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martes, 11 de agosto de 2020

"Les Introuvables" de Fr. Liszt. Comentario al CD de Josu Okiñena

 

Texto preparado para la rueda de prensa del CD “Les Introuvables” de Liszt, interpretado por Josu Okiñena. (Sony 2020)

 

¿Que pintó yo aquí entre dos investigadores musicales y uno de ellos además interprete pianista, Josu Okiñena?. Además de lo que se puede leer en la nota para esta Rueda de prensa de su labor de investigador, que no voy a repetir aquí, quiero señalar que Josu editó en el Center for Basque Studies de Reno “The History of the Basque Music” en 2019. Recuerdo en qué apuros me puso cuando me preguntó cómo definiría yo lo que significa música vasca. Al poco que empezar a decirle lo que vino a la cabeza, me di cuenta que él sabía mucho más que yo sobre el tema y me preguntaba por qué me preguntaba a mi lo que él conocía mucho mejor que yo. Hoy me pasa lo mismo hablando de su último disco sobre Liszt. 

Soy un mero melómano. Cierto que adicto a la música. Es una de mis drogas confesables. No puedo vivir sin música. La música, como la experiencia espiritual, es el ámbito que supera la palabra, allá donde no llega la palabra. Más aún, no hay palabras que expresen correctamente la experiencia musical. Yo no encuentro palabras para describir mis vivencias sensoriales, emocionales, anímicas e intelectuales que me ha producido la escucha del CD de Liszt de Josu que hoy nos reúne aquí. Lo que voy a decir, más adelante, no pasa de meras aproximaciones.

Pero, dejemos eso para el final de mi breve intervención.

Melómano si soy, pero Liszt no participa del panteón de mis preferencias musicales. Mi relación con la música de Liszt es muy compleja. Recordarás, Juan Ángel, cuando escribí, por invitación tuya, aquello de Bruckner “una pasión tardía”. Esto de hoy no se corresponde con aquello de Bruckner. Bien al contrario, mi pasión por Liszt empezó en mi primera adolescencia. Permitidme que lo evoque.

 

Yo debía tener 10, 11 o 12 años y fue en Radio Segura una emisora fundada por un sacerdote con turbo, Cesáreo Elgarresta. Radio Segura todavía se escucha en las cercanías de Segura: Beasain, Ordizia, Zegama etcétera. En la emisora viví una de las dos fuentes en la que nació mi pasión por la música. Había dos obras musicales que me impactaron: la Quinta sinfonía de Beethoven y la Rapsodia húngara nº 2 de Franz Liszt. Cómo yo era muy habitual en Radio Segura, y bastante desvergonzado (lo que explica que hoy esté aquí) incluso me permitieron tener un pequeño programa musical en el que emitía una y otra vez la Rapsodia húngara número 2 de Liszt. También un programa de noticias qué, fijaos que originalidad, comenzaba con las primeras cuatro notas de la Quinta de Beethoven. Daba la noticia, volvían a sonar las cuatro primeras notas de la Quinta y seguía con otra noticia etc., etc. Pero fue la rapsodia húngara número 2 de Liszt la que me produjo un impacto impresionante. Era una versión orquestada. Después escuché las versiones en piano. Me acuerdo de las versiones eléctricas de Cziffra. Además de la 2, la 6 y la 9, el Carnaval de Pest, han conformado algunos de los grandes momentos de mi experiencia musical juvenil con Liszt.

Si, empezó en la adolescencia y fue como un arrebolamiento con sus rapsodias húngaras, el inicio del concierto para piano número 1, los Preludios, etc. No puedo olvidar una película en la que un niño con pantalones cortos, Roberto Benzi, interpretaba los Preludios de Liszt. ¡Cómo me proyectaba yo, adolescente entonces, imaginándome a mí mismo como un director que fuera capaz de dirigir como Roberto Benzi los preludios de Liszt y las quintas de Beethoven! Si es una de las frustraciones vitales mías más profundas nunca haber podido dirigir una orquesta.

Ese arrebolamiento adolescente incrusto en mí una concepción de un Liszt siempre grandioso, superficial, grandilocuente. Con esa imagen me fui quedando hasta que escuché por primera vez su inmensa Sonata en sí. Obra exigente, como las del CD de Josu Okiñena, y me di cuenta de que algo de Liszt se me estaba escapando. Pero hizo falta que llegará a los “Años de peregrinaje” para que descubriera otro Liszt completamente distinto. 

 

No creo correcto, si se me permite, distinguir un Liszt de la vejez radicalmente distinto al de los años jóvenes. Radicalmente distinto, he escrito. Cuando uno se acerca a los tres libros de “Los años de peregrinaje” descubre que frente a obras explosivas encontramos otras de una intimidad que es lo que domina el disco “Les introuvables” de Josu. Incluso en una misma partitura vemos al Liszt que alterna la afirmación sonora con la meditación más profunda. Voy a dar ejemplo de la última partitura del primer ciclo, el de Suiza, “Las campanas de Ginebra. Nocturno” en la primera versión de la obra compuesto en los años 1835-1836. Una meditación que, en la parte central trata de “volar” pero que Liszt rápidamente lo devuelve a la meditación intimista, hasta la conclusión de la obra.

Otro ejemplo: “Sunt lacrimae rerum”. Es la anteúltima pieza del tercer libro, dedicada a Hans von Bulow el primer marido de su hija Cósima, compuesta en 1872. One of Liszt's most profound and desolate pieces, after which only silence seems in order” como he leído en un comentarista anónimo y hago mía. Por cierto, el tercer libro se abre con Oración a los Ángeles Guardianes (dedicada a su nieta Daniela von Bülow, primera hija de Hans von Bülow y Cósima Liszt. Las relaciones de Liszt con Wagner son un pozo sin fondo. La corresponden entre ambos, reeditada por Gallimard en 2007 tiene 1344 páginas. Wagner se casaría con la hija de Liszt, Cósima, quién tras la muerte de los dos, defendería con uñas y dientes el Festival de Bayreuth hasta pocos años antes de su muerte. Está enterrada al lado de Wagner, en su Haus Wahnfried. Pasando la carretera, al lado, está la casa de Franz Liszt. Guardo un recuerdo imborrable de cuando la visité.

 

Pero, ya es hora de detenerse en el ultimo CD de Josu que nos reúne aquí hoy. Cuando me envió el disco le contesté, un par de días, después con estas palabras:

 

Querido Josu:

Mil gracias por enviarme tu disco “Les Introuvables” de Liszt. Ayer escuché una parte. Hoy su totalidad.

Es una música, en lo que valga mi opinión de mero melómano, muy bien interpretada, al par que exigente. No hay floritura alguna en ninguna de las 11 obras. 

Creo que es un disco del que escuchar, cada vez, dos, tres o cuatro obras como máximo. La profundidad de la música- yo no hubiera dicho que es Liszt, pese a haberme deleitado con sus Años de peregrinación "- y el tono pausado, meditado, austero, de tu interpretación, exigen una atención sin distracciones.

Incluso el décimo, "En la fiesta de la transfiguración de nuestro señor Jesus Cristo", no tiene nada de festivo. Es una fiesta de la transfiguración vista por un monje trapense.

Este disco abre la puerta a un texto largo sobre el Liszt que se descubre en él. Para empezar sobre el contexto de cada obra.

 

Después he escuchado con atención tu disco. También, con lápiz y papel. Todas las obras son del Liszt de los últimos años, excepto la primera “Apariciones” que está compuesta en 1834, apenas 7 años después de la muerte de Beethoven. En esta obra creo ver reminiscencias de Beethoven, no sé si muy tardío.

 

. 2 “Romance Olvidado”. Con esta obra comienzo a sentir lo que será una constante en el CD: los silencios de Liszt que volveré a encontrar en “Devoción”, en la “Canción de Cuna”, “En la tumba de Wagner” … Estos silencios me evocan los vacíos de Oteiza. El silencio en las palabras y el vacío en la escultura son espacios en los que se manifiesta la Transcendencia, lo más profundo de cada ser humano, tan presente en los últimos años de Liszt y que se refleja en este CD.

 

.3 “Preguntas y respuestas de un Insomne”. Es la búsqueda, la duda, la palpitación de quien se pregunta por el sentido de su vida que le impide conciliar el sueño. ¡Cómo me veo retratado en esta obra!

 

.4 “La celda de Nonnenwert”. Es un monasterio, en la mitad de un islote en el rio, donde pasó sus veranos Liszt con su primer amor Marie d´Angoult los años 1842, 1843. Pero no creo que esté escrito entonces, pues la obra es una meditación al final de su vida cuando decidió entrar en las órdenes. A mí me lleva a la parte central del inmenso adagio del Hammerklavier de Beethoven.

. 5. “Elegia 2”. Es un lamento por la muerte de ser querido. ¿En quien estaría pensando Liszt en 1877 al escribir esta obra?  ¿Estaría pensando en su nieta Daniela von Bülow, primera hija de Hans von Bülow y su hija Cósima, a quien también dedicó, como indico arriba, la primera de las obras del Tercero de los Años de peregrinación, A  Angelus! Prière aux Anges Gardiens (¡Ángelus! Oración a los Ángeles Guardianes, escrito también en 1877)?

.6 Devoción. De la misma factura que la anterior, y del mismo año, interpretada casi sin interrupción

7. “Canción de cuna” Escrita en 1881, cuatro años antes de su muerte, me pregunto también en quien estaría pensando Liszt al escribirla.

 

8. “En la tumba de Wagner”. Es otra elegia. Música grave, sincopada, llena de silencios, escrita en 1883, año del fallecimiento de Wagner. ¿Puedo decir que algunas notas me llevan al inicio del Grial del inmenso final (40 minutos) del primer Acto de Parsifal?

 

9. “Resignación” Otra meditación que lleva al último Beethoven.

 

10.   "En la fiesta de la transfiguración de nuestro señor Jesus Cristo". Ya he dicho que, en mi primera escucha, señalé a Josu que no veía ninguna fiesta en esta obra. Claro. Es también una meditación, una meditación que me hace pensar en el mundo zen, en el rosario cristiano y en Webern pues los casi seis minutos de la obra son un obstinato de cuatro notas, incansablemente repetidas, pero no idénticas. Es una obra que transmite serenidad y paz para dar paso, casi sin interrupción a la última obra del CD,

 

11. Nubes grises. No entiendo el título de la obra que no tiene nada de gris. Hasta he percibido en algún momento, junto a la primera obra de 1834, algo, hasta de juguetón, aun dentro del intimismo, si se me permite el atrevimiento. La obra concluye y, con ella el disco, con dos acordes ascendentes que se abren al infinito. Magistral cierre del disco.

 

El CD mantiene una unidad evidente: el Liszt más espiritual, intimista, profundo, ya en el ocaso de su vida. La escucha del disco de una sentada exige, imperativamente a mi juicio, adoptar una actitud próxima al espacio psicoanalítico, un dejar que la música penetre en tu interior, sin trabas. Dejarte llevar por la emoción, por los sentidos. Después vendrá la reflexión intelectual a la que se presta, - ¡de qué manera! - esta música y este CD. Aquí también vale aquello de la escolástica de que “nada hay en el intelecto que antes no hubiera pasado por los sentidos”. Y eso es lo que nos hace sentir Josu Okiñena con este extraordinario CD. Gracias Josu y gracias a Sony por grabarlo y difundirlo.

 

 

Donostia 11 de agosto de 2020

Javier Elzo

miércoles, 21 de agosto de 2019

La Sinfonía Pastoral

La sinfonía pastoral

Hace un rato escuchaba en un concierto de la Quincena Musical de Donostia. San Sebastián, la Sinfonía Pastoral de Beethoven. Con los años, acaba siendo la sinfonía de mi predilección, aunque el primer movimiento de la Tercera, los dos últimos de la Quinta y el 1º y el 4º de la Novena apenas le van a la zaga. La orquesta de Paris con Daniel Harding nos ha ofrecido una versión franco- británica, en la que el ritmo, las maderas y los metales han podido con el romanticismo que las cuerdas casi en sordina (sobre todo en el segundo movimiento) no nos han podido transmitido, Así y todo he disfrutado con la extraordinaria música de Beethoven, y hasta me he emocionado en algunos pasajes del 1º y 5º movimiento.

Ya en casa, he vuelto al concierto de Fürtwangler, en reproducción de los que dirigió, en Berlín, los días 20 y 22 de marzo de 1944 a la Filarmónica de Berlín. Es otro mundo. Es otro Beethoven. Nadie lo ha hecho mejor. A mi juicio, claro está.

martes, 1 de enero de 2019

Thielemann dirigiendo el concierto de Año Nuevo en Viena


Thielemann dirigiendo el concierto de Año Nuevo en Viena

El pasado sábado, 29 de diciembre, publiqué un artículo en el Suplemento Territorios de “El Correo”, que puede leerse al final de esta entrada de mi blog, que titulé “El reto de Thielemann y lo concluí con esta interrogación ¿Sabrá ser vienés el 1º de enero próximo? Tras la visión y escucha del concierto, diría que solo en pocos momentos. Durante la mayor parte del concierto, Thielemann fue lo que siempre ha sido: un adusto alemán, mucho más cómodo en Wagner, Richard Strauss y Bruckner que en las deliciosas danzas de los otros Strauss. En varios, pocos momentos del concierto de esta mañana, 1º de enero de 2019, he disfrutado. En otros algo menos cuando no aburrido, aunque, siempre, maravillado ante la orquesta Filarmónica de Viena. Aquí abajo, traslado mis impresiones que he anotado mientras tenía lugar el concierto de Año Nuevo de Viena

A)   Anotaciones, absolutamente subjetivas, al concierto de Año Nuevo del 1º de enero de 2019, desde la Musikverein, con la Wiener Philharmoniker dirigida por Christian Thielemann, escuchado y visionado en la TV.


1)    Carl Michael Ziehrer - "Marcha Schönfeld, op.422".
Buen comienzo, aunque un tanto solemne
2)    Josef Strauss - "Transacciones. Vals, op.184".
Un tanto lento, premioso, aunque evocador
3)    Josef Hellmesberger - "La danza de los elfos".
De nuevo lento, e incluso pesadote. El colmo para una danza de los elfos. Preciosista.
4)    Johann Strauss (hijo) - "Exprés. Polca Rápida op.311.
¿Schnell? ¿Rápido? Con el freno dado. Como los “Expresos” y “Rápidos” de Renfe.
5)    Johann Strauss (hijo) - "Escenas del Mar del Norte. Vals, op.390".
Muy evocador del Norte. Ritmo casi perfecto. Thielemann se acerca a Strauss.
6)    Eduard Strauss - "Con franqueo extra. Polca rápida, op.259".
¡Al fin!! ¡Al fin! Thielemann se encuentra con Strauss. Un sonido maravillosamente vienes con los Wiener Philharmoniker, ya en casa. Una delicia.  
Fin de la primera parte.
7)    Johann Strauss (hijo) - "Obertura de la opereta El barón Gitano".
Como un poema sinfónico. Magnifica música. Opulenta Wiener Philharmoniker
8)    Josef Strauss - "La bailarina. Polca francesa, op. 227".
La galantería francesa, según Viena, dirigida por un alemán de raza. Apetitoso cocktail, aunque sin alcohol.
9)    Johann Strauss (hijo) - "Vida de artista. Vals, op. 316".
Magnifico arranque para un vals inolvidable. Ritmo perfecto. Avanza con delicia para la escucha. Thielemann vuelve a encontrarse (a ratos) con Strauss. No aprecio de la coreografía más que la innovación.
10  Johann Strauss (hijo) - "La bayadera. Polca, op. 351".
Sentimientos mitigados. Falta chispa.
11. Eduard Strauss - "Velada de ópera. Polca, op. 162".
Me lleva al título de Debussy “La más que lenta”. Como dirigiría Klemperer con más de 80 años. 
12). Johann Strauss (hijo) - "Eva. Vals de la ópera Ritter Pasman".
¡Ah, Wiener Philharmoniker!. Maderas y metales soberbios. Y ¡qué fraseo en las cuerdas! Cuando la orquesta supera la música…
13). Johann Strauss (hijo) - "Csardas. Vals de Ritter Pasman".
Obra compleja. Arranque y primera parte, musicalmente flojo. Y Thielemann no lo arregla. Pero, ya en las csardas, todo cambia. También la interpretación. A mejor.        
14)Johann Strauss (hijo) - "Marcha egipcia, op. 335".
¡Qué música! Thielemann se lo toma en serio y nos regala una gran interpretación, a veces, un pelín manierista. Pero ¡cómo olvidar aquí al gran Ricardo Muti en otro New Year Concert!
15)Josef Hellmesberger - "Vals de entreacto".
Y ¡tan de entreacto! Grata al oído. Interpretación preciosista.
16)Johann Strauss (hijo) - "Elogio de las mujeres. Polca, op. 315".
Pues Strauss muy feminista no debía ser. Esta polca no es de lo mejor que escribió. Además, tampoco le motiva a Thieleman que se adormece en el ritmo haciéndola aburrida. El colmo en una polca.
17). Josef Strauss - "La música de las esferas. Vals, op. 23".
Despierta Thielemann y nos regala una preciosidad. Con un arranque de fábula (¿Lohengrin vienés?, se reencuentra con Strauss en una interpretación muy evocadora de lo infinito, con una orquesta que se siente, de nuevo, en casa. ¡Qué delicia!
Propinas
18) A paso de carga. Johan Strauss.
Bonito divertimento, magníficamente interpretado
19). El bello Danubio azul. Johann hijo.
Impecable arranque. Delicadeza. Milagroso crescendo. Estamos en la cima. ¡Qué música! “Desgraciadamente no es de Johannes Brahms” debió decir el propio Brahms. Ya Thielemann encuentra definitivamente a Strauss, aparca por un rato su alemanidad hercúlea y se hace vienés. Ritmo soberbio, ejecución - ¿hay que decirlo? - superlativamente de los Wiener que ya no están en su casa sino en su huerto. Lo ilustran con unas imágenes soberbias del Danubio y aledaños. ¡The must of the concert!. ¡Qué orquesta!, mil y una vez hay que decirlo. Momentos sublimes.

20) Marcha Radetzky (Johann padre)

Aunque previsible, logrado final


Algunas, telegráficas, notas finales

. El concierto, en su conjunto, fue más berlinés que vienés
. Más preciosista que vibrante
. Con momentos plúmbeos y otros maravillosos. Cuando Thielemann se encontraba con los Strauss.
. Algunas obras eran de 2ª división.

B)    El reto de Thielemann: de Bruckner y Wagner al vals de Strauss

(Publicado en “El Correo” el 29 de diciembre de 2018)

Christian Thielemann nació en 1959 en Berlín. Siendo niño, acompañaba a sus padres a los conciertos de la Filarmónica de Berlín, donde reinaba Karajan. Viéndole, sintió que debía ser director. Soñaba con Wagner, con cuya música creció. Lohengrin, de entrada, pero quedó marcado cuando, con 13 o 14 años, descubrió Tristan y Parsifal. Más aún, cuando en su primera visita al Festival de Bayreuth, del que ahora es Director Musical, asistió al Parsifal de Hors Stein. Con 19 años obtiene su primer contrato con la Deutsche Oper de Berlín, en 1980 es ya el asistente de Karajan en Salzburgo para Parsifal y, un año después de Barenboim, en Bayreuth, para Tristan. En 1983, en el centenario de Wagner, dirige el “Idilio de Sigfrido” en Venecia y vendrán después Rienzi, Lohengrin y Tannhauser, hasta que, impulsado por Karajan, al final de la década, sube al olimpo dirigiendo Tristan en Hannover. De ahí en adelante dirige, siempre que no haya que viajar mucho, donde y lo que quiere. Aunque con algunos frenos en sus ambiciones.

Thielemann era el gran favorito para suceder a Simon Rattle como director de la Filarmónica de Berlín a partir de 2019-2020. Pero los músicos de la orquesta estaban muy divididos: unos totalmente volcados a Thielemann, otros, rabiosamente en contra, pues temían su fuerte personalidad, en lo musical y en lo organizativo. Nadie ponía en duda sus cualidades musicales, pero, al final, y con fórceps, salió elegido Kirill Petrenko, ante la sorpresa de todos.

He asistido a unos cuantos conciertos dirigidos por Thielemann. Que recuerde ahora, en tres ocasiones a la 8ª sinfonía de Bruckner, para mí el Everest de todas las sinfonías. Una vez con la Filarmónica de Berlín, en su propia sede, en la fantástica Philharmonie de Berlín. Otra vez con la Filarmónica de Viena, esta vez en Paris. Aun teniendo un gran recuerdo de las dos interpretaciones, sin embargo, me impactó más su versión en Lucerna con su actual orquesta, la Staatskapelle de Dresde. Al término del concierto de Lucerna, acompañado de mi mujer y de dos críticos musicales de Madrid, tuve ocasión de saludar a Thielemann. Le recordé su 8ª de Paris y me espetó “¡ah!, Wiener Philharmoniker, ¡what a fantastic orchestra! Y cuando le comenté que en Lucerna acababa de escucharle en otra 8ª de Bruckner distinta bajo su batuta, se sonrió, me miró y me dijo “nunca hay dos interpretaciones idénticas”.

También le he escuchado grandes conciertos con Brahms, Schöenberg, Strauss (Richard) una inmensa 5ª de Bruckner tras suceder a Celibidache en Múnich, solo superada por la de Eugen Jochum en 1964, un Tristan, musicalmente soberbio en Bayreuth, aunque aquí me quedo con Barenboim, y, quizá, quizá, la mejor 9ª de Beethoven que he escuchado en directo. Con la Filarmónica de Viena, en París. ¡Qué 9ª, que nada hacía presagiar tras una plúmbea 8ª! ¿Sabrá ser vienés el 1º de enero próximo?
  
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El Concierto de Año Nuevo de 2020, lo dirigirá Andris Nelsons. En el pináculo de la dirección de orquesta para muchos. Opinión que, habiéndole escuchado en directo en dos o tres ocasiones, no comparto. Pero, vista la unanimidad que suscita, debo estar equivocado.

Feliz 2019, a todos.

sábado, 22 de diciembre de 2018

22 de diciembre de 1808: un concierto único en la historia





22 de diciembre de 1808: un concierto único en la historia.


Los vieneses pudieron leer en el cotidiano “Wiener Zeitung” el 17 de diciembre de 1808 el anuncio de una “Akademia musical”, un concierto organizado por Ludwig van Beethoven, para su beneficio económico personal. He aquí, ligeramente resumido, el anuncio, obviamente publicado a instancias (y pagado) por el propio Beethoven:

“El 22 de diciembre, Ludwig van Beethoven tendrá el honor de ofrecer una Akademia musical en el imperial Theater an der Wien. Todas las piezas son composiciones propias, enteramente nuevas y todavía no oídas en público. (…) Primera parte. 1. Una sinfonía, titulada, ´Una remembranza de la vida en el campo´, en fa mayor (n.º 5); 2, Aria; 3 Himno con texto en latín (…) con coros y solistas; 4. Concierto para piano forte, interpretado por él mismo.

Segunda Parte: Gran Sinfonía en do menor (n º 6); 2. Himno (…) con coros y solistas; 3. Fantasía para el pianoforte solo; 4. Fantasía para piano - forte que termina con la entrada gradual de la orquesta completa y la introducción de coros como finale”.

Digamos, de entrada, que Beethoven, mentiroso y tramposo convulsivo, no dijo toda la verdad en su anuncio. En realidad, varias de las obras ejecutadas en aquel concierto, no eran estrenos. Así el aria de la primera parte era el “¡Ah! perfido” con una interprete de ultima hora que la pifió completamente. Los dos Himnos eran: en la primera parte el Gloria y en la segunda el Sanctus y el Benedictus de su Misa en Do, op.86, y la Fantasía para piano forte de la segunda parte, dicen los entendidos que, probablemente, la Op 77.  Pero las otras cuatro obras, las que realmente se estrenaron aquel 22 de diciembre, son de lo mejor que nos ha legado Beethoven.

El concierto comenzó, a las 18,30, con la Sinfonía Pastoral (numerada como la 5ª aunque muy pronto quedó como la 6ª) y concluyo la primera parte, con el más enigmático y yo diría que el más profundo de sus cinco conciertos para pianos: el 4º con su brevísimo andante que siempre lo he fantaseado como el triunfo de David, el piano, frente a un aplastante Goliat, la cuerda, y pongan en David y Goliat lo que su vida les dicte.

Inicia la segunda parte con la Quinta, la Quinta por antonomasia de toda la historia de la música de todos los tiempos, aunque numerada en el anuncio como la Sexta. Muchos hemos nacido a la música con la Quinta de Beethoven, entre otras. Debo tener en casa más de 20 versiones de la Quinta, colocando en el pináculo al que acudo cuando quiero sumergirme en ella, en una de los dos versiones que prefiero de las que tengo de Furtwängler: la agónica de 1943 en la que Furtwängler, en una transición insoportable de tensión entre el 3º y el 4º movimiento, rechaza los prometeica coda final con una carrera desbocada al abismo, y la de 1947, ya desnazificado “Furt”, en su primer concierto tras la guerra, vuelve a dirigir a “su” Berliner Philharmoniker con una Quinta afirmativa, pero afirmativa en la humanidad, lejos de la canónica y olímpica 5ª de 1954, grabada el año de su muerte. Quizá esta fijación con el Beethoven furtwängliano me impide disfrutar en plenitud cualquier versión en directo, en una sala de conciertos, de la Quinta Sinfonía. ¡De cuantas Quintas he salido con sentimiento de insatisfacción! Y ¡de cuantas aborreciendo la interpretación! ¡A cuántos grandes directores no habré escuchado masacrar la 5ª! ¡Mi Quinta!.

La Quinta, sí. Pero ahora, ya con la edad avanzada, escucho más frecuentemente la Pastoral. ¡Cuánta belleza en esta Sinfonía! Cuando era joven ardía con el 4º movimiento, la musicalización de la tormenta. Desde hace años, mi devoción va a los dos primeros movimientos y al inefable, quinto. Hace dos o tres años, escuché, en dos conciertos en dos días seguidos, cuatro sinfonías de Beethoven a los Berliner con Rattle: las sinfonías 2, 5, 6 y 8. Quedé clavado en la butaca con la Pastoral: precisamente su arranque del quinto movimiento. Después leí en una entrevista que, para Rattle, la Pastoral era su sinfonía preferida de las 9 de Beethoven. Yo, hoy, considero que es la más bella de todas.

El concierto del jueves 22 de diciembre de 1808 concluyó como el rosario de la aurora. Con la sala y el proscenio medio vacío. El público por el frio, la intensidad, duración y novedad de las obras, a las que no ayudó en nada la baja calidad de las interpretaciones. Los músicos enrabietados pues apenas habían ensayado y eran conscientes de la calidad de sus interpretaciones. Lo que llegó al punto álgido con la obra con la que concluyó el concierto, la Fantasía Coral para piano, orquesta y coro. Beethoven llegó al concierto con la tinta de la partitura aun fresca y hubo de parar la ejecución pues algunos instrumentistas se habían equivocado en la lectura (a primera vista) de la partitura. Beethoven tuvo que pedir perdón al público y a los músicos, antes de reanudar la ejecución de la, a mi juicio, no suficientemente valorada Fantasía Coral, prefiguración de lo que sería el movimiento final de la inmensidad oceánica de la 9ª Sinfonía. Oceánica, también, si no más, por su primer movimiento. 

¡Qué concierto! Cuatro largas horas en la tarde - noche fría de invierno, en una sala sin calefacción. Dirigió el concierto el propio Beethoven tras vencer las reticencias de los músicos que no querían tocar bajo su batuta, músicos a los que había abroncado un mes antes. Un fiasco de concierto. Una profunda decepción para Beethoven. Jan Swafford en su extraordinario libro, titulado simplemente “Beethoven” (Acantilado 2017), 1.454 páginas de lectura subyugante, libro bien escrito, traducido y editado, donde se nos muestra a la persona y al músico, y no al mito, nos dice que le costó remontar el vuelo a Beethoven después de ese magno, aunque frustrante, concierto.

Hace diez años, luego el año 2008, tímidamente, sugerí que en Euskadi se repitiera el concierto celebrado 200 años antes. No tuve eco. Ahora, me permito invitar a quien haya leído estas líneas que el día 22, más allá del sonsonete de la lotería y la transmisión del cava descorchado de los afortunados, escuche algo de aquel concierto de Beethoven. Quizá en solidaridad postrera de lo que fue un día aciago para él, y en agradecimiento infinito al inmenso placer que aquellas obras nos siguen transmitiendo 210 años después.    


Donostia, 17 de diciembre de 2018
Javier Elzo

(Texto publicado el 18 de diciembre en Noticias de Gipuzkoa)



domingo, 26 de febrero de 2017

Entre Rusalka y Wozzeck

Entre Rusalka y Wozzeck

Esta tarde he visto y escuchado en directo, la representación en el MET, de Rusalka de Dvorak, en un cine de Donosti. Magnificas las voces, magnifica la puesta en escena de una música hechizante que va a más del primero al tercer acto. El arranque con las ninfas, por una asociación de ideas que se me escapa, me ha llevado al arranque y final del Anillo de Wagner. Es una música para una escena de humanos y extrahumanos, los dioses, las ondinas y los nibelungos en Wagner, y las ninfas, brujas- Jezibaba- y duendes del agua en Rusalka.


Estamos en un mundo, con humanos y, lo digo así, extrahumanos, que puebla toda la música hasta el siglo XX, y en no pocas obras del siglo XX también. Trabajando estos meses la cuestión de la búsqueda de la autonomía de la ética y del hacer de los humanos, en el tiempo presente, frente a la heteronomía de (vuelvo a utilizar el mismo término) de los extrahumano, en el pasado aún reciente, me viene a la cabeza, a botepronto, Wozzeck de Berg como música enteramente autónoma. Libreto y música acongojonantes. En abril volveré a sumergirme, por cuarta vez que recuerde, en los poco más de 100 minutos de esta obra paradigmática del siglo XX. Un mundo sin dioses o de hombres que se creen dioses. Es muy duro ser (pretender ser) Prometeo.  

miércoles, 25 de mayo de 2016

Paris bien vale una opera


Paris bien vale una ópera

24/05/16

Pero, ¿cómo se puede escribir, dejando a Sigfrido perdido en el bosque, una maravilla como Tristán e Isolda? ¿Simplemente por estar viviendo y padeciendo un amor imposible con la mujer de uno de sus benefactores? No. Ciertamente, no. Hace falta algo más. Hay que ser un genio, un extraordinario monstruo de la naturaleza. Hace un rato, en una sala (el Teatro de Campos Elíseos, TCE, en Paris, lleno a reventar) en la que no se oía respirar, cuando Gatti, tras un sofocante y prolongado retardando, ha concluido la representación, el publico no ha podido contenerse, y yo con ellos, hemos gritado, ¡bravo!, mil veces bravo, mientras aplaudíamos a rabiar, el corazón encogido, y el nudo bien puesto en la garganta. ¡Dios santo! ¿Cómo es posible escribir algo tan extraordinario? (Si alguien piensa que la virtud se alía con el arte que vaya a escuchar Tristán y comprobará su solemne tontería).

En un restaurante, próximo al TCE, en el que he cenado mi “steak-frites” con un razonable Burdeos (razonable más en el precio que en la calidad), han hecho lo propio, cerca de mi mesa, un grupo de jóvenes de la Orquesta de Paris que habían intervenido en la opera de Wagner. He sentido envidia. Tienen una relación activa con uno de los monumentos de la mejor música de todos los tiempos. Eran jóvenes, muy jóvenes, rondando los treinta años y, poco más los mayores de entre ellos. ¡Venían de interpretar Tristán…!. Aunque quizás yo haya disfrutado más que ellos: el despertar de Tristán e Isolda del filtro mágico concluyendo el primer acto; en los dos duos de amor del segundo acto y en el llanto del rey Marke a su finalización, al comprobar la “traición” (sí, con comillas) del más fiel de los fieles, Tristán; en el imposible final de Isolda en el tercer acto y, sobretodo, cada vez que Wagner, a lo largo de la opera trae a cuento el tema de Tristán. Claro que yo estaba en mi butaca y ellos en la fosa de orquesta.

La primera vez que, ya cumplidos mis sesenta años, escuché en directo mi primer Tristán, en la todavía abierta Staatsoper de Unter den Linden, en la fila 4, con Barenboim a la batuta, me juré que no pasaría año sin escuchar Tristán. No lo he cumplido siempre. Esta noche me ha parecido imperdonable. Claro que es difícil encontrar un Gatti en la batuta de una orquesta muy ensayada. No me olvido de los cantantes pero, a mi juicio, cubiertos unos estándares (y los del TCE de esta noche los cubrían con nota) todo se juega en la concepción e implicación en la obra del director. Y hoy, quizás por primera vez desde que le escucho, Gatti se ha llevado la matricula de honor de la representación. ¡Qué noche, la de esta noche!.  ¡Paris, bien vale una opera así…!.

sábado, 9 de mayo de 2015

Del final del Anillo de Wagner a la Ofrenda Musical de Bach


Del final del Anillo de Wagner a la Ofrenda Musical de Bach


¡Too much!. Hace un rato en la butaca de mi casa. ¿Cómo pasar de Brunilda a lomos de Grane lanzándose al fuego que ella misma provoca para destruir el Walhala de los dioses, con esos acordes finales, decididamente luminosos, de Wagner, tras sus 14 horas de música maravillosa, cómo transitar casi sin solución de continuidad, digo, a la sofocante y serena belleza de la flauta iniciando y dando entrada al clave de la Ofrenda Musical del Juan Sebastian Bach?. Pues agarrándose al sillón mientras veo pasar, con el alma encogida, en el canal Mezzo los créditos de tanta belleza. Un teólogo que ejerce de tal actualmente en la Gregoriana me dijo, mientras se despachaba su segunda Franziskaner en el sofá de mi casa, que esa (o similar) música era una manifestación de la trascendencia. Quizás. Dejémosla en minúscula para una Música que se merece la mayúscula.

Añado, el día de hoy, domingo 10 de mayo, que la versión del Anillo era la del MET de Nueva York, bajo la batuta (un tanto insípida a mi juicio, de Luisi, pero la música de Wagner, con una buena orquesta y Deborah Voigt en Brunilda lo aguanta todo), y la de la Ofrenda Musical de Jordi Savall en la recóndita Abadía de Fontfroide con Pierre Hantai al clave.