El largo texto de la entrada anterior con este mismo titular, reducido a las dimensiones de un artículo prensa
UN HUMANISMO PARA EL SIGLO XXI
En un mundo
conformado por datos digitales y las nuevas tecnologías, incluida la
inteligencia artificial, debemos preguntarnos en qué condiciones podemos ser
humanistas
“El Correo” Sábado,
8 febrero 2020, 00:29
Hace unos días, invitado por el Grupo Vasco del Club
de Roma, impartí una conferencia en la Sociedad Bilbaína que titulé como este
artículo. Se asocia el humanismo con el Renacimiento y la Ilustración en un
intento de superación de la denominada era obscura del Medievo pretendiendo una
vuelta al humanismo greco-latino. Pero olvidamos que el humanismo griego y el
humanismo romano conformaban un humanismo intelectual (del que aún somos
deudores), pero que era, al mismo tiempo, un humanismo elitista, pues
funcionaba en lo social basado en la esclavitud. Solamente las élites
disfrutaban de los bienes, siempre bajo el capricho del poder. La esclavitud,
de la que aún quedan secuelas, no se abolió hasta bien avanzado el siglo XVIII.
El humanismo supone colocar al hombre y a la mujer en
el objetivo central de la labor humana. Pero esta centralidad puede conducir a
una deificación del ser humano. Es, de hecho, una religión del hombre que
sustituye al dios caído. Como escribe Edgar Morin, a quien sigo en este punto,
«debemos dejar de exaltar la imagen bárbara, mutiladora e imbécil del hombre
autárquico sobrenatural, centro del mundo, objetivo de la evolución, maestro de
la Naturaleza». Morin propugna el humanismo que responde a la fórmula de
Montaigne «reconozco en cada hombre a mi compatriota», el de Bartolomé de las
Casas reconociendo a los indígenas como personas, el de las Reducciones de los
jesuitas en Paraguay, etc., etc.
A su estela y pensando en el siglo XXI abordé dos de
sus humanismos: el secularista que deifica a la sociedad (Roberto Calasso, 'La
actualidad innombrable'. Anagrama 2018), en el que no me detendré en este
artículo, y el tecnológico, digital, transhumanista etc., al que me referiré
junto a la inteligencia artificial.
El humanismo digital es un concepto en construcción.
En un mundo ahora conformado por datos digitales (los 'big data'),
inmateriales, y las nuevas tecnologías NBIC (nanotecnología, biotecnología,
inteligencia artificial y ciencias cognitivas), debemos preguntarnos en qué
condiciones podemos ser humanistas cuando algunos afirman que los datos nos
invadirán y que ya no es posible resistir la inteligencia artificial ni dar
vuelta atrás. Ya habríamos sobrepasado el punto de no retorno. Las nuevas
tecnologías nos obligarían a vivir en el tiempo real, en la reactividad y en la
inmediatez. Como si la humanidad no pudiera permitirse el lujo de pensar,
proponerse aplazar o diferir decisiones, darse un tiempo para pensar con otras
personas.
Hoy las tecnologías se presentan como fatales e inexorables
y nos pesan hasta el punto de que algunos nos anuncian que la humanidad pronto
abandonará la escena, que será ocupada por la tecnología sin límites. O por los
ciborgs, donde lo propiamente humano será cada vez menor y menos autónomo. Así
en la robótica.
El Parlamento europeo consideraba en febrero de 2017
que «los robots autónomos más sofisticados pudieran ser considerados como
personas electrónicas responsables, obligadas a reparar todo perjuicio causado
a un tercero». Pensaban los eurodiputados en robots que «adoptan decisiones
autónomas o que interactúan de manera independiente con otros», sean personas o
cosas. Las cosas son aún más preocupantes en la robótica militar, con los
denominados «sistemas de armas letales autónomas» (LAWS es el acrónimo en
inglés), diseñados para disparar misiles, en determinadas circunstancias
concretas, sin intervención humana alguna; nada que ver con los códigos de los
que disponen los presidentes para ordenar lanzamientos de misiles. En el
supuesto que presentamos, el robot 'decide' autónomamente lanzar el misil.
De hecho, aun con otros términos, la cuestión ya
afloraba hace tiempo. Así, una de las figuras mayores de la cibernética, Warren
Sturgis McCulloch, afirmaba en 1943 que «las maquinas hechas por la mano del hombre
no son cerebros, pero los cerebros son una variedad, mal comprendida, de la
maquinas computadoras». De tal suerte que Paulin Ismard, quien sugiere el
Derecho Romano aplicado a los esclavos como modelo legal para los actuales
robots, afirma que «el hombre y la maquina serían dos sistemas cibernéticos, en
esencia idénticos, de tal suerte que el pensamiento humano es fundamentalmente
asimilable al cálculo» y actúan, ambos, cerebro humano o artificial, en razón a
su propia ecuación vital.
Abogo por un humanismo basado en la fraternidad
universal que, en su aplicación al siglo XXI exigiría no olvidar que esos
robots, supuestamente autónomos y con capacidad de adoptar decisiones que se
nos escapan, son creaciones nuestras. Dependen, en un sentido en nada figurado,
de cómo los hayamos educado, con qué fines, con qué objetivos, con qué límites.
Si un misil se dispara de forma que decimos que es autónoma, sin intervención
humana, estamos, voluntaria e irresponsablemente, olvidando que somos nosotros,
hombres y mujeres, quienes los hemos diseñado para que así actúen. Si después
escapan a nuestro control, no podemos olvidar que son tan hijos nuestros como
nuestros hijos biológicos (que también escapan a nuestro control), y nosotros,
padres o creadores, somos los primeros responsables de sus actos. De ahí la
necesidad de un humanismo para el siglo XXI.
JAVIER
ELZO Catedrático emérito de Sociología.
Universidad de Deusto
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