Un
humanismo para el siglo XXI
(Para la conferencia del 31 de
enero de 2020, en la Sociedad “La Bilbaína”, organizada por el Grupo Vasco del
Club de Roma)
Se
asocia el humanismo con el Renacimiento y la Ilustración en un intento de superación
de la supuesta era obscura del Medievo, dominada por la era de la cristiandad, pretendiendo
una vuelta al humanismo greco-latino. Las cosas son más complicadas.
Pues
el humanismo griego, así como el humanismo romano conformaban un humanismo
intelectual (del que aún somos deudores), pero que era al mismo tiempo un
humanismo elitista, pues funcionaba, en lo social, basado en la esclavitud.
Solamente las élites disfrutaban de los bienes, siempre bajo el capricho del
poder político.
El cristianismo, al llegar al poder, se proclamó detentor de la
verdad y legitimó el poder. Pero su humanismo no eliminó la esclavitud, aunque
la amainó. Hubo excelentes intenciones humanas, florecimiento de órdenes
religiosas, y algunas excepcionales aportaciones al género humano, pero bajo el
doble poder de la cruz y de la espada.
El Renacimiento y la Ilustración, hasta bien avanzado el siglo XX,
compusieron, de una u otra manera, con el cristianismo reinante, pese a mil y
una diatribas de algunos intelectuales contra la Iglesia (Voltaire, por
ejemplo). Gracián nos muestra el empeño de la autonomía de la persona con un
Dios que se acepta creador. Y no será el único.
Hoy en día, cuando la era del cristianismo bascula hacia la era
secular, siendo un momento clave en su desencadenamiento la década de los
sesenta del siglo XX, y ya apunta la era post secular (por ejemplo, en Catalunya,
pero aún no en Euskadi) vivimos el auge de diferentes humanismos, de los que
quiero decir algo:
. el humanismo secularista que diviniza la sociedad (Carlasso +
Giner)
. el humanismo naturalista (que viene de lejos) sitúa a la
Naturaleza al mismo rango que la divinidad. Solamente lo natural es bueno.
(Cierto ecologismo y cierta filosofía)
. el humanismo tecnológico que arrincona a la persona humana, pues
ya habría mostrado su incapacidad para hacer un mundo mejor, y lo fía todo al
progreso tecnológico. Es un planteamiento en auge y con muchísimo dinero
detrás, apoyándole. (El transhumanismo, por ejemplo)
. el humanismo digital o numérico, el mundo de los “big data”, que
cada día en mayor grado deciden por nosotros, basándose en la información que
nosotros mismos les damos. Gratis. (El imperio de los GAFA es una manifestación
de esto)
Los agruparé por razón de espacio y tiempo. En primer lugar, me
detendré brevemente, en el humanismo secularista-naturalista y con más amplitud
en el humanismo tecnológico digital, antes de dar paso a mi propia propuesta de
un humanismo para el siglo XXI teniendo en cuenta los humanismos en auge que
mostramos a continuación.
El humanismo secularista
Escribe Roberto Calasso casi al inicio de su gran libro “La
sociedad innombrable”[1] que “en otros tiempos bastaba con divinizar al emperador para
asegurar la cohesión social. Ya no. Ahora es necesario divinizar a la sociedad
misma pues, como dice Durkheim, ella, “la sociedad, es para sus miembros, lo
que un dios es para sus fieles” En las conclusiones
de su clásico estudio Durkheim escribe que “el ideal colectivo que la religión
expresa no es consecuencia de no se sabe bien qué poder innato del individuo,
pues es en la escuela de la vida colectiva donde el individuo ha aprendido a
idealizar. Es asimilando los ideales elaborados por la sociedad que el
individuo es capaz de concebir el ideal. Pues es la sociedad (…) la que le ha
contraído la necesidad de alzarse por encima del mundo de la experiencia…”[2]. Es, pues, claro para
Durkheim, el papel de la sociedad como agente primordial de creación de
cosmovisiones, como agente de socialización, como instancia de lo políticamente
correcto, de lo obvio, de lo indiscutible, de lo absolutamente cierto. Y ahí
estamos.
En
consecuencia, la independencia, autonomía y capacidad de coerción de la
conciencia colectiva de una sociedad concreta, una vez constituida, adquiere
así, para Durkheim (y lo corrobora Calasso) los rasgos de una divinidad que,
aunque creada por una síntesis de las conciencias particulares, se impone a
esas mismas conciencias particulares, con poder coercitivo.
Así,
dirá Roberto Calasso, que el Homo
saecularis se instala en la sociedad europea y lo hace con una voz
principalmente progresista y humanitaria en base a preceptos de herencia
cristiana reblandecidos y edulcorados. Se combina, dirá Calasso, “con el
movimiento en curso en la propia Iglesia, que busca parecerse cada vez más a
una entidad asistencial. El resultado es que los secularistas hablan con una
contrición propia de eclesiásticos a la vez que los eclesiásticos quisieran
hacerse pasar por profesores de sociología”. (Calasso p. 44).
En el
fondo se trataría de substituir un humanismo religioso, por otro laico. El
humanismo religioso, a fin de cuentas, sería algo extravagante y extemporáneo,
ilustración de los tiempos obscuros anteriores a los de las Luces, (la
Ilustración, precisamente) que, ya en la era moderna, con la Ciencia y, sobre
todo, la Alta Tecnología, está llamado a desaparecer. Claro que, entre tanto, y
a tenor de la universalidad de los Derechos Humanos (quinta esencia de la
religiosidad civil), se dice que habría que respetar a los pertinaces
seguidores de tal humanismo religioso (que tardan demasiado en menguar) siempre
que, cual reserva india, lo profesen en la intimidad de sus mentes y de sus
templos….
No
faltan quienes piensan que quizá habría que acelerar su extinción con algunos
discretos empujones: la moda vestimentaria en las mujeres musulmanas en
Francia, la eliminación de cruces y demás símbolos religiosos en los espacios
públicos en España, la substitución del referente religioso por el laico en las
enseñanzas regladas, cuestionar toda ayuda económica a actividades religiosas,
aunque siempre habrá para los estadios de futbol, baloncesto etc., pues se
dice- falazmente- que la actividad deportiva no implica acepción de personas,
como si todo el mundo divinizara el fútbol.
El
futuro nos depara otra “guerra de dioses”, en la actualidad no cruenta, excepto
en los seguidores de una determinada lectura del Corán. (Aunque los cristianos
no debemos sacar pecho porque nuestra ración de violencia y crueldad en la
historia es terrorífica para la memoria). No me refiero solamente a un problema
intelectual, pues ha calado en la mayor parte de la población. ¿Qué necesidad
tengo yo de dioses religiosos del más allá (de donde nadie ha vuelto), teniendo
a mano la ciencia, la alta tecnología y, unos dioses míos (el dinero, el
futbol, la moda, el juego, el cuerpo, la alimentación ´ecológica, vegana,
gastronómica´, etc., la delgadez, la fama, el sexo, el animalismo, la Tierra
Madre y así un largo etcétera) que, cuando quiera, puedo derribarlos, simplemente
no haciéndoles caso? Yo soy, en compañía de los hombres y mujeres (es el
individualismo grupal, nota clave del siglo XXI) quien elijo con qué dios
quedarme, pues yo soy el padre de estos dioses. Todo está a un golpe de clic, o
de apretar un botón de mi mando a distancia. Aunque algunos, allá en Silicon
Valley, pronostican que la Inteligencia Artificial puede adueñarse de nuestras
mentes y nuestros deseos. Y la Inteligencia Artificial, a diferencia, del Dios
cristiano, no permite su negación. Ese sí, ese dios, es (o será en breve, a
decir de los sabios de la Singularity University) un dios omnisciente y
omnipotente del que nadie podrá librarse.
Sobre el humanismo digital
El humanismo digital es un concepto en construcción. En un mundo ahora conformado por datos digitales, inmateriales, y las nuevas tecnologías NBIC (nanotecnología, biotecnología, inteligencia artificial y ciencias cognitivas), debemos preguntarnos en qué condiciones podemos ser humanistas, esto es, como construir y vivir juntos en un sistema de valores capaz de asociar a los humanos entre sí para formar lo que, tradicionalmente, se ha llamado humanismo: humanismo grecolatino, humanismo judeo-cristiano, o humanismo europeo, incluso superándolos en lo que de elitistas tenían a menudo
El filósofo Jean – Michel Barnier, profesor
en la Sorbona, de quien he leído bastantes cosas desde que se extendió el tema
del Transhumanismo, escribe que “nos enfrentamos a tecnólogos arrogantes que
afirman que los datos nos invadirán y que ya no es posible resistir la
inteligencia artificial, ni dar vuelta atrás. Ya habríamos sobrepasado el punto
de no retorno”[3].
Este fatalismo es dramático, continua Barnier. Hoy, la sumisión a las
tecnologías NBIC a menudo se presenta como un hecho inevitable. Las nuevas
tecnologías nos obligarían a vivir en el tiempo real, en la reactividad y en la
inmediatez. Como si la humanidad no pudiera permitirse el lujo de pensar,
proponerse aplazar o diferir decisiones, darse un tiempo para pensar con otras
personas. Necesitamos pasar de la “aceleración” a la “resonancia” por seguir la
terminología de los dos excelentes trabajos de Hartmut Rosa, “Aceleración” y
“Resonancia”, para superar el mundo digital de lo siempre urgente, y dar paso a
la vida buena[4].
Nos dejamos subyugar por las máquinas, y
lo hacemos de forma voluntaria. ¿Cómo entender que nosotros, seres
inteligentes, nos comportemos como autómatas frente a nuestras propias
máquinas, cuando no hacen otra cosa que contar y ordenar multitud de datos, de
gran complejidad, de forma más rápida que nosotros, a veces con resultados
sorprendentes? El humanismo es, por definición, anti-destino. Durante el
Renacimiento europeo, éramos humanistas porque nos negamos a permitir que nos
impongan la naturaleza y las prácticas religiosas, con sus dogmas, como un
destino inexorable (“fuera de la Iglesia no hay salvación” todavía en el
Catecismo Católico). Hoy, las tecnologías se presentan como fatales e
inexorables y nos pesan como un nuevo destino, hasta el punto de que algunos
nos anuncian que la humanidad pronto abandonará la escena que será ocupada por
la tecnología sin límites. O por los ciborgs donde lo propiamente humano será
cada vez menor y menos autónomo. (Imposible olvidar en este punto la
extraordinaria conferencia que, en este mismo espacio, nos impartió Gaspar
Martinez el 22 de marzo de 2019, bajo el título “Transhumanismo: ¿futuro
posible o ideología?”)
Esto no significa que la humanidad
desaparecerá de la noche a la mañana, sino que los humanos pueden perder la
iniciativa y el control por el hecho mismo de las máquinas y, no lo olvidemos,
por la generalización de la incubación in vitro de los seres humanos.
Entraríamos de lleno (ya hay ejemplos en el planeta) en una sociedad eugenésica
donde la reproducción tenga lugar bajo el control de la política, del dinero y
del capricho. También dejaríamos paso a las fantasías de la inmortalidad. Es la
desaparición de lo humano como el ser que está al volante de la Historia, capaz
de evolución y de progreso” remacha Besnier.
Sobre la Inteligencia artificial
El calificativo de inteligente ya se
aplica a no importa qué avance tecnológico con la condición de que sea capaz de
recibir señales y de emitir respuestas a esas señales. Obviamente, en última
instancia, esas señales provienen de un humano, aun cuando, puede haber, y hay,
mil señales que emiten otras máquinas, que las activan, aunque, lo repito, al
final o, mejor, al comienzo de la cadena hay siempre un humano. Pero no es
menos cierto que, a lo largo de cadena, por interacciones internas, se producen
reacciones, señales, que escapan al humano. Se diría (y así lo dicen algunos)
que las maquinas “aprenden” y “deciden” por sí mismas. Que son inteligentes. De
ahí la expresión “Inteligencia Artificial” (“AI” en el mundo de los acrónimos y
abreviaciones, en el lento asesinato colectivo del lenguaje) ha adquirido carta
de naturaleza en nuestra sociedad. Para bien y para mal.
A poco que se piense, dicen algunos
expertos en estos temas, en última instancia, estos procedimientos tecnológicos
son extremadamente rudimentarios. Es el síntoma de una preocupante
simplificación de la representación que los humanos hacen de sí mismos. El día
en el que me piense inteligente tal como el tecnólogo piensa en la casa
inteligente, habremos llegado a una situación dramática, afirma Besnier, para
quien su lucha consiste en defender el lenguaje, lo simbólico y, por lo tanto,
la historia. Estoy estupefacto al ver cuán indiferentes son los tecnólogos o
los tecno-profetas al lenguaje y que no se alarman al ver que sus tecnologías
son ofensivas contra el lenguaje.
El diálogo con un servidor de voz nos da
una buena visión de cuál es el lenguaje con una máquina. Con sus señales, está
destinado a producir comportamientos. Presione la tecla asterisco, etc. No es
lenguaje humano, podría ser el lenguaje de hormigas o abejas. Ya no es un
portador de emociones humanas, simplemente es el medio para transmitir
información y recopilar datos.
En efecto, pienso que ser
tecno-progresista y estar fascinado por las tecnologías de clonación o de la
Inteligencia Artificial, es mucho más reaccionario y conservador que ser el
defensor de la biodiversidad y del 'bricolaje' que es la vida. La voluntad de
poner fin al azar es el fermento de todos los totalitarismos.
Sobre el transhumanismo (siguiendo
unas reflexiones de Edgar Morin)
El transhumanismo, se basa en
probabilidades, aún desconocidas hace veinte años: la prolongación de la vida
humana sin envejecimiento gracias a las células madre presentes en el organismo
de cada uno de nosotros; el desarrollo de una simbiosis cada vez más íntima
entre el hombre y los productos de su técnica, en particular las máquinas
informáticas; la creciente capacidad de las máquinas para adquirir caracteres
humanos, incluyendo la conciencia, dicen algunos. Todo esto abre un mundo de
ciencia ficción donde la condición humana se transforma efectivamente en sobre-humanidad.
El transhumanismo podría incluso convertirse en un mito en la predicción de que
el hombre iba a adquirir la inmortalidad.
Pero estos avances científicos y técnicos
solo tendrán un carácter positivo si coinciden con el progreso humano que es al
mismo tiempo intelectual, ético, político, social. La metamorfosis de la
condición biológica y técnica del hombre, si no está acompañada por el progreso
humano, agravará los problemas, que ya son muy graves. Así, las crecientes
desigualdades entre ricos y poderosos, por un lado, pobres y excluidos, por
otro lado, pues solo los primeros se benefician de la extensión de la vida. Surge
el problema del reconocimiento de los derechos humanos a los robots pensantes
tan pronto como están dotados de conciencia, cuestión en la que nos detenemos
páginas abajo. “La posibilidad de una metamorfosis tecnocientífica
transhumanista requiere necesariamente y con urgencia la metamorfosis
psicológica, cultural y social que nacería de un nuevo camino alimentado por un
humanismo regenerado”[5],
escribirá Edgar Morin, a quien seguimos en varias partes de este texto.
Ser humanista no es solo pensar que somos
parte de esta comunidad de destino, que todos somos humanos y todos somos
diferentes, no es solo querer escapar de la catástrofe y aspirar a un mundo
mejor; También es sentir en el fondo que cada uno de nosotros es un pequeño
momento, una pequeña parte de una aventura extraordinaria, una aventura
increíble que, mientras continúa la aventura de la vida, comienza una aventura
hominizadora. Andrea Riccardi, en su conferencia en los
Bernardinos de Paris, trae a colación a un santo ortodoxo de Athos, Silvano, quién
afirmaba que ´la unidad ontológica de la humanidad total es tal que, cualquier
persona que vence el mal en sí, inflige tal derrota al mal cósmico, que las
consecuencias de esta victoria repercuten, beneficiosamente, en los destinos
del mundo´[6].
Hace siete millones de años, con una
multiplicidad de especies cruzando y sucediéndose, se llegó al Homo sapiens. En
la época de Cro-Magnon y sus magníficas pinturas rupestres, ya tenía el cerebro
de Albert Einstein, Leonard de Vinci, Adolf Hitler, todos los grandes artistas,
filósofos y criminales, un cerebro en avance sobre su espíritu, un cerebro en
avance de sus necesidades. Incluso hoy, nuestro cerebro probablemente tiene
capacidades que aún no podemos reconocer y utilizar. Es obvio que el futuro de
nuestro cerebro, luego nuestro quehacer, de nuestras decisiones, dependerá del
progreso tecno-científico, sí, pero también de los valores que le hayamos
transmitido. Con lo que la transmisión intergeneracional es uno de los retos
centrales y capitales para un humanismo del siglo XXI. No es solamente cuestión
biológica, ni del tamaño y mejor conocimiento del cerebro, que también. Es
cuestión de saber con qué lo alimentamos. O, ¿es que el cerebro de un niño, de
un menor, de un joven, de un adulto, se alimenta solo, diferencia lo bueno de
lo malo, por generación espontánea?
Los robots, ¿personas jurídicas?
(Un apunte sobre este tema en base a unas Notas de lectura del
libro de Paulin Ismard, “La Cité et ses esclaves. Institution, fictions, expériences
“, Seuil, “L’univers historique “, Paris, octobre 2019, 384 p).
El Parlamento europeo en una resolución del 16 de febrero de 2017
decía: “considerando que, en la hipótesis en la que un robot pudiera tomar
decisiones de manera autónoma, las reglas habituales serían insuficientes para
establecer la responsabilidad jurídica de los daños causados por un robot,
puesto que no permitirían determinar la parte responsable a efectos del pago de
los perjuicios causados ni exigir a esa parte que repare los daños causados” y
ya solicitaba una identificación numérica específica para cada robot. Pero esta
identificación no sería sino un primer paso para el reconocimiento de una
eventual personalidad jurídica a los robots. La resolución europea consideraba
“la próxima creación de una personalidad jurídica específica para los robots,
al menos para que los robots autónomos más sofisticados pudieran ser
considerados como personas electrónicas responsables, obligadas a
reparar todo perjuicio causado a un tercero”. Pensaban los parlamentarios
europeos en robots que “adoptan decisiones autónomas o que interactúan de
manera independiente con otros” (sean personas o cosas)
Pero aquí se plantean, al menos, dos cuestiones. Una tiene que ver
con el concepto de persona y la otra con quien sea, en última instancia, quien
haya de responder de los daños causados por un robot.
Para la primera cuestión, un planteamiento sostiene que solamente
quienes tengan conciencia (del bien y del mal, de entrada) pueden tener
personalidad jurídica. Las cosas no pueden tener personalidad jurídica, desde
este punto de vista. Pero no todos piensan así, pues hay científicos para
quienes el cerebro humano es algo asimilable a un robot pues su conciencia no
es otra cosa que lo que le han imbuido sus padres y la sociedad en la que vive
pues los hombres y mujeres no han pensado siempre lo mismo sobre las mismas
cosas, por ejemplo, sobre la esclavitud. Y en la actualidad sobre cosas tan
graves como la pena de muerte o la tortura. Luego el debate se traslada al
concepto de persona, a la autonomía de la persona, cuestión que se sigue
debatiendo, con acuidad, en la actualidad.
De hecho, aun con otros términos, la cuestión ya afloraba hace
tiempo. Así el año 1943, una de las figuras mayores de la cibernética, Warren
Sturgis McCulloch, afirmaba que “las maquinas hechas por la mano del hombre no
son cerebros, pero los cerebros son una variedad, mal comprendida, de las
maquinas computadoras”. De tal suerte que, comenta Paulin Ismard, desde esta
perspectiva, “el hombre y la maquina serían dos sistemas cibernéticos, en
esencia idénticos, de tal suerte que el pensamiento humano es fundamentalmente
asimilable al cálculo”[7],
en razón de su propia ecuación vital y de los valores que propugne.
La segunda cuestión, la del responsable último de las decisiones,
tenidas como autónomas, y con daños a terceros, parece más fácil de resolver:
el responsable es quien ha programado el robot. Un robot no se hace solo, hay
alguien, personas humanas, individual o colectivamente, a título personal o
como una entidad concreta, quienes programan y ponen en marcha los robots,
aunque una vez construidos escapen a su control. Hay ya varios ejemplos en este
orden de cosas. Alguno es ya muy mentado: cuando un coche autónomo se enfrente
a dos, para él objetos, un niño o un anciano cruzando la calle, y no puede
esquivar a los dos ¿cómo decide a quien esquivar y, a continuación, quien paga
los daños del golpeado? El conductor responsable aquí no puede ser otro que la
compañía que diseño el coche, pero ¿descargamos de toda responsabilidad al
propietario del vehículo?
Las cosas son aún más preocupantes en la robótica militar, con los
denominados “sistemas de armas letales autónomas” (LAWS es el acrónimo en
inglés), sistemas diseñados para disparar misiles, en determinadas
circunstancias concretas, sin intervención humana alguna: nada que ver con los
códigos que disponen los presidentes para ordenar lanzamientos de misiles. En
el supuesto que presentamos, el robot “decide” autónomamente lanzar el misil. A
nadie se le escapa que si en torno al objetivo del misil hay otro robot con
similar configuración hará lo propio con lo que la conflagración puede ser
terrorífica. Hay mucha gente trabajando en este tema, como es obvio.
Más
banal pero confirmatorio. El pánico vendedor se adueñó de las bolsas el lunes 5
de febrero de 2018, que, aunque duró poco tiempo, el índice Dow Jones cerró dejándose un 4,6%, el
Nasdaq perdió los 7.000 puntos y el S&P 500 se dejó más de un 4%. En un día
se esfumaron todas las ganancias del año. Y se contagió a las bolsas asiáticas
y europeas. Pero como leo en la prensa del momento de donde rescato esta
noticia. “a pesar de la avalancha de ventas, la situación está lejos de ser un
pánico financiero. Más bien tiene que ver con unos nuevos actores bursátiles
que cada día tienen más protagonismo: los robots. Unas inteligentes máquinas
programadas con sofisticados algoritmos que dan órdenes masivas, en este caso
de venta, cuando algunas de las premisas de sus programas se cumplen.
Y eso es lo que está ocurriendo. La semana pasada, en EEUU se hizo
público un dato de evolución de creación de empleo mejor de lo esperado. Muchos
algoritmos estaban programados para vender cuando se llegara a ese dato, las
órdenes de venta saltaron provocando las pérdidas el pasado viernes. Cuando
ayer (lunes 5 de febrero) siguieron las ventas y el S&P 500, el principal
índice estadounidense, perdió los 500 puntos se desató la locura. Fue entonces
cuando se activaron muchos stop loss (alertas que tienen puestas los inversores
para alertarles de cuándo vender para no perder demasiado) y accionaron la
tormenta perfecta” [8].
¿Qué hacer? Una propuesta de humanismo basado en la fraternidad
Retomar los grandes principios del pensamiento greco-latino, así
como el judeocristiano, su renovación en el Renacimiento y en la Ilustración
(sin echar en saco roto lo mejor del Medievo) y, todo ello, con una mirada al
mundo oriental que tanto tiene que decirnos. Pero retomar esos principios no
quiere decir copiarlos tal cual. Siguiendo los planteamientos de ese gran
bilbaíno que fue Pedro Arrupe, se trata de aculturarlos a los tiempos actuales
y a las diferentes sociedades en las que habitamos. No es lo mismo Zambia,
Suecia o Euskadi en el año 2020.
Se trata de valorar un humanismo, en el que el hombre, hombre y
mujer, conforman el objetivo central de la labor humana. Pero esta centralidad
del hombre, puede abordarse desde dos perspectivas bien distintas.
Una es la deificación del ser humano. Es, de hecho, una religión
del hombre que sustituye al dios caído. Es la expresión del Homo sapiens /
faber / oeconomicus/ saecularis. En este sentido, el hombre es la medida de
todo, la fuente de todo valor, el objetivo de la evolución. Se percibe como sujeto
del mundo y, como el mundo es para él un mundo-objeto constituido por objetos, se
ve soberano del universo, dotado de un derecho sin límites, sobre todo,
incluido el derecho ilimitado a la manipulación, incluso sobre su propio cuerpo
[9].
Es en el mito de su razón (Homo sapiens), en los poderes de su técnica y en el
monopolio de la subjetividad que funda la legitimidad absoluta de su
antropocentrismo. Esta cara del humanismo debe desaparecer. Como escribe Edgar
Morin, a quien sigo en este punto, “debemos dejar de exaltar la imagen bárbara,
mutiladora e imbécil del hombre autárquico sobrenatural, centro del mundo,
objetivo de la evolución, maestro de la Naturaleza”[10]
El otro humanismo es el que responde a la fórmula de Montaigne “reconozco
en cada hombre a mi compatriota”, el de Bartolomé de las Casas reconociendo a
los indígenas como personas, el de las Reducciones de los jesuitas en Paraguay.
Como insiste el gran filósofo canadiense Charles Taylor “el problema clave en la relación con los otros es el reconocimiento.
Todo ser humano tiene una necesidad fundamental de ser reconocido”.
Aunque en principio, este humanismo concierne a todos los seres
humanos, este humanismo ha sido monopolizado por el hombre blanco, adulto y
occidental. Se excluyeron los primitivos, atrasados, etc., muchos de los cuales
fueron esclavizados hasta el reciente período de descolonización. Y hay autores
que se preguntan, y comparan, la relación del hombre con el esclavo en el mundo
greco-latino, con la del hombre con los robots en el mundo digital. Así Paulin
Ismard quien abre un apartado de su libro “La ciudad y sus esclavos” con esta
pregunta: el robot, ¿es un esclavo como los otros? Y desarrolla una analogía
sobre los derechos (y responsabilidades) de los esclavos y los de los robots
sofisticados de nuestros días con capacidad autónoma (¿) de decisión.
Fascinante debate en el que estamos.
En 2020, en plena globalización, hay que extender este humanismo a
todo el planeta, empezando por los más próximos. El aforismo pensar global,
actuar local, no ha perdido un ápice de su actualidad. El humanismo del futuro
exige poner como valor supremo la fraternidad. Además, la fraternidad, o es un
valor universal o no es fraternidad.
El
29 de agosto de 2019, en el marco de un Curso de Verano de la UPV/EHU, en
Donostia San Sebastián, “Hablemos de lo esencial”, curso dirigido por mi buen
amigo Javier Urra, pronuncié una conferencia con este titular “El valor “fraternidad”,
como base para una ética universal”. Rescato de aquel texto largo de 25
páginas, que se puede consultar en mi blog, unas brevísimas ideas para esta
conferencia, con algún añadido posterior.
Comencé
con unas reflexiones de Antoni Domènech, militante
antifranquista en el PSC-PSUC cuando, tras constatar el eclipse de la fraternidad, realizó una revisión republicana de la
tradición socialista; de Julia Kristeva, psicoanalista,
humanista, escritora y feminista subrayé su trabajo “Osar el humanismo” donde
proclama “humanistas!, es por la singularidad
compartible de la experiencia interior que podemos combatir esta nueva
banalidad del mal que es la automatización en marcha de la especie humana;
De Laurent Berger (sindicalista francés que Macron busca como percha para salir
de su atolladero sobre el tema de las pensiones) retuve la idea de que “la
fraternidad es el punto ciego de la divisa «libertad, igualdad, fraternidad” y
que ellos ejercen en su sindicato; De Clotilde Rymarczyk, en un trabajo de fin
de curso en la Universidad de Quebec, una idea luminosa: “la fraternidad, puente a construir para religar las fragilidades
humanes”; de Jorge Semprún siendo el
preso número 44.904 en Buchenwald, “la fraternidad como respuesta a la Shoah,
la fraternidad ante la muerte”; Albert Camus en la 4ª Carta a un amigo alemán,
en Paris, un mes antes de su liberación, le dice que pese a todas sus
atrocidades no le retira la condición de hombre; me detuve en la maravillosa
teoría y en la, demasiadas veces, aborrecible práctica de la fraternidad
cristiana, que tan breve como penetrantemente nos muestra Juan el evangelista
en su primera carta: "Si uno
dice «Yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su
hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve."; mi admirado amigo Arnoldo Liberman[11],
citando a Lévinas escribe que “la idea fuerte del judaísmo consiste en
transfigurar el egocentrismo o el egoísmo individual en vocación de la
conciencia moral” Se pregunta, a renglón seguido Liberman, “¿Y Dios? Para
Lévinas, el gobierno de Dios consiste en someter a los hombres antes a la ética
que a los sacramentos”; Gandhi que sostenía que “nunca es bueno el amor a los otros,
cuando es exclusivo y con excepciones. Yo no puedo amar a los hindúes o a los
musulmanes y odiar a los ingleses”; mostré basándome en un texto mío en un
encuentro hispano-marroquí en Paris en 2003, que “la religión, sin más, no lo
explica todo”; traje a colación, sin embargo, y para concluir, dos textos
religiosos: el documento que firmaron el Papa Francisco y el Gran Imam de Abu
Dabi (Emiratos Árabes Unidos) sobre la fraternidad en febrero de 2019 y el
extraordinario mensaje de Asís del 27 de octubre de 1986 por la paz en los
pueblos, propulsado por la Comunidad de Sant ‘Egidio y que renuevan año tras
año, el último en septiembre pasado en Madrid, a menudo entre la indiferencia
de los medios, que malviven super valorando las malas noticias.
El humanismo con la fraternidad como valor faro, no es algo que
esté ahí, en un cajón escondido del que unos pocos tengan la llave. El
humanismo que propongo lo hacemos o no lo hacemos, día a día, hombres y
mujeres. Es un humanismo que incluye a creyentes y no creyentes, gentes de
derechas y de izquierdas, gentes de diferentes proyectos de vida (profesores,
políticos, economistas, periodistas, trabajadores manuales etc., etc.), personas
de diferentes nacionalidades y opciones políticas y religiosas (como muestro en
el abanico de personas que he citado arriba) gentes, en definitiva, que ponen
en el centro a la persona humana que, en su individualidad buscan el bien de
todos, no solamente, aunque también, el suyo propio.
Es un humanismo para una sociedad global, en la que cada uno,
desde su singularidad, desde su propia ecuación personal, se alía con el
“otro”, justamente para superar los “unos” y los “otros”, y así, sin falsos
irenismos, cada uno desde sus propias creencias, avanzar en la construcción de
un “nosotros” lo más humano posible.
El humanismo del siglo XXI o es fraterno, sin restricciones, o no
es humanismo. A lo sumo sería como el humanismo greco latino, como el de la
Ilustración, como el del cristianismo identitario, como el que pretende el
transhumanismo: un humanismo elitista, para unos pocos, quedando los demás a su
servicio, engañados, en los países ricos con pan y circo o revolviéndose,
incluso con violencia, si entienden que no les basta con lo que tienen o ven,
alrededor, otros con muchos más recursos que ellos.
Ya para concluir quiero apuntar a algo que me parece muy importante:
reivindico un humanismo humano, un humanismo con fallas, con errores, con
limitaciones. Un humanismo a la medida del hombre. No un humanismo de héroes y
santos. No un humanismo que deifica al hombre, como nos advertía Edgar Morin.
No es humanismo, tampoco, para los míos, para los que piensen como yo.
Reivindico un humanismo que no descarte a nadie, a nadie que trate de poner a
la persona humana en el centro de la vida, que tampoco se descarte a sí mismo, a
uno mismo en su mismidad, aunque no siempre se sienta y sea humanista. Solamente
se descarta quien quiera vivir solo, solamente para sí. En realidad, se auto
descarta. Pues yo, al que temo de verdad, es al puro, al perfecto, al que se
cree en posesión de la única verdad, verdad que ejerce, caiga quien caiga, más
si logra conquistar el poder, sobre todo el poder absoluto. Y en nuestro mundo
hay demasiados poderes que se consideran absolutos, que pueden hacer (y hacen)
mucho daño en nombre de su verdad.
Para vencer a estos poderes, antiguos y nuevos, necesitamos
fortalecer el humanismo mediante la educación en valores responsables que
propugnen el “vivir juntos”. Debemos tener mucho cuidado en las nuevas máquinas
que engendremos. Muchos padres, cuando sus hijos les salen torcidos, se
preguntan, pero, ¿de dónde ha salido ese hijo mío? En más de una ocasión
algunos padres desesperados me han hecho esa pregunta. La respuesta, fácil en
mi mente, era difícil trasladársela: ese chaval es hijo tuyo y en gran parte tú
lo has hecho así. No digo que todos los hijos disruptivos son responsabilidad de
sus padres, pero muchos sí. Pregúntese que hizo con él cuando aún estaba en sus
manos y lo controlaba. Sencillamente cómo lo educó.
Pues bien, absolutamente lo mismo cabe decir de la inteligencia
artificial y de los robots. No han nacido como los champiñones en el bosque.
Menos aún de la nada. No. Esos robots supuestamente autónomos y con capacidad
de adoptar decisiones que se nos escapan, decisiones que no controlamos, esos
robots, insisto, son hijos nuestros. Es nuestra la responsabilidad cuando se hagan
mayores, en realidad, los hagamos mayores. Dependen, en un sentido en nada
figurado, de cómo los hayamos educado, con qué fines, con qué objetivos, con
qué límites. Si un misil se dispara de forma que, impropiamente decimos que es
autónoma, que es decisión propia del misil sin intervención humana, estamos,
voluntaria e irresponsablemente, olvidando que somos nosotros, hombres y
mujeres, quienes los hemos diseñado para que así actúen. Los robots por muy
sofisticados que los hayamos creado, no son sino cosas. Como la alarma de mi
domicilio que se conecta con la central si olvido apagarla cuando entre en mi
casa. Y si entra alguien a quien le he dado la llave de mi casa, pero no le he
advertido de la alarma, y de cómo controlarla, puede venir la policía. Eso en
un simple robot. Imagínenselo a lo bestia, disparando fusiles. Precisamente para
controlarlos necesitamos un humanismo para el siglo XXI.
Donostia San Sebastián, enero de 2020
Javier Elzo
Postdata
Ya al final del debate tras la
conferencia, recogiendo los papeles cabría decir, un asistente joven, de manera
profundamente respetuosa hacia mi persona, vino a decir, a media voz, porque yo
había manifestado lo contrario en mi conferencia, supongo, que las cosas no
pasaban como yo las decía, que los robots son independientes de las personas y
que deciden, en realidad autónomamente y que sus decisiones son imprevisibles.
Que realmente la inteligencia artificial es, verdaderamente, una inteligencia.
No llego a decir todo esto, pero yo así lo interpreté.
En ese momento yo comenzaba a estar
solicitado por bastantes personas y, ya, un tanto cansado, no reaccioné a la
breve intervención del joven asistente, que, además apenas nadie oyó, pues
habló sin micrófonos, cerca de donde yo estaba, en conversación informal, y con
los asistentes ya en pie. Pero a mí, su reflexión se me grabó, me hace pensar
(pues esa forma de razonar no es la primera vez que la leo y escucho), me
interpela profundamente y quiero reflejarla en Post Data de este texto.
Que aprovecho para señalar la cordialidad
que reinó en toda la reunión, el enorme interés de las cuestiones que se
platearon, la eficacia en su organización por el Club de Roma y, la ya
reconocida profesionalidad de los trabajadores de la Bilbaína. Fue un Encuentro
sumamente agradable, en que se formularon preguntas que conforman las mías, sin
que sea capaz de dar respuesta a todas. Incluso algunas intervenciones, como la
que reflejo arriba, aunque hubo más, me hace pensar, lo que siempre se
agradece.
1 de febrero de 2020
Javier Elzo
[1] Roberto Calasso, La
actualidad innombrable”, Anagrama, Barcelona 2018, 173 páginas, ver sobre
todo las paginas 9-84. No tienen desperdicio
[2] [2] El libro,
“Les
formes élémentaires de la vie religieuse” se editó el año 1912. En
mi biblioteca he encontrado la edición de 1968, PUF, que leí y anoté en Lovaina
en mis años de estudiante, edición con la que trabajo en estas líneas.
Obviamente hay edición castellana de esta obra magna de la sociología: “Las formas elementales de la vida religiosa”.
Alianza, Madrid, 1983. Pero las citas de mi texto provienen de la traducción
que yo mismo he realizado del original en francés. Para la citación del texto
ver p.604
[4] Señalo tres
libros de Hartmut Rosa, que escribe en alemán. El primero en traducción
francesa “Accélération : Une critique sociale
du temps (Sciences humaines et sociales“ La Decouverte Paris 2013, con un primer
capítulo sensacional. Ya en castellano,
el libro anterior con algunos complementos “Alienación y aceleración: Hacia
una teoría crítica de la temporalidad en la modernidad tardía (discusiones)”
Katz Editores 1916. Recientemente “Resonancia: Una sociología de la relación
con el mundo” Katz, noviembre de 2019, 592 paginas
[5] Edgar Morin, “Les deux humanismes”, Le
Monde Diplomatique, Octobre 2015,
[6] Andrea Riccardi: “Les
chrétiens et la globalisation”. Conferencia en Los Bernardinos,
en Paris, (13/1012) Texto completo en https://media.collegedesbernardins.fr/content/pdf/Recherche/7/chaire-2012-13/2013-10-12-chaire_AR_discours_aux_bernardins.pdf
[7] Paulin Ismard, “La Cité et ses esclaves“
o. c. p. 64
[8] Firma el artículo Pilar Blázquez en La Vanguardia 06/02/18.
Ver también “Lunes negro” en Wall Street:
un asunto de robots y de alza de los salarios titular de http://www.france24.com/es/20180206-caida-wall-street-dow-jones
[9] Es difícil
decir más en menos páginas (42) es este excelente texto de Sylviane Agacinski,
filósofa, feminista y socialista cuyo título lo dice todo: “L´homme
désincarné. Du corps charnel au corps fabriqué”. Edita Gallimard, en 2019,
en una excelente y nueva colección que titula “TRACTS”. ¿Habrá algún editor que
lo traduzca al castellano?
[11] Arnoldo Liberman, “Heidegger y yo, judío”, Sefarad
Editores, Madrid 2018, 258 páginas, ver pp. 52- 53
No hay comentarios:
Publicar un comentario