¿Es posible ser rico y cristiano?
Un sociólogo lee a un escriturista
Es obvio que hay, y ha
habido siempre, muchos ricos que se dicen cristianos. Así como cristianos que
han sido ricos. Incluso a algunos la iglesia los ha canonizado. Sin que falten
los que han visto en la riqueza un signo del buen hacer. Recuérdese la
histórica tesis de Max Weber, “la ética del protestantismo y el espíritu del
capitalismo” que todavía hoy es mentada para explicar porqué los nórdicos
protestantes, con su laboriosidad y apego a lo material, sortean mejor la
crisis que padecemos, que los católicos del sur de Europa, siempre sospechosos
del adinerado.
Sea lo que sea de la
tesis de Weber, que ha ocasionado montañas de libros, la pregunta de la incompatibilidad
de la riqueza con el cristiano auténtico o, si se prefiere, con la radicalidad
del cristianismo ha atravesado los veinte siglos de la historia de la Iglesia. Ciertamente
más la católica.
Acabo de leer un librillo
de menos de cien paginas, resumen de otros trabajo suyos muy amplios, firmado
por un reputado profesor de Nuevo Testamento de la Universidad de
Lausana, Daniel Marguerat, pastor de la iglesia protestante, sobre un tema de
su especialidad: el análisis de los orígenes del cristianismo en general y del
estudio del libro de los Hechos de los Apóstoles en particular (“Un
admirable christianisme. Relire les Actes des apôtres” 2ª edición en
Cabética, Suiza, 2013). El último capítulo del libro aborda la cuestión del
dinero en las primeras comunidades cristianas. Como es sabido el libro de
Hechos es la continuación del evangelio de Lucas.
Marguerat muestra la
radicalidad máxima de Lucas en el famoso Sermón de las Bienaventuranzas cuando
pone en boca de Jesús la terrible frase de “malditos vosotros los ricos, pues
ya tenéis vuestro consuelo” y en la parábola de Lázaro y el rico, donde
martiriza a este ultimo, en la otra vida, pues en esta, no atendió al mendigo
Lázaro. Pero, señala Marguerat que entre las primeras comunidades cristianas
había ricos entre ellos y, seguían siéndolo, aunque también se puede leer que
debían vender todas sus propiedades y ponerlas, en su integridad, a disposición
de los apóstoles. Es la famosa comunidad de bienes de los primeros cristianos.
De tal suerte que, si hacían trampas, morían fulminantemente, como le debió
suceder a un matrimonio, Ananías y Safira, que se quedó, sin declararlo, con
parte de sus bienes, como nos relata Lucas en el capítulo 5º de los Hechos de
los Apóstoles.
Los textos de Lucas son
rotundos y muy conocidos y citados por doquier. Están en el segundo y cuarto
capítulos del libro. Helos aquí: “Todos los creyentes se mantenían unidos y
ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el
dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno”(He 2/44-45)
y en He 4/34-35, podemos leer esto:“Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o
casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se
distribuyera a cada uno según sus necesidades”. Marguerat señala que de siempre ha habido sospechas sobre estos
textos y la exégesis se pregunta si Lucas no habría idealizado un tanto la vida
de los primeros cristianos.
Marguerat, aún asumiendo
la comunidad de bienes de los primeros cristianos (de los que hay indicios,
pero curiosamente, solo fuera de los textos canónicos) piensa que, en libro de
los Hechos, se atenúa la radicalidad del Evangelio, y “la exhortación a la
limosna substituye a la llamada perentoria a la entrega de los bienes” (p.80).
Marguerat piensa que, a veces, Lucas exagera y embellece en demasía la práctica
de los primeros cristianos (“la practica de la comunión total de bienes fue
probablemente realidad en el caso de un grupo
limitado, por un tiempo limitado, en Jerusalen”, escribe en la p. 82). La Iglesia, al darse cuenta
de que el fin de los tiempos no llegaba, (los textos de Lucas están datados en
torno al año 80, luego 50 años después de los acontecimientos pascales) se
pliega “al principio de realidad pues los cristianos se tienen que acomodar con
la sociedad existente” (p.81).
Pero, de lo anterior no
habría que concluir que la comunión de bienes entre los primeros cristianos
fuera una ficción o que solamente se limitase a algunos grupos de lo que hoy
denominaríamos, “radicales cristianos”. Aunque, exige otra lectura, parece ser. En todo caso,
Marguerat escribe “que quien quiera poner sus dinero al abrigo de la
interpelación del Evangelio sería mejor que dejara a un lado la lectura del
libro de los Hechos de los Apóstoles” (p.82).
Marguerat razona así.
Subraya que los profetas de Israel, y con ellos Lucas, no condenaban la
posesión de bienes materiales y añade que “su ética económica se apoya sobre la
convicción, enraizada en la fe hebraica, que los bienes concretizan la
bendición con la que Dios
colma a los humanos (Gn 26,12-14; Lv 26,3-5; Dt 28, 1-8)”. Y concluye
Marguerat, afirmando que “la
Biblia no destila ninguna vergüenza a poseer bienes” (p.83).
Sin embargo la cólera profética se manifiesta ante la gran desigualdad de
bienes. Marguerat escribirá que “la maldición del rico no radica en poseer,
sino en ignorar que el pobre muere a su lado (Lc 16,19-31). Ya en el libro del
Deuteronomio se podía leer la conminación de Dios: “no habrá indigentes entre
vosotros” (Dt 15,4) texto que recogerá Lucas al escribir (He 4,34) que “no
había, en efecto, indigentes entre ellos” en las primeras comunidades
cristianas.
En definitiva, Lucas
escribiendo en los años 80, no puede no ver la realidad sociológica de las
primeras comunidades cristianas donde había cristianos con dinero y que vivían
en grandes casas y mansiones donde, a veces, se hacían las eucaristías. Pero
Lucas no quiere dejar pasar la interpelación bíblica y evangélica de erigir el
dinero/Mamon, en refugio de los fantasmas de poder. Y cita de nuevo Marguerat,
en la página 84, el evangelio de Lucas (Lc 16,13) para sostener que “el dinero
debe ser medio pero no fin. Hay que desacralizar el dinero, añadirá, privarlo
de su poder de fascinación, y restituirle su papel de vector de relaciones y de
reparto – participación (Lc 16,9)”.
¿Qué puede decir un mero
sociólogo de provincias tras la lectura de estas páginas?. Dos cosas. Que
Marguerat es protestante y, obviamente está influenciado por la lectura que el
mundo protestante realiza de las posesión de bienes materiales, como bien
mostró la tesis de Weber. Todavía hoy se apela a este texto y, como ya he
indicado al comienzo de estas líneas, a la lectura que los protestantes (gentes
del Norte de Europa) hacen de la relación de Dios con el éxito económico, en
comparación con la tradición católica que insiste en las virtudes de la
pobreza, hasta el punto que, algunos en su radicalidad, se preguntan si un rico
puede ser buen cristiano, para explicar la crisis financiera-ética actual.
Tesis atrayente, por global y sencilla, pero que, obviamente exige afinación y
matización. Aunque ahí está.
Mi segunda consideración,
como sociólogo obviamente, es la constatación de la enorme importancia del dato
social, del contexto concreto en el que los textos evangélicos fueron escritos,
y a quienes iban dirigidos, para bien entender el alcanza de los mismos. El
hecho de la inerrancia de los textos canónicos aceptados por la iglesia
católica exige una puesta entre paréntesis contextualizadora que impide un
traslado literal de sus contenidos a la sociedad de hoy. Pero de todos sus
textos. No solamente de los que vengan a confirmarnos en nuestras pre-tesis,
nuestras convicciones previas. Dentro de un fondo básico inmutable desde los
orígenes del cristianismo (Dios es amor y el amor al otro es la quintaesencia
del cristiano) el resto está al albur de las contingencias históricas y de la
tradición, esto es, cómo los cristianos a lo largo de los cerca de veinte
siglos de su existencia en la tierra han ido formulando y concretando la
encarnación de Dios en Jesús de Nazaret y la ética de la fraternidad universal
que destila su vida y su mensaje. Y así será hasta el final de los tiempos.