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martes, 22 de septiembre de 2020

Más allá de monarquía o república

 

 

 

Más allá de monarquía o república

 

El día pasado, en una comida familiar, me preguntaron si yo era monárquico o republicano. Respondí que ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Que yo era vasco. Y, punto. Con esta “boutade”, me replicaron, lo que hacía era escurrir el bulto y, no faltó quien me dijo, que yo, en el fondo, era un “juancarlista” desengañado y acomplejado por lo que estábamos sabiendo de su comportamiento en lo que, eufemísticamente, denominó el rey emérito, como su vida privada. Dejemos a Juan Carlos I a un lado, al menos en este artículo, pues lo que quiero significar con mi “boutade” es que, a mí, como vasco, y como nacionalista vasco, aun moderado, me preocupa, más que saber si el Jefe del estado en Madrid es un monarca constitucional como ahora, o un presidente de una república española elegido por los ciudadanos del Estado, más que eso, repito, me importa saber si el Jefe de estado, sea monarca, sea presidente de la república española, vaya a respetar, o no, los Derechos Históricos de los vascos, y si va aceptar y propiciar su actualización a los tiempos actuales.

 

De nuevo, tuve que oír que me iba por los cerros de Úbeda, y que me definiera. Me espetaron esta pregunta: “si mañana, al fin, hay un referéndum, monarquía o república, ¿tú que votarías? Y no vale que contestes que votarías en blanco, te abstendrías o te quedarías en casa. ¡Mójate! ¿Qué votarías?”. Les contesté que lo pensaría. Añadí que, en alguno de mis artículos ya me pronuncié sobre la conveniencia de ese referéndum (he localizado dos artículos de 2008 y 2011), posibilidad que no elimino entre mis preferencias y que, llegado el caso, en efecto, pensaría muy seriamente qué votar. La razón principal de mi decisión ya la he dado: lo que mejor defienda los derechos históricos, actuales y futuros, de los vascos. Se puede ir más allá en la reflexión, pero, de aquí en adelante, entramos en pura contingencia histórica. Sin embargo, antes, quiero detenerme en una cuestión de principios.

 

La presidencia de una república recae en una persona elegida democráticamente y, en la mayoría de los países avanzados, por un periodo limitado en el tiempo. Un rey, o una reina, está en la jefatura del Estado en razón de su cuna. Y, en principio, hasta su muerte. Es obvio, evidente hasta decir basta, que la monarquía es una antigualla, cuando nos referimos a sociedades democráticas, cuya soberanía reside, al menos en los principios, en el pueblo. El pueblo es soberano, decimos.

 

Pero, he aquí, que la reina Isabel II del Reino Unido, lleva más de 68 años y medio de reinado, con el apoyo y beneplácito de dos terceras partes de sus “súbditos”, cosa rara vez vista en un presidente de una república. Ciertamente el caso de la Reina Isabel II es excepcional, por la duración de su mandato y por el (actual) apoyo de su pueblo, aunque hay otros reyes y reinas en Europa Occidental que, aun sin llevar tantos años en el trono, son apoyados y, me atrevo a decir que, en algún caso, queridos por sus pueblos. No puedo olvidar a una compañera de estudios en Lovaina que me decía, en tono emocionado: “yo amo a mi reina”. Eran los tiempos de Balduino y Fabiola. Luego la (más que supuesta) legitimidad de la cuna, lo es por la soberanía de sus pueblos. ¡Ay!, ¡que fácil es resbalar en el terreno de los principios!

 

Quiero detenerme en un pequeño libro, claro, profundo y esclarecedor del reputado filósofo canadiense, de marcada tendencia liberal, como a él mismo le gusta proclamar, Will Kymlicka. En su libro, “Fronteras territoriales” (Ed. Trotta, Madrid, 2006) plantea dos cuestiones: si debe haber limitación a la movilidad de las personas, más allá de las actuales fronteras jurídico-territoriales y, ya dadas y constatadas estas en la realidad, si un grupo social, sea étnico, sea religioso, lingüístico etc., o una conjunción de estos u otros elementos, tiene derecho a conformar nuevas fronteras, esto es, si tiene derecho a la secesión. Desde su perspectiva liberal igualitaria, se debería responder afirmativamente a ambas cuestiones: habría que abolir las fronteras y aceptar el principio universal de que cada grupo social, “unidad nacional” dirá él, pueda ejercer el derecho de secesión. Pero este planteamiento que, él etiqueta de utópico, se da de bruces con la realidad. Pues, constata Kymlicka, nada de eso sucede en el concierto de las naciones y este planteamiento de nada sirve más que para “la filosofía académica” que así deviene irrelevante o, añado yo, para la pretendida justificación de los extremistas de todo signo si no se le coteja con el principio de la realidad de los hechos y de los valores y priorizaciones de las personas concernidas. Y esto vale, también, para la disyuntiva monarquía versus república.

 

Llegados a este punto, si reflexionamos desde los principios, la monarquía es una antigualla y, sin duda alguna, debe ser suplantada por la república. Pero, y el “pero” es de talla, en muchos países democráticos occidentales, hay monarquía, y recibe el respaldo de la ciudadanía. Esto, al menos a mí, me hace pensar. La pregunta del millón es esta: en la España y Europa de nuestros días, visto desde una perspectiva nacionalista vasca, ¿qué solución nos ofrece una mayor garantía de respeto y acomodación de nuestra nacionalidad vasca, sin Estado propio y sin perspectivas a corto y medio plazo de tenerlo, con el 90 % de vascos en el Estado español y un 10 % en el francés, en el concierto de las naciones- estado, base de la Europa en construcción: la monarquía actual o la hipotética república española de futuro?

 

No quisiera tener que responder a esta pregunta ahora mismo. Me tranquiliza saber que la eventualidad de un referéndum, que defiendo en principio, en lo inmediato parece muy improbable. Ciertamente, como nacionalista vasco, la figura de Felipe VI no me inspira confianza. No ha venido a Gernika a reconocer nuestra singularidad, lo que tendría gran valor simbólico, como hizo su padre (cuya valoración como rey, y para los vascos, dejo, si es el caso, para otra ocasión). Y su discurso del 3 de octubre de 2017, tras los acontecimientos de Catalunya, me confirmaron en mis convicciones. Pero, de nuevo, los “peros”, ¿con cuál de los presidentes españoles de la democracia, me sentiría cómodo como presidente de la hipotética república española, que avale, reconozca y propicie nuestra nacionalidad vasca? Y no me hablen de una república vasca independiente. No la apoya, hoy, ni un tercio de la población vasca.

 

A corto plazo, digamos los próximos diez años, hagamos valer nuestros votos en Madrid para lograr, al fin, las transferencias pendientes del Estatuto de Gernika; luchemos para una acomodación del mismo a los tiempos actuales; establezcamos vínculos económicos y culturales con Iparralde; también entre Navarra y la CAV, y aboguemos, con otras nacionalidades sin Estado, por una presencia activa en la Unión Europea. Y en casa, entre nosotros, construyamos una sociedad con historicidad, con voluntad de hacerse a sí misma, con la mayor capacidad de decisión posible. Y ahorremos los planteamientos destructivos como las increíbles huelgas en la enseñanza con exigencias imposibles de cumplir. Y, más adelante, nuestros hijos y nietos, ya decidirán si es mejor para Euskadi que en España haya una monarquía parlamentaria o una república.

 

(Publicado el 20 de septiembre de 2020 en Noticias de Gipuzkoa)

 

 

domingo, 13 de septiembre de 2020

Secularización y coronavirus

 

Secularización y coronavirus…

 Javier Elzo: “El coronavirus no va a suponer el fin de la Iglesia de masas”

·        Pese al “descalabro” en la práctica dominical, el sociólogo señala la “efervescencia de pequeños colectivos”

 

¿Se cumplirá la profecía del cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo y presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea, quien ha reconocido a L’Osservatore Romano que la pandemia ha podido “acelerar diez años el proceso de secularización”? El sociólogo Javier Elzo, aun consciente de la gravedad de sus efectos también a nivel religioso, no va tan allá: “La crisis del COVID-19 no va a suponer el fin de la Iglesia. Tampoco de la Iglesia de masas. Es un paréntesis que se observa en todo acto multitudinario”.

Eso sí, enfatiza que la pandemia “ha pillado a la Iglesia en un momento de profundos cambios, en una mutación histórica. Los que tenemos ya una edad avanzada, hemos vivido la adolescencia todavía en el estado de cristiandad. Valga un dato: la iglesia llena de jóvenes los primeros viernes de mes. En la década de los 60 del siglo pasado irrumpe, de forma abrupta, la secularización, con un descalabro en la práctica dominical. Primero, como un hecho incuestionable; después, como una ideología de futuro. La secularidad deviene, entonces, en secularismo en determinados colectivos muy influyentes en la sociedad. Hoy se está dando paso a la era post-secular, con una pléyade de sacralidades, muchas de ellas de matriz originaria secular, ya en competencia con la sacralidad de matriz religiosa”.

Brotes verdes

Paralelamente a ese “descalabro”, Elzo señala cómo “vemos mantenerse en algunos lugares (Andalucía, por ejemplo) y emerger en otros un doble movimiento: el auge de la religiosidad popular con peregrinaciones a lugares emblemáticos, a caballo entre lo espiritual secular y lo espiritual religioso, y la efervescencia de pequeños colectivos, movidos por una fe viva en Jesús de Nazaret, que se reúnen en oración y estudio, a lo largo y ancho de la geografía española, aunque todavía no hay un estudio serio que pueda dar fe de su existencia, diversidad y vitalidad”.

Ha sido “en este contexto” en el que ha irrumpido el virus, y con consecuencias: “En las tomas de decisiones, los lobbies son capitales. El gran músico Daniel Barenboim se quejaba de que, en Berlín, donde reside, los restaurantes estén a rebosar mientras que en las salas de ópera y conciertos haya restricciones que pueden acabar con la programación de un año, como ha sucedido en el MET de Nueva York, donde han anulado la temporada 2020-2021. El lobby hostelero es mas fuerte que el musical… Y no digamos si lo comparamos con el religioso, inexistente. Se dirá que, en misa y en la ópera se ven muchas canas y calvas, como si las canas y calvas no llenaran los restaurantes de postín”.

En manos de los creyentes

De ahí que el sociólogo concluya que “el futuro de la Iglesia está, y estará, en manos de los creyentes. Ahora no tocan grandes manifestaciones. Pero hoy la Iglesia, los cristianos, tenemos otra prioridad: acompañar a los enfermos de coronavirus, muchos ancianos viviendo solos, y a los que se queden sin trabajo porque les cierren sus empresas: Corintios 13”.

 

 

Publicado en VIDA NUEVA el 12 de septiembre y actualizado el 13, por Miguel Ángel Malavia

lunes, 17 de agosto de 2020

Javier Elzo: Por un lobby de naciones sin estado en el parlamento europeo

  

Javier Elzo: "Debería crearse un lobby de naciones sin Estado, entre ellas Euskadi, que actuaran a nivel del Parlamento Europeo"

UNA ENTREVISTA DE HUMBERTO UNZUETA publicada en DEIA y en el GRUPO NOTICIAS el 16.08.2020

Elzo aprueba la bilateralidad entre Euskadi y España, pero ve el horizonte de los vascos mirando hacia Europa más que hacia el Estado y aboga por una UE en la que los vascos "seamos escuchados"

Javier Elzo conoce en carne propia los rigores del coronavirus. Lo tuvieron postrado en la cama del hospital varias semanas hasta que pudo ganarle la partida y regresar a su casa, desde donde repasa la actualidad sobre la gestión de la pandemia y la situación política de Euskadi tras las elecciones autonómicas del pasado 12 de julio.

¿El dinero que llegue de Europa tiene que ser para transformar el modelo o para tapar sus agujeros?

—Esta crisis ha cambiado la agenda. La reunión de los 27 estados europeos se resolvió con un fondo de recuperación económica de Europa valorado en 750.000 millones de euros. A nivel de Europa ya hemos visto un cambio de agenda. Es un paso adelante, pero nos hemos olvidado de que hay una serie de proyectos que han visto reducido su presupuesto. Me refiero a proyectos europeos importantes de investigación científica y climatológica. Son proyectos que se han caído. Los presupuestos que había en la UE para la investigación biotecnológica se han reducido un tercio. No llega el dinero para todo y algunos temas claves se van a quedar parados.

¿También se va a notar en Euskadi?

—En Euskadi también vamos a resentirlo de una manera clara. Hay empresas que están cerrando, el paro sube... Si tenemos que invertir mucho dinero para que haya PCR y mascarillas para todo el mundo, para que la sanidad sea todavía más eficiente, hay cosas que van a caer. Ante esto, el problema a medio plazo es la cantidad de gente que se va a quedar en el paro. Lo prioritario debiera de ser trabajar sobre la economía y el bienestar. En primer lugar, ayudando a la gente que queda en paro. Lo que más me preocupa es el paro de una persona de 45, 50 o 55 años a la que le cierran la empresa. Me preocupa eso más que el paro juvenil, que tiene más recursos para incorporarse al mercado laboral.

¿Y dónde queda la inversión en sanidad?

—Habrá que hacerlo hasta donde se puede aumentar esa inversión. Siempre se podrá hacer más, siempre. Lo digo yo que he pasado por el coronavirus. Creo que la situación es en líneas generales de lo mejor que se puede tener, aunque siempre se puede mejorar.

¿Cambiarán nuestras pautas de consumo?

—Debieran hacerlo. A corto plazo sí cambiarán. Más que consumir menos, se va a consumir más seguro, productos más naturales. Ya se ha operado un cambio hacia un tipo de consumo más cuidado, pero eso lo puede hacer el que tiene recursos económicos.

¿Se fortalecerá el sentimiento de pertenencia a una comunidad? ¿Menos global y más local?

—En un primer momento sí, a condición de que lo local sea más barato que lo global. El quid de la cuestión no es entre lo local o lo global, sino la capacidad adquisitiva de la gente. Me temo que esta crisis va a acentuar un problema endémico del capitalismo occidental: las diferencias económicas. La consecuencia socioeconómica fundamental de la pandemia es que van a aumentar las desigualdades sociales.

Los jóvenes están en el punto de mira . ¿Es justo culparlos de los rebrotes?

—Es evidente que en el ocio nocturno se producen buena parte de las transmisiones. Es un factor de riesgo evidente. Esto se explica en buena medida por el tipo de diversión y ocio que tiene la juventud. Llevo casi cuarenta años estudiando este fenómeno. No creo que haya que eliminar el ocio juvenil nocturno, pero siempre he abogado por un ocio no tan nocturno. En su día propuse que la fiesta empezara antes y terminara antes. Defendí ese plan en muchos foros y conferencias, pero he fracasado estrepitosamente. El principal responsable del alcoholismo juvenil es que se ha creado una forma de ocio en la que parece que, si no se disfruta a partir de la una de la madrugada, ya no es ocio. Los jóvenes no tienen la culpa de esto porque crecen en un caldo de cultivo en el que, si no hay eso, no hay fiesta. Hay discotecas que abren a la una de la mañana. Hemos entendido que el ocio tiene que ser nocturno y ruidoso, y ese es el fondo del problema.

¿Fue necesario el mando único de Pedro Sánchez para gestionar la crisis sanitaria?

—Yo defiendo el principio de subsidiariedad. No acabo de entender lo del mando único, creo más en la cogobernanza.

En medio de la pandemia, ¿hay espacio para el debate del nuevo estatus de autogobierno?

—No creo que el de la bilateralidad sea el tema central. Yo lo apruebo, pero va a ser muy difícil que tenga mucha presencia. Defiendo un Estado federal y la cogobernanza aplicando el principio de subsidiariedad. Euskadi tiene que pensar no solo en sus relaciones con el Estado español, sino en sus relaciones con Europa y el planeta. Ahí pongo el acento, no tanto en la relación con el Estado español. El horizonte planetario primordial para los vascos es Europa. Una Unión Europea en la que los vascos tengamos capacidad de ser escuchados y de proponer lo que tengamos que proponer. A mí la expresión capacidad de decidir me gusta, mucho más que el concepto de soberanía, un término periclitado porque supone estados cerrados en sí mismos, y eso ha quedado superado. Hoy en día todos somos interdependientes.

Pero Europa es más un club de estados que una Unión Europea.

—Es verdad que es una Europa de estados, ese es uno de los déficits de la UE, pero aún así el horizonte es Europa. Es importante que Euskadi mantuviera relaciones privilegiadas con las naciones sin Estado de Europa y se estableciera un lobby de las naciones sin Estado que pudieran actuar a nivel del Parlamento Europeo.

¿Y dónde queda la capacidad de decidir?

—La capacidad de decidir es un concepto válido aunque jurídicamente no está recogido, pero creo que es un concepto importante, siempre y cuando seamos conscientes de que nosotros no podemos decidir sobre todo. Tenemos una capacidad de decidir limitada a lo que podemos decidir nosotros. Lo que importa es que en aquello sobre lo que podemos decidir nos involucremos con fuerza y tengamos algo que ofrecer y algo que negociar con los otros.

En algunas cosas decide Madrid.

—Si comparas la capacidad de decidir que tiene Malta, un Estado independiente con todas las de la ley, con la de Euskadi; o si comparas la capacidad de decidir que tiene Malta con la de Baviera (un länder alemán), ¿con qué te quedas? ¿Quieres ser como Malta o como Baviera? ¿O ser como es Euskadi con una serie de mejoras en nuestras capacidades de decisión? En Euskadi tenemos capacidad de decidir en temas tan importantes como la sanidad y la educación, y recaudamos nuestros impuestos. Siempre estaremos peleándonos con Madrid, esa es nuestra pelea, arrancar competencias al Estado. ¿Quién tiene más competencias sobre ti y sobre mí, más capacidad de decidir sobre tu vida y sobre la mía: las instituciones vascas o el Gobierno de Madrid? Es evidente que yo soy más dependiente de la Diputación de Gipuzkoa, del Ayuntamiento de Donostia y del Gobierno vasco, que del Gobierno de Madrid.

Las encuestas dicen que el apoyo a la independencia está en sus niveles más bajos.

—La independencia no es lo que más preocupa, lo que me importa es la historicidad, que seamos un pueblo con capacidad de organizarse y de tener presencia. En el nuevo estatuto de autonomía, si se hace, no pondría tanto el acento en la bilateralidad sino en la posibilidad de que, como vascos, podamos tener contacto directo con Europa sin necesidad de pasar por el ministro del ramo del Gobierno español.

Hay algunas competencias, como Justicia, que ni están ni se las espera.

—Es verdad que nos falta algo tan importante como la administración de Justicia. Eso no lo van a soltar porque es un feudo español.

La pandemia no ha impedido que el PNV mantenga su hegemonía en las urnas. ¿Cómo lo explica?

—El pueblo vasco es mayoritariamente nacionalista y moderado, de un nacionalismo de centroizquierda y moderado, y es un pueblo serio. Y el PNV es nacionalista, moderado y serio. Y es más serio que todos los demás.

¿Es bueno que el PNV repita en el poder legislatura tras legislatura?

—Yo creo que no, porque de una u otra manera crea clientelismo. La sombra del PNV es muy alargada porque aparece como algo mastodóntico y al final todo pasa por el cedazo del PNV. Cuando hay un partido que lleva tanto años dominando, crea un clientelismo.

¿Y qué culpa tiene el PNV si la gente, mayoritariamente, le vota?

—Es verdad. Si el PNV sigue gobernando, es porque la gente percibe que es el que mejor le va a resolver su vida cotidiana, además de ser el que mejor lo está haciendo para traer bienestar a Euskadi, de modo que mucha gente piensa que aquí se vive mejor que en cualquier otra parte del Estado. Eso es porque es gente seria. Además, Urkullu ofrece una imagen de garantía, seriedad y honestidad. Al PNV apenas le han pillado en corruptelas, aunque las ha habido, y fíjate que las habrán buscado.

EH Bildu lidera la oposición. ¿Llegará a dar el 'sorpasso'?

—El PNV ha conseguido afianzarse porque la gente no se fía de EH Bildu. Hemos visto cuando han gobernado, por ejemplo, en la Diputación de Gipuzkoa o en el Ayuntamiento de Donostia cómo lo han hecho y la gente no les ha vuelto a votar por su capacidad de gestión. De otro lado, la izquierda abertzale todavía no ha reconocido el daño causado por la violencia –tampoco el Gobierno español que no ha pedido perdón por el bombardeo de Gernika, al contrario que el Gobierno alemán, ni tampoco por los GAL–. La izquierda abertzale todavía no ha dicho que lo que hizo ETA estuvo mal. Y eso le lastra ética y electoralmente. Además están empecinados en la idea del soberanismo y eso cala en mucha gente, pero no define su modelo. ¿Cuál es su modelo o referencia de país? Dinamarca, Venezuela... No lo tienen, les falta ese modelo, y por eso la única posibilidad que les queda es la crítica sistemática al Gobierno vasco. En esto han encontrado un aliado llamativo, el sindicato ELA.

¿Cómo se explica que un sindicato nacido en los brazos del PNV se haya convertido en su azote inmisericorde?

—En este momento, ELA es el factor más desestabilizador que tenemos en Euskadi, mucho más que cualquier otro. No ayuda al progreso, se ha convertido en órgano de pura protesta. Es una organización negativista. Un sindicato que se dedica exclusivamente a criticar y se dedica solo a defender a sus afiliados es un organismo destructor.

Vox ha entrado en el Parlamento Vasco. ¿Cómo hay que actuar con este partido: con un cordón sanitario o sin hacerle caso?

—Que hablen, hay que responderles siempre con respeto, que ya se hundirán ellos solos. En lugar de un cordón sanitario, iría a propuestas concretas y argumentando el rechazo a sus propuestas.

¿Abrirá la marcha de Juan Carlos I el debate sobre monarquía o república?

—El tema de la monarquía es otro ejemplo más de una España muy dividida. Las dos Españas siguen en pie. Algunas personas son furibundamente antimonárquicas, en el espectro de la izquierda, del propio PNV, en parte del mundo catalán; y luego hay otra parte que son claramente monárquicos y que dicen que es la bóveda sobre la que todo reposa y sobre la que descansa el pacto constitucional del 78, e incluso entienden que la monarquía es un elemento central y cohesionador de España.

¿Ve mimbres para que se suscite en el Estado un debate sobre la conveniencia o no de la monarquía o va a ser una polémica pasajera?

—Lo que está en el fondo de todo este asunto es un país dividido. Va a depender del papel que juegue la justicia. El presidente Rajoy cayó por una decisión judicial; lo que está pasando en Catalunya en gran medida es consecuencia del poder judicial; y en este caso, el futuro de Juan Carlos también puede depender de lo que hagan los jueces.

¿Cree realmente que los jueces españoles le meterán mano al rey emérito?

—No son los jueces, es el juez que toque. En los tiempos duros de ETA, cuando detenían a alguien, los policías preguntaban qué juez estaba de guardia, porque según quién estuviera esperaban o lo llevaban al juzgado. No se trata solo de la estructura, sino que depende del juez que toque, puede pasar una cosa o la contraria. Si el juez de turno decide llamar a declarar al rey emérito, en ese momento se va a plantear un debate entre monarquía y república. Los jueces son los que quitan y ponen.

 

lunes, 10 de febrero de 2020

Un Humanismo para el siglo XXI. (Muy reducido y redactado para "El Correo")


El largo texto de la entrada anterior con este mismo titular, reducido a las dimensiones de un artículo prensa
UN HUMANISMO PARA EL SIGLO XXI
En un mundo conformado por datos digitales y las nuevas tecnologías, incluida la inteligencia artificial, debemos preguntarnos en qué condiciones podemos ser humanistas


“El Correo” Sábado, 8 febrero 2020, 00:29

Hace unos días, invitado por el Grupo Vasco del Club de Roma, impartí una conferencia en la Sociedad Bilbaína que titulé como este artículo. Se asocia el humanismo con el Renacimiento y la Ilustración en un intento de superación de la denominada era obscura del Medievo pretendiendo una vuelta al humanismo greco-latino. Pero olvidamos que el humanismo griego y el humanismo romano conformaban un humanismo intelectual (del que aún somos deudores), pero que era, al mismo tiempo, un humanismo elitista, pues funcionaba en lo social basado en la esclavitud. Solamente las élites disfrutaban de los bienes, siempre bajo el capricho del poder. La esclavitud, de la que aún quedan secuelas, no se abolió hasta bien avanzado el siglo XVIII.
El humanismo supone colocar al hombre y a la mujer en el objetivo central de la labor humana. Pero esta centralidad puede conducir a una deificación del ser humano. Es, de hecho, una religión del hombre que sustituye al dios caído. Como escribe Edgar Morin, a quien sigo en este punto, «debemos dejar de exaltar la imagen bárbara, mutiladora e imbécil del hombre autárquico sobrenatural, centro del mundo, objetivo de la evolución, maestro de la Naturaleza». Morin propugna el humanismo que responde a la fórmula de Montaigne «reconozco en cada hombre a mi compatriota», el de Bartolomé de las Casas reconociendo a los indígenas como personas, el de las Reducciones de los jesuitas en Paraguay, etc., etc.
A su estela y pensando en el siglo XXI abordé dos de sus humanismos: el secularista que deifica a la sociedad (Roberto Calasso, 'La actualidad innombrable'. Anagrama 2018), en el que no me detendré en este artículo, y el tecnológico, digital, transhumanista etc., al que me referiré junto a la inteligencia artificial.
El humanismo digital es un concepto en construcción. En un mundo ahora conformado por datos digitales (los 'big data'), inmateriales, y las nuevas tecnologías NBIC (nanotecnología, biotecnología, inteligencia artificial y ciencias cognitivas), debemos preguntarnos en qué condiciones podemos ser humanistas cuando algunos afirman que los datos nos invadirán y que ya no es posible resistir la inteligencia artificial ni dar vuelta atrás. Ya habríamos sobrepasado el punto de no retorno. Las nuevas tecnologías nos obligarían a vivir en el tiempo real, en la reactividad y en la inmediatez. Como si la humanidad no pudiera permitirse el lujo de pensar, proponerse aplazar o diferir decisiones, darse un tiempo para pensar con otras personas.
Hoy las tecnologías se presentan como fatales e inexorables y nos pesan hasta el punto de que algunos nos anuncian que la humanidad pronto abandonará la escena, que será ocupada por la tecnología sin límites. O por los ciborgs, donde lo propiamente humano será cada vez menor y menos autónomo. Así en la robótica.
El Parlamento europeo consideraba en febrero de 2017 que «los robots autónomos más sofisticados pudieran ser considerados como personas electrónicas responsables, obligadas a reparar todo perjuicio causado a un tercero». Pensaban los eurodiputados en robots que «adoptan decisiones autónomas o que interactúan de manera independiente con otros», sean personas o cosas. Las cosas son aún más preocupantes en la robótica militar, con los denominados «sistemas de armas letales autónomas» (LAWS es el acrónimo en inglés), diseñados para disparar misiles, en determinadas circunstancias concretas, sin intervención humana alguna; nada que ver con los códigos de los que disponen los presidentes para ordenar lanzamientos de misiles. En el supuesto que presentamos, el robot 'decide' autónomamente lanzar el misil.
De hecho, aun con otros términos, la cuestión ya afloraba hace tiempo. Así, una de las figuras mayores de la cibernética, Warren Sturgis McCulloch, afirmaba en 1943 que «las maquinas hechas por la mano del hombre no son cerebros, pero los cerebros son una variedad, mal comprendida, de la maquinas computadoras». De tal suerte que Paulin Ismard, quien sugiere el Derecho Romano aplicado a los esclavos como modelo legal para los actuales robots, afirma que «el hombre y la maquina serían dos sistemas cibernéticos, en esencia idénticos, de tal suerte que el pensamiento humano es fundamentalmente asimilable al cálculo» y actúan, ambos, cerebro humano o artificial, en razón a su propia ecuación vital.
Abogo por un humanismo basado en la fraternidad universal que, en su aplicación al siglo XXI exigiría no olvidar que esos robots, supuestamente autónomos y con capacidad de adoptar decisiones que se nos escapan, son creaciones nuestras. Dependen, en un sentido en nada figurado, de cómo los hayamos educado, con qué fines, con qué objetivos, con qué límites. Si un misil se dispara de forma que decimos que es autónoma, sin intervención humana, estamos, voluntaria e irresponsablemente, olvidando que somos nosotros, hombres y mujeres, quienes los hemos diseñado para que así actúen. Si después escapan a nuestro control, no podemos olvidar que son tan hijos nuestros como nuestros hijos biológicos (que también escapan a nuestro control), y nosotros, padres o creadores, somos los primeros responsables de sus actos. De ahí la necesidad de un humanismo para el siglo XXI.
JAVIER ELZO Catedrático emérito de Sociología. Universidad de Deusto


viernes, 22 de septiembre de 2017

¿Qué mundo después de Amazon?

¿Qué mundo después de Amazon?

En el mundo actual el “homo economicus” suplanta al “homo politicus”. Tener es más importante que saber. Un saber en 144 caracteres. Por otra parte, la emoción (los emoticones) es más importante en las tomas de decisiones que la reflexión. Son muchos los que piensan que vivimos una americanización de la sociedad occidental, de una Europa declinante, a punto de convertirse en el museo del mundo, en una especie de geriátrico que acabará sumergido por la mano de obra de otros países que necesitará para mantener su opulento bienestar. Recientemente Régis Debray, en su publicación “Civilisation” reflexiona cómo hemos devenido americanos. (Gallimard, París, 2017), aunque es cierto que estos pronósticos se llevan haciendo desde hace décadas. Recuerdo cómo lo repetía el sociólogo Alberto Moncada, viniera o no a cuento, quién llegó a escribir dos libros sobre el tema, “La americanización de los hispanos” (1986) y “España americanizada” (1995), ambos editados en Plaza y Janés. Sin olvidar al ya clásico estudio de Oswald Spengler, “La decadencia de Occidente”, cuyo primer volumen se editó en 1918, hace casi un siglo.

En todo caso es evidente el peso del imperio americano. No solamente por la supremacía armamentística con 700 bases militares en los cinco continentes y con un presupuesto de defensa que se acerca a la suma de los de los demás países del mundo reunidos. Es que, además, en la era digital, EEUU controla el mundo tecnológico con lo que algunos denominan GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple). Así piensa, entre otros muchos, Yann Moulier-Boutang, economista nacido en Francia pero que enseña en Shanghái. Moulier-Boutang, que acuñó el concepto de renta básica universal, declara en una entrevista que “yo veo muchos de mis alumnos sin empleo, pero están todo el día trabajando gratis para las GAFA. Todos trabajamos para las GAFA sin cobrar y algunos hasta pagan por trabajar para ellas.”.

Millones de humanos dedican gran parte de su vida a generar dividendos para las GAFA. Les damos, gratis, lo que necesitan: nuestra vida y milagros, nuestros deseos, nuestras apetencias. Cada minuto que pasamos en pantalla es dinero para las GAFA. Se van apropiando de todos los signos que los humanos generamos en la pantalla: del presupuesto de una empresa al cumpleaños de la abuela. Cuanta más atención les prestamos, más datos les damos y más rentables son. Lo convierten en dinero, acompañándolos de publicidad viralizada, en información mercancía para su provecho o para venderla a otras empresas.

En Silicon Valley se encuentra, en realidad, el centro del poder del mundo que lo manejan, cada vez menos personas. Peter Berger escribe que “no es algo accidental que el Cinturón de la Biblia se solape con el Cinturón del Sol; la región más conservadora a nivel religioso de los Estados Unidos coincide en parte con una de las más dinámicas del punto de vista económico”. ¡Ah, la ya más que centenaria tesis de Max Weber sobre la relación entre la ética del protestantismo y el espíritu del capitalismo, resurge en plena era digital! Y, en ese Cinturón, está Silicon Valley.
De todos los GAFA, es Amazon el que tiene las perspectivas más halagüeñas a medio y, sobre todo, largo plazo. La empresa, que se introdujo en Bolsa en 1997, cuando su actividad se limitaba a la librería, ha subido desde entonces al rango de indiscutible número uno del comercio online, llegando incluso a convencer a sus competidores de que utilicen sus servicios. A esto ha sumado otro importante pilar de crecimiento al convertirse en una de las compañías líderes en nube, del mundo (cloud computing) y siempre busca nuevas actividades para imponer su liderazgo.
Según los expertos sus perspectivas de crecimiento son inmensas, sabiendo que el comercio electrónico sólo pesa 8% del comercio mundial. Todo lo contrario de Apple, Facebook y Google, cuyo negocio principal - los teléfonos inteligentes para el primero, la publicidad de los otros dos - muestran perspectivas de crecimiento limitado. Amazon puede laminar no solamente todo pequeño comercio (prácticamente ya no quedan librerías ni tiendas que vendan música grabada en EEUU) sino también grandes superficies de distribución. Desde enero 2017 se han cerrado, en EEUU, 138 boutiques de JC Penney, 68 en Macy, 54 en Sears. Amazon pretende convertirse en la "tienda de todo", la tienda que vende todo. Harrods planetario y a domicilio.
No quiero derramar lágrimas de cocodrilo, ni ser hipócrita. Yo también compro libros y música en Amazon. A veces porque es más barato, muy a menudo más cómodo, sobre todo cuando quiero hacer un regalo: en un click, sin moverme de casa, al día siguiente puedo poner un libro, a mil kilómetros de distancia. Además, todavía entre nosotros, sin cobrar nada el envío (En EEUU parece que ya hay que pagar si el producto cuesta menos de 35 Dólares). Pero hay más: muchos libros descatalogados me los encuentra Amazon. Un ejemplo: un libro de un profesor mío en Lovaina, que lo tenía perdido, editado el año 1954, lo encontré en Amazon. Pero no solo libros. Amazon acaba de comprar, el 28 de agosto pasado, por 13.700 millones de dólares (calderilla para Amazon), Whole Foods (la cadena de supermercados reputada por sus productos orgánicos). Y lo ponen, muy bien empaquetado, en la puerta de casa. ¿Quién puede seguir ese ritmo?
Algunas empresas lo intentan. Doy dos ejemplos de librerías que es lo mío. La Casa del Libro en Madrid intenta ofertas (no cobrar el IVA un día, no cobrar el gasto de envío otro, etc.) en un intento desesperado de no sucumbir al envite de Amazon. Otras abren los días de fiesta, en las zonas de marcha, donde anda la gente, cuando disfruta del ocio de los findes. Recientemente buscaba mi mujer un libro en euskera editado hace cuarenta años y lo encontró en Iberlibro, una franquicia internacional a la que se han adherido librerías de medio mundo. El libro en cuestión llegó desde Barakaldo, en una librería que lleva el delicioso nombre de “Almacén de los libros olvidados”. Les invito a que lo visiten.
No entiendo porque las autoridades mundiales permiten (aún en lo poco que pueden) semejantes monopolios que arrasan la vida ciudadana. Sin comercio de proximidad no hay vida social. Entre tanto solo se me ocurre que los pequeños comercios pongan el acento en el servicio: buen género, llevar las compras a casa, estar disponibles cuando el cliente lo requiera, unirse entre varios etc., y no sigo pues, con razón, me pueden decir aquello de “zapatero a tus zapatos”. Pero el mundo después de Amazon se me antoja muy triste y peligroso. ¡Donde ha quedado aquello de Schumacher, “small is beautifull”, frente al gigantismo que nos invade, nos destroza, y en el que, por unos céntimos de euro, caemos como tontos, y nos hacemos voluntariamente esclavos de los amos del mundo que saben todo lo que quieren de nosotros! Para su provecho, claro.

Texto publicado en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa el 16 de septiembre de 2017

martes, 21 de febrero de 2017

Cerrar la boca a los obispos (de Daniel Arasa)


El domingo pasado (19/02/17) pudimos leer en “La Vanguardia” el artículo que reproduzco aquí abajo. Defiende dos tesis:

1.    De la Iglesia Católica se valora su acción social pero no se acepta que quiera intervenir, públicamente, con su palabra, en cuestión de ética, moral etc. Los cristianos a la sacristía.
2.    La libertad de expresión le estaría vedada a la iglesia, en algunos aspectos, como los referidos a los comportamientos sexuales. Si lo hace, quienes no estén de acuerdo con sus pronunciamientos tienen derecho a tratar de impedirle, incluso violentamente, que exprese sus opiniones.

Estoy de acuerdo con el fondo de ambas tesis, sobre todo con la selectiva libertad de expresión, aunque, con algunos detalles del texto discreparía. Básicamente (y hay más): no creo que haya una conspiración contra la Iglesia, aunque sí fundamentalistas anti-eclesiales. Más que cristianófobos, como se dice en al artículo, hay eclesiófobos. Pero, es que en los temas que trata, la Iglesia católica no se ha caracterizado precisamente por la misericordia que ha puesto en primera fila el actual papa Francisco.

Cerrar la boca a los obispos
LA Vanguardia 19/02/17

DANIEL ARASA 
La parroquia de Santa Anna de Barcelona ha sido protagonista social y mediática en las últimas semanas. La acogida de personas sin techo en los días álgidos del invierno fue una acción humanitaria de gran valor y un ejemplo para las instituciones de acogida. Una monja y unas voluntarias nos comentaban que no faltan lugares para los sintecho, pero allí encontraron no solo atención a sus necesidades materiales, sino que palpaban que se les quería. Aplicación de las palabras de Cristo de “lo que hagáis a uno de estos pequeños a Mi me lo hacéis”. La transformación del lugar en un “hospital de campaña” las 24 horas del día y los 365 días del año es un salto más. Ha sido una actuación magnífica, que ha gozado de aplausos generalizados, incluso de no creyentes.

Además de la acción asistencial, ya de por sí un testimonio fundamental, la Iglesia tiene también la misión de dar doctrina. “Id por todo el mundo predicando…”. En esto ya no recibe parabienes. En la semana previa al 12 de febrero una fortísima campaña mediática, a través de las redes sociales, en la calle, en las instituciones, fue promovida por sectores LGBTI para impedir en la misma Santa Anna una conferencia de Philippe Ariño, un homosexual católico francés que promueve que las personas homosexuales vivan la castidad. La organizaba la Delegación de Juventud de la Archidiócesis de Barcelona.

El ruido, las presiones, no solo depositaron sobre la mesa del arzobispo cientos de insultos e improperios, sino que llegaron al Parlament y al Govern de la Generalitat, que decidieron abrir un expediente y vigilar el acto. El día de autos fue necesaria protección policial y aun así un grupo de activistas LGBTI irrumpieron en la sesión. Toda una muestra de intolerancia y de vulneración de la libertad de expresión cuando los mismos colectivos a todas horas y en todas partes hacen su propaganda con apoyo de no pocos medios de comunicación y subvenciones oficiales a chorro. El Parlament y el Gobierno de la Generalitat cedieron al sectarismo, vulneraron la libertad de expresión y se inmiscuyeron injustamente en la sociedad civil. Para desvanecer dudas de que el acto no iba contra nadie, los organizadores lo grabaron todo en video y con acta notarial.

Si fuera un hecho aislado quedaría en anécdota. Pero el caso es que sectores militantes LGBTI, del feminismo radical y de algunos grupos políticos han adoptado la estrategia de “montar un pollo” cada vez que un obispo, un sacerdote, una asociación católica u otros hablan de defender el derecho a la vida incluso del no nacido, de la familia natural, de la sexualidad desde la óptica cristiana, del derecho de los padres a exigir para sus hijos educación religiosa. Es toda una estrategia de intimidación sistemática. Decir que un matrimonio está formado por un hombre y una mujer comporta ser crucificado a insultos y quedar como un trapo en las redes sociales. Incluso manifestaciones y denuncias en el juzgado. Algunos obispos ya tienen experiencia. Por supuesto, el calificativo de ho­mófobo aparecerá en miles de tuits, wash-up y hasta en las páginas en papel
de algún periódico. El objetivo es cerrar la boca. Algunos han cedido.

Otros se man­tienen firmes. El arzobispo Juan José Omella hizo bien en no anular aquella conferencia. Hace pocos días, la Universidad de Cádiz vetó ante las presiones una conferencia de Jokin de Irala, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública y autor del libro Comprendiendo la homosexualidad porque este experto no comparte determinados postulados esgrimidos por los activistas.

Lo sucedido en Santa Anna es un laboratorio de lo que ocurre a diario en la sociedad en relación con lo cristiano. Aplausos a la labor de ayuda a los pobres. Nada dirán si en el templo rezan el rosario. Pero que la Iglesia pueda iluminar la sociedad, que actúe como revulsivo de la conciencia más allá de la miseria social, que esté presente en la cultura, que emita criterios morales, que difunda la doctrina de Cristo completa… de todo esto nada. Intentan arrinconar al ámbito privado toda expresión religiosa. Mientras la Iglesia quede reducida a una oenegé que da de comer a pobres sin hablar de Dios, ningún problema. Pero cuando decide que, además, debe ser luz del mundo, la cristianofobia emerge a raudales. Lo grave es que no faltan católicos que no se enteran. Como actúan de manera tan tibia, tan light, “no se mojan”, tales presiones nunca les afectan a ellos.


sábado, 19 de noviembre de 2016

Tras el ‘Brexit’, Colombia y Trump, ¿una nueva clase social?


Tras el ‘Brexit’, Colombia y Trump, ¿una nueva clase social?
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EN los últimos meses hemos visto cómo planteamientos que se suponían mayoritarios han resultado relegados, precisamente, por la mayoría de la población: el referéndum sobre la paz en Colombia, el Brexit, el triunfo de Trump. En los tres casos, las encuestas de opinión, la opinión expresada en los medios de comunicación y lo que la gente pensadora (o al menos con altavoz en los medios de comunicación) vaticinaban y defendían después no ha sido verificado en las urnas. En los tres casos, la mayoría publicada no ha correspondido con la mayoría resultante de las consultas, referendo, o votación correspondiente. En los tres casos, los urbanitas han sido derrotados por la ruralidad, entiéndase la Colombia profunda, la Gran Bretaña profunda, la América profunda. En los tres casos, muchas personas tenidas por no pocos como ciudadanos de segunda clase, soterradamente humillados e internamente ofendidos, se han manifestado, se han rebelado, a través de las urnas, en el silencio del anónimo voto emitido. En muchos casos, personas bien lejos de estar en el lumpen de la pobreza, en muchos casos personas cuyo nivel de vida y estatus socioeconómico no les permitía ser acreedores de las subvenciones del estado de bienestar, personas que no formaban parte de minorías de todo tipo (religión, raza, género, recursos vitales, origen social, emigrantes, etc.) pero sí personas que se percibían decayendo en la escala social, personas que se sentían bajando escalones en esa escala social, sin las ayudas de otros, otros que quizás están en un peldaño más bajo que ellos, pero que, con el rabillo del ojo, los veían, a los protegidos, a los recipiendarios del estado de bienestar, asomarse a su escalón, a su peldaño social, gracias a sus dineros, a sus impuestos.
Si este planteamiento es básicamente correcto (lo que exige mucho trabajo empírico pero tampoco demasiado complicado pues en gran parte bastaría con escudriñar, con detalle y rigor científico, el perfil sociológico -en el sentido amplio del término- de los votantes en Colombia, Gran Bretaña y Estados Unidos, y podríamos continuar con Francia, Alemania, Austria, Suecia y, claro está, también entre nosotros, aunque aquí creo que el registro es algo diferente), si mi intuición es básicamente correcta, repito, querría decir que estamos ante un fenómeno relativamente novedoso. En todo caso, emergente en el estado actual de la civilización occidental y que quizás aún no se haya visualizado, luego analizado, suficientemente. Tendría, entre otras, estas características:
Hablamos de la población autóctona de clase media-media y media-baja, que ha sufrido, en carne propia, los hachazos de la crisis de 2007-2008, de la que unos han salido mejor parados que otros. Unos porque estaban ya más armados, otros porque han sido subsidiados, los terceros porque ya antes de la crisis, viviendo ya en crisis, esta les ha sobrevenido y se han adaptado y surfeado mejor, lo que no quiere decir que la hayan superado, materialmente hablando. Pero la percepción es diferente de la de los que han bajado de escalón.
Avanzaría, también, que estaríamos ante un segmento poblacional que ha dejado en segundo plano la novedad de Internet. En algunos casos, viven la era digital con inquietud, desasosiego, y cabreo pues cada día, por ejemplo, le envían más información (vía tuits, por ejemplo) que referencia enlaces electrónicos que no alcanzan a controlar. Así se enrabietan, se sienten desplazados, arrinconados y se refugian en lo de siempre, en lo de otros tiempos que, para ellos, indubitablemente, eran mejores. Además, la lógica comercial de optimización máxima de beneficios que impera particularmente en ese mundo les hace, bajo el mantra de la innovación, modificar sistemas y modelos de funcionamiento que irritan cada día más a más gente. Ya las maquinitas les pueden, maquinitas que se han convertido en lo que, en otros tiempos, se llamaba Sacamantecas.
No viven en las grandes ciudades, salvo en las zonas de clase media baja. Pues en las zonas bien de esas ciudades vive la gente guapa, la que está en la cresta de la ola. En las grandes ciudades, en todo caso, residen los grandes medios de comunicación, los gurús intelectuales, las Bolsas y, no se olvide, las grandes empresas de sondeos de opinión, que se miran unas a otras para no equivocarse o para equivocarse todas al mismo tiempo.
Tampoco son ellos, ciertamente, los urbanitas que han salido a la calle en las grandes ciudades americanas para protestar y manifestar su desaliento, desazón y disconformidad al día siguiente de la elección de Trump. La prensa internacional habla de miles de personas que han salido a la calle en Nueva York, Filadelfia, Seattle, Chicago, Oakland, Washington y Boston y en la costa oeste de los Estados Unidos. En las fotos hemos visto básicamente a gente joven de clase media con aspecto de estudiantes universitarios. Ahí no están los blancos trabajadores manuales. Tampoco los negros, ni los hispanos, afroasiáticos, inmigrantes etc., a los que la arrogante Hillary obviamente no ha conquistado, es lo menos que cabe decir.
Leen prensa local. Ven televisión local. Se interesan por lo local, lo próximo y lo inmediato. No se hacen grandes elucubraciones sobre el futuro del planeta. Tampoco sobre las grandes confrontaciones electorales. Salvo que les incomoden en su runrún cotidiano, semanal, anual, sin respeto a sus fiestas y acontecimientos de siempre. No se les aplique la categoría de conservadores frente a la de los progresistas. Lo sentirán como una ofensa más. Porque no se sienten anquilosados en el pasado, pero tampoco quieren comulgar con ruedas de molino de los que, en nombre de la progresía, quieren hacer tabla rasa del pasado. Son modernos. No posmodernos. No rechazan al de fuera, a condición de que les respeten en su cosmovisión y se acomoden a ella. Piden que se integren, sin asimilación, en la sociedad a la que, por una u otra razón (algunas con exigencia de apoyo) han emigrado. A la sociedad en la que ellos llevan mucho tiempo. No dirán necesariamente que “primero ellos” (primero los británicos, primero los blancos americanos), pero tampoco detrás de los nuevos, menos aún menos que los nuevos, sintiéndose discriminados por las ayudas a los nuevos. ¿Hay que poner ejemplos? ¿Hay que recordar episodios?
En definitiva, ¿es que estamos viviendo otra fractura social, una de cuyas características, solamente una, sería la dicotomía urbano versus rural, englobando en lo rural todo lo que no es la gran ciudad (o peri-ciudad) de más de medio millón, o de un millón de habitantes? ¿Estamos ante una nueva clase social, autóctona, ni pobre, ni rica, pero en declive en la escala social? ¿Cómo se viviría esto, si mi intuición es correcta, en España y en Euskadi?


(Texto publicado en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa el jueves 17 de noviembre 2016, y en Noticias de Álava el viernes 18)