“La
Traviata” en el Kursaal
A pesar de haber asistido
a no pocas óperas, incluso a los entresijos de algunas de ellas en ABAO, nunca,
hasta que alguien cercano a mi ha participado en la representación escénica de
“La Traviata”,
(esta noche pasada y repetirá el próximo martes 12) formando parte del Coro
Mixto Easo, en el Kursaal donostiarra, me había
hecho idea de lo que suponía hacer ópera. Ópera escenificada, quiero precisar,
que no tiene nada que ver (en cuanto a trabajo y dificultad) con una opera
meramente cantada, de pie, al fondo del escenario, bien arropados por el coro,
quietos, con la partitura en la mano y la vista fija en el director musical. Ya
había seguido anteriormente, en varias ocasiones, a los miembros del Coro Mixto
Easo, interpretando, por ejemplo, Eugenio Onegin de Tchaikovsky en La Salle aux Grains de Toulouse
y en la Salle Pleyel
en París. Siempre con la orquesta del Capitole de Toulouse bajo la batuta de
Tugan Sokhiev. Siempre con gran éxito. Pero en versión concierto y representar
no es lo mismo que cantar.
Ya aprender una opera
para un coro amateur, que solo puede dedicarse al ensayo una vez su horario
laboral concluido, supone un esfuerzo considerable. Normalmente dos ensayos
semanales a lo largo del año. Pero al acercarse la fecha de la representación
los ensayos son diarios y de cuatro y más horas al día, cuando no ha llegado
ser de prácticamente todo el día. ¡Cuantas veces no llegaban los coralistas a
casa bien pasadas las 11 de la noche!.
Pero la puesta en escena
es la guinda (guinda de trabajo y de dificultad) para un colectivo que no es
actor y que tiene que cantar siguiendo las instrucciones del director de
escena, en muchos momentos sin ver al director musical. Asistiendo esta tarde a
la representación me pareció milagroso lo que lograron. En gran parte imputable
al siempre atento y exigente director del Coro Mixto, Salva Rallo. No hay
olvidar que, a diferencia de la orquesta y de los solistas, que son
profesionales y que viven de la música, los miembros, hombres y mujeres, del
Coro Easo tienen su profesión, de la que viven, y que por el placer del canto
conjunto, se reúnen al menos dos veces cada semana, sacrificando sus agendas, a
veces incluso sus vacaciones. Que tiene sus compensaciones es evidente. La
primera ya la he señalado: el placer de cantar en un coro. Obviamente también
la adrenalina (miedo escénico incluido, como los profesionales, el día de la
representación). Más aún cuando actúas en tu ciudad. No faltan los momentos de
desánimo. Algunos abandonan la empresa. Otros se dicen que “una y no más”.
¿”Vale la pena todo este esfuerzo por un par de representaciones y unos
aplausos al termino de la representación”, se preguntan no pocos?. Además con
la incertidumbre, antes de la representación, de si serán aplausos de
compromiso o aplausos sonoros de un público que se ha sentido atrapado por la
fuerza de la interpretación.
Lo que yo diga de la
representación de esta noche, con personas a mí cercanas en escena,
sencillamente no será creíble. Ni tengo las competencias técnicas para un
juicio profesional. Pero si puedo dar fe de la reacción del público. En varias
ocasiones han interrumpido la representación con aplausos. Incluso cuando el
coro ha interpretado los coros de la zingarella, en un momento que no es
habitual detener la representación. Los comentarios que he escuchado hacia el
coro han sido muy elogiosos, también de personas que no sabían que había una
persona conocida mía entre sus componentes.
Es la magia de la ópera.
Según muchos el arte integral pues lo tiene todo: literatura en el libreto,
teatro en la representación y música en escena. De ahí que haya pocas óperas
que rayen en la perfección de un cuarteto, una sonata, una canción o una
sinfonía. “La Traviata”
de Verdi es una de esas obras que forman parte del acerbo cultural de la
humanidad. El sábado a la noche, en Internet solamente quedaban dos plazas
libres para la representación del domingo 11 y unas treinta para la del martes
12, indicador evidente del tirón de algunas óperas en el público musical de
Donostia y más. En varias ocasiones me he encontrado con amigos de ABAO de
Bilbao y Getxo, en el Kursaal.
A veces cuando hablo con
Patrick Alfaya actual director de la Quincena Musical
o con José Antonio Echenique, su predecesor, y les digo que porqué no nos traen
al cubo pequeño del Kursaal (por el que tengo verdadera debilidad, musicalmente
hablando) una cuarteto, o un pianista, por ejemplo, que les resultaría más
barato que montar una ópera, me dicen que una ópera de tirón les resulta
económicamente más rentable que un gran solista. Cuando reflexiono, constato
que razón no les falta. Aún recuerdo, con sonrojo, un Victoria Eugenia medio
vacío con Sviatoslav Richter, o Gustav Leonhardt (todavía hace dos o tres
años), o un Franz Brüggen en sus tiempos de número uno mundial indiscutible en
la flauta de pico. Y hablando de ópera aún estamos lejos de poder ofrecer en
Donosti un Wozzeck. Quizás mis nietos lo vean en el Kursaal. Quizás. Pero entre
tanto, disfrutemos como esta tarde, con una magnífica Traviata como disfrutamos
hace una semana con un Babi Yar que nos encogió el corazón. Es de “masocas” no
disfrutar con lo que tenemos amargándonos con lo que, todavía, no está en
nuestras manos. Menos aún con las ocasiones perdidas, pues el tiempo no vuelve
atrás. Nunca. Y esta tarde hemos disfrutado de lo lindo.