La juventud quiere sonreír
(Por una economía del bienestar, más allá del
crecimiento).
Hace unos meses la
responsable de opinión de la revista “El Ciervo”, revista que, aunque muy
minoritaria, acaba de cumplir los sesenta años de presencia pública, preguntaba
cual era al juicio de algunos que escribimos en ese medio, el principal
problema en el que estábamos embarcados en Occidente. Nos pedía que
escogieramos uno, solamente uno. Me hizo pensar y concluí que era el
"consumerismo" (Un buen amigo me dice que utilizo mal el termino consumerismo y que debo escribir consumismo. El consumerismo es lo contrario de lo que yo doy a entender. Puede considerarse como "la dimensión pública de la relación que mantiene la ciudadanía en la defensa de sus derechos como consumidor" me refiere mi amigo José Mari, a quien agradezco su rectificación al par que ofrezco mis excusas a los lectores del blog).
(Los textos de los invitados a la reflexión puede leerse en el
número de “El Ciervo” de mayo de este año 2013)
Limitándome a la Unión Europea, escribía yo, no
sé si es “la” gran cuestión para nuestro tiempo. De hecho, salvo minorías,
entre las que hay algunas muy meritorias, no conforma un tema central en la
reflexión pública y publicada en los grandes medios de comunicación europeos.
La formularia así: de verdad ¿se precisa un aumento, una aceleración, del
consumo, no solamente para salir de esta crisis sino proyectándonos para un
futuro próximo?. Desde mi incompetencia en temas economíco- financieros (que no
me importa reconocer sin vergüenza alguna, pues los pretendidos entendidos no
dan una) veo la lógica que subyace en la inquietud por la ausencia o descenso
del consumo. Si no se consume, no se compra; si no se compra, no se vende; si
no se vende, no se fabrica; y si no se fabrica, no hay trabajo. Ergo,
“necesitamos relanzar el consumo”.
El problema, a mi juicio
obviamente, radica en que gran parte las personas de la clase media acomodada
que teniendo ya más de lo necesario para bien vivir, (la sociedad opulenta de
Galbraith) han pasado de la demanda de “nivel de vida” al de la “calidad de
vida”. Y han (hemos) llegado a la conclusión que no necesitamos consumir más de
lo que ya consumimos para mantener el nivel de vida que ya tenemos. Mas aún,
algunos hemos llegado a la convicción profunda de que consumir algunos de los
nuevos productos que nos ofrecen es reducir nuestra calidad de vida. Por
ejemplo, con algunos artilugios de las nuevas tecnologías. Es lo que observo a
mí alrededor en bastantes personas, y no solamente de edad avanzada como yo,
sino también en jóvenes doctores, tanto en ciencias humanas como
experimentales. Temo, en consecuencia, concluía mi reflexión en “El Ciervo”,
escribiendo que la burbuja inmobiliaria de los primeros años del siglo XXI sea
una nadería comparada con la burbuja consumerista del momento actual, cuando
estalle.
He aquí que el suplemento de Le Monde (07/07/13) publica la reflexión de
Hugo de Gentille estudiante de un centro de emprendedores de Lyon (EMLyon).
Participó con otros cien estudiantes, en edades comprendidas entre los 18 y los
28 años, seleccionados por un Circulo de Economía francés, en un Encuentro para
responder, en 15.000 caracteres máximo, a esta pregunta: “Inventar 2020; la
palabra a los estudiantes”. De Gentille comienza así: "En qué mundo
quisiéramos vivir en 2020 ?. Sin la menor duda todos diríamos: en un mundo
más comprensible, menos cerrado, más sonriente. Sí, más sonriente. Somos
unánimes: el comandante del barco ha perdido la finalidad de nuestro viaje. ¿El
crecimiento?. No, en absoluto sino el bienestar (le bonheur). ¿Quién manda en el
barco?. ¿Quién lleva las riendas?. No tenemos ni idea.(….). Pero no
comprendemos la finalidad del trabajo que se nos propone.
"En nuestra sociedad hemos intentado
maximizar el bienestar individual y el colectivo y hemos llegado a un sistema
de producción, de consumo y de relaciones que entendemos como el menos malo de
todos: el capitalismo. Además financiero. Sin embargo, si la búsqueda del
bienestar nos ha conducido a preferir ese sistema de económico, en ningún caso
su consecuencia directa (la búsqueda del crecimiento) engloba, en su totalidad,
su causa primera (la búsqueda del bienestar). En consecuencia, racionalmente,
sería un error confundirlos: no hay reciprocidad en esta relación de
causalidad, aunque la mejora de nuestras condiciones de vida, durante mucho
tiempo, ha ido de consuno con el crecimiento económico. De ahí la amalgama actualmente
imperante. Sin embargo, en la actualidad, hemos entrado en una fase invertida,
consecuencia de un reequilibrio progresivo de las relaciones de fuerza
neoeconómicas, en cuyo interior batirse por unas décimas de crecimiento puede
engendrar una pérdida significativa del bienestar social. No somos tan solo
“Homo economicus”.
"¿Buscar el crecimiento? Sí, y solamente sí, si tiene un impacto positivo
sobre nuestra calidad de vida. No queremos perder de vista lo que realmente nos
hace más felices o, por el contrario, desgraciados. El hecho de que no sea
fácil medir cuantitativamente nuestro nivel de felicidad no nos sirve como
excusa para situarla por delante del crecimiento económico.
En otras palabras, pensamos que las actuales prioridades están mal jerarquizadas.
Somos conscientes de haber alcanzado la cumbre de la pirámide de Maslow. Pero
estamos cansados de dar vueltas en la cúspide de la pirámide. Estamos
encerrados en ella, bloqueados. Al menor patinazo nos imaginamos caer rodando
todos los escalones al mismo tiempo. Empleo, dinero, coche, domicilio, hasta la
familia a veces. La exclusión acecha. En consecuencia nos sentimos condenados a
vivir a toda velocidad contra nuestro deseo. Sentimos el viento del cañonazo y
comprendemos que, en nuestra sociedad, no hay medias medidas y que hay que
correr con todas nuestras fuerzas.
Sí, los elementos de los escalones inferiores (de la pirámide de Mawlow)
caen en ruina (alojamiento, salud, seguridad…). La situación nos parece
absurda. Estamos desconcertados cuando nos encontramos con jóvenes sonrientes
que provienen de países en desarrollo como nunca nosotros hemos sonreído en
nuestra vida. Aún a riesgo de parecer primarios, nosotros los "djeuns"
(expresión que designaría a los jóvenes de hoy que tienen las tecnologías más
novedosas pero que viven instalados en la precariedad) queremos sonreír.
Nosotros, ¡queremos ser felices!. ¡Queremos una economía del bienestar y no
solamente una economía del crecimiento!. Queremos un modelo duradero para
sentirnos en seguridad.
La idea de la confusión existente en nuestra sociedad entre crecimiento y
bienestar está fuertemente anclada en el inconsciente de la juventud francesa. Pero
no comprendemos la finalidad del trabajo que se nos propone. Desde nuestro
punto de vista todo esto es irracional: el trabajo para el crecimiento, el
crecimiento al infinito, la competitividad con los ojos cerrados. ¡No !.
¡Crecimiento y bienestar, definitivamente, no son sinónimos !.
Soñamos con escapar de todo esto pues nos sentimos todo menos libres. En
Bengladesh en Gabón no encontraremos el confort al que estamos habituados, pero
trabajar en una ONG y ver sus sonrisas reconforta tanto nuestro corazón que
abandonamos voluntariamente todos nuestros bienes materiales.
Tres propuestas para comenzar:
1ª Propuesta: crear un estatus legal de empresa conforme a la definición
ofrecida por el premio Nobel M. Yunus de
“social business” de tipo I: “
Una
empresa rentable, que no distribuya dividendos y cuyo objetivo sea social,
ético y medioambiental”. Esto ya se hace en los EEUU.
2ª Propuesta: crear una Bolsa de
“social business”, gestionada
públicamente, a fin de ofrecer dar la necesaria visibilidad a esas empresas y
facilitarlas el acceso a los fondos.
3ª Propuesta: lanzar, en complemento
a las dos propuestas anteriores,
"social impact bonds",
instrumentos financieros de una remarcable inteligencia, que presentaría
ventajas, no solamente para el Estado: la iniciativa privada se involucraría en
los problemas sociales, éticos y medioambientales, y sería recompensada
financieramente si su gestión fuera exitosa.
En consecuencia, las empresas del
“social Business, en teoría
deberían, a largo plazo, suplantar las empresas clásicas pues, aun
desarrollándose más lentamente, reinvertirían la totalidad de su ganancias, sea
en la mejora de calidad del producto o del servicio, sea en la disminución del
precio del precio propuesto a sus clientes. Los accionistas, vigilarían que la
empresa estuviera correctamente gestionada”
Hasta aquí una largo
resumen de las ideas principales de Hugo Gentille que pueden encontrarse, en su
totalidad, en Le Monde del 7 de julio pasado.
Comentado este jueves pasado, 11 de julio, este texto en Madrid en un grupo
de “expertos” del “Centro Reina Sofía de estudio de la adolescencia y
juventud”, me decían que “el texto era muy bonito pero, en España con tantos
jóvenes en paro, ¿cuántos estarían de acuerdo con Hugo de Gentille?”. Pues no
lo sé pero estoy absolutamente seguro que más de uno en nuestras universidades
lo estaría. Conozco a más de uno y dos. Habría que darles, en mayor grado, la
palabra, como lo ha hecho el Círculo francés de empresarios. Creo que nos
llevaríamos una agradable (y desafiante) sorpresa.