ese es uno de los déficits de la UE, pero aún así el horizonte es Europa. Es importante que Euskadi mantuviera relaciones privilegiadas con las naciones sin Estado de Europa y se estableciera un lobby de las naciones sin Estado que pudieran actuar a nivel del Parlamento Europeo.

¿Y dónde queda la capacidad de decidir?

—La capacidad de decidir es un concepto válido aunque jurídicamente no está recogido, pero creo que es un concepto importante, siempre y cuando seamos conscientes de que nosotros no podemos decidir sobre todo. Tenemos una capacidad de decidir limitada a lo que podemos decidir nosotros. Lo que importa es que en aquello sobre lo que podemos decidir nos involucremos con fuerza y tengamos algo que ofrecer y algo que negociar con los otros.

En algunas cosas decide Madrid.

—Si comparas la capacidad de decidir que tiene Malta, un Estado independiente con todas las de la ley, con la de Euskadi; o si comparas la capacidad de decidir que tiene Malta con la de Baviera (un länder alemán), ¿con qué te quedas? ¿Quieres ser como Malta o como Baviera? ¿O ser como es Euskadi con una serie de mejoras en nuestras capacidades de decisión? En Euskadi tenemos capacidad de decidir en temas tan importantes como la sanidad y la educación, y recaudamos nuestros impuestos. Siempre estaremos peleándonos con Madrid, esa es nuestra pelea, arrancar competencias al Estado. ¿Quién tiene más competencias sobre ti y sobre mí, más capacidad de decidir sobre tu vida y sobre la mía: las instituciones vascas o el Gobierno de Madrid? Es evidente que yo soy más dependiente de la Diputación de Gipuzkoa, del Ayuntamiento de Donostia y del Gobierno vasco, que del Gobierno de Madrid.

Las encuestas dicen que el apoyo a la independencia está en sus niveles más bajos.

—La independencia no es lo que más preocupa, lo que me importa es la historicidad, que seamos un pueblo con capacidad de organizarse y de tener presencia. En el nuevo estatuto de autonomía, si se hace, no pondría tanto el acento en la bilateralidad sino en la posibilidad de que, como vascos, podamos tener contacto directo con Europa sin necesidad de pasar por el ministro del ramo del Gobierno español.

Hay algunas competencias, como Justicia, que ni están ni se las espera.

—Es verdad que nos falta algo tan importante como la administración de Justicia. Eso no lo van a soltar porque es un feudo español.

La pandemia no ha impedido que el PNV mantenga su hegemonía en las urnas. ¿Cómo lo explica?

—El pueblo vasco es mayoritariamente nacionalista y moderado, de un nacionalismo de centroizquierda y moderado, y es un pueblo serio. Y el PNV es nacionalista, moderado y serio. Y es más serio que todos los demás.

¿Es bueno que el PNV repita en el poder legislatura tras legislatura?

—Yo creo que no, porque de una u otra manera crea clientelismo. La sombra del PNV es muy alargada porque aparece como algo mastodóntico y al final todo pasa por el cedazo del PNV. Cuando hay un partido que lleva tanto años dominando, crea un clientelismo.

¿Y qué culpa tiene el PNV si la gente, mayoritariamente, le vota?

—Es verdad. Si el PNV sigue gobernando, es porque la gente percibe que es el que mejor le va a resolver su vida cotidiana, además de ser el que mejor lo está haciendo para traer bienestar a Euskadi, de modo que mucha gente piensa que aquí se vive mejor que en cualquier otra parte del Estado. Eso es porque es gente seria. Además, Urkullu ofrece una imagen de garantía, seriedad y honestidad. Al PNV apenas le han pillado en corruptelas, aunque las ha habido, y fíjate que las habrán buscado.

EH Bildu lidera la oposición. ¿Llegará a dar el 'sorpasso'?

—El PNV ha conseguido afianzarse porque la gente no se fía de EH Bildu. Hemos visto cuando han gobernado, por ejemplo, en la Diputación de Gipuzkoa o en el Ayuntamiento de Donostia cómo lo han hecho y la gente no les ha vuelto a votar por su capacidad de gestión. De otro lado, la izquierda abertzale todavía no ha reconocido el daño causado por la violencia –tampoco el Gobierno español que no ha pedido perdón por el bombardeo de Gernika, al contrario que el Gobierno alemán, ni tampoco por los GAL–. La izquierda abertzale todavía no ha dicho que lo que hizo ETA estuvo mal. Y eso le lastra ética y electoralmente. Además están empecinados en la idea del soberanismo y eso cala en mucha gente, pero no define su modelo. ¿Cuál es su modelo o referencia de país? Dinamarca, Venezuela... No lo tienen, les falta ese modelo, y por eso la única posibilidad que les queda es la crítica sistemática al Gobierno vasco. En esto han encontrado un aliado llamativo, el sindicato ELA.

¿Cómo se explica que un sindicato nacido en los brazos del PNV se haya convertido en su azote inmisericorde?

—En este momento, ELA es el factor más desestabilizador que tenemos en Euskadi, mucho más que cualquier otro. No ayuda al progreso, se ha convertido en órgano de pura protesta. Es una organización negativista. Un sindicato que se dedica exclusivamente a criticar y se dedica solo a defender a sus afiliados es un organismo destructor.

Vox ha entrado en el Parlamento Vasco. ¿Cómo hay que actuar con este partido: con un cordón sanitario o sin hacerle caso?

—Que hablen, hay que responderles siempre con respeto, que ya se hundirán ellos solos. En lugar de un cordón sanitario, iría a propuestas concretas y argumentando el rechazo a sus propuestas.

¿Abrirá la marcha de Juan Carlos I el debate sobre monarquía o república?

—El tema de la monarquía es otro ejemplo más de una España muy dividida. Las dos Españas siguen en pie. Algunas personas son furibundamente antimonárquicas, en el espectro de la izquierda, del propio PNV, en parte del mundo catalán; y luego hay otra parte que son claramente monárquicos y que dicen que es la bóveda sobre la que todo reposa y sobre la que descansa el pacto constitucional del 78, e incluso entienden que la monarquía es un elemento central y cohesionador de España.

¿Ve mimbres para que se suscite en el Estado un debate sobre la conveniencia o no de la monarquía o va a ser una polémica pasajera?

—Lo que está en el fondo de todo este asunto es un país dividido. Va a depender del papel que juegue la justicia. El presidente Rajoy cayó por una decisión judicial; lo que está pasando en Catalunya en gran medida es consecuencia del poder judicial; y en este caso, el futuro de Juan Carlos también puede depender de lo que hagan los jueces.

¿Cree realmente que los jueces españoles le meterán mano al rey emérito?

—No son los jueces, es el juez que toque. En los tiempos duros de ETA, cuando detenían a alguien, los policías preguntaban qué juez estaba de guardia, porque según quién estuviera esperaban o lo llevaban al juzgado. No se trata solo de la estructura, sino que depende del juez que toque, puede pasar una cosa o la contraria. Si el juez de turno decide llamar a declarar al rey emérito, en ese momento se va a plantear un debate entre monarquía y república. Los jueces son los que quitan y ponen.

 

lunes, 10 de febrero de 2020

Un Humanismo para el siglo XXI. (Muy reducido y redactado para "El Correo")


El largo texto de la entrada anterior con este mismo titular, reducido a las dimensiones de un artículo prensa
UN HUMANISMO PARA EL SIGLO XXI
En un mundo conformado por datos digitales y las nuevas tecnologías, incluida la inteligencia artificial, debemos preguntarnos en qué condiciones podemos ser humanistas


“El Correo” Sábado, 8 febrero 2020, 00:29

Hace unos días, invitado por el Grupo Vasco del Club de Roma, impartí una conferencia en la Sociedad Bilbaína que titulé como este artículo. Se asocia el humanismo con el Renacimiento y la Ilustración en un intento de superación de la denominada era obscura del Medievo pretendiendo una vuelta al humanismo greco-latino. Pero olvidamos que el humanismo griego y el humanismo romano conformaban un humanismo intelectual (del que aún somos deudores), pero que era, al mismo tiempo, un humanismo elitista, pues funcionaba en lo social basado en la esclavitud. Solamente las élites disfrutaban de los bienes, siempre bajo el capricho del poder. La esclavitud, de la que aún quedan secuelas, no se abolió hasta bien avanzado el siglo XVIII.
El humanismo supone colocar al hombre y a la mujer en el objetivo central de la labor humana. Pero esta centralidad puede conducir a una deificación del ser humano. Es, de hecho, una religión del hombre que sustituye al dios caído. Como escribe Edgar Morin, a quien sigo en este punto, «debemos dejar de exaltar la imagen bárbara, mutiladora e imbécil del hombre autárquico sobrenatural, centro del mundo, objetivo de la evolución, maestro de la Naturaleza». Morin propugna el humanismo que responde a la fórmula de Montaigne «reconozco en cada hombre a mi compatriota», el de Bartolomé de las Casas reconociendo a los indígenas como personas, el de las Reducciones de los jesuitas en Paraguay, etc., etc.
A su estela y pensando en el siglo XXI abordé dos de sus humanismos: el secularista que deifica a la sociedad (Roberto Calasso, 'La actualidad innombrable'. Anagrama 2018), en el que no me detendré en este artículo, y el tecnológico, digital, transhumanista etc., al que me referiré junto a la inteligencia artificial.
El humanismo digital es un concepto en construcción. En un mundo ahora conformado por datos digitales (los 'big data'), inmateriales, y las nuevas tecnologías NBIC (nanotecnología, biotecnología, inteligencia artificial y ciencias cognitivas), debemos preguntarnos en qué condiciones podemos ser humanistas cuando algunos afirman que los datos nos invadirán y que ya no es posible resistir la inteligencia artificial ni dar vuelta atrás. Ya habríamos sobrepasado el punto de no retorno. Las nuevas tecnologías nos obligarían a vivir en el tiempo real, en la reactividad y en la inmediatez. Como si la humanidad no pudiera permitirse el lujo de pensar, proponerse aplazar o diferir decisiones, darse un tiempo para pensar con otras personas.
Hoy las tecnologías se presentan como fatales e inexorables y nos pesan hasta el punto de que algunos nos anuncian que la humanidad pronto abandonará la escena, que será ocupada por la tecnología sin límites. O por los ciborgs, donde lo propiamente humano será cada vez menor y menos autónomo. Así en la robótica.
El Parlamento europeo consideraba en febrero de 2017 que «los robots autónomos más sofisticados pudieran ser considerados como personas electrónicas responsables, obligadas a reparar todo perjuicio causado a un tercero». Pensaban los eurodiputados en robots que «adoptan decisiones autónomas o que interactúan de manera independiente con otros», sean personas o cosas. Las cosas son aún más preocupantes en la robótica militar, con los denominados «sistemas de armas letales autónomas» (LAWS es el acrónimo en inglés), diseñados para disparar misiles, en determinadas circunstancias concretas, sin intervención humana alguna; nada que ver con los códigos de los que disponen los presidentes para ordenar lanzamientos de misiles. En el supuesto que presentamos, el robot 'decide' autónomamente lanzar el misil.
De hecho, aun con otros términos, la cuestión ya afloraba hace tiempo. Así, una de las figuras mayores de la cibernética, Warren Sturgis McCulloch, afirmaba en 1943 que «las maquinas hechas por la mano del hombre no son cerebros, pero los cerebros son una variedad, mal comprendida, de la maquinas computadoras». De tal suerte que Paulin Ismard, quien sugiere el Derecho Romano aplicado a los esclavos como modelo legal para los actuales robots, afirma que «el hombre y la maquina serían dos sistemas cibernéticos, en esencia idénticos, de tal suerte que el pensamiento humano es fundamentalmente asimilable al cálculo» y actúan, ambos, cerebro humano o artificial, en razón a su propia ecuación vital.
Abogo por un humanismo basado en la fraternidad universal que, en su aplicación al siglo XXI exigiría no olvidar que esos robots, supuestamente autónomos y con capacidad de adoptar decisiones que se nos escapan, son creaciones nuestras. Dependen, en un sentido en nada figurado, de cómo los hayamos educado, con qué fines, con qué objetivos, con qué límites. Si un misil se dispara de forma que decimos que es autónoma, sin intervención humana, estamos, voluntaria e irresponsablemente, olvidando que somos nosotros, hombres y mujeres, quienes los hemos diseñado para que así actúen. Si después escapan a nuestro control, no podemos olvidar que son tan hijos nuestros como nuestros hijos biológicos (que también escapan a nuestro control), y nosotros, padres o creadores, somos los primeros responsables de sus actos. De ahí la necesidad de un humanismo para el siglo XXI.
JAVIER ELZO Catedrático emérito de Sociología. Universidad de Deusto


viernes, 14 de junio de 2019

Cuando la política se decide en los despachos




Cuando la política se decide en los despachos

Visionando recientemente en ETB un excelente programa sobre los ocho días de final de mayo de 2018 que cambiaron el poder en España, me vino a la mente la idea de los cambios que se pueden dar en la vida política en un breve periodo de tiempo.  El primero de junio del año 2018 el Congreso de Diputados aprobó una moción de censura presentada por Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy. Fue una moción en la que prácticamente nadie pensaba que iba a triunfar tres o cuatro días antes, pero un error en los despachos del PP lo hizo posible, como quedó de manifiesto en el mencionado programa de ETB. Lo consiguió con los apoyos de su propio partido más el de Podemos, ERC, PNV, PDdeCAT, Compromis, Bildu y Nueva Canaria. Así, Pedro Sánchez, desahuciado por su propio partido el 1º de octubre de 2016, se convirtió en presidente del Gobierno, menos de tres años después, desbancando a un Mariano Rajoy que había logrado aprobar sus presupuestos apenas una semana antes con el apoyo del PP, Ciudadanos, el PNV, Unión del Pueblo Navarro, Foro Asturias, Coalición Canaria y Nueva Canaria. Si se detienen en la lista de los grupos políticos que aprobaron tanto los presupuestos de Rajoy como su derrocamiento, observarán que son dos: Nueva Canaria y el PNV. 

En aquella semana, publiqué un artículo en estas mismas páginas (El CORREO, 27/05/18) en el que escribí que “el PNV, si mantiene la línea que le llevó a votar a favor de los Presupuestos al argumentar que un ´probable adelanto electoral abriría escenarios de pronóstico muy preocupante que por responsabilidad deben evitarse, y así lo hacemos´, no apoyará a Sánchez”. Obviamente me equivoqué, como me sucede con frecuencia en mis análisis de política de partidos. Visionando el referenciado programa de ETB, entendí, de boca de Andoni Ortuzar la razón de su apoyo a la moción de mención, incluso afirmando, con franqueza que le honra, que le dolió mucho la decisión pues sabía que hacía daño a Mariano Rajoy con quien, confesó, mantenía una relación de amistad y, creo recordar que también de afecto. Pero la política tiene sus reglas y era imposible que el único partido que sostuviera a Rajoy, una vez que los independentistas catalanes habían optado por descabalgarlo, hubiera sido el PNV. Se le hubiera echado encima todo el mundo. Al menos el mundo nacionalista y el tenido por progresista. Me lo recordaban en una comida el día pasado un grupo de amigos. Razón de estado que se hubiera dicho antaño. O la primacía de la ética de la responsabilidad sobre la ética de la convicción, en términos weberianos.

Ahora, tras los resultados electorales de las generales del 28 de abril, las autonómicas, provinciales, municipales y europeas del 26 de mayo toca conformar gobiernos. A veces, a tenor de los resultados electorales, luego a tenor de la voluntad popular, las cosas se presentan relativamente claras. No se puede poner en tela de juicio que en España debe gobernar el PSOE, en Euskadi, así como en Bilbao y Donostia, y quizá también en Vitoria, el PNV, aunque todos necesitarán algún tipo de apoyo, sea de gobiernos, sea de legislatura. En otros lugares las cosas no están tan claras. Piénsese en Madrid, capital y autonomía, en Barcelona capital, en Navarra, básicamente en el gobierno de la Comunidad Foral (donde, por cierto, como en 2.007, el PSOE se ha impuesto a las pretensiones del PSN, mostrando la enorme debilidad y escasa credibilidad del federalismo del PSOE cuando ni siquiera respeta a sus propias marcas autonómicas), en Aragón, Castilla y León etc., etc.  En estos casos, como contemplamos actualmente, los dirigentes de los partidos políticos juegan, en el mejor sentido del término, a una múltiple partida de ajedrez, para obtener las máximas cotas de poder, con alianzas que, a menudo, desafían toda lógica y, sobre todo, que no habían anunciado antes de las elecciones. Peor aún, en más de un caso ya las habían anunciado y después no cumplen lo anunciado. Necesitaría más de un artículo para ilustrarlo con ejemplos concretos. Los despachos sustituyen así a los electores, a la soberanía popular. La consecuencia mayor es el deterioro de la confianza de los ciudadanos en la política pues estiman, aunque no siempre con razón y justicia, que de nada vale su voto si, al final, los que deciden son los políticos en sus despachos.

No veo más que una salida a este embrollo: la doble vuelta en las votaciones a los cargos unipersonales: presidente del Consejo de la UE, de España, de las Comunidades autónomas, provincias y alcaldes de los ayuntamientos. El sistema está inventado y se aplica aquí al lado, en Francia. Cada ciudadano vota a la persona y partido político que prefiera. Si ninguno obtiene la mayoría absoluta (más del 50 % del voto emitido), los dos que alcancen el mayor apoyo, se disputan el apoyo popular, en una segunda vuelta. Así, el que presida el gobierno, la comunidad autónoma, la alcaldía etc., habrá sido elegido directamente por el pueblo, y no en una partida de ajedrez en los despachos, con unos parlamentarios, junteros, concejales etc., a sus órdenes. Creo que, en estos tiempos de desafección a la política representativa, valdría la pena darle una pensada a la práctica de la segunda vuelta.

Javier Elzo

Publicado en “El Correo” el Donostia 11 de junio de 2019
Javier Elzo

viernes, 26 de abril de 2019

Ante las elecciones del 28 de abril: tres gobiernos posibles


Tres gobiernos posibles

Creo que hay un acuerdo en los analistas y comentaristas políticos, así como entre los propios políticos, de que, tras las elecciones generales del 28 de abril próximo, hay tres, y creo que solamente tres, gobiernos posibles, más o menos estables, y sin tener que llegar a nuevas convocatorias electorales: el conformado por el PP y C´s con el apoyo de Vox y otros partidos de derechas; el del PSOE junto a C´s, aun en minoría, y el del PSOE y Podemos con el apoyo de algunos partidos nacionalistas y algún otro minoritario. Mis preferencias, sin duda alguna, van a la tercera de las opciones mentadas. En estas líneas voy a argumentar mi opción. Comenzando por argüir mi rechazo a las dos primeras.

La conformada por el PP, C´s y el apoyo de Vox, me parece la peor de las soluciones. Comenzando por lo más visible: el talante de los tres líderes. Casado no solamente ha hecho bueno a Rajoy: ha logrado que no pocos lo añoren. Yo nunca he sido marianista, pero Rajoy era un hombre de una derecha moderada, rechazaba el lenguaje barriobajero y fue capaz de lograr que la crisis no hundiera aún más a España, lo que no es poco. De Ribera guardo un recuerdo personal. El año 2007 presenté en el Parlament de Catalunya un Estudio sobre la convivencia y seguridad en escolares de primera y segunda enseñanza en Catalunya. Ribera fue el que me formuló las preguntas más inteligentes y me obligó a emplearme a fondo en las respuestas. Pero, después, le he visto caer hasta donde ahora está: en un españolismo primario, justiciero, queriendo resolver los problemas territoriales de España con cárceles y aliándose con quien sea para tocar poder. De Vox, ¿qué decir que no salte a la vista?. Escindido del PP se suma a la derecha extrema que asola la política europea, con el gravísimo riesgo de que el proyecto europeo salte por los aires. Por eso, para mí, las elecciones europeas de mayo son más trascendentales, también para España y para Euskadi, que las generales de abril. Y lo peor que puede pasar es que la ultraderecha del PP y VOX, aliados a la cada vez más derechizada C´s, todos ultranacionalistas estatales, tengan mayoría en Estrasburgo. ¡Adiós Europa!

La opción de un gobierno (o acuerdo parlamentario) PSOE y C´s, parece la preferida por el mundo de las finanzas y de cierta prensa. Lo recuerda constantemente Pablo Iglesias, en un intento de frenar su caída, a decir de las encuestas, fruto, en parte, de la infantil y continuada enfermedad de las izquierdas de tirarse los trastos a la cabeza. Es cierto, en todo caso, que C´s podría ser un contrafuerte del delirio financiero de las 110 propuestas de Sánchez que, con su habitual tino, analiza Manfred Nolte en estas columnas (El Correo 01/04/19). Pero C´s, con su rancio ultranacionalismo español, impediría el arreglo, o apaño, territorial del que hace (hizo) gala el PSOE, (el federalismo español, la España multinacional etc.), aunque ahora en horas bajas. Tanto que le han enmendado la plana al PSC porque Iceta cometió la osadía de aventurar una posible toma en consideración de los planteamientos independentistas con un 65 % de la población a su favor. Iglesias fue más lejos, y llegó a hablar del 80 %. Pero ¿no decimos que la soberanía reside en el pueblo?. Pues, ¡no!. Elecciones a la búlgara de la URSS.

De ahí que, y a pesar de algo de lo anterior, me inclino por una solución PSOE y Podemos con el apoyo del PNV, ERC, PSC, PSE, alguno más si se tercia, y no cito a los ex – convergentes, porque no logran contener la herida abierta, que diría Jordi Pujol (si es que, aún, se le puede mentar). Y, a pesar, también, de que Pedro Sánchez no es santo de mi devoción. No le he escuchado un párrafo de cierta consistencia. Todo es un continuo chorreo de frases mitineras buscando el aplauso fácil. Me cuesta entender que todo un PSOE no sea capaz de ofrecer un líder de más fuste que Sánchez o Susana Diaz. Porque tienen donde elegir. Pero el PSOE, Podemos y los nacionalistas, conforman la única posibilidad que veo para buscar salida al mayor problema político (he escrito problema político) que tiene hoy España. Donde cada día hay más gente que apuesta por el palo y tente tieso (155 ya, y años y años de cárcel, así en Altsasu, sin que apenas nadie proteste) y cada vez más vascos y catalanes que rechazan, y con rabia, cualquier relación con España. El punto débil de esta solución ya la he apuntado arriba: el riesgo de caer en otro crash, si además se confirma una nueva crisis como la de 2008. Pero aquí, no lo niego, mi cojera nacionalista vasca, aunque moderada, luego doblemente irrelevante en el juego político, me hace temer más al vetusto ultranacionalismo español de derechas del PP, C´s, VOX, con un PSOE débil, que al riesgo del despilfarro del PSOE con Podemos. Porque, si mi preferida coalición ganara las europeas, la Comisión europea nos echaría una mano conteniéndoles. Sí, todo pasa por Europa. Para bien, o para mal.

En un planeta interrelacionado, con el centro del mundo en el Pacifico, una Europa esquinada, avejentada (abuela la ha definido con razón el papa Francisco), solamente una Europa unida y abierta a la migración que, sin renunciar a sus raíces, se haga europea, es su única oportunidad de futuro. Y esto exige mirar adelante, no atrás. A largo plazo.

(Publicado en “El Correo” el 22 de abril de 2019)