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martes, 14 de junio de 2016

La estúpida (no) seguridad francesa en la frontera de Biriatu, y en más sitios. Con un añadido


La estúpida (no) seguridad francesa en la frontera de Biriatou, y en más sitios
 

Comprendo y, en lo que puedo y cabe, comparto la preocupación de los franceses, y de su Gobierno, al ser una de las dianas preferidas del terrorismo yihadista. Pero algunas de las medidas que han adoptado rayan, siendo benévolos en la calificación, en lo estúpido. Es, simplemente “faire semblant de”, (“hacer como si ”)…Verán.

Ayer, lunes, me desplacé de mi domicilio en Donostia San Sebastián al aeropuerto de Biarritz a recoger a una persona. Ya sabía por la prensa que había retenciones en la frontera y consulté la Web “Trafikoa.eus”, antes de salir. Más aún, mi hijo, más ducho que yo en esto de las nuevas tecnologías me llamó, pasadas las 14,30 para decirme que en no sé qué webcam veía la frontera de Biriatou despejada, limpia de coches. Como sé por experiencia de años y haber vivido cerca de fronteras francesas (también en Bélgica cuando no estaba en Lovaina) que los gendarmes hacen un receso para almorzar (lo que bien saben todos los contrabandistas) pensé que eso era lo que había visto mi hijo. (En el Teleberri de ETB de hoy, martes 14, a las 15.30 veo como su corresponsal en Iparralde, señala que por la mañana ha habido colas de hasta 9 km pero que en esos momentos el tráfico era bastante fluido)

De hecho, ayer, a las 15.00 ya estaba en el coche saliendo del parking. El avión tenía prevista la llegada a las 16.40, como lo hizo pues era de ¡Hop!, y no de Air France cuyos pilotos habían decidido hacer huelga aprovechando la Copa de Europa. Ya en la autopista compruebo en los paneles indicadores de incidencias que hay una cola de cuatro km. en la frontera de Biriatou. Los gendarmes ya habían terminado su almuerzo. Decido salir de la autopista en el peaje de Irún y cruzar la frontera, sea por Hendaya, sea por Behobia. Lo hago por Hendaya y, como yo, una buena retahíla de coches. Incluso un enorme camión que justamente me precede. Ningún gendarme a la vista. Decido seguir camino hasta Behobia, ya en territorio francés y, aunque con dudas, me inclino por coger la N.10 y subir hasta San Juan de Luz Sur, donde, de nuevo cojo la autopista. Llego con mucho tiempo al aeropuerto de Biarritz.

La vuelta a casa la hacemos, mi acompañante y yo, por la autopista. En la frontera de Biriatou constato que los gendarmes, protegiendo el buen desarrollo de la Copa de Europa, han abierto solamente dos carriles creando así (dando lugar, originando, etc.) colas en las que se agolpan en, supongo que irritada espera, camiones y más camiones. Tantos que la cola no solamente ocupa todos los kilómetros que hay entre la frontera y el peaje de Irún (unos 7 Km, creo recordar), sino que la rebasa hasta más allá del área de servicio, dirección Irún, (kilómetro y medio, digo yo).

La estupidez e inutilidad de la medida es evidente. Lo que yo hice para zafarme del descontrol organizado por la gendarmería francesa en Biriatou lo hicieron muchos usuarios que ya saben de sus usos y costumbres y sospecho, ¡ay!, que también que todo terrorista que se precie.

Paro hay más. Los franceses, creo que en tiempos de Giscard idearon el plan Vigipirate. Lo entiendo, por supuesto. Pero con algunas medidas llegan al ridículo y, lo que es peor, a la inoperancia. Podría multiplicar los episodios que personalmente he vivido, pero me limitaré a dos y a una observación. Estuve visitando a mi hija en Grenoble hace un mes, más o menos. El día de mi vuelta, como llovía, mi hija me dio un paraguas ya muy deteriorado para echarlo a la basura cuando llegara a la estación de tren. Así intenté hacerlo delante de un gendarme quien me impidió diciendo que estaba prohibido. Literalmente me dijo que, en razón del plan Vigipirate, estaba prohibido. Me excusé y subí al tren, en cuyo portamaletas se quedó el paraguas cuando descendí en París.

El otro ejemplo lo tomo de los controles que realizan al entrar en las salas de conciertos que frecuento en Paris. Han colocado unos vigilantes quienes si llevas una bolsa te invitan a abrirla para que la miren, pues rara vez pasan de ahí y no meten su mano en el bolso para constatar qué hay dentro. Yo que estoy muy cabreado con estas cosas, como ya habrá comprobado el lector que hasta aquí haya llegado en su lectura, en alguna ocasión he colocado un periódico abierto en mi maletín de tal suerte que oculte un pequeño paraguas. ¿Hace falta añadir que no lo detectaron?  Por otra parte,  si vas vestido con una chaqueta te piden, muy cortésmente, que la abras para una mera inspección visual. Pero a nadie se le oculta que un terrorista puede llevar un arma pegado a la espalda.

Una observación. Nunca he visto control alguno para entrar al metro. Y rara vez para subir a un tren. Ni en Grenoble, ni en la Gare de Lyon y muy, muy rara vez en Paris Montparnasse. Podría también escribir sobre la estupidez de la T4 en Madrid, y en la práctica totalidad de aeropuertos, en los que no dejan pasar una mini-tijera y después, en un restaurante, ya pasados los controles policiales (a 50 metros en el restaurante “La Pausa” en Madrid), te dan de comer un filete con cuchillo y tenedor. O en el mismo avión.

¿Por qué lo hacen? No quiero alargarme más. Señalaré dos motivos. Por hacer como que se ocupan de la seguridad y acallar las críticas, que las habría, en esta sociedad de la queja por la queja, por un lado y, en los aeropuertos, para curarse en salud ante las compañías de seguros, quienes si hubiera un atentado se negarían a pagar un céntimo alegando que no se habían puesto los mecanismos de seguridad que los expertos (ellos también para curarse en salud) habrían diagnosticado.   

P.D. Leo en la prensa vasca de hoy (22/06/16) que, el día de ayer, las colas para atravesar Biriatu eran de 20 Km. En el Teleberri de hoy al medio día vuelven a hablar de colas kilométricas y que,el Gobierno Vasco ha pedido hablar con el SubPrefecto de Bayona. Será pena perdida. Si le recibe.

La actitud del Gobierno Francés permitiendo esta sin razón no tiene nombre. Es preciso decirlo alto y claro. NO GARANTIZA EN NADA LA SEGURIDAD. Mantener una cola de 20 km de camiones en pro de la seguridad de Eurocopa, toda persona mínimamente sensata  sabe que no garantiza en absoluto la seguridad. Es una medida inútil. Mañana, día 23 conozco a una persona que tiene que ir Biarritz a recoger a una persona. Obviamente hará algo similar a la que hice yo hace 10 días: pasará la frontera por otro sitio que por Biriatu. Con el cabreo de tener que dar un rodeo y perder el tiempo por la ingente estupidez de las autoridades francesas.

Pero hay más.. Sabiendo, como saben, las colas y retrasos que están generando, que solamente mantengan abiertos dos de las 5 o 6 carriles que creo que hay en Biriatu, dirección Francia, no sé como calificarlo: desprecio, burla, desfachatez, incompetencia radical, o quizás como me dice un amigo para estas formas de hacer daño innecesario "animus jodiendi". Por cierto la frontera francesa de Biriatu (no hay frontera en el lado española) ha sido arreglada hace un par de años, mas o menos. También la zona de peaje a escasos 100 metros de la frontera. Pero lo han hecho tan rematadamente mal que no es posible invertir el sentido del peaje a tenor de la densidad de trabajo en uno u otro sentido de la circulación, como es el caso en el peaje español. Con lo que durante el tránsito de marroquíes durante el verano, sea a la ida a su casa, sea a la vuelta, la estulticia francesa provoca gigantescas colas n el peaje de Biriatu.

¿Es que son tan tontos o hay que pensar en cosas peores?. ¡Ay!, ¿donde han quedado aquellos tiempos en los que cruzar la frontera de Irún era abrirse a un espacio de libertad?.

lunes, 8 de abril de 2013

Final del viaje: Desprecios en Stansted e Easy Jet


6. Epilogo. Desprecios en Stansted y en Easy Jet.

El desembarco, sin problemas, estábamos ya en tierra a las 7,30 de la mañana. Un coche, que habíamos alquilado, nos esperaba en el muelle. En un rápido viaje por las autopistas inglesas (gratuitas), para las 10 de la mañana entrábamos  con nuestras maletas al aeropuerto de Stansted. Localizado el mostrador para depositar las maletas (habíamos sacado por Internet la tarjeta de embarque en la fila dos, luego con una preferencia en embarque), nos comunican que dentro de veinte minutos aproximadamente, se abrirá el embarque. La hora de salida del vuelo era a las 13,20. En pantalla marca “please wait”. Pasada una hora larga de espera y continuando la indicación de “please wait”, pregunto, con la mejor de las sonrisas, cuando iba a comenzar el depósito de maletas para el vuelo de Bilbao. La señora, tras el mostrador, me responde que ya está abierta y ante mi indicación de que el marcador muestra que sigamos esperando, se limita a levantar los hombros.

Llegamos al mostrador con nuestras tres maletas, ya determinadas en nuestra compra, pero calculamos un peso de 40 kilos en la tres y sobrepasaba en seis, con lo que nos pidió 66 libras, once por kilo. Retiramos las maletas, nos deshacemos de lo que podemos y metemos en el equipaje de mano todo lo posible. Así y todo sobrepasamos de dos kilos los 40 contratados y la buena señora nos obliga a pagar 22 libras de sobrepeso. Todo legal. Nada que objetar, pero ganas no le quedan a uno de volver con ellos cuando ya ha pagado un plus por rápido embarque.

Nos dirigimos al control de la policía. Las colas son enormes, como es habitual en Gran Bretaña. Por los altavoces repiten constantemente que los líquidos y cremas de más de 100 ml. deben ir en unas bolsas separadas. El control es estúpidamente exhaustivo. El cinturón, el dinero, el reloj, el móvil, la chaqueta etc., etc. A las mujeres los zapatos. Al cabo de no sé cuanto tiempo pasamos el control. Son las 12, 15. Llevamos dos horas y cuarto en el aeropuerto. Hemos desayunado a las seis de la mañana y tenemos la mala idea de querer comer una hamburguesa. El modo británico de servir supone que primero hay que hacer cola para pagar y después te llevan lo pedido a tu mesa. Ya sin prisas pues ya han cobrado. Como tardan en traer el pedido me levando y leo en la pantalla, a las 12,30, que nuestro vuelo esta embarcando: “boording”. Me pongo nervioso, pues en la tarjeta de embarque se dice expresamente que “las puertas se cierran treinta minutos antes de la salida del vuelo” (copio textualmente) y sin esperar las hamburguesas nos dirigimos a la puerta de entrada. De nuevo megafonía a tope dando las indicaciones de embarque. A las 13,00, luego veinte minutos antes de la salida del vuelo, tras hacer otra cola y, tras mostrar dos veces que yo soy yo, (a la azafata en la puerta de embarque, nº 11, y a la que me recibe en la puerta del avión) estoy ya sentado en mí asiento. La puerta de embarque se cierra a las 13,20, justo a la hora de salida, habiendo acogido pasajeros, hasta ese momento. Eso sí, inmediatamente después, el avión comienza a moverse para dirigirse a la pista de despegue.

Una chica que viajaba en nuestra fila se cabrea pues a ella, en un vuelo anterior al que llegó con 25 minutos de adelanto le dijeron que ya estaba cerrado, sacaron su maleta de la bodega del avión, y la obligaron a comprar un nuevo billete.

Ya dentro del avión una azafata impertinente, desagradable y malencarada, auténtica señorita Rotenmeyer, que no sabe una sola palabra de castellano, no para de hablar, incluso cuando por megafonía están dando instrucciones o avisos en castellano que ella corta descaradamente. Los pasajeros muestran su malestar sin que le importe un rábano.

Esta ha sido la peor experiencia de todo nuestro viaje. La única en realidad. Llegamos al aeropuerto con más de tres horas de adelanto y no pudimos ni comer una simple hamburguesa faltos de tiempo por la ineficacia y rigidez en el peso de las maletas de Easy Jet, y la estupidez y mala educación del Ministerio de Interior británico que no coloca el número controladores necesarios a la afluencia de pasajeros. Es tal su desvergüenza que, hace años, en una interminable cola de Heathrow había avisos indicando que el personal de control hacía su trabajo y un gesto contra ellos podría suponer una sanción que, con la parsimonia flemática de los británicos, suponía la perdida del vuelo. Creo que la vergüenza (o los Juegos Olímpico, vaya Ud. a saber) será la causa de que los hayan eliminado.

Cada día detesto más las buenas maneras que esconden un desprecio real a las personas.  Es la diferencia entre la “politesse” y la educación.

El domingo para las seis de la tarde estamos en casa. Dejo pasar un día para que se me pase un poco el cabreo por la mala educación de los británicos y cierro estas líneas.

 

En el mar (5): Ultimo dia en el buque


Atravesando el Atlántico
 
5.-. El último día en el buque

Una señora inglesa que lleva tres meses en el buque, y ha entrado en conversaciones con Koruko, se desazona pensando que al llegar a su casa (habita una pequeña localidad alejada de Londres que solamente ha visitado un par de veces en su vida) le corresponderá entrar en el “run run” díario: la colada, la comida, el marido dando vueltas por la casa preguntado que qué hay para comer, la vecina, los hijos, etc., etc. Lleva tres meses a cuerpo de rey (de rey de los de antes, pues ahora que se ha abierto la veda del Borbón debe ser otra la vida de rey) y mañana, al desembarcar volverá a la cotidianidad de la vida.

Otra persona, catalana ella, con frágil salud de hierro, se embarca el día 15 o 16 de este mismo mes de abril, para un crucero de 42 días por el Sur Este asiático. Ninguna de estas dos mujeres parecen pertenecer a la categoría de lo que podríamos llamar multimillonarios (que los hay o así parecen en el pasaje de este crucero) pero sí que disponen de dinero para poder pasar largas temporadas en el crucero donde, si se sabe controlar las bebidas, son, de verdad, todo comprendido. Y puedes lavar y planchar tú mismo la ropa y en la mesa te sirven, de oficio, agua con hielo de muy buena calidad, gratis. De ahí que el último día sea como de fin de fiesta, de preludio adelantado de una vuelta a la normalidad. El crucero, al menos este crucero, es vivir unos días sin ruidos (apenas hay avisos por altavoces), en espacios bien aislados de tal suerte que la música de un enclave no se oye veinte metros allá, con un servicio atento, sin ser servil. Si además tienes un móvil como el mío, de ante, ante,… ante penúltima generación tienes la seguridad de que nadie te vaya a perturbar. Nunca tenía cobertura.

Pero mañana hay que desembarcar. Y el viernes 12, a las 9,00 una conferencia en Chiclana de la Frontera

En el mar(4):Océano, finitud e infinitud


Atravesando el Atlántico
 
4.-. El océano: finitud e infinitud

La inmensidad del océano es sobrecogedora. Cuanto el tiempo es bueno divisamos a babor y estribor, desde proa o desde popa, la línea continua del horizonte. Agua, solo agua. Agua en calma, como una balsa de aceite. Apenas vimos barcos, en la lejanía, fijando la vista. Cuando el tiempo es gris y la mar ligeramente agitada, no se divisa el horizonte, que la niebla oculta. El buque se mueve, lo que se siente particularmente en popa, donde tenemos el restaurante, así como en la cama, aunque nuestro camarote está en el centro del buque.

La inmensidad del océano hace verdad fáctica de que nuestro gran buque no deja ser una “gota de agua” en el océano. Apenas un cascarón elegante. El capitán, que nos da noticias de la marcha de la travesía a las doce del mediodía (hora en la que, varios días, debemos avanzar el reloj para que sean las 13,00 y así acomodarnos a los husos horarios) nos comunica en una ocasión que esa noche (la del 1 al 2 de abril) pasaremos próximos al punto en el que se hundió el Titanic. Añade la “gracia” de que a eso de las tres de la madrugada si descendemos 4.000 metros bajo el mar, quizás demos con sus restos. En las hojas informativos que nos entregan todos los días con las actividades en  el crucero, horarios de restaurantes y algunas noticias del mundo, han incluido, con detalle, cómo se produjo el hundimiento del Titanic.

Sí, un cascaron en medio del océano que un imprevisto humano, aliado a otro de la naturaleza (un iceberg, por ejemplo) pueden hundir al mejor y más sofisticado buque del mundo. La naturaleza es más fuerte que el hombre. Cierto, pero el hombre es capaz de aprender de sus fracasos y, aún reconociendo la fuerza invencible de la naturaleza (todos moriremos mientras las aguas del Atlántico sigan bañando y separando Europa de América), el hombre, decía, podrá construir buques más seguros, más capaces de resistir las embestidas de las aguas (aunque no la de los meteoritos) y acortar las distancias entre los continentes. La finitud humana es capaz de sobreponerse a la infinitud de la naturaleza y, en gran medida, domesticarla.

Entre mis lecturas de esta semana en el Atlántico he terminado de Agustín de Foxa: “Madrid de corte a checa”, libro (sugerido leyendo a Maurizio Serra  en “Malaparte, Vida y leyenda. Tusquets 2012, libro que, a su término, me pareció un tanto premioso y pretencioso, pese a las buenas criticas recibidas) al que quizás consagre una entrada en este blog). También he leído parte de un trabajo sociológico de Olivier Bobineau “L´empire des papes: une sociología du pouvoir dans l´Eglise” (CNRS. Paris 2013), del que escribiré en otro contexto. Pero si mi mente me lleva a este ultimo libro, mientras vivo y reflexiono sobre la finitud humana y la inmensidad (que te lleva a la infinitud de la naturaleza), es porque Bobinau, citando a Gauchet, en su clásico “Le désenchantement du monde” refiere cómo una de las notas de la condición cristiana radica en su intento desesperado de conciliar la finitud humana con la trascendencia divina, precisamente de un Dios que se hace inmanente. Esta polaridad de Jesús hombre y Dios, finito en su existencia terrenal, infinito (en la fe cristiana) como Dios, como encarnación de Dios, me viene a la cabeza mientras contemplo este océano sin fin, lejos de cualquier asomo de tierra (no se ve ave alguna) con unas olas, todas iguales y todas distintas, que el avance del buque arranca para venir a morir, en apenas diez metros, engullidos en la tranquila, firme, repetida y rizada inmensidad oceánica al albur del viento.

Y el hombre que yo soy, con la inmensidad (que me lleva a la infinitud de mi razón) piensa esta ola, y aquella y las ves desaparecer como tales olas, olas que ha generado la mente humana construyendo este hermoso y bello paquebote que reta al inmenso mar desde la capacidad y voluntad humanas de buscar su espacio en el universo. Cada vez más autónomo. Frente a la naturaleza, que dejada a su ley, es, sin embargo, superior al género humano. Frente a Dios, al menos el Dios de los cristianos, que haciendo al hombre libre de negarlo, le hizo autónomo. La libertad supone la negación y la duda. Una fe que no duda es una fe dudosa.

La fe, como la contemplación de la inmensidad oceánica desde la gota de agua que significa el buque que me transporta, supone un nexo, al modo de un nudo indenudable (perdonen el palabro) en su totalidad, un pacto increíble, desgarrador, inefable aunque decisivo, entre la opción radical por el más allá, la trascendencia, la aparente infinitud oceánica, por un lado y, por el otro, la inversión vital, afectiva y racional, en las reglas, las limitaciones y las búsquedas de sentido y pertenencia del más acá, de nuestro mundo siempre en construcción, un mundo cuyo ser es hacerse, el mundo sensible, como el de esta gota de agua sobre el mar que nos mantiene a flote y al que nos asimos para no perecer al mismo, antes de tiempo.


La experiencia de atravesar un océano aparentemente sin fin, al par que me anonada me enorgullece. Entiendo la finitud humana. Basta salir del interior del buque y pasearse, no diré con mal tiempo que no te lo permiten, sino con un tiempo desapacible, y situarse a popa contemplando cómo la estela del barco se funde con el mar, para sentir que no eres más que una gota de agua que si, por malaventura, fueras a caer al mar, desaparecerías completamente de este mundo. Pero siento, al mismo tiempo, la robustez del buque, los anclajes que me permiten asomarme al mar, las manos sobre la barandilla, con seguridad no exenta de temor al vacío, mientras el viento me obliga a cubrirme. Y dentro del buque contemplo, admiro, me extasió, cómodamente sentado en mi butaca, mientras tecleo estas líneas, en medio de una “librery” donde otros viajeros consultar y leen sus libros. En silencio. Libros, cuya redacción, confección, impresión y lectura, solamente están al alcance de la especie humana, la reina de la naturaleza. Al menos la terrestre.     

En el mar (3): "Easter". Domingo de Pascua


Atravesando el Atlántico
 
3. “Easter Day”: Domingo de Pascua.


En el crucero, el domingo de Pascua, 31 de marzo, hay una misa católica, un servicio protestante, con su pastor, ambos pensados para ese día de Pascua. También un “Servicio de domingo de Pascua, con el capital Clark para todas las religiones confundidas” (y dinero recogido para una asociación benéfica). A la tarde, también, un “servicio de víspera de la Pascua judía con su rabino”. Asisto al servicio del capitán de “religiones confundidas”. Con el capitán, que dirige y lleva la mayor parte del oficio religioso, están sentados, junto a un altar adornado con la bandera británica y sobre el que había un crucifijo, un sacerdote católico, que leerá la salida de los judíos de Egipto (supongo que del libro del Éxodo) y un pastor protestante que pronunciará una vehemente homilía. La ceremonia consiste en la lectura de algunos textos: el Credo católico, la Confesión – The Confesión-  (supongo que protestante) y varios himnos que los asistentes (de edad avanzada como la mayoría de los pasajeros del crucero) conocen y cantan. La asistencia es numerosa, más de la mitad del mayor teatro del buque, de tres pisos. En la “oratio fidelium” hay una mención especial a la Reina Elisabeth, al Presidente de los EEUU, por los líderes del mundo, así como por los amigos y familiares. La ceremonia tuvo una duración de 45 minutos aproximadamente.

En el mar (2): la vida en el buque


Atravesando el Atlántico

2.-. La vida en el buque

En el buque hay muchas personas de edad muy avanzada. Más de 80 que de setenta y sesenta años. Alto standing que se muestra particularmente en la vestimenta exigida para la cena, a partir de las 18 horas: formal casual, elegant, gala… En estos últimos casos hay más hombres con smoking que con pajarita. Los menos con corbata. Las mujeres (damas las denominan) con vestido largo. Koruko estaba espléndida en un vestido color rosa - granate semi oscuro de una pieza con impecable caída, marcando sin marcar, y un foulard a juego, sujeto con un rosetón sumamente elegante. Buenas maneras en todo momento, “plenty of sorrys, and excused”. Agradable, pero no es mi mundo.

Prácticamente la única gente joven del barco es la del servicio del restaurante y de las habitaciones, y algunas instrumentistas (particularmente un cuarteto de chicas jóvenes, aunque sin alma musical) algún pianista de los de “hilo musical”, músicos de jazz que aprecio más (esos músicos, no la música pues prefiero la denominada clásica), así como una harpista de juego más delicado que armónico, aunque lo mejor del barco. Es siempre música de salón, incluso (sobretodo para mí) cuando interpretan algunos  de los “tubes” de Mozart, Vivaldi, etc. Un día anunciaron a las 2 p. m, una concierto de piano con música clásica. Pero a esa hora aún no habíamos terminado el almuerzo.

Tras insistir, logramos una mesa para dos. K. hubiera preferido otra mesa para poder conversar con la gente y establecer nuevos contactos. Mis limitaciones con el inglés, y mi forma de ser, se imponen y, al final, nos dan una mesa de cuatro para los dos solos, la 340, para todo el trayecto. Lo agradezco. En la primera cena nos colocaron en una mesa con una americana con la que Koruko se enrolló bien y con una catalana absolutamente insoportable, que aguanté por mor de la cortesía. Viajaba sola y durante toda la travesía nos preguntábamos qué haríamos si, por azar, la colocaban sola en una mesa de dos personas al lado de la nuestra de cuatro. Afortunadamente tal evento no se produjo. Después supimos que todos la rehuían.

Para mí la frontera lingüística fue importante. No entiendo bien lo que me dicen y mis expresiones son muy limitadas. No pasamos de banalidades y, a la postre, la conversación se me han ininteresante y penosa. Y me cansa mucho.

La comida, servida en un restaurante con un servicio muy profesional, era exquisita aunque no muy abundante. Pero no hay miedo de “pasar hambre”. Hay una especie de snack abierto todo el tiempo. A veces lo visitaba para un poco de fruta y algún pecadito en forma de loncha de jamón curado. Sin pan y con agua. Pero en el almuerzo y en la cena tomamos una copa de vino. Un sauvigon blanco de la Cunard, muy digno, a menos de 7 dólares la copa (más impuestos que cobran de oficio y gratuitys que nunca añado) y, sobretodo, un tinto pinot noir de Nueva Zelanda que ya descubrí en el restaurante del hotel que será el segundo vino que suba a mi blog (Hurter´s Pinot Noir 2011, Marborough, New Zeland). 56 Dólares la botella, impuestos incluidos nos da para dos cenas. Vino muy recomendable. Pese a sus 13,5 grados, es peligrosamente delicado en boca, luego fácil de beber, pero con suficiente personalidad. Y es “rico”, agrada paladearlo antes de engullirlo.

Organizan diversas actividades cada día. A veces no voy por el idioma (conferencias sobre viajes, por ejemplo, catas de vinos y de whisky…) o porque el tema no me interesa: cursos de bridge, introducción al facebook, cursos de bailes, de  costura… o porque están restringidos a homosexuales, a LBTH, o a masones. Los hay también para cristianos con misa diaria incluida, así como servicios para judíos pero aquí es la frontera lingüística la que no me anima (por no decir impide) asistir. Pero me queda la conversación con K, la escritura y la lectura.    

Después de la cena acostumbramos a sentarnos en una gran sala a ver bailar al personal. Yo que soy un negado para el baile, admiro, con una pizca de envidia (una pizca solamente) la gracia de una pareja deslizándose al son de la música, intercambiando al unísono los ritmos, deteniéndose incluso para reanudar el baile con otras figuras estilísticas. Nos llamó la atención la presencia de hombres de edad avanzada, más cerca de los ochenta que de los setenta, que, contratados por la naviera, sacaban a bailar a las señoras, todas enjoyadas en sus vestidos de noche, conformando parejas de baile que, no pocas veces, se nos aparecían como parejas entrañables. Seguíamos los bailes durante una larga hora, el tiempo que hacia durar menos de medio dedo en horizontal de un Talisker, o algo más de Bombay Saphire, o de un Chartreuse verde, acordándome siempre de mi dietista. Hace muchos, muchos años, que es la gordura y no el bolsillo, como cuando era joven, quienes controlan mi bebida. Si fuera verdad que la naturaleza es sabía yo sería un borracho. Natural y habitualmente borracho.

La habitación confortable y las camas mullidas y consistentes. Dormimos bien.

 

En el mar (1): la salida de N.Y


Una semana en medio del Atlántico

En esta segunda serie de nuestro viaje por EEUU y vuelta a Europa a través del magnífico crucero de Cunard Queen Elisabeth II, me voy a limitar a unas notas que la travesía me ha suscitado. Notas redactadas durante la travesía excepto el último apartado. Aunque volveré al tema, dos palabras de entrada sobre el buque y sus gentes. El buque es magnifico. De lujo. Nunca había viajado con tantas y  tan buenas atenciones aún haciéndolo en lo que cabe denominar clase turista en este buque, aunque nuestro camarote tenía terraza al mar. Como encargamos el billete con muchos meses de antelación, obtuvimos un magnifico camarote a un precio asequible. La travesía N.Y - Southampton y viceversa es la más económica de la compañía pues no se detienen en ningún puerto. Debimos ser de los primeros en apuntarnos.  


Distinguiré cinco puntos y un epilogo

1.-. La salida de Nueva York

2.-. La vida en el buque

3.-. Easter Day: Domingo de Pascua

4.-. El océano: finitud e infinitud

5.-. El último día en el buque

Epilogo: El desprecio al pasajero de las autoridades británicas en el aeropuerto de Stansted, y el del personal de Easy Jet.

1.-. La salida de Nueva York

Embarcamos en el muelle 88, el sábado 30 de marzo, a eso de las 14,30 en el Queen Elisabeth II, crucero de bandera británica, para una travesía de 8 días hasta el domingo 7 de abril que atracaremos en Southampton, temprano a la mañana, para poder coger el vuelo de las 13,20 de Easy Jet en Stansted hacia Bilbao.

Logramos un buen camarote con más del 30 % de descuento, sencillamente por haberlo reservado nada más abrirse el periodo de reserva. Para su publicidad indican que se puede viajar desde 670 €, todo comprendido excepto las bebidas y las inevitables tasas de los países anglosajones donde te pasas la vida haciendo sumas. Contando el dinero. Por algo la City y Wall Street son el pulmón financiero del mundo o, quizás mejor, el pulmón del mundo. Viven para el dinero. En fin…De hecho, así conseguimos un magnifico camarote de los tres o cuatro que ofertaban a ese precio.

La salida desde Nueva York hasta alta mar es espectacular. Solamente esa larga hora merece el viaje, “vaut le voyage” que dirían en la guía Michelín. Ver desfilar frente a ti, y tu cámara, el enjambre de rascacielos, la larga línea de las calles engullidos entre altas torres, cual desfiladero del Cares, donde, de pronto se divisa el Empire State Center, la maravillosa finición del edificio Chrisler, Battery Park hasta que, cual inmenso falo orgulloso se yergue la gran torre que sustituye a las Gemelas derribadas el 11 de Septiembre. Me fascina su presencia, más aún que viéndola desde tierra. Cuando avanzamos a su altura, una mujer, que después comprobamos era pasajera, interpreta en su gaita celta la melodía del soldado muerto, o algo así: esa melodía que escuchábamos de críos en las películas de vaqueros cuando recordaban a un muerto. Se hace el silencio en la cubierta del Queen. Algunos aplauden. Fue un momento extremadamente emotivo. (Pero no pude no pensar, como los días siguientes al atentado, el 2001, que otros muchos también habían muerto en otros atentados – el holocausto de Nigeria era reciente con cerca del millón de muertos a hachazos y machetazos- en medio de la indiferencia casi total).

Con el punto y aparte no dejo atrás la evocación del 11 de septiembre. La Torre la persigue pues, con el alejamiento del buque, se intensifica su presencia. Su elevada silueta se destaca cada vez más con la distancia. Tras dejar a un lado la Estatua de la Libertad y volver la vista a Nueva York, la Torre de la Libertad (me sale llamarla así) nos acompaña. Imposible perderla de vista. Se yergue sobre las demás. Destaca por su altura, por la oquedad que la  circunda. Más aún, nos interpela. Nos dice que ahí pasó algo grave. Que unos musulmanes decidieron derribar dos torres erguidas, símbolo del poder de Occidente y que ellos sentían como una dolorosísima herida en su orgullo. Tanto que les llevó a abatirlas, provocando la muerte de más de 3.500 personas y las suyas propios, como víctimas propiciatorias del Islam humillado. Entendían que, gracias a ellos, el Islam si no redimido, sí era parcialmente resarcido. Haber construido ahí una inmensa torre donde hubo dos derruidas, puede (y debe) significar el triunfo del hombre libre y tolerante con el diferente, (sea cristiano, musulmán o judío, etc.) sobre el hombre orgulloso y excluyente del otro (sea también cristiano…etc.). Con estos pensamientos veo alejarse, ya en alta mar, la que quisiera fuera la nueva Torre de la Libertad de Nueva York.  

domingo, 7 de abril de 2013

En EEUU (5). Hijos de parejas del mismo sexo


Impresiones tras un viaje en EEUU (5)

 
(La filiación de parejas del mismo sexo)


Una noche, una antigua amiga de Koruko hizo, a propósito, el desplazamiento desde Washington para cenar con nosotros. Escogió un agradable restaurante griego pegado a Carnegie Hall. Ella interpreta el ccllo y a mi se me pusieron en ebullición las neuronas musicales cuando evocaba históricos conciertos de Horowitz, Stern, Rostro, Menuhim y tantos en la sala próxima de cien metros de donde me encontraba.

La amiga de Koruko ha tenido una sexual complicada. Vivió con otra mujer varios años hasta que, ya mayor, encontró un hombre con quien quiso tener un hijo. Sin conseguirlo por el procedimiento habitual. Decidieron fecundar el ovulo de un chica joven israelita (son de esa confesión religiosa) con el espermatozoide de su marido y implantarlo en su seno dando a luz un chico que nos acompañó en la cena. Todo el proceso de fecundación y nacimiento de su hijo lo supe por ella misma, estando su hijo, de unos 9 años de edad en la mesa. Todo esto, y más experiencias y conversaciones de este viaje, me llevan a comentar la cuestión de la filiación en parejas del mismo sexo.

Hace años, cinco o más, no más, abordé esta cuestión leyendo la tesis doctoral de una universitaria francesa, cuyo nombre no tengo a mano escribiendo en el crucero, que hizo un “status cuestiones” del tema a tenor de lo publicado hasta la fecha. Su conclusión final era que no había diferencias significativas en la consistencia sicológica e inserción social de los hijos con padres del mismo sexo en comparación con los hijos de los padres de diferente sexo. Quedaba una duda, de todas formas: hasta qué punto la muestra de personas del mismo sexo era comparable con la muestra de las personas de diferente sexo. Se hipotetizaba que, al menos en los primeros casos de filiaciones de parejas del mismo sexo, dada su rareza estadística, suponía unas parejas adultas de alto nivel cultural, fuerte personalidad, alto convencimiento de la bondad de su proyecto y gran dedicación al cuidado de sus hijos. La comparación para ser científicamente válida, debía hacerse con parejas de diferente sexo pero con idénticas características socio-demográficas a las de las parejas del mismo sexo. Lo que en el trabajo arriba mentado, no siempre era el caso. De ahí la precaución metodológica de la autora.

Con esta idea de base me he quedado, a falta de haber profundizado suficientemente en este tema, que tampoco ocupa un lugar preferente en mis preocupaciones que, dada mi edad, es cada vez más selectiva. Pero algo más me atrevo a decir. En diciembre del año pasado, 2012, asistí en Madrid a un Congreso sobre familias, Congreso que estaba muy en la onda marcadamente positiva de los nuevos modelos de uniones familiares, y crítico, a veces veladamente, a veces abruptamente, hacia los posicionamientos de la Iglesia Católica. Una de las personas intervinientes, cuyo discurso seguí en su totalidad y, que en el almuerzo posterior tuve cerca y con quien pude intercambiar algunas palabras, me produjo una muy positiva impresión. Era una profesora catalana, Elisabeth Vendrell, Presidenta de la asociación FLG catalana, lesbiana y viviendo con otra mujer, desde hace varios años y que habían, creo que adoptado, tres hijos (no recuerdo su sexo). Además de teorizar sobre la cuestión de la vida familiar, luego de adultos y menores, de parejas lesbianas, nos hablo, a grandes rasgos de la educación y de la vida de sus hijos. Insistió que no querían trasladarles su condición lesbiana, por ejemplo en la selección de lecturas, juegos y amistades. Pensé en seguir con el tema pero la conclusión de otro libro mío hizo que lo aparcara y ahí quedara.

Hasta reaparecer en Nueva York, después en Providence y una conversación con los catalanes que encontramos en el crucero y la stewart en lengua castellana que resultó ser de una localidad próxima a Lille y residiendo, cuando no está dando la vuelta al mundo a bordo de un crucero, en Barcelona. Me quedé con las ganas de saber más de su vida personal. Paro vayamos por partes.

El marido de Betsy, Adam, es médico pediatra. De hecho ambos son médicos y Adam, con la especialidad referida, lleva también la dirección del pediátrico del hospital donde trabaja. Al abordar el tema de la filiación de los hijos de parejas del mismo sexo, con rotundidad afirma que él no ve diferencia alguna en la forma de ser y de crecer en los menores y adolescentes según sean sus padres del mismo o diferente sexo. Betsy  afirma que, a veces, incluso, los hijos de parejas del mismo sexo crecen mejor. Intervengo diciendo que, excluyendo toda objeción ideológica por mi parte, mantengo que, a falta de más trabajos científicos, no puedo excluir la duda del sesgo metodológico que arriba he apuntado. Adam y Betsy reconocen que ese sesgo es posible, especialmente en los primeros tiempos y me preguntan cuanto tiempo hará falta para solventar definitivamente la duda del sesgo metodológico, por un lado. Además me preguntan si será preciso, también, esperar que la extensión del matrimonio entre personas del mismo sexo, y la legalización de la adopción (o procreación mediante fertilización “in vitro” o madres gestantes etc.) en esas parejas adquiera niveles planetarios, para levantar la duda metodológica. Respondo que, personalmente, levantaría la duda del sesgo metodológico en unas tres generaciones limitadas a los primero ámbitos geográficos donde la posibilidad del matrimonio y adopción por parejas del mismo sexo es posible. En esas acabamos la conversación.

En el crucero, en un almuerzo entre pasajeros de idioma español, al que se presentaron cuatro catalanas, la responsable de viajeros en francés o español, Corinne, Koruko y yo (después supimos que había al menos otra pareja, un hombre de San Sebastián casado con una chilena, ya jubilados, y que vivían en Viña del Mar en Chile, en N.Y y en Gros en Donosti), se suscito el tema, no recuerdo a santo de qué. Las catalanas, especialmente la que llevaba la voz cantante sostenía que no veía problemas en el reconocimiento legal, a todos los efectos, de las parejas del mismo sexo, pero que el matrimonio era algo entre un hombre y una mujer y, por supuesto, rechazaba la adopción por personas del mismo sexo. Koruko y yo defendimos el punto de vista que arriba he apuntado y Corinne insistió en otros dos puntos.

Por un lado manifestaba su preocupación por la multiplicidad de parejas que, en la actualidad una persona podía tener a lo largo de su vida, en más de un caso engendrando descendencia, de tal suerte que, en muchos casos, en demasiados, los hijos ya no crecían, luego se educaban, con sus padres naturales. Pero quizás insistió más, y con mayor grado de preocupación, en la posibilidad genética de tener “hijos a la carta”, mediante un mercado de sémenes y vientres de alquiler de bellas y sanas chicas provenientes de diferentes lugares del mundo y de condición socioeconómica baja. En otras palabras, que la procreación se iba a convertir, pura y simplemente en un negocio en el que las personas de alto nivel económico iban a pedir “niños rubios con ojos azules” etc. El tema daba para más pero ya éramos los últimos en el comedor y Corinne nos señaló que debíamos dejarlo ahí y nos levantamos de la mesa.

En EEUU (4): Yale University, "always student"


Impresiones tras un viaje a EEUU: Yale University (4)


(Universidad de Yale: “always student”)


El miércoles 27 viajamos en tren a New Haven donde Betsy nos espera. De inmediato nos lleva a visitar la Universidad de Yale. Nada más aparcar y adentrarnos en un parque enmarcado por diferentes “Colleges”, cruzando estudiantes con sus libros y cartapacios bajo el brazo, me emociono extremadamente. Por primera vez, creo que por primera vez en toda mi vida desde que dejé Lovaina el año 1974, añoro mis tiempos de estudiante. Betsy dice: “yes, always student”. La idea me impregna plenamente y siento con fuerza que eso, precisamente eso, es lo que retengo de toda mi vida intelectual. Siempre en el ámbito educativo, desde los 18 años (salvo los tres en el seminario) en el mundo universitario, que me duele abandonar, ya jubilado y, prácticamente olvidado, de Deusto.

(Me vienen a la cabeza, ahí van entre paréntesis, escribiendo estas líneas, cómo en una de mis ultimas actividades en Deusto, en la Comisión Central organizadora de sus 125 años, Chus Eguiluz, Presidente de la citada Comisión y durante 10 años Rector de Deusto, comentaba que la UD nunca se había caracterizado por recordar a sus antiguos profesores. Más aún, recordaba más a sus antiguos alumnos (a algunos porque de otros hubiera preferido no tenerlos) que a sus antiguos profesores. Lo compruebo en carne propia pues ya no recibo ni la revista de la Universidad. Pero, si soy capaz de ir más allá de mis propias vivencias, he de concluir que esta preferencia por los “alumni” - como ahora les llaman- siempre ha sido la nota de Deusto. Y pensando un poco hay que decir que ello va más en su mérito que en su demérito. A fin de cuentas una universidad está pensaba para la formación de sus alumnos, no siendo los profesores más que intermediarios (imprescindibles eso sí) de esa formación. Por eso pienso que habla bien de Deusto que sea más conocida, y reconocida, por sus alumnos y no por sus profesores. Aunque a los profesores nos pellizque un tanto en nuestra orgullo. Pero volvamos a Yale.)

Yale está dentro de la ciudad. Donde me agrada que estén las universidades. Detesto los campus universitarios, como si la “academia” hubiera de estar separada del mundo real. La Complutense de Madrid que he visitado en varias ocasiones como miembro de algún Tribunal de Tesis se me aparece como paradigma del horror. Como la de Alicante, donde hace años tuvimos un Congreso Español de Sociología y al término de mi intervención, avanzada ya la tarde, hube de pedir a un colega que me llevara a la ciudad. Ningún transporte público, y los taxis, como es bien sabido, no quieren ir a determinados sitios a ciertas horas. De ahí también mi neta preferencia por universidades como la de Yale: formando parte de la ciudad, haciendo ciudad. Es lo que veo en Salamanca, en Santiago, en Lovaina la Vieja, en la que me formé y me injertó el ansia de aprender y la matriz de la verdad contextualizada, la verdad siempre construida. La verdad no es algo que está escondida en no se sabe bien que Grial y que se trata de aprehender. La verdad la vamos haciendo, construyendo, día a día. La verdad es histórica. Como la ética y la moral. Como la religión. Esto no es relativismo, sino relatividad. Mejor aun, en el caso de la religión, sin duda alguna, son “absolutos relativos” que diría Ricoeur. “Siempre estudiante”, como nos recordaba Betsy en Yale.

No soy escritor para evocar la belleza de sus edificios, el marco incomparable de sus facultades, colegios, templos, paseos…Me siento incapaz de escribir y trasladar al lector la atmósfera particular que se vive en una universidad como Yale. Entramos en sus bibliotecas. En la de libros antiguos una Biblia de Guttemberg que se puede contemplar en el interior de una urna. Bastan unas palabras de Betsy explicando quienes somos para entrar en las bibliotecas sin más exigencias. En la gran biblioteca de uso cotidiano contemplo a un lado los viejos ficheros manuales y al otro los informatizados. Entro en uno de ellos. Tecleo Peter Berger y me salen infinidad de textos suyos. La vanidad me puede y tecleo mi nombre: salen once referencias de libros e investigaciones que yo he dirigido. Están los estudios sobre los valores de los vascos, sobre los valores de los catalanes (mi referencia más reciente en Yale). Curiosamente no está el de los valores de los españoles pero sí varios libros míos sobre los jóvenes, las drogas, el alcoholismo… Algo se hincha dentro de mí y debo recordar a Betsy: “siempre estudiante”.

Comemos una excelente hamburguesa en una taberna al lado de la biblioteca y salimos en coche hacia la casa de Betsy y Adam, su marido, en Providence. Koruko va de copiloto y hablan entre ellas todo el tiempo. Mientras dormito en el asiento de atrás, siento el corazón encogido y me digo que volvería a Yale…como estudiante. 

En EEUU (3): Manhattan Sur y Rhode Island


Impresiones de seis días en EEUU: (3)

 Sur de Manhattan  y Rhode Island


Tras Harlem y el centro de Manhatan decidimos bajar en metro a Battery Park. Aqui no me importaría tener un apartamento, aunque el parque está lleno de turistas para coger el barco que les lleve a la Estatua de la Libertad. Impacta ver la nueva torre que están construyendo en la “zona zero”, donde estaban las gemelas. (Impacta más ver la torre desde el crucero saliendo de NY. Volveré a ello).

Subimos andando hasta Chinatown que, como Harlem, se me antoja, más aburguesado que hace 25 años, aunque mas extenso. Invade parte de Little Italy. Comemos un excelente y baratísimo pato lacado en el 102 de Mott st., lo señalo por si alguien lee estas líneas. Auténtico chino, rápido y eficaz servicio. No hay - ni falta hace- tarjetas de crédito. Entramos en un “super” chino. Si no fuera por algunas especialidades culinarias diríamos que estamos en uno americano. Veo a la población china perfectamente integrada en NY. Como a la mayor parte de la población de las tres zonas que visitamos. Los “homeless” apenas existen y los pocos que vimos  no nos dieron la impresión de harapientos sino especie de clochards parisinos de los cincuenta y sesenta del siglo pasado que habían adoptado esa forma de vida. La mendicidad es prácticamente inexistente a diferencia de lo que veo en España.

Una chica joven (menos de 30 años), empleada en el restaurante del hotel donde nos alojamos, montenegrina, en un español fluido, nos dijo que en Nueva York había trabajo para todos y que el problema eran los vagos (la expresión fue de ella) que viven del “welfare”. Algo similar nos dijo el guía uruguayo (un tipo con muchas conchas) a nuestra cuestión sobre la pobreza en Harlem. “Son los que viven instalados desde generaciones en el “welfare” cobrando del Estado y haciendo pequeños trabajos, nos dijo.

En el viaje que hicimos con Betsy por Rodhe Island, un tanto sorprendidos por la multiplicidad de viviendas unifamiliares, nos mostró los apartamentos para las personas con menos recursos, y los que vivían del Welfare State. Casi vino a decir que la mayor parte de la gente tenía su casa particular, a veces de pequeñas dimensiones sin que faltaran, en la zona de Newport, autenticas mansiones. Claro que en esa zona veranean grandes fortunas, como los Kennedy. Pasamos en su coche por la iglesia donde se casaron John Kennedy y Jacky. Me vino a la cabeza Punta del Este en Uruguay pero menos ostentoso.

En esta zona de EEUU, a tres horas de tren de N.Y, la vida es muy individualista. Cada familia reside en su casa, que en España se llamaría “chalet” en los años 50 y 60. El eslogan frances de hace 40 años, “dodo, metro, boulot, metro, dodo”, cabría trasladarlo a esta zona de EEUU diciendo, “home, job, home” y uno o dos días a la semana, “big shopping”. De hecho están bien organizados, con grandes superficies relativamente cerca (lo que supone en EEUU algunos minutos de coche), donde se aprovisionan de lo necesario (alimentación y utensilios para la vida cotidiana): Sus horarios de trabajo son muy distintos a los españoles. Comienzan relativamente pronto (para las ocho de la mañana) almorzando algo que llevan de casa o en una cantina, cenando a las seis o siete de la tarde.

“En este país nadie camina” comentaba Adam, el marido de Betsy. Providence, el núcleo urbano donde trabajan Betsy y Adam (ellos viven en una casa particular en medio del bosque a veinte minutos en coche del centro de la ciudad) tiene aproximadamente el mismo número de habitantes que Donosti pero está mucho mas extendido. De ahí que en cada domicilio haya más de dos coches. Casi un coche por persona adulta. Mucha gente mayor vive sola (o en pareja) con escasa vida social.

El día que Betsy nos llevó por Rhode Island, atravesamos preciosas localidades. Anoté Greenwich, Wickfort, Jamestown, Newport y Middeltown. La calle principal, como en las películas de vaqueros, solo que bien pavimentadas y con todo lujo se señales y prohibiciones para la circulación, es relativamente corta, con algunas tiendas e, inevitablemente al comienzo o al término con algún templo. Poca gente en la calle. No hay vida social salvo en los pubs o restaurantes a la hora de almorzar. Muchas banderas americanas en las casas particulares. Betsy nos dice que han aumentado desde el 11 de Septiembre.

En EEUU (2): N.Y,Musical, St.Patrick, MET


Impresiones de seis días en EEUU (2)

(Nueva York: Musical, St. Patrick  y el MET)

Asistimos a un musical, “Chicago”, caro, 90 dólares y no en el mejor sitio, pero valía la pena. Buen espectáculo, que mi escaso inglés me impedía seguir en detalle, que explica la largas colas de público para comprar entradas y acceder al espectáculo. Colas que no solamente encontré en este musical, sino en “Mama mía”, “El fantasma de la ópera” y otros. Es increíble la cantidad de colas que observé en NY. Para musicales, teatros, museos (las dos veces que pasé por el MOMA, la cola era enorme). El sábado 30, a las 12,00 del mediodía, la mañana del día de nuestro embarque, me llamó la atención una larguísima cola de más de dos manzanas, toda llena de gente joven, si no adolescente. Era para una Exhibition de “Game of Thrones” en un edificio de Times Warner. Quizás esto explique en parte lo otro: la ausencia de libros y revistas. Aunque esto ultimo, en parte, puede deberse a que mucha gente se baja la música y los libros, gratis por Internet. Pero, solo en parte. Recuerdo haber leído en “Le Monde”, días antes de este viaje, que la industria electrónica de libros (ebooks) era mínima en Francia aunque más extendida en EEUU que así y todo apenas llegaba al 15% de la cifra de ventas. Luego la conclusión es clara: la gente no compra libros, ni en formato papel ni en electrónico. Quedan las “librery”, las bibliotecas que, al menos en Rhode Island, visioné varias.

El lunes 25 entré en St. Patrick. En parte para descansar en un sitio tranquilo. Estaba en obras. Coincidí con la misa de las 12. En el altar central. Sobria, cercana (el cura hablaba paseando por el altar), con poca gente, también joven. En Nôtre Dame en París hay más gente visitando la iglesia. Me llamó mucho la atención al salir del templo, una  larga fila india de personas de todas las edades, sexo, colores y condición social, haciendo cola para confesarse. Me reviene la imagen de un señor de unos 45 años, encorbatado, con su maletín de ejecutivo, haciendo cola con más de quince personas por delante. La última vez que ví algo así creo que fue en Milán, hace años.

El lunes 25 asistimos en la MET del Lincoln Center a la representación de Fausto de Gounod. Jon y Marta nos invitaron y compraron las entradas. La representación muy buena. Excelentes cantantes. K. no se cansó de gritar bravos y bravas. La sala del MET es fabulosa así como todo el edificio. Las butacas cómodas e inteligentemente colocadas. Exactamente lo contrario del Liceu de Barcelona. En el segundo intervalo tomamos unos aperitivos con dos vasos de vino. Caro, pero de buena calidad, inmejorable servicio. La experiencia del MET merece realmente la pena. Es de las pocas cosas por las que volvería a NY.

En EEUU (1): NY, Harlem y Times Square


Impresiones de seis días en EEUU (1)

 (Nueva York: Harlem y Times  Square)


El sábado 23 de Marzo a la noche llegamos a Nueva York. Koruko tiene una amiga americana, Bestsy, desde sus tiempos de estudiante y mantienen el contacto. A veces Besty sola o con su familia vienen a vernos. A veces Koruko, sola y conmigo, volamos a EEUU. Estaremos seis días en EEUU, cuatro en NY y dos en Providence donde reside Betsy con su marido Adam y el más joven de sus tres hijos, Jeremy. El sábado siguiente, día 30 nos embarcamos en el crucero Cunard para una travesía del Atlántico de ocho días hasta desembarcar en Southampton el domingo 7 de abril a las 7,30 de la mañana, camino de Standted y de allí, vuelo en Easy Jet, a Bilbao.

En una serie de cinco entradas voy a relatar algunas de mis experiencias, sensaciones y reflexiones que me ha suscitado la estancia en EEUU, dejando para otras entradas las impresiones de mi semana en alta mar. 

En esta serie me detendré en los siguientes aspectos:

-        Nueva York: Harlem y Time Square.

-        Nueva York: Musical, St. Patrick  y el MET

-        Nueva York : Sur de Manhattan) y Rhode Island

-        Universidad de Yale: “always student”

-        Conversaciones sobre la filiación de parejas del mismo sexo y más cosas

Un apunte sobre la redacción de estas líneas.

 (El primer apartado está redactado en NY y su primera redacción subida al blog desde NY, que ahora actualizo. Los demás textos han sido escritos en el tren de vuelta de Providence a N.Y y, sobretodo en el crucero. En la biblioteca o en un espacio aislado de la sala de juegos, por la mañana, cuando la gente duerme. En ambos lugares gozando de un silencio maravilloso, en una cómoda butaca y una mesa “ad hoc” para la escritura, contemplando desde la ventana, a mi izquierda, romperse las olas a mis pies al avanzar el buque. Una delicia. Un lujo. Quizás el mayor placer de este viaje junto a la comida y, sobretodo, los vinos (free tax, luego a precios abordables) que nos han servido con una atención exquisita. Nunca he comido y bebido tantos días seguidos tan bien como esta semana. Volvería a este buque para escribir. Además como mi teléfono debe ser antediluviano, nada más dejar el aeropuerto JFK y ponerlo en marcha en el taxi que nos llevó al Hotel (de 58 $ con autoservicio decidido por el chofer, se puso en 70, ¡la primera en la frente!) mi teléfono me indicaba que estaba fuera de cobertura. Koruko me explicó que mi teléfono no tenía no sé qué. Desde que allá por el año 85 u 86 hicimos un viaje a la Rumania de Cheachescu, es la segunda vez que me veo incomunicado: entonces por razones ideológicas, ahora, iba a decir que tecnológicas, cuando en realidad son razones financieras, económicas o dinerarias, como se le quiera llamar. Nunca he percibido, vivido, sentido, palpado como en este viaje que nada es tan importante como el dinero, que todo es dinero, que Mamon es el Dios de este país. Incluso en las conversaciones de la gente, el tema del dinero sale por las orejas. Pero veamos el lado positivo. Desde que tengo uso de la razón es la primera vez en mi vida que nadie me ha llamado por teléfono y no he hablado por teléfono con nadie. Me he comunicado, lentamente, luego mal, por Internet).

Harlem y Times Square


La primera mañana, el domingo 24, en un tour organizado, visitamos Harlem y asistimos a una ceremonia Gospel en una Iglesia Baptista. Harlem me pareció más “aburguesado” que hace 25 años. No apercibí ningún síntoma visible de pobreza severa. Era domingo por la mañana y había poca gente en la calle. Divisé muchas tiendas de comidas y mucho restaurante, lo que será una nota del NY que he visitado en poco menos de cuatro días. En Harlem, como más adelante, en Rodhe Island, donde vive Betsy, constaté la multiplicidad de templos de confesiones religiosas diversas, la inmensa protestantes. En la ceremonia en la Iglesia Baptista éramos más los turistas que los lugareños, aunque el guía insistió (lo que parecía cierto) que la ceremonia correspondía realmente a una función religiosa (nos dieron los ramos, pues era Domingo de Ramos) y no era un show para turistas. De hecho los cantantes del coro no eran profesionales.

Times Square, que visitamos a media tarde (estaba a dos pasos andando del “Time Hotel” donde nos alojamos, señalado como 4 estrellas pero que no llegaba a un tres estrellas bajo) me pareció algo horroroso. Todo es bullicio, la gente subida a unas gradas para que les fotografiaran con la figura de personas del mundo del espectáculo, tiendas de chucherías, de bebidas, de bocatas de todo tipo, tiendas de ropas, ropitas y de grandes marcas, grandes anuncios iluminados, gente, gente, gente…no era mi mundo. Me sentí completamente extraño. Nada de lo que allí pasaba me interesaba, más allá de mi atención de sociólogo. Después he pasado, camino del hotel, varias veces por Times Square, habiendo guardado la misma impresión.

Entramos en Macy´s, en 34 st. No aguantamos quince minutos. Nada está indicado. Hay que preguntar para llegar a donde se quiere ir. Todo es viejo, desvencijado. Dos de las escaleras mecánicas que utilizamos, no funcionaban. Y ropa, y más ropa, y más ropa.

No encontré en todo el día una sola librería. Apenas unos kioscos con bebidas, bocatas y, en algunos, dos o tres periódicos. Después supe que había que entrar en los “super” para encontrar revistas. Entré en uno de ellos. Comprobé que la inmensa mayoría de las revistas eran de cotilleo. Entiendo que Newsweek haya cerrado. Aquí no hay prensa, ni libros, en la calle. Paseando por la 5ª Avenida anoté una gran librería: Barnes. Tampoco encontré una sola tienda para comprar CD´s, DVD´s de música clásica, salvo en el MET. Pero de eso hablaré en otro momento. Tampoco en Rodhe Island donde hicimos el jueves 28 una preciosa excursión con Betsy encontré librería alguna salvo en la capital, Providence, y gracias a su Universidad.

Ropas, comida, tiendas, templos, museos (pero los famosos, como el MOMA, son imposibles de visitar, cola de 90 minutos, como poco), gente, mucha gente (la mayoría amable cuando se les aborda) pero no hay libros, no hay prensa, salvo la propia. Ni soñar de encontrar un periódico español o francés. Preguntamos en un kiosco y, muy amablemente, nos dieron una sola dirección.