Mostrando entradas con la etiqueta Libros. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Libros. Mostrar todas las entradas

martes, 1 de octubre de 2019

¿Cómo jubilar a un Dios, si se admite que nos ha creado?


¿Cómo jubilar a un Dios, si se admite que nos ha creado?

En realidad, cómo escribir la historia cuando, tras la Ilustración, la razón deviene, o se propone devenir, autónoma, pero sin renunciar al Dios creador. Es lo nos ofrece Didier Le Fur en su libro "Et ils mirent Dieu à la retraite. Une brève histoire de l'histoire". Passés/Composés, París 2019, 233 p.

Un libro, muy franco-francés en su contenido, pero europeo en la intención y planteamientos del autor. Un regalo para el intelecto. Lo he leído coincidiendo con una intervención, felizmente superada, de una hernia enrevesada, y aprovechando las largas noches de hospital, sin nada ni nadie que me distrajera.

El libro describe, con detalle, los esfuerzos de los historiadores, cuando en el Renacimiento decidieron autonomizarse de Dios a la hora de hacer historia, las diferentes formas y maneras de hacer historia y/o filosofía de la historia. Muchos, hasta bien entrado el siglo XIX, a lo sumo aceptaban al Dios creador, pero que después dejó al hombre (hoy diríamos hombre y mujer) decidir a su guisa. El título del libro, que puede traducirse "Y jubilaron a Dios" expresa bien el pensamiento dominante desde comienzos del siglo XVII. Se aceptaba al Dios creador, incluso Voltaire, pero no al Dios providencia con la excepción de algunos cristianos como Bossuet.

La concepción de la historia de Descartes, Spinoza, Vico, Bossuet, Bayle, el ya mentado Voltaire (ya he encargado su increíble "Filosofía de la historia", cuyo antisemitismo hace bueno al propio Wagner, ver pp. 90 y ss.), F. Bacon, Condorcet, Guizot, Malebranche, Michelet, Lessing, Hobbes, Herder, Febvre etc., etc., es analizada en este más que remarcable libro.

Pero no esperen encontrar en él una discusión sobre la utilidad o futilidad de Dios a la hora entender, no solamente la historia, sino también la acción humana. No es, en absoluto la pretensión del autor. Se limita como buen historiador de nuestros días, a dar cuenta, cómo, en los siglos posteriores al Renacimiento, se las ingeniaron en su labor de hacer historia, en un mundo en el que ya habían jubilado a Dios, en una sociedad, en la que cual adolescente que busca ser adulto emancipado de su padre, de cuya existencia, como origen de su vida, toma nota, sin más. Como con Dios que ya no interfiere en el devenir de los hombres (y mujeres añado, en nuestro tiempo). Es fascinante constatar todas las argucias – término de Le Fur- para hacer historia en pro del progreso de la humanidad, y “tranquilizar colectivamente sobre el por qué de la existencia humana y contribuir a tranquilizar el miedo de la muerte, en una vida sin Dios”, párrafo con el que Le Fur concluye su libro.

Quiero añadir un par de cosas más, al margen de lo esencial del libro.

Para quienes piensen que cualquier tiempo pasado fue mejor, traigo está citación del historiador Jean-Baptiste Bouchez quien, en 1833, luego en plena restauración tras la Revolución y el Imperio Bonaparte, escribió que "en este siglo, tan satisfecho de sí mismo, lleno de grandes promesas de futuro, el hambre conformaba la única ley soberana de conducta de ley moral, racional e industrial para la inmensa mayoría de los seres humanos" (p. 172). Y poco más adelante escribirá que "en este mundo de hombres, las mujeres no contaban para casi nada. Estaban las mujeres con dote y sin dote". Estas últimas "debían trabajar como los hombres" (...) " con un salario que era la mitad, si no un tercio, del de los hombres".

Quiero citar a Renan de quien solamente conocía su celebrada crítica de los orígenes del cristianismo como la presentaba el pensamiento católico. Pero Le Fur se entretiene mucho más en otro libro de Renan, para mi desconocido, “Dialogue Philosophique” publicado después del final de la guerra franco prusiana de 1870, en el que propugna un gobierno de tiranos con la inestimable ayuda de los intelectuales. Un gobierno de terror absoluto que hace pensar, inevitablemente, en el terror nazi o en el estaliniano. (Véanse las paginas 192-194). Cientista convencido, en una de sus cartas a Gobineau (el autor de “La desigualdad de las razas humanas”, muy utilizado por los nazis) escribe que “la raza blanca debía conseguir eliminar a los Semitas, pueblo declarado inútil”, escribe Le Fur.

Libro altamente recomendable. Me ha impactado la actualidad de Condorcet y de Lessing. La distancia en el tiempo, permite leerlo sin "a priori", lo que resulta muy instructivo para nuestro tiempo. Con esta filosofía de la historia me he quedado al cerrar la última página de un libro a leer con un lápiz para subrayados y anotaciones.

1 de octubre de 2019
Javier Elzo

domingo, 16 de julio de 2017

Regreso a Berlin 2. Del eterno retorno de los fascismos

“Regreso a Berlín 2”.  DEl eterno retorno de los fascismos
Los sábados suelo leer los suplementos literarios de ABC, El País y La Vanguardia. Los jueves el de “Le Monde”. También los de algunas revistas especializadas. Llegado ya a una edad avanzada, con ya poco tiempo por delante, y con fuerte apetito de lectura, la selección se impone. De ahí mi creciente interés por los suplementos literarios. Con los años acabas conociendo a los críticos y te fías más de unos que de otros. Aunque te puedes llevar chascos. Personalmente, desde hace años, particularmente en las novelas, si a la página 30 no estoy enganchado, irremisiblemente dejo el libro. Aunque también me suele suceder que lo deje a la mitad, arrastrado por una buena entrada y por la ilusión de que se trate de una flojera narrativa pasajera. Aunque también lo puedo dejar por alguna otra razón que indicaré más adelante. Todo esto para decirles que el libro que va a ocupar este artículo de hoy lo compré tras leer una crítica elogiosísima de Guelbenzu (El País 17/04/17) que corroboré, como hago habitualmente, con la lectura de otras recensiones en Internet.

El libro lleva por título “Regreso a Berlin”, su autora es Verna B. Carleton, está editado por Periférica & Errata Naturae, 2017. 408 páginas. 21,50 euros. El original se editó, el año 1959 y ahora vuelve a ser reeditado y traducido. La autora, periodista, hija de un alemán casado con una inglesa, animó y acompañó, el año 1957, a una amiga exiliada del nazismo a realizar un viaje a Alemania a reencontrar su familia y sus amistades en su país pos-Hitler. Para ambas era volver a sus orígenes. La novela, con nombres y personajes ficticios, viene a narrar esa experiencia. Pero me lleva a traerla aquí, no solamente porque es una excelente novela (no de las de leer en la playa), sino por porque aborda cuestiones que, a la postre, solamente la buena literatura puede tratar con la hondura y penetración que ningún ensayo, por muy documentado que esté, puede lograr. Pero, atención, no estamos ante una novela de las de leer en la playa o en el autobús. Si son capaces de llegar al final, sepan que, en algunos momentos, tendrán que agarrarse al sillón y, de vez en cuando, levantar la vista del libro, darse una vuelta por su casa y tomarse un trago. Y pensar. Lo que es un lujo que, a la postre, agradecerán.

La trama. Eric, que vive en EEUU, es un alemán, de familia judía muy acomodada y de alto nivel cultural, que tuvo que escapar del nazismo. Se casa con una británica y acompañada por una periodista (como en la realidad) viaja a la Alemania que dejó. Eric se siente antinazi compulso hasta el punto de no querer expresarse en alemán y hacerlo siempre en inglés. Descubre Eric la Alemania derruida, que tan bien describe Rossellini en “Alemania año cero”. En el primer y extraordinario encuentro familiar, se topa con una tía suya, Rosie, casada con un alto miembro nazi, que nada hizo, según cree Eric, por salvar a su padre, que, efectivamente murió en una cárcel nazi. Tiene razón Guelbenzu cuando escribe en su recensión que “en las siguientes 20 páginas llega una escena portentosa, soberbia, un increíble cambio dramático”, y que “hará de la tía Rosie el personaje más memorable de la novela”. Son cinco páginas que no entran en este artículo. http://javierelzo.blogspot.com.es/2017/07/el-intento-de-suicidio-de-rosie-en-la.html. Como personas individuales creo que tiene razón Guelbenzu, pero, a mi juicio, el personaje más memorable de la novela es la gente de Berlín, la vida en Berlín. El personaje central de la novela es Berlín, Berlín doce años después de la caída del Reich donde han de convivir los alemanes, separados por los sectores oriental y occidental, antes de la construcción del muro, donde han de convivir todos los alemanes, estuvieran donde dónde estuviesen en el periodo nazi. Pero, la fractura central, la que perdura doce años después de la caída de Hitler, no será tanto qué hicieron durante el nazismo, sino donde están en ese momento, en 1957, en el lado oriental o en el occidental. Las descripciones de los pasos, más o menos vivibles de una zona a la otra, en Postdamer Platz y en el Zoo, son extraordinarias.

No es una novela de buenos y malos, aunque no se oculte en absoluto la maldad del régimen nazi. Tampoco, en primera lectura, con quienes se alinearon durante el nazismo unos y otros. Así la agudeza y sensibilidad de la autora es tal que descubrimos, en los “buenos” como Eric, que hubo de huir del nazismo, cobardías que supusieron que otros cayeran en manos de la Gestapo; y en otros, en los “malos” como un alto miembro del nazismo, el marido de Rosie, por ejemplo, reconocer su tremendo error y antes de suicidarse ayudar a los judíos que pudo en su propia casa. Es la complejidad humana en el seno de una población, llevada a una situación límite por unos pocos demagogos. También descubrimos la vergüenza sin fin de quien delató a una vecina al nazismo, por judía, y que, como nos dice Jonathan Littel en “Las Benévolas” (la mejor novela que he leído en lo que llevamos de siglo, todavía más dura que la que ahora aquí comento, éxito editorial en Francia y que en España pasó sin pena ni gloria) la perseguirá hasta el final de sus días.

Quiero detenerme en dos cuestiones que aparecen en un momento extraordinario de la novela. Cuando entierran al marido de Rosie, alto dignatario nazi que se suicidó, Rosie decide suicidarse, a su vez. Al final no lo hace, pero el relato de lo sucedido es memorable. Tanto que lo he subido a mi blog. Son cinco páginas que no entran en este artículo. Pero de ellas he retenido dos temas que traslado brevemente: el fracaso de los cristianos en el nazismo, y la situación de los alemanes nazis el año 1957.

Fracaso y vergüenza de los cristianos. “Sí Alemania se hubiera guiado por sus principios cristianos habría sido imposible encontrar gente para dirigir los campos de concentración, para ejecutar asesinatos en masa, para destruir la mayor parte de Europa…. y a sí mismos”. (….) “Nosotros, los cristianos, somos responsables de lo que ocurrió, porque el régimen nazi constituyó el mayor fracaso de la historia de la cristiandad – exclamó Sosie, alzando una voz furiosa -. Si los líderes de la Iglesia se hubieran alzado heroicamente a la primera amenaza, si la Iglesia Católica en la que nació Hitler lo hubiera excomulgado y desafiado a su régimen desde el primer día, entonces los alemanes podrían haber salvado sus almas. Hoy es demasiado tarde. Todo alemán adulto debe asumir su culpa.  Solo los muy jóvenes pueden levantar la cabeza sin vergüenza”.

¿Dónde estaban los nazis el año 1957? “¿Quería Eric la verdad? Entonces debía escuchar lo peor. Habían hecho faltan millares (cientos de millares, según algunos), para formar los SS y las SA, para dirigir los campos de concentración y todas las fuerzas de represión en los países ocupados. Y eso, si hablábamos solo de nazis fanáticos, no de la gente inocente que se vio arrastrada”. (…)

“¿Dónde se imagina el mundo entero que se han ido esos fanáticos?  -  inquirió Rosie -.  No se han esfumado. Se hallan en toda Alemania, en ambas zonas, trabajando pacíficamente sin la menor sensación de culpa por lo que hicieron en el pasado. Te dirán que sólo obedecían órdenes de sus superiores. Es gente sin rastro de conciencia ni de alma, gente que puede encender el gas que asesina a millones de personas y después decir: “Estás manos no son mías. Soy una herramienta. Un cero”, y un cero no puede sentir culpa, ¿no es así?” (…)

Es claro - exclamó Käthe -. La gente de fuera que siempre anda diciendo que el fascismo ha muerto en Alemania está loca de atar. Nosotros, los que vivimos aquí, nos vemos rodeados constantemente por terribles recordatorios de que el pasado no es el pasado. Sigue siendo el presente. (…) Nadie sería lo bastante imbécil como para revivir a los nazis en cuanto partido o fuerza política. Sin embargo, hay millones de personas en Alemania hoy en día que no pueden decirlo abiertamente, aunque en lo más profundo de su corazón recuerdan la época nazi como el periodo más fantástico. Solo sienten haber perdido la guerra, no haberla empezado”. Por favor, retengan esta última frase: muchos alemanes “recuerdan la época nazi como el periodo más fantástico. Solo sienten haber perdido la guerra, no haberla empezado”.


Recuerden, el libro se escribió en 1957. Hace sesenta años. En la actualidad, el nazismo sigue en pie. Y no solamente el nazismo hitleriano. Es el eterno retorno de los fascismos (Rob Riemen). De los totalitarismos. De las dictaduras. De izquierdas y de derechas. También entre nosotros

sábado, 15 de julio de 2017

“Regreso a Berlín”. Mucho más que una gran novela

“Regreso a Berlín”. Mucho más que una gran novela
Los sábados suelo leer los suplementos literarios de ABC, El País y La Vanguardia. Los jueves el de “Le Monde”. También los de algunas revistas especializadas. Llegado ya a una edad avanzada, con ya poco tiempo por delante, y con fuerte apetito de lectura, la selección se impone. De ahí mi creciente interés por los suplementos literarios. Con los años acabas conociendo a los críticos y te fías más de unos que de otros. Aunque te puedes llevar chascos. Personalmente, desde hace años, particularmente en las novelas, si a la página 30 no estoy enganchado, irremisiblemente dejo el libro. Aunque también me suele suceder que lo deje a la mitad, arrastrado por una buena entrada y por la ilusión de que se trate de una flojera narrativa pasajera. Aunque también lo puedo dejar por alguna otra razón que indicaré más adelante. Todo esto para decirles que el libro que va a ocupar este artículo de hoy lo compré tras leer una crítica elogiosísima de Guelbenzu (El País 17/04/17) que corroboré, como hago habitualmente, con la lectura de otras recensiones en Internet.

El libro lleva por título “Regreso a Berlin”, su autora es Verna B. Carleton, está editado por Periférica & Errata Naturae, 2017. 408 páginas. 21,50 euros. El original se editó, el año 1959 y ahora vuelve a ser reeditado y traducido. La autora, periodista, hija de un alemán casado con una inglesa, animó y acompañó, el año 1957, a una amiga exiliada del nazismo a realizar un viaje a Alemania a reencontrar su familia y sus amistades en su país pos-Hitler. Para ambas era volver a sus orígenes. La novela, con nombres y personajes ficticios, viene a narrar esa experiencia. Pero me lleva a traerla aquí, no solamente porque es una excelente novela (no de las de leer en la playa), sino por porque aborda cuestiones que, a la postre, solamente la buena literatura puede tratar con la hondura y penetración que ningún ensayo, por muy documentado que esté, puede lograr. Pero, atención, no estamos ante una novela de las de leer en la playa o en el autobús. Si son capaces de llegar al final, sepan que, en algunos momentos, tendrán que agarrarse al sillón y, de vez en cuando, levantar la vista del libro, darse una vuelta por su casa y tomarse un trago. Y pensar. Lo que es un lujo que, a la postre, agradecerán.

La trama. Eric, que vive en EEUU, es un alemán, de familia judía muy acomodada y de alto nivel cultural, que tuvo que escapar del nazismo. Se casa con una británica y acompañada por una periodista (como en la realidad) viaja a la Alemania que dejó. Eric se siente antinazi compulso hasta el punto de no querer expresarse en alemán y hacerlo siempre en inglés. Descubre Eric la Alemania derruida, que tan bien describe Rossellini en “Alemania año cero”. En el primer y extraordinario encuentro familiar, se topa con una tía suya, Rosie, casada con un alto miembro nazi, que nada hizo, según cree Eric, por salvar a su padre, que, efectivamente murió en una cárcel nazi. Tiene razón Guelbenzu cuando escribe en su recensión que “en las siguientes 20 páginas llega una escena portentosa, soberbia, un increíble cambio dramático”, y que “hará de la tía Rosie el personaje más memorable de la novela”. Son cinco páginas que no entran en este artículo. http://javierelzo.blogspot.com.es/2017/07/el-intento-de-suicidio-de-rosie-en-la.html. Como personas individuales creo que tiene razón Guelbenzu, pero, a mi juicio, el personaje más memorable de la novela es la gente de Berlín, la vida en Berlín. El personaje central de la novela es Berlín, Berlín doce años después de la caída del Reich donde han de convivir los alemanes, separados por los sectores oriental y occidental, antes de la construcción del muro, donde han de convivir todos los alemanes, estuvieran donde dónde estuviesen en el periodo nazi. Pero, la fractura central, la que perdura doce años después de la caída de Hitler, no será tanto qué hicieron durante el nazismo, sino donde están en ese momento, en 1957, en el lado oriental o en el occidental. Las descripciones de los pasos, más o menos vivibles de una zona a la otra, en Postdamer Platz y en el Zoo, son extraordinarias.

No es una novela de buenos y malos, aunque no se oculte en absoluto la maldad del régimen nazi. Tampoco, en primera lectura, con quienes se alinearon durante el nazismo unos y otros. Así la agudeza y sensibilidad de la autora es tal que descubrimos, en los “buenos” como Eric, que hubo de huir del nazismo, cobardías que supusieron que otros cayeran en manos de la Gestapo; y en otros, en los “malos” como un alto miembro del nazismo, el marido de Rosie, por ejemplo, reconocer su tremendo error y antes de suicidarse ayudar a los judíos que pudo en su propia casa. Es la complejidad humana en el seno de una población, llevada a una situación límite por unos pocos demagogos. También descubrimos la vergüenza sin fin de quien delató a una vecina al nazismo, por judía, y que, como nos dice Jonathan Littel en “Las Benévolas” (la mejor novela que he leído en lo que llevamos de siglo, todavía más dura que la que ahora aquí comento, éxito editorial en Francia y que en España pasó sin pena ni gloria) la perseguirá hasta el final de sus días.

Quiero detenerme en dos cuestiones que aparecen en un momento extraordinario de la novela. Cuando entierran al marido de Rosie, alto dignatario nazi que se suicidó, Rosie decide suicidarse, a su vez. Al final no lo hace, pero el relato de lo sucedido es memorable. Tanto que lo he subido a mi blog. Son cinco páginas que no entran en este artículo. Pero de ellas he retenido dos temas que traslado brevemente: el fracaso de los cristianos en el nazismo, y la situación de los alemanes nazis el año 1957.

Fracaso y vergüenza de los cristianos. “Sí Alemania se hubiera guiado por sus principios cristianos habría sido imposible encontrar gente para dirigir los campos de concentración, para ejecutar asesinatos en masa, para destruir la mayor parte de Europa…. y a sí mismos”. (….) “Nosotros, los cristianos, somos responsables de lo que ocurrió, porque el régimen nazi constituyó el mayor fracaso de la historia de la cristiandad – exclamó Sosie, alzando una voz furiosa -. Si los líderes de la Iglesia se hubieran alzado heroicamente a la primera amenaza, si la Iglesia Católica en la que nació Hitler lo hubiera excomulgado y desafiado a su régimen desde el primer día, entonces los alemanes podrían haber salvado sus almas. Hoy es demasiado tarde. Todo alemán adulto debe asumir su culpa.  Solo los muy jóvenes pueden levantar la cabeza sin vergüenza”.

¿Dónde estaban los nazis el año 1957? “¿Quería Eric la verdad? Entonces debía escuchar lo peor. Habían hecho faltan millares (cientos de millares, según algunos), para formar los SS y las SA, para dirigir los campos de concentración y todas las fuerzas de represión en los países ocupados. Y eso, si hablábamos solo de nazis fanáticos, no de la gente inocente que se vio arrastrada”. (…)

“¿Dónde se imagina el mundo entero que se han ido esos fanáticos?  -  inquirió Rosie -.  No se han esfumado. Se hallan en toda Alemania, en ambas zonas, trabajando pacíficamente sin la menor sensación de culpa por lo que hicieron en el pasado. Te dirán que sólo obedecían órdenes de sus superiores. Es gente sin rastro de conciencia ni de alma, gente que puede encender el gas que asesina a millones de personas y después decir: “Estás manos no son mías. Soy una herramienta. Un cero”, y un cero no puede sentir culpa, ¿no es así?” (…)

Es claro - exclamó Käthe -. La gente de fuera que siempre anda diciendo que el fascismo ha muerto en Alemania está loca de atar. Nosotros, los que vivimos aquí, nos vemos rodeados constantemente por terribles recordatorios de que el pasado no es el pasado. Sigue siendo el presente. (…) Nadie sería lo bastante imbécil como para revivir a los nazis en cuanto partido o fuerza política. Sin embargo, hay millones de personas en Alemania hoy en día que no pueden decirlo abiertamente, aunque en lo más profundo de su corazón recuerdan la época nazi como el periodo más fantástico. Solo sienten haber perdido la guerra, no haberla empezado”. Por favor, retengan esta última frase: muchos alemanes “recuerdan la época nazi como el periodo más fantástico. Solo sienten haber perdido la guerra, no haberla empezado”.


Recuerden, el libro se escribió en 1957. Hace sesenta años. En la actualidad, el nazismo sigue en pie. Y no solamente el nazismo hitleriano. Es el eterno retorno de los fascismos. De los totalitarismos. De las dictaduras. De izquierdas y de derechas. También entre nosotros

miércoles, 12 de julio de 2017

El intento de suicidio de Rosie, en la Alemania nazi

El intento de suicidio de Rosie, en la Alemania nazi

Rosie, es uno de los personajes clave de una extraordinaria novela, “Regreso a Berlín” escrita por Verna B. Carleton, sobre la que he escrito un artículo que me publican en algunos medios del Grupo Noticias el sábado 14 de julio de 2017, donde referencio esta entrada en mi blog

Rosie es la tía de Eric, el alemán que huyo del nazismo y vuelve a Alemania en 1957 a encontrarse con su pasado. Rosie estaba casada con Friedrich, un alto miembro del nazismo, aunque cuando se dio cuenta de lo que era, se suicidó. Tras sepultarlo, Rosie narra para los suyos, Eric, y la medio hermana de este, Käthe, así como a la mujer de Eric y a otra persona que le acompaña en el viaje (y que hace el papel de narradora), lo que hizo después de enterrar a su marido. Comienza diciendo, pensando en su marido, que “no hay mayor tragedia en la vida que resultar sospechoso en todos los bandos”. Y continua así la narración en las páginas 239- 246 del libro que reproduzco con unos pocos cortes.

“ Así pues, los dejó a todos allí en el cementerio tras rechazar los ofrecimientos de llevarla la casa; comenzó a caminar sola, su último paseo, en dirección a la casa de Charlottenburg donde había nacido. Aquella maravilla de mansión, quería mirarla por última vez, llevarse consigo a la eternidad algún recuerdo de una felicidad efímera, de la niñez ya oscurecida por el dolor adulto, de su hermana y de su hermano, ambos muertos; todo se había esfumado, su madre a quien adoraba, el padre odiado…

(….)

“Lo haré en algún parque desierto, por la noche, y cuando me encuentren por la mañana dirán que la viuda se ha matado de pena” se dijo al final, cuando desapareció el crepúsculo y la obscuridad se abatió sobre la ciudad. Llevaba en el bolso la misma pistola que Friedrich había usado para dispararse; se la habían dado aún con las huellas dactilares, por miedo a que albergase dudas. ¡Dudas! Como si no hubiera sabido lo cerca que se hallaba Friedrich del suicidio en las últimas semanas, ella, que había contemplado aterrorizada como el hombre al que una vez había amado se desintegraba ante sus ojos hasta convertirse en una criatura llorosa y asustada; usó su último reducto de dignidad para liberarse de las garras de unos hombres que, según acabó por comprender, resultaban ser unos criminales y no los salvadores de la patria.


Era de noche, hacía mucho frio, repitió, y ella iba en busca de algún parquecillo; pronto se extravió, las calles se le antojaban extrañas, parecían llevar a algún lugar sin fin. De repente, cuando la fatiga la aplastaba, vio una pequeña iglesia, con la puerta abierta. Entró para descansar un momento, ella, que no se había acercado a una iglesia desde el día de su boda. Sentada en uno de los bancos traseros, con una lucecita encendida sobre el altar, mientras lo único que se oía en medio de la oscuridad era su respiración, advirtió, con completa aceptación, que aquélla era la iglesia luterana de ladrillo rojo en la que la habían bautizado de pequeña, la Iglesia que distaba sólo una manzana de su casa de Charlottenburg; llevaba quizá horas caminando en círculos alrededor de la casa y algo la había llevado a aquel lugar. Estaba demasiado desfallecida para moverse. Se limitó a sentarse allí y perder toda noción del tiempo, de la ciudad exterior, de por qué había acudido allí en plena noche.

Y mientras estaba allí sentada ocurrió – dijo Rosie con voz queda -. La vida había acabado para mí. Estaba muerta. Y al momento siguiente levante la vista y, de repente, con un gran destello dorado y deslumbrante, la vida me inundó de nuevo, y con ella, la certeza de que no estaba sola, de que algo más fuerte que yo, más fuerte que la humanidad mortal, había extendido la mano para levantarme.

Sintió como toda la fe que sentía de pequeña volvía a ella, pero tan renovada y profunda que era como si se estuviese convirtiendo en otra persona, en una extraña dentro de su propia piel. En aquel momento de iluminación, de completa claridad, vio que Alemania había perdido la guerra, y supo que la esperaban el terror y el hambre, pero también que tenía que seguir viviendo, que Dios quería su vida por alguna razón y que si se confiaba en él por completo sería capaz de seguir, de hacer el bien y de salvarse a sí misma y los demás. Cuando, mucho más tarde, Rosie volvió por fin a casa, temió que aquel destello interior desapareciera, que al llegar la mañana todo fuera de nuevo gris y absurdo.

Pero nunca se fue-  dijo en voz queda. Me ha protegido todo el tiempo.  Trajo de regresa a Käthe (la medio hermana de Eric que había huido a Paris). Y no es un accidente que tú, Eric, a pesar de haber afirmado que no volverías, hayas vuelto. Yo sabía que lo harías.
Ojalá Alemania - dijo Eric tras un momento - contase con más cristianos como tú.  Entonces quizá las iglesias podrían haber detenido a Hitler desde el principio.  Pero lo cierto es…

Que fracasaron total y absolutamente, -  hijo mío -. Lo sé. Cuando viene el pastor Schaffman a tomar café conmigo, a veces nos sentamos aquí y no hablamos de otra cosa. Desde la guerra, la gente vuelve a agolparse en las iglesias y vota a los democristianos, para apaciguar el dolor de su corazón. Pero no profesan la religión más allá de los labios. Saben que fracasaron en la mayor crisis de Alemania.

Sí, prosiguió con la voz tensa por el desdén, si los alemanes poseyesen de verás algo de juicio moral sano, algo de gentileza o compasión, ¿habrían seguido a un líder que solo predicaba odio?. Sí Alemania se hubiera guiado por sus principios cristianos habría sido imposible encontrar gente para dirigir los campos de concentración, para ejecutar asesinatos en masa, para destruir la mayor parte de Europa…. y a sí mismos.

Nosotros... Nosotros, los cristianos, somos responsables de lo que ocurrió, porque el régimen nazi constituyó el mayor fracaso de la historia de la cristiandad – exclamó Sosie, alzando una voz furiosa -. Si los líderes de la Iglesia se hubieran alzado heroicamente a la primera amenaza, si la Iglesia Católica en la que nació Hitler lo hubiera excomulgado y desafiado a su régimen desde el primer día, entonces los alemanes podrían haber salvado sus almas. Hoy es demasiado tarde. Todo alemán adulto debe asumir su culpa.  Solo los muy jóvenes pueden levantar la cabeza sin vergüenza.

¿Existía ese sentido profundo de culpa en los alemanes? se preguntó Eric a continuación. Era muy difícil de distinguir.

Mi querido muchacho, le replica Sosie, la gente que se siente culpable es como nosotros: almas decentes y honestas que lloran porque no pudieron impedir lo ocurrido, no porque ellos lo causaran.

¿Y de que servían la culpa y las lágrimas, preguntó, cuando la verdad era aún más terrible? ¿Quería Eric la verdad? Entonces debía escuchar lo peor. Habían hecho faltan millares (cientos de millares, según algunos), para formar los SS y las SA, para dirigir los campos de concentración y todas las fuerzas de represión en los países ocupados. Y eso, si hablábamos solo de nazis fanáticos, no de la gente inocente que se vio arrastrada.

¿Dónde se imagina el mundo entero que se han ido esos fanáticos?  -  inquirió -.  No se han esfumado. Se hallan en toda Alemania, en ambas zonas, trabajando pacíficamente sin la menor sensación de culpa por lo que hicieron en el pasado. Te dirán que sólo obedecían órdenes de sus superiores. Es gente sin rastro de conciencia ni de alma, gente que puede encender el gas que asesina a millones de personas y después decir: “Estás manos no son mías. Soy una herramienta. Un cero”, y un cero no puede sentir culpa, ¿no es así?

Eric sacudió la cabeza, cansado. Pero todos tenemos la culpa: los que hicieron esas cosas y el resto del mundo, que permitió que se perpetrasen crímenes así. Y míranos ahora. Todo el mundo habla de los “exnazis” como si le diese miedo ofenderlos.

Es claro - exclamó Käthe -. Porque ya no poseen un partido. No lo necesitan. Les conviene más seguir siendo nazis convencidos y trabajar en otros partidos como hacían al principio. La gente de fuera que siempre anda diciendo que el fascismo ha muerto en Alemania está loca de atar. Nosotros, los que vivimos aquí, nos vemos rodeados constantemente por terribles recordatorios de que el pasado no es el pasado. Sigue siendo el presente.

Lo sé, puedo sentirlo res, respondió Eric. (…..) No hace falta que me convenzáis - dijo con voz llena de cansancio y frialdad -. Yo soy el que va diciéndole a la gente que Alemania sigue saturada de nazis.

El nombre está muerto y enterrado, lo que viene a ser la etiqueta. Nadie sería lo bastante imbécil como para revivir a los nazis en cuanto partido o fuerza política. Sin embargo, hay millones de personas en Alemania hoy en día que no pueden decirlo abiertamente, aunque en lo más profundo de su corazón recuerdan la época nazi como el periodo más fantástico. Solo sienten haber perdido la guerra, no haberla empezado.

Käthe se detuvo para contemplar el rostro de Eric, el trémulo juego de llamas y sombras sobre la carne pálida.

Como ves-  concluyó por él -  las cosas son peores de lo que te imaginabas

No, - respondió-. Si servía de consuelo, y en aquella época uno tenía que encontrar consuelo en los hechos más variopintos, él había sabido a qué atenerse en su viaje a Berlín.  Lo único que le dolía, confesó Eric, es que no veía salida ni solución, ni esperanza alguna para una humanidad que repetía los mismos errores, los mismos deslices, generación tras generación.

¿De qué nos sirvió arriesgar la vida cuando éramos jóvenes? – exclamó-. ¿Qué conseguimos? ¿Qué bien le reporto a mi padre morir de modo tan heroico en la cárcel?

Querido muchacho, eres demasiado viejo para preguntas tan fútiles. - la voz de la tía Rosie atravesó la penumbra, estentórea y reconfortante-. En esta vida hacemos lo que debemos hacer, según nos dicta nuestra conciencia individual. Tu padre escogió su muerte y al hacerlo creció espiritualmente. ¿Qué más se puede pedir?”


(Y a partir de aquí, en la novela, Eric lee en voz alta, fragmentos de lo que su padre pudo escribir y, corrompiendo a sus guardianes, sacar de la cárcel, antes de que muriera en su celda).

lunes, 4 de julio de 2016

El Demiurgo y el Jardinero: producir desde zero o mejorar lo dado


 

El Demiurgo y el Jardinero

Al límite, hay dos formas básicas de estar y actuar en la vida. También en la vida política. Son las que responden a la figura del Demiurgo y a la del Jardinero, atendiendo a la filósofa Chantal Delsol en su último libro, “La haine du monde (El odio del mundo). Totalitarismes et postmodernité” (Cerf, Paris, 2016, 238 paginas). Este texto es deudor de ese libro.

El Demiurgo representa el mundo prometeico, el mundo producido sin anclajes en el ayer, ayer que es visto negativamente, como el mundo viejo, arcaico, desfasado y nefasto, que debe ser transformado radicalmente (desde la raíz que será extirpada), para dar lugar a la sociedad sin clases, a la sociedad sin pobres, sin opresores ni oprimidos. En el siglo XX, y limitándome al mundo occidental, hubo dos grandes intentos, dos grandes proyectos demiúrgicos: la revolución comunista en Rusia y la experiencia del nazismo en Alemania. Ambas tienen su antecedente intelectual en la (mala lectura de la) revolución de las Luces, y su antecedente sociopolítico en la Revolución Francesa de 1791, particularmente el año 1793 con la implantación del terror y la ejecución de millares de personas. Estos proyectos se realizaron en medio de la sangre, con violencia estructural ejercida desde el poder eliminando a los reales o supuestos disidentes, en pro del hombre nuevo, de la nueva sociedad, haciendo tabla rasa de la existente. Tanto la Revolución Francesa, como la comunista y la nazi provocaron, directa y voluntariamente, auténticos baños de sangre.

En el siglo XXI los demiurgos han dejado atrás el terror físico, la violencia sangrienta pero no han renunciado a la creación del hombre nuevo, de una nueva sociedad perfecta, sin injusticias. En el plano filosófico, biotecnológico, político, cultural etc., con base conceptual y con repercusiones en la vida cotidiana. Así la revolución transhumanista. Es no solamente indolora sino que promete un hombre aumentado, un hombre sin enfermedades que, incluso los más atrevidos no dudan en calificar de hombre inmortal.

En el ámbito societario y, más en concreto, en el político de partidos y movimientos, este planteamiento lo vemos claramente en los movimientos extremistas que se presentan radicalmente pacifistas y radicalmente prometeicos: hay que acabar con el mundo antiguo, hay que conquistar el cielo de la felicidad completa, haciendo tabla rasa de lo existente, un mundo corrompido por el gran capital y la casta de los mandamases de izquierda y derecha que nos han expoliado las últimas décadas. Este planteamiento de una sociedad sin injusticias, con el principio absoluto de la libre determinación de opciones políticas (sin exclusión de la secesión si así lo pide una mayoría de la población considerada) y logrado sin derramamiento de sangre, me parece uno de los factores más potentes que explican la pérdida en votos de Herri Batasuna (con su histórica legitimación de ETA) y el actual auge de Podemos en Euskadi. No es el único factor, pero sí uno importante, y que explicaría la caída y el ascenso, estos últimos dos años, de Batasuna y Podemos respectivamente, en Euskadi… y en Navarra.

El Jardinero no produce, cultiva. Esto es, ayuda a crecer lo que ya existe y le precede. El jardinero no crea, a lo sumo recrea partiendo de lo ya existente. Lo hace apoyándose en mil saberes que ha heredado o adquirido con su propio esfuerzo. Puede dar a luz híbridos, nuevas plantas, nuevas frutas, nuevos modelos sociales, nuevas organizaciones políticas, pero desde el respeto de lo ya existente. Tratando de mejorarlo. El jardinero no es el amo, el dueño, en el sentido de que decide de todo soberanamente. Es el guardián y el co-creador pues contribuye día a día a mejorar el mundo, a su infinita y nunca completada realización. El jardinero es un artesano que no duda en utilizar las técnicas más sofisticadas y avanzadas a condición de que sea él (con sus congéneres) quien decida su finalidad. Con humildad pues se sabe pequeño ante la inmensidad del mundo que le rodea: no solamente no es capaz de controlar si mañana ha de llover o lucirá el sol, es que tampoco es capaz de prever los movimientos sociales, las mareas que, a lo largo de la historia que le ha precedido, ha llevado a los hombres tanto a las Reducciones de Paraguay como al campo de exterminio de Auschwitz. El jardinero mira para atrás y se topa, en Rusia con Stalin y con Tolstoi, en Alemania con Hitler y con Beethoven, en Oriente con Pol Pot y con Gandhi…Constata que la humanidad es capaz de lo mejor y de lo peor. De ahí que rechace toda radicalidad.

En realidad, el Jardinero rechaza radicalmente la pretensión de la radicalidad, de que la verdad se encuentre en un cajón determinado, y menos aún que él detenga la llave de ese cajón. Llámese el cajón como se llame: comunismo, socialismo, liberalismo, nacionalismo, cristianismo, ateísmo, y todos los “ismos” que bañan el planeta en el que vive. No que los “ismos” no tengan elementos positivos de los que pueda aprender en pro de una sociedad, más humana, más justa, más convivial. Pero sabe que todos estos “ismos” cuando se han pretendido implantar, sea de forma militar y sangrienta (el nazismo, el comunismo, antaño el cristianismo- la espada y la cruz-), y de forma más sibilina en la actualidad, sea haciendo del dinero y la técnica sin ciencia, sus dioses, sea olvidándose de modelos antiguos que generaron baños de sangre, sabe el Jardinero que, entonces, entonces sí, la sociedad va al desastre, al totalitarismo, “ismo” este que, el Jardinero estima que es el que hay que desterrar radicalmente.

El jardinero no cae en el relativismo, en la dictadura del todo vale. La dictadura de que cada cual puede hacer lo que quiera a condición de no herir al “otro”, la dictadura del principio de que la libertad de cada uno se limita en la de los demás, haciendo así bueno, elevándolo a categoría de moral práctica, el principio sartriano de que “el infierno son los otros”.

El jardinero sabe que en su co-creación, en su búsqueda, no partimos de cero. Otras generaciones de humanos, en nuestros lares y allende los mares y tierras, otros humanos, con otras civilizaciones, otras culturas, otras creencias, otros niveles de desarrollo, ya han trabajado en pro de la anhelada sociedad más justa, más humano. No somos los primeros en este maravilloso quehacer, en esta co-creación salvífica. Además, si sabemos mirar con rigor la historia, constataremos que, ciertamente con altibajos, el género humano, los derechos humanos y su universalidad ha mejorado a lo largo de los siglos y en todas las partes del planeta.

De ahí que no se pueda aceptar el modelo del Demiurgo (por fatuo, ignorante y, sobretodo, peligroso) y debamos apostar, decidida y firmemente, con la inteligencia del corazón y la humildad de la razón, por el modelo del Jardinero.

Donostia 01/07/16

javierelzo@telefonica.net

(Publicado en DEIA y Noticias de Gipuzkoa el sábado 2 de julio de 2016)

 

miércoles, 6 de enero de 2016

Excepcional diálogo sobre Dios entre Tariq Ramadan y Edgar Morin


 

Excepcional diálogo sobre Dios entre Tariq Ramadan y Edgar Morin

 

Traduzco lo que, a mi juicio, es un excepcional diálogo entre Tariq Ramadan (creyente musulmán y profesor de estudios islámicos en Oxford) y Edgar Morin (agnóstico, mundialmente reconocido sociólogo) sobre la cuestión Dios. Se encuentra en este libro, que recomiendo vivamente, y cuya lectura me acompaña estos días: Tariq Ramadan y Edgar Morin en dialogue. “Au péril des idées”. Presse du Chatelet (Edition de poche 2015, original 2013). Lo que traduzco está en las páginas 51 y ss.

 Al final de la traducción se puede consultar el texto original en francés


Edgar Morin. “Le voy a decir mi postura: yo no creo en un ser antropomorfo llamado Dios, yo no creo que haya un creador externo para el mundo y que lo habría formado. Creo mucha más en una creatividad en el mundo o en la naturaleza. Soy un poco spinozista, si se quiere, un spinozista que identifica a Dios con la naturaleza (Deus sive Natura). Creo que es evidente que existe una fuerza creativa en la evolución biológica; pienso sobretodo que hay un Misterio en el universo, en la realidad, en el surgimiento del hombre, en la historia de la vida. Pienso que, en ese Misterio, están relacionados el caos, la creatividad, la dialéctica del orden, del desorden y de la organización. Es misterioso – todo es misterioso para mí - y pongo una "M" mayúscula al Misterio. Dicho esto, yo soy hijo de un proceso de laicización. De hecho, cuando yo era un adolescente, yo quería creer, aunque mi familia era muy laica...

Pensaba que tenía esa necesidad. Fue sobre todo la lectura de Dostoievski lo que me empujó a creer, pero yo no alcanzaba a creer. Además, el propio Dostoievski dudaba de su fe. Incluso los grandes creyentes, como Pascal, dudan. Digo esto para aclarar mi posición, que también es parte de un proceso histórico en el que se examinan los textos (fundantes de lo religioso, añado yo), contextualizados, considerados en el entorno más amplio de la pluralidad de las religiones que, todas, se piensan como verdades absolutas. Sin negar su importancia histórica, ya que no hay sociedad sin religión, al final se llega a un escepticismo. Pero no hay que negar el hecho de que responden a una necesidad. En este sentido, Marx fue más lúcido que Voltaire, que veía en la religión una invención de los sacerdotes. Marx, al menos, vio en la religión la expresión del suspiro de la criatura desgraciada, vio una necesidad humana, una aspiración humana.

Desde que existen sociedades históricas (sobre si había en las sociedades arcaicas e incluso homínidas, una especie de anarquía pacífica, no sé nada) que se caracterizan por la dominación, la limitación, la especialización, el sufrimiento, una aspiración atraviesa la Historia, una aspiración a un mundo mejor. Esta aspiración se ha expresado en el paraíso del cristianismo, así como en el Islam. Después es el socialismo, una sociedad feliz. Todas estas revueltas en todo el mundo no son simplemente revueltas contra la injusticia; no es solamente una necesidad de dignidad. Aspiramos a otra vida, a otro mundo. Reconozco esta necesidad, yo también la tengo, pero yo no me adhiero, sin embargo, a una religión y a Dios. Bueno, ¡acabo de hacer mi profesión de fe!”.


Tariq Ramadan: Una vez más, se puede discernir lo similar en la aspiración y lo diferente en la respuesta. Tomo el final de su camino: el reconocimiento de una aspiración hacia el Misterio, o lo divino, o el ideal. Mircea Eliade, habiendo viajado por el mundo y estudiado las espiritualidades y religiones, observa y escribe que dondequiera que iba, se encontró con mujeres y hombres que, cualquiera que fuera su religión o cultura, estaban en búsqueda de sentido, del porqué, animados por una aspiración, en si misma religiosa. Añadió que la creencia religiosa, por tanto, forma parte de la estructura de la conciencia humana.

Yo me inscribo en la tradición musulmana. Creo en un Dios único y, en mi tradición, hay una noción que se une a la intuición que Usted manifiesta: es la fitrah, la aspiración natural hacia el sentido, el ideal, lo Trascendente (su Misterio, con "M", ¿reenvía a la trascendencia?). Es la chispa de una luz presente en el corazón de cada uno. Es la razón por la que señalo que, según la tradición musulmana, el ser humano está en búsqueda de una respuesta, está en estado de necesidad, busca, espera. La fe es otra luz que viene como una respuesta: la luz divina que se encuentra con la luz de lo humano - "Luz sobre luz", dice el Corán. Cuando estas dos luces se encuentran, se casan y se funden, el corazón y el espíritu acceden a la paz interior: la pregunta existencial ha encontrado la respuesta esencial. Esta es una concepción del hombre que enuncio y que afirma que nacemos inocentes, pero estamos en búsqueda, en la necesidad, y que buscamos la paz más allá de la cuestión que perturba nuestro ser, nuestra inteligencia y nuestra conciencia. Usted lo dice con sus palabras, no postulando a Dios, sino al Misterio. En la tradición musulmana, también existe la ghaib, es decir, lo invisible y el misterio: una noción vinculada a "lo que está más allá de lo perceptible" y que es el Misterio mismo. Se trata de una similitud entre nosotros, determinar lo que nos sobrepasa, a pesar de esta diferencia fundamental que consiste, en efecto, en la fe en Dios. La fe, iman en árabe, también se refiere a un horizonte de paz, de seguridad, el bienestar, y sin perturbaciones, cuando la pregunta se reconcilia con la respuesta. Nuestras respuestas son diferentes, pero nuestro caminar parte de la misma fuente ...
Edgar Morin: Usted tiene una respuesta y yo, yo no la tengo.

Tariq Ramadan: No, usted tiene una respuesta, pero no es la misma.

Edgar Morin: ¡Mi respuesta es un gigantesco signo de interrogación!

Tariq Ramadan: Eso sigue siendo una respuesta - una respuesta que asume o no sus incertidumbres y establece que la búsqueda continúa. Lo que no es necesariamente más fácil o más difícil porque, incluso con una respuesta, incluso con Dios, la búsqueda continúa para cada uno, para el conocimiento, para la cercanía, para el amor. Dios es siempre el ser y el objeto de una búsqueda.

 

Texto original en francés

 

Edgar Morin. Je vais vous dire ma position : je ne crois pas en un être anthropomorphe appelé Dieu, je ne crois pas qu’il y ait un créateur extérieur au monde et qui l’aurait façonné. Je crois beaucoup plus à une créativité qui se trouve dans le monde ou dans la nature. Je suis un peu spinozien, si vous voulez, un spinoziste qui identifie Dieu à la Nature (Deus sive Natura). Je crois qu’il y a, de toute évidence, une force créatrice dans l’évolution biologique ; je pense surtout qu’il y a un Mystère dans l’univers, dans la réalité, dans le surgissement de l’homme, dans l’histoire de la vie. Je pense que, dans ce Mystère, sont liés à la fois ce chaos, la créativité, la dialectique de l’ordre, du désordre et de l’organisation. C’est mystérieux – tout est mystérieux pour moi –, et je mets un « M » majuscule au Mystère. Cela étant, je suis l’enfant d’un processus de laïcisation. Ainsi, quand j’étais adolescent, je voulais croire, bien que ma famille fût très laïque…

 

Je pensais que j’avais ce besoin. C’était surtout la lecture de Dostoïevski qui me poussait à croire, mais je n’y arrivais pas. D’ailleurs, Dostoïevski lui-même doutait dans sa foi. Même de grands croyants, comme Pascal, doutent. Je dis cela pour préciser ma position, qui s’inscrit par ailleurs dans un processus historique où les textes sont examinés, contextualisés, envisagés dans l’environnement plus large de la pluralité des religions qui, toutes, se pensent comme vérité absolue. Sans pour autant nier leur importance historique, car il n’est pas de société sans religion, on en arrive toutefois à un scepticisme. Mais il ne faut pas non plus nier le fait qu’elles répondent à un besoin. À cet égard, Marx était plus lucide que Voltaire, qui voyait dans les religions une invention des prêtres. Marx, au moins, voyait dans la religion l’expression du soupir de la créature malheureuse, il voyait un besoin humain, une aspiration humaine.

 

Depuis qu’existent des sociétés historiques (régnait-il dans les sociétés archaïques, voire hominiennes, une sorte d’anarchie tranquille, je n’en sais rien) caractérisées par la domination, la limitation, la spécialisation, la souffrance, une aspiration traverse l’Histoire, une aspiration à un monde meilleur. Cette aspiration a trouvé son expression dans les paradis aussi bien du christianisme que de l’islam. Après, c’est le socialisme, une société heureuse. Toutes ces révoltes, partout dans le monde, ne sont pas simplement des révoltes contre l’injustice ; il ne s’agit pas seulement d’un besoin de dignité. Nous aspirons à une autre vie, à un autre monde. Je reconnais ce besoin, je l’ai aussi, mais je n’adhère pas pour autant à une religion et à Dieu. Voilà, je viens de faire ma profession de foi !

 

Tariq Ramadan: Ici aussi, on peut discerner le similaire dans l’aspiration et le différent dans la réponse. Je reprends la fin de votre propos : la reconnaissance d’une aspiration vers le Mystère, ou le divin, ou l’idéal. Mircea Eliade, ayant parcouru le monde et étudié les spiritualités et les religions, observe et écrit que, partout où il s’est rendu, il a rencontré des femmes et des hommes qui, quelles que soient leur religion ou leur culture, étaient en quête de sens, du pourquoi, animés d’une aspiration en soi religieuse. Il ajoute que la croyance religieuse fait donc partie de la structure de la conscience humaine.

 

Je m’inscris dans la tradition musulmane. Je crois en un Dieu unique et, dans ma tradition, il est une notion qui rejoint l’intuition que vous exprimez : c’est la fitrah, l’aspiration naturelle vers le sens, l’idéal, le Transcendant (votre Mystère, avec un « M », renvoie-t-il à la transcendance ?). Il s’agit d’une étincelle, d’une lumière présente dans le cœur de chacun. C’est la raison pour laquelle j’ai relevé que, selon la tradition musulmane, l’être humain est en quête d’une réponse, il est dans le besoin, il cherche, il espère. La foi est une autre lumière qui vient comme une réponse : la lumière du divin qui rencontre la lumière de l’humain – « Lumière sur lumière », nous dit le Coran. Quand ces deux lumières se rencontrent, se marient et se confondent, le cœur et l’esprit accèdent à la paix intérieure : la question existentielle a trouvé la réponse essentielle. Il s’agit là d’une conception de l’homme qui énonce que nous sommes nés innocents, mais que nous sommes en quête, dans le besoin, et que nous cherchons la paix au-delà de la question qui trouble notre être, notre intelligence et notre conscience. Vous le dites avec vos mots, en ne postulant pas Dieu mais le Mystère. Dans la tradition musulmane, on trouve d’ailleurs le ghaib, c’est-à-dire l’invisible et le mystère : une notion liée à « ce qui est au-delà du perceptible » et qui est le Mystère lui-même. C’est une similarité entre nous, déterminer ce qui nous dépasse, malgré cette différence fondamentale qu’est bien sûr la foi en Dieu. La foi, iman en arabe, fait également référence à un horizon de paix, de sécurité, de bien-être sans trouble, quand la question est réconciliée avec la réponse. Nos réponses sont différentes, mais notre cheminement part de la même source…

 

Edgar Morin: Vous avez une réponse et moi, je ne l’ai pas !

 

Tariq Ramadan: Non, vous avez une réponse, mais ce n’est pas la même.

 

Edgar Morin: Ma réponse est un point d’interrogation gigantesque !

 

Tariq Ramadan: Cela reste une réponse – une réponse qui assume ou non ses incertitudes et qui stipule que la quête est continue. Ce n’est pas forcément plus facile ou plus difficile car, même avec une réponse, même avec Dieu, la quête se poursuit pour soi, pour la connaissance, pour la proximité, pour l’amour. Dieu reste toujours l’être et l’objet d’une quête.

 

jueves, 22 de octubre de 2015

Un extraordinario libro de un gran humanista cristiano


Un extraordinario libro de un gran humanista cristiano.

 

Jean Delumeau. “L´avenir de Dieu”. CNRS Editions, Paris, Septembre 2015, 286 pp.

 

Jean Delumeau es una de las figuras más sobresalientes de la intelectualidad francesa. Se declara, en formula que personalmente también me aplicaría, “humanista cristiano”. Tiene un sin fin de publicaciones. Las más conocidas son “Le christianisme va  t- il mourir?, “La peur en Occident” (traducido a quince idiomas) y los tres volúmenes de “Une histoire du paradis”. Su última publicación de octubre de 2015, “L´avenir de Dieu” (CNRS ed.) además de presentar, de su propia mano, la quintaesencia de los resultados de su amplio itinerario personal (tiene en la actualidad 92 años), ofrece su visión del cristianismo del futuro, a la luz de su pasado, y propone una serie de reformas urgentes en el presente que resume en la conclusión del libro. Confío que alguna editorial se anime a traducir y editar su libro en lengua española y catalana. (Me temo que en euskera es demasiado pedir). Delumeau ha ocupado la cátedra de “Historia de las mentalidades religiosas en el Occidente moderno” en el “College de France”. Entre otras distinciones cabe señalar que es uno de los muy raros doctores “honoris causa” de la Universidad de Deusto.

 

xxxxxxxxxxxxxxx

 

Párrafos de la Conclusión del libro, “Inventar el porvenir”

 

La importancia de la actualización. “Yo he “desaprendido” mucho desde mi infancia y durante mi largo camino de investigador y de escritor. He comprendido, cada vez más, que el historiador, por muy objetivo que pretenda ser, está marcado por los cuestionamientos, miedos, deseos y frustraciones de los primeros años”.

 

El mal del cristianismo: la colusión con el poder político. “Una de las más trágicas derivas (para las iglesias cristianas a lo largo de la historia) ha sido, después de las persecuciones, la colusión entre el poder imperial romano y la jerarquía eclesiástica, simbolizada y fortificada por la coronación de Carlomagno por el papa. Pero es preciso, tras enunciar esta constatación, continuarla con una importante precisión y es que, desde siempre, había habido antes, en el Imperio Romano y fuera de él, colusión y amalgama entre poderes religiosos y políticos. Han sido necesarios siglos e incesantes conflictos para que lo religioso y lo político acepten, al fin, distanciarse el uno del otro, equilibro inestable y que es preciso reajustar continuamente. (….) Los católicos debieran aceptar sin temor la posibilidad de que el minúsculo Estado pontificio un día sea borrado del mapa y que los nuncios desaparezcan como tales en las relaciones internacionales”.

 

 La Iglesia romana tiene tras de si un grande y hermoso pasado de escritos religiosos sublimes, innombrables iniciativas caritativas y múltiples obras de arte. Ha realizado una obra civilizadora grandiosa y mundial. Has dado a la humanidad legiones de santas y santos, canonizados o no, incansablemente dedicados al servicio del prójimo. Pero su gran debilidad ha consistido en convertirse en poder. Luego, en adelante, es preciso abandonar el poder, practicar la humildad para de nuevo convencer y darse estructuras más flexibles que en el pasado y, en consecuencia, susceptibles de evolucionar”.

 

El gran patinazo de “Humanae Vitae”. “En la actualidad resulta inconcebible e inaceptable que Pablo VI haya publicado la encíclica Humanae Vitae después de haber, autoritariamente, retirado el dossier de la contracepción de las deliberaciones del concilio Vaticano II. Pues, ¿para qué, en tales condiciones, convocar un concilio ecuménico?. Además, muchos canonistas piensan hoy que esta encíclica, que ha vaciado las iglesias, no tiene validez pues no ha sido “recibida” por el pueblo cristiano. Además, ¿no es contrario al sentido común que las decisiones concernientes a la vida sexual de los fieles sean adoptadas por poderes eclesiásticos compuestos exclusivamente por celibatarios?”

 

Por unos responsables eclesiales electos y con duración temporal, gobernando en un “parlamento” mundial. “¿Es que los fieles, en el mundo de hoy, no deberían poder escoger sus representantes que constituirían una especie de parlamento mundial de la catolicidad?.(….) Ya lanzado en “plena anticipación futurista” Delumeau se pregunta porqué no “desear que los futuros responsables de la Iglesia católica, al más alto nivel, sean un día elegidos por un parlamento mundial de fieles para un mandato con duración precisada anteriormente?.¿En qué el mensaje de Cristo sería traicionado por tal práctica?”.

 

Sobre el celibato sacerdotal. “Hay una serie de reformas que ya son urgentes: dejar de imponer el celibato a los sacerdotes (lo que no impide en absoluto que haya fieles que, libremente, escojan el celibato para consagrarse enteramente a la Iglesia y a la oración) y valorizar el lugar de la mujer en la Iglesia”.

 

El papel de la mujer en la Iglesia. “Teniendo en cuenta la evolución reciente e inédita de nuestra civilización, el catolicismo, imperativamente, debe, al fin, dar a la mujer todo su lugar, en igualdad con el hombre, en el gobierno de una religión que se quiere universal y común a los dos sexos. El éxito de una nueva evangelización pasa, desde mi punto de vista, por la completa rehabilitación de la mujer en las iglesias cristianas. Por imperativos de mi alma y de mi conciencia, y antes del silencio que me impondrá pronto la muerte (Delumeau tiene 92 años, nota de JE), quiero lanzar un grito de alarma: para mí, la salvación y el porvenir del cristianismo pasan por la completa rehabilitación de la mujer”.

 

Por una relectura de Pablo. “Yo creo que en el pasado el catolicismo y, más aún, el protestantismo han sobrevalorado ciertos mensajes de San Pablo- personaje, ciertamente excepcional- en relación a lo que encontramos en los evangelios o en las Cartas que no son de él. Esto es cierto, particularmente, en lo que él escribe a propósito de la mujer. (…) Pablo, por otra parte, es el principal responsable de la lectura dramática que durante mucho tiempo se ha hecho del pecado original, lectura que daba valor histórico al texto del Génesis”. 

 

Donostia - San Sebastián, 20/10/15

 

Traducción y entradillas de Javier Elzo

 

(Publicado también en Religión Digital el 21/10/15)

sábado, 9 de mayo de 2015

La pluralidad debe superar y vencer la uniformidad galopante.


La pluralidad debe superar y vencer la uniformidad galopante.

Comentarios a un libro importante.

Hubiera titulado este artículo “Elogio de las fronteras” si no lo hubiera utilizado ya Regis Debray en un librillo de menos de cien páginas (Gallimard 2011), consecuencia de una conferencia en Tokyo. Escribía Debray que “hay una idea idiota que encanta a Occidente, y que utilizan los aficionados que hacen del sin fronteras el complemento obligatorio de su carta profesional para parecer serio. Así reporteros, médicos, periodistas, futbolistas, banqueros, payasos, entrenadores, abogados de negocios, veterinarios, bomberos etc., etc. exhiben la etiqueta 'sin fronteras'". Ya solo nos falta la profesión de “aduanero sin fronteras” para completar las profesiones “sin fronteristas”. Debray, como es sabido proviene de la izquierda, luchó con el Che en Bolivia donde estuvo preso y de donde lo sacó Mitterand. Hoy se situaría en un espacio abierto de centro izquierda con serios trabajos sobre el papel de la religión en la sociedad actual.

Un gran libro. Pues he aquí que me topo, al azar de mis correrías por las librerías parisinas, no con un librillo de 100 paginas sino con un tomo de 388 páginas, (también en la prestigiosa editorial Gallimard, 2013) del que, según mi costumbre, he comenzado leyendo la introducción para saltar a la conclusión, antes de adentrarme en su interior. Es una de mis actuales lecturas, y relecturas, reposadas. Libro magistral. Libro de tesis, la misma que ya defendía de Debray, pero mucho más desarrollada. Claro que como toda tesis tiene su punto de exageración y unilateralidad. Pero, como dijera hace años Xavier Zubiri, “cuando se exagera lo importante es saber que se está exagerando”. Lo que vale sobre todo para el lector. Pero ya es hora de decir que el autor del libro es Hervé Juvin y el título del libro “La grande separation. Pour une écologie des civilisations”. H. Juvin había trabajado con Raymond Barre, fue empresario y defendió la moneda europea, contribuyó a la mundialización que juzgó positiva…hasta estos últimos años. Estamos, ya lo verán, ante un disidente que proviene de la derecha. Rara avis.

El individuo despersonalizado. El autor parte de la idea de que se ha reducido la población a una masa estadística, el individuo es separado de sus orígenes, de su historia, de su tierra y de todo límite, de tal suerte que un amor abstracto de los hombres (sujeto de derechos inalienables) ha conducido a la exterminación de las personas reales cuyo ejemplo mayor ve el autor en lo que denomina el genocidio de los indígenas en los EEUU, que deben escoger entre ser confinados en sus Reservas, u obligados a convertirse en el hombre nuevo, el hombre contemporáneo. En el mundo actual y, particularmente en los últimos treinta años vivimos la desaparición de los límites, de las singularidades que es, a la vez, un abismo de la política (que no ve fronteras a su actuación), la esperanza para el crecimiento (ilimitado) y una nueva aventura del individuo. Proclamamos la unidad del género humano, la universalidad de los derechos humanos, la globalización feliz. Sostenemos que la búsqueda por cada uno de nosotros de sus intereses crea las condiciones para un nuevo orden, más poderoso que las antiguas órdenes de reyes, dioses o maestros, nuevo orden capaz de disolver las naciones y los pueblos. Al hacerlo, asumimos la primacía del derecho en la sociedad, y la sumisión de todo para el crecimiento infinito.

De este modo, algunas de estas categorías básicas de la vida como el próximo y el lejano, lo público y lo privado, el amigo y el enemigo son quebrantados o confundidos. En consecuencia la condición de la política, que es la autonomía en la toma de decisiones corporativas circunscrito en su espacio y en su historia, desaparece. De ahí el vértigo que nos invade y nos hace, a la vez, tan difícil, tan incómoda y tan necesaria la afirmación de una identidad, de un vínculo, de un “nosotros” común donde nos encontremos, nos reúna y nos distinga. Esto no es sólo debido a la victoria del individualismo, o al exceso del racismo (que también), sino a la incapacidad fundamental para establecer los límites, a dibujar las fronteras.

Nuestra condición de hombres de Europa, ¿nos habría condenado a lo universal, entregado al demonio del bien, primo hermano del pequeño diablo, la nada?. ¿Estamos condenados a este despojo, a la desposesión que hace que nada de lo que nos sucede sea propiamente nuestro, procedente de nuestra voluntad y de nuestras opciones? ¿Nuestra historia es ahora la de esta apuesta, hace poco insensata, la coronación de la soberanía individual contra todas las formas, vínculos, relaciones que le  colocarían dependiente de cualquier colectivo indiscriminado?.

Este es el desafío al que nos enfrentamos al entrar en un siglo XXI que habría terminado, realmente terminado, con la Europa del siglo XX. Uno y otro no tienen nada de mediocre, y la aventura que comienza es estimulante: cuestión de lo universal y lo singular, de lo mismo y del otro, del poder y de la libertad, etc., etc. No podemos olvidar, tampoco, la mundialización de las finanzas y los sistemas informáticos que son capaces de acciones tan rápidas, tan complejas y tan múltiples que escapan al control humano, como reconocen los altos responsables políticos…cuando pierden el poder.

Unas notas sobre el cuerpo humano Si pensamos en el cuerpo humano, en lo que queda en él de natural, constatamos que deviene la última frontera de la fábrica industrial de lo real pues la intrusión de la técnica en la procreación, en la mejora de las performances físicas, en la producción del deseo, del placer y de la larga vida (pretendidamente “buena vida” que no es lo mismo que la “vida buena”), promete cambiar todo lo que creíamos saber sobre el individuo, el destino y la carne. Una nueva estética, una nueva moral, una nueva espiritualidad, habría que decir una nueva mística, emergen en nuestras vidas. Después de la “salida de la religión” habrá que escribir quizás la “invención de la religión” pues, obviamente, lo que se entendía antaño como religión- el confesonario, las flores a María etc.- no permanecerá. Se diluirá. Desaparecerá.

La nueva condición política. Estamos entrando en una nueva condición política, y esta entrada no está precedida por ningún testamento. Pasamos una puerta que nadie antes había atravesado, la que separa lo próximo de lo lejano, los suyos de los otros, el "nosotros" de "ellos", la puerta a la confusión.  La utopía de un gobierno mundial es la tentativa de una dictadura mundial, obviamente no expresada de esta forma. (El término dictadura está mal visto. Su práctica cada vez más extendida y en más ámbitos. Pero este tema exige tratamiento propio) La sociedad abierta es nuestro peor enemigo cuando sostiene que todos somos los mismos y que no hay salvación ni descanso para quien lo niega y se reivindica a sí mismo. Esto es lo que nos hace pensar la ideología europea de los últimos treinta años, la ideología de la reducción de las fronteras que sería la condición de una democracia universal por la movilidad infinita, la libertad como indeterminación, la abundancia que desarmaría todo conflicto y toda pasión política. Pero la supresión de las fronteras de los estados no supone, en absoluto, el final de los conflictos de naturaleza económica, social, religiosa o étnica. Aquí encontramos el secreto peor guardado de la anunciada era post-nacional, post-moderna, post-social: la guerra de todos contra todos tiene todas las probabilidades de suceder a las guerras entre las naciones, que ya son imposibles; y la guerra de las civilizaciones, se convierte, de hecho, en miserables guerras de calle, de eliminaciones perfectamente determinadas y un odio de lo cotidiano que los dispositivos de obediencia y de pacificación forzadas por el imperio de la ley, (mas exactamente por la ley convertida en anónimo “dictat” imperial) bloquearán, por algún tiempo, algunas de sus manifestaciones más explícitas y duras pero sin reducir sus causas. ¡Bienvenidos a este edén de las ciudades cosmopolitas con sus zonas francas para los mayores detentores de poder!.
En definitiva una de las características de la civilización occidental actual reside en el rechazo del “otro” como “otro”, pero no por afirmación indebida del “nosotros”, excluyente de los “otros” (propio, por ejemplo de los nacionalismos etnicistas) sino por la voluntad de imponer la “mismidad” universal. Pero hay que añadir que esta obsesión de la uniformización es otra forma, más sibilina pero a la vez más real, de racismo (siempre a salvo de experiencias de exterminación en tiempos pasados, como, por ejemplo, el colonialismo, el periodo nazi o el estalinismo), pues es un racismo que niega al “otro” obligándole a fundirse en el magma de la “mismidad” universal. Como leo en un comentario al libro, la apuesta de Hervé Juvin es un alegato  a favor del “Otro”, de todos los “Otros”, una alegato por la diferencia y la pluralidad, pues si tu reconoce a los “Otros” reconoces, al mismo tiempos, otros “Otros”, una infinidad de “Otros” lo que, al mismo tiempo es una salvaguarda del “Nosotros”.

Universalismo versus pluralidad

El dilema en este momento se sitúa entre universalismo versus pluralidad y es la apuesta por la pluralidad lo que supone una auténtica bocanada de aire fresco en este mundo globalizado. La humanidad ha constatado estos últimos decenios que la globalización nos ha llevado- es ya una banalidad decirlo- a un individualismo despersonalizado e incapaz de oponerse a sus fundamentos básicos que Juvin describe en estos términos: “la proclamación de una era post-nacional, las agresiones organizadas contra las naciones europeas y los pueblos del mundo tienen un mismo objetivo: asegurar a la revolución capitalista. Aunque no hay que olvidar, me permito añadir, que el capitalismo no es uniforme. Recuérdese el importante estudio de Michel Albert “Capitalismo contra capitalismo” Paidós. Barcelona. 1992. Hoy lo trasladaríamos a la distinción entre el capitalismo productivo en un Estado de Bienestar y el capitalismo financiero, desgraciadamente imperante (por el momento) que es en el que piensa Juvin cuando escribe que “los índices macro económico-financieros son los que dictan las decisiones y los comportamientos sin que su verdadero fundamento sea jamás examinado”. No otra cosa decía, el gran sociólogo Edgar Morin a sus 93 años de edad, en septiembre de 2014 en una conferencia en Paris: “La mundialización es un movimiento totalmente incontrolado pues está propulsado por la ciencia a su vez incontrolada. La técnica incontrolada sirve básicamente para esclavizar al hombre. La economía está igualmente incontrolada”.

De ahí, sostendrá con fuerza Hervé Juvin en las conclusiones de su libro, la necesidad de trabajar por una ecología humana, una ecología de la diversidad de civilizaciones que es lo contrario de la pretendida unidad del género humano. Una ecología, que tenga en cuenta las fuerzas de separación, las lógicas de la distinción y de las pasiones y gustos discriminantes que conforman el honor y la vida de las sociedades humanas. “Una nación que no decide las condiciones de acceso a la nacionalidad y a la residencia sobre su suelo no es una nación libre. Se pueden criticar esas condiciones, juzgar que unas son mejores que otras…pero no se puede impedir a una nación que las tenga”. En efecto, unas son mejores que otras me permito apostillar. Hay pueblos y naciones que acogen al diferente, al emigrante más precisamente; otros quieren construir cada vez más muros de contención y más exigencia para permitir la residencia del “otro” en su suelo. Lo estamos viendo estos meses en los estados de Europa.

Nación invadida o guetizada. Pero es cierto, también, que “una nación que se ve dictar del exterior las condiciones de acceso a la nacionalidad, de residencia sobre su suelo, no es una nación libre. Es una nación abierta a la invasión. Es una nación cuya lengua, leyes y costumbres no son ya las propias sino la de los movimientos de población que ella constatará, en su suelo, sin haberlos escogido, soportará sin haberlos querido, y que decidirán, lengua, leyes y costumbres, en su lugar”. Pero, afortunadamente Juvin puntualiza estas afirmaciones para no caer en el gueto. En efecto, escribe que “no se trata de encerrarse unos y otros en un peligroso esencialismo iletrado, que atribuya caracteres definitivos a la religión, el origen, la raza o la nacionalidad (de cada nación). No se trata, ni muchos menos, de encerrarse cada uno en su etnia, en su fe o en sus orígenes en un determinismo absoluto. Pero, menos aun, identificar a los pueblos en un modelo único, reducirlos a lo mismo, a la conformidad y a la regla de lo único”. Aplaudo a dos manos.

Como se ve estamos en plena confrontación entre lo singular y lo global, lo local y lo planetario. El autor apuesta claramente por lo primero. Lo dice así: “la ecología de las civilizaciones se desarrolla en la expresión política de la primacía de la diversidad cultural e identitaria sobre la unidad operacional de las técnicas y de las reglas (el autor piensa en la nuevas TIC y en la preponderancia abusiva, a su juicio, del derecho)”. Aplaudo de nuevo. OK. ¡Excelente!. Y pone algunos ejemplos.

Una ley en Texas difícilmente funcionará en Grecia y un modo de “gobernanza” en Munich no tiene ninguna posibilidad de funcionamiento en Luanda. Y concluye afirmando que “nuestra tarea histórica es considerable: debemos hacer renacer la diversidad colectiva. Redescubrir que la historia, el origen, la raza, la lengua, la fe, la cultura tienen un sentido, y que ese sentido no es el de las jerarquías actuales, el de los niveles o estados de desarrollo y el de las barreras sucesivas en la escala del progreso”.


Como ven estamos ante un libro de tesis. Un libro que hay que leer pues rompe con muchos clichés sobreentendidos, obliga a pensar, a violentar nuestras propias convicciones, lo que no quiere decir en absoluto que haya que desecharlas. Yo etiquetaría al autor como un “disidente liberal” y, como tal, rechazaría la aceptación acrítica de sus planteamientos pues daría en la línea de flotación de su tesis: la defensa de los individuos como personas libres (autónomas y responsables) en sociedades y comunidades, también libres en relación y reconocimiento del “otro” como “otro”.

 
Publicado en la web ssociólogos el 06//05/15 en este enlace: http://ssociologos.com/2015/05/06/la-pluralidad-debe-superar-y-vencer-la-uniformidad-galopante/

Javier Elzo

Catedrático Emérito de Sociología. Universidad de Deusto