La tortura, todavía
La foto de un prisionero iraquí, de cuyo cuerpo
encapuchado salían cables por doquier, de pie sobre una inestable caja,
amenazado de que si caía al suelo los cables atados a sus manos le
electrocutarían, ha dado la vuelta al mundo. Hay más fotos de torturas contra prisioneros
iraquíes cometidas por soldados estadounidenses y, también ingleses, en la
prisión de Abú Gharib, tristemente célebre desde los tiempos
de Sadam Hussein. Pero ya sabíamos de la existencia de
Guantánamo y del “habeas corpus” por los suelos en su patria originaria
y...aquí no pasa nada.
Irene Khan, Secretaria General de Amnistía
Internacional, con motivo de la presentación, el 28 de mayo de 2003, del
Informe del mismo año de A.I. decía que
“la «guerra contra el terror», lejos de hacer del mundo un lugar más seguro, lo
ha hecho más peligroso porque se ha restringido el ejercicio de los derechos
humanos, socavando al tiempo el imperio del derecho internacional y blindando a
los gobiernos contra todo escrutinio. Ha acentuado las divisiones entre pueblos
de diferente credo y origen, sembrando las semillas que generarán más
conflictos. Y la abrumadora consecuencia de todo ello es el miedo, miedo de
verdad, tanto entre los acomodados como entre los pobres”.
El miedo de los
pobres, les lleva a acciones desesperadas, al terrorismo. El miedo de los
acomodados a la violencia injusta y a la tortura. Un ejemplo paradigmático es
el del conflicto palestino-israelí. Un país como Israel que, tras XIX siglos de
judíos errantes, se ha construido, en gran parte, como consecuencia del intento
de exterminio de Hitler, no ha encontrado mejor solución para su seguridad que
reducir a cenizas a los palestinos. Estos, con gran parte de su cúpula
corrompida, solo tienen la fuerza de la inmolación sangrienta en su cuerpo y en
el del mayor número de israelíes. (Por cierto, ¿hará falta que los saharianos
se hagan palestinos para que la comunidad internacional se ocupe de ellos?).
Pero escribo desde Euskadi. Aquí la tortura, también
existe. Como el terrorismo. Pero hoy escribo de torturas. En Septiembre del año
pasado, con motivo de un Curso de Verano de la UPV en Donostia, dirigido por la Fundación Fernando
Buesa me manifesté en estos términos. “Las denuncias de detenidos de haber sido
objeto de malos tratos en dependencias policiales, tanto de la Guardia Civil como
de la Policía
Nacional y de la Ertzaintza no pueden liquidarse diciendo que
responden a “consignas de la organización”, por muy ciertas que sean esas
consignas. Hay demasiados testimonios, algunos acreditados también por Amnistía
Internacional cuando no con sentencias firmes condenatorias que impiden
obviarlas, a poca conciencia ética y humana a la que se pretenda. Tampoco aquí
cabe mirar a otro lado. Toda persona, incluso un terrorista de la peor especie,
y de esos desgraciadamente nuestra tierra ha dado más de un ejemplar en las
últimas décadas, sigue siendo una persona humana y como tal sujeto de derechos
inalienables... Personalmente tengo la certeza moral de que los malos tratos y la
tortura son una realidad en nuestra sociedad. El testimonio escrito del jesuita
Txema Auzmendi, por poner una sola cara a esa realidad (....) detenido con
motivo del cierre de Egunkaria, es sobrecogedor y yo le creo”.