lunes, 21 de marzo de 2016

Una bella y reconfortante historia en boca de Edgar Morin


Una bella y reconfortante historia

Estos días pasados, y en los meses anteriores, hemos constatado cómo salían de la cárcel un número importante de presos de ETA. Algunos tras reconocer no solamente el daño causado sino también que su actuación era condenable e injustificable, sin que hayan faltado los que, además, han pedido perdón. Otros, la mayoría, han callado, o, a lo sumo, han reconocido que han tardado demasiado en desvincularse de la violencia de ETA (aun sin mentarla), sin olvidar a los que siguen defendiendo la violencia como "arma revolucionaria”. Las reacciones ante estas declaraciones han sido tan dispares como lo serán las de los lectores que lean este texto. Texto en el que quiero subrayar un solo aspecto, siendo plenamente consciente de dejar muchas cosas en suspenso: la posibilidad de la redención de un asesino, de un criminal, con la ayuda del perdón gratuito. Lo hago, trasladando, parcialmente, un relato que recojo de un libro desgraciadamente no traducido al español, “Au péril des idées”. Presses du Chatelet, 2015. Es un diálogo entre Tariq Ramadan, musulmán, profesor en Oxford y Edgar Morin referente mundial de la sociología. El relato, en boca de Edgar Morin, se puede leer entre las páginas 306-309, casi al final del libro. Lo traduzco, casi íntegramente. Dice así:

El relato de Edgar Morin: “Sabemos de criminales que se han redimido y, a veces, trasformado interiormente. Yo he conocido el caso de un profesor de la universidad de Rennes - su caso fue muy comentado en los medios- que había abandonado a su mujer, para volver a casarse con una estudiante. Más adelante, encuentra otra estudiante de la que se enamora. Su segunda mujer, reprochándole de no mantener relaciones sexuales con ella, la estrangula haciendo el amor, después entierra su cuerpo en el jardín de su casa y se va a un congreso a Rio de Janeiro con su última conquista. Tras su retorno, la familia de su mujer se inquieta y, como este intelectual especializado en biología no es un criminal muy hábil, la policía acaba por encontrar su cadáver. Durante el proceso asegura que sufrió una crisis de demencia. Su abogado evita la pena capital y es encarcelado en la penitenciaria de Saint Maur, cerca de Châteauroux, de donde nadie huye.

Me escribe de la cárcel, me dice que ha leído “La Methode” (el texto clave de Morin), me cuenta su historia y precisa que no estoy obligado a responderle. Obtengo un permiso para visitarle (…) y me encuentro con un hombre con algunos años más que yo, pequeño, fornido, alerta. (…). Y allí, en la cárcel, me entero que este hombre ha animado a los analfabetos, a los gitanos, a los magrebíes a comenzar a estudiar, a otro preso a escribir una tesis. Se había transformado en un santo, enteramente consagrado a los co-detenidos en su miseria. Yo le ayudé a crear un círculo cultural en la cárcel haciendo que se desplazaran allí grandes personalidades de la intelectualidad francesa como Francois Furet, Pierre Nora….

Un día, cuando ya estaba encarcelado desde hace unos diez años, me dice: “creo que ya he pagado. Ya quisiera salir”. Era el año 1981 y Mitterand acababa de llegar a la presidencia de la República y su ministro de justicia, Badinter, había hecho abolir la pena de muerte. Como yo había conocido a Mitterand en la Resistencia (contra la ocupación nazi) le escribí, pero había un reflujo en la opinión por la ley de Badinter: se decía que se estaba mimando a los presos, que tenían televisión en sus celdas etc. Mitterand no se atreve a liberarlo pero concede una remisión de su condena, lo que comunico a mi amigo en prisión. (…).

Y sucede un acontecimiento increíble. Una de sus estudiantes que no se había atrevido a declararle su amor, había devenido profesora en un liceo francés de una capital del Oriente Medio. En unas vacaciones en Francia pide al abogado de mi amigo que le informe de su situación. El abogado le responde: “No sé. Pregunte a Edgar Morin”. Viene a verme, me pide su dirección y le escribe. Él le responde y el amor entre ellos arde como la yesca. Ella va a la cárcel y se aman con ardiente pasión…. Él me repite: “quiero salir”. Consigo que le otorguen una libertad condicional. Tras salir de la prisión me pide que sea testigo en su matrimonio y, privado de sus derechos profesionales, sigue a su nueva esposa a su país en el Oriente Medio, entonces en plena guerra civil. Ella se divorcia de un inspector de academia que consigue que pierda su puesto de trabajo y les obliga a volver a Francia.  Mi amigo, convencido de que es la causa de la desgracia de todas las mujeres, desaparece. Su mujer me suplica que lo encuentre. Mi amigo reaparece y reemprenden la vida en común.

Epílogo: cuando en 2008, se vuelve a publicar en dos volúmenes mi trabajo “La Methode”, se organiza una sesión de presentación. Yo deseo asociar al acto a mi amigo a quien había dedicado uno de mis libros, sin dar su nombre, pues había releído y trabajado mis manuscritos. Él me dice que lleva treinta años sin hablar en público y que le da pánico hacerlo. Yo insisto en que hable. De hecho lo hace y comienza sus palabras diciendo que “Edgar Morin no escribe tan fácilmente como parece. Yo he revisado sus manuscritos…”. Yo estaba muy emocionado. Su esposa, radiante: “he vuelvo a encontrar al gran profesor que conocí”. Todo esto, concluye Morin su relato, para decir que la redención es posible: yo lo sé”.

El valor del perdón gratuito. ¿Es posible añadir algo a este texto maravilloso?. Sí. Particularmente desde Euskadi, sí. Es un ejemplo, y hay otros, de que el perdón gratuito causa milagros. Ya escribí hace meses un texto sobre la capacidad revolucionaria del perdón (Se publicó en “Deia” y en “Noticias de Gipuzkoa” el 21/08/15). Este de hoy, lo quiero ir cerrando con las mismas palabras con las que Edgar Morin encuadra su texto. “El perdón no es una cosa que se da al que lo demanda, debe ser acordado a quien no lo demanda. Es un reto, un riesgo, pero es un reto sobre la posibilidad de que la humanidad acabe por vencer la inhumanidad de aquel a quien se perdona. Con sus riesgos y sus peligros, el perdón trasgrede esta ley que nos viene de muy lejos, la ley del talión. Es por ello que considero sublime, en el Evangelio, el perdón a la mujer adúltera que los hombres querían lapidar (Juan 8, 2-11), y sobretodo el extraordinario perdón de Cristo en la Cruz: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). (Quizás quepa recordar que Edgar Morin se confiesa agnóstico, “incapaz de creer” escribe). En términos místicos o morales, esto reenvía a lo que Marx o Freud hubieran podido decir: los hombres no saben lo que hacen”.

La capacidad de rectificar. En otra parte del mismo libro arriba citado, Edgar Morin va más allá y reflexiona, desde su propia experiencia personal, en la posibilidad de cambiar el rumbo vital de una persona, que define como “la capacidad de corregir mi acción”. Así escribe que “durante la ocupación (de Francia por los nazis) yo era comunista, pues yo he creído que el comunismo soviético se desarrollaría después de la victoria y crearía las condiciones de una sociedad nueva. Después comencé a desencantar. Al final “rompí” con mi elección. Porque quise mantenerme fiel a mi moral política se me trató de “traidor”. Es así como miles, incluso millones de seres humanos, han creído que concurrían a la emancipación del género humano, cuando en realidad trabajaban para su sojuzgamiento”. (Páginas 70-71)

Para un vasco es imposible no pensar en quienes han apoyado a ETA en pro de lo que entendían como “la liberación social y política de Euskal Herria”. Y algunos persisten en la misma justificación de la violencia (hace ya 20 años los califiqué de “irreductibles”) aunque, afortunadamente, haya también otros que han “corregido su acción”, y su justificación. 

Morin tiene 95 años. Sería fantástico que pudiera venir a Euskadi y trasladarnos de viva voz, con su amigo, esta extraordinaria experiencia vital de perdón, redención y nueva vida. Con sus muy ricas reflexiones.

P.D. Una redacción algo más corta de este texto se difundió a comienzo de marzo de 2016 en la red de Amigos de Gesto por la Paz y se publicó en “Deia” y en “Noticias de Gipuzkoa” el sábado 19 de marzo de 2016

viernes, 18 de marzo de 2016

Para superar las soberanías exclusivas


 

 
Capacidad de decidir y obligación de pactar, o la aceptación de las soberanías compartidas.

(Una reflexión desde Euskadi)


La idea con la que titulo estas líneas, me acompaña desde hace más de veinte o treinta años y la he expresado, por escrito u oralmente, en múltiples ocasiones. Un amigo, residente en Madrid, me pide una reflexión para un próximo libro suyo que está escribiendo sobre la transición española. Me escribe que "allí pienso contar al hilo de los Estatutos que se aprobaron la eclosión de las identidades colectivas, que se produjo. Tengo ideas y datos. Pero cualquier remisión a algo tuyo, ya escrito o nuevo, sobre en qué consiste sentirse vasco, me será de gran ayuda. No seríamos vascos, ni castellanos ni nada si no fuésemos animales simbólicos, que necesitamos asirnos a apegos de todo signo". Esta demanda, y la circunstancia de que estuviera trabajando en la cuestión de la unidad y la diversidad en la condición humana, me animaron a escribir tres artículos en la prensa del Grupo Noticias que, en una redacción continuada y ampliada presento a continuación[1].

 

¿Capacidad de decidir?. Un ciudadano que, digamos, resida como yo en pleno centro de Donostia San Sebastián, constatará, a poco que piense, que hay cinco instancias perfectamente identificables que tienen capacidad y poder de decisión, luego infuencia sobre su vida. Pero no le costará nada admitir conmigo que hay otras instancias, no por menos delimitables menos reales, que también tienen deciden, y fuertemente, en sus vidas. Veámoslo con unos simples ejemplos.

 

Como ciudadano del centro de Donostia, su Ayuntamiento, entre otras cosas, decide cuantos días, en qué grado y hasta qué hora de la noche o madrugada, su domicilio particular será invadido por los decibelios de los altavoces que haya permitido que se instalen en torno a su casa. Particularmente en determinados lugares de la ciudad y, si tiene la desgracia de habitar en algunas zonas de la Parte Vieja, todos los fines de semana. Inmisericordemente. De nada sirven estudios, protestas, manifestaciones y entrevistas con las autoridades municipales que, desde siempre, han privilegiado el derecho a la fiesta ruidosa y nocturna al descanso de los sufridores habitantes de esas zonas.

 

Su Diputación decidirá los impuestos que haya de pagar. Y que no se “despiste” olvidando en su declaración algún ingreso, o no se demore, no sea más que 24 horas, en la presentación de su declaración a la hacienda foral que, de entrada, le impondrá una multa y un recargo. Después a pelear.

 

En todo lo que se refiera a cuestiones tan centrales para su vida como, por ejemplo, la educación o la sanidad, aquí dependerá de lo que se decida en el Parlamento Vasco y lo ejecute el gobierno correspondiente. El centro docente al que envíe a sus hijos o el ambulatorio donde le reciba un médico dependerá de su lugar de residencia, salvo que quiera hacerlo en la educación privada no subvencionada o en la sanidad privada. En los dos casos, a su cargo.

 

Del Estado Español dependerá en aspectos tan esenciales como la administración de la justicia pues en Euskadi, particularmente en la “cosa nostra”, la justicia natural no existe y se dirime en la capital del Reino. ¡Ah!, y la cuantía de las pensiones y su actualización- ¡es un decir!- se concretan en el Consejo de ministros del Gobierno de España.

 

Que nuestro residente en Donostia pueda degustar esas deliciosas antxoas que, recién llegadas al minúsculo puerto de su ciudad a las 11.00 de la mañana, las tenga en su plato, retorcidas de puro vivas que están, dependerá, esta vez, del gobierno de la Unión Europea. No se habrá olvidado que, no hace muchos años, estuvimos varias temporadas sin nuestra antxoa en espera de que, desde Bruselas, decidieran que aumentada la masa critica de su presencia en el Cantábrico, concedieran a nuestros arrantzales, la quota correspondiente de pesca de antxoas.

 

Creo recordar que aquellos años de penuria de antxoa coincidió con la desaparición de las angulas en nuestras pescaderías, salvo para los multimillonarios, pues, por mor de la globalización, parece que los japoneses compran todas las larvas de angulas a precio de oro y nos dejan con un palmo en las narices. Aunque, a muchos ciudadanos vascos, como al que suscribe, le costó mucho más olvidarse de la antxoa que de la angula. Máxime cuando, de esta última, una famosa angulera guipuzcoana, haciendo honor a la proverbial innovación vasca, puso sobre el mercado la Gula del Norte, de la que ya aparecen en el mercado las que se dice que son las “auténticas”.

 

Ya se habrá adivinada que con el párrafo anterior adelanto un ejemplo de la capacidad de decidir que tienen instancias muy alejadas de nuestro pequeño “txoko”, Euskal Herria, el pueblo de lo vascos que, por cierto, tenemos dificultad para cuantificar cuantos somos pues bastantes navarros no aceptan que se les denomine, también, como vascos.

 

Además, este último poder decisorio sobre nuestras vidas, geográficamente ubicado lejos de nuestra tierra, es un poder inmenso y, en gran parte, invisible: es el poder financiero que, a la postre, resulta difícil delimitar, con nombres y apellidos, para determinar a quienes pedir cuentas por su forma de actuar, más que de forma tangencial. Estamos ante un poder inexistente hasta fechas recientes, un poder ignoto, volátil, en muchos momentos incontrolable, como lo hemos vivido en la crisis de 2008 del que penamos en salir, sin que estemos seguros de que no volvamos a caer y situarnos ya, en una crisis indefinida. En este sentido traigo una reflexión de Joaquín Estefanía cuando referencia la sugerencia de Richard Rorty de que “tenemos ahora una clase superior que toma todas las grandes decisiones económicas y lo hace con independencia de los Parlamentos y, con mayor motivo, de la voluntad de los votantes de cualquier país dado. Esas élites son las que inician el alejamiento de la democracia y consiguen la separación del poder y la política, que es una de las razones que explican la incapacidad de los Estados para tomar las decisiones apropiadas. Así surge la indignación”[2]. Todo ello, sin que nosotros, los vascos, digamos que seis millones (tres en Euskal Herria, otros tres abroad de World, pero algunos llegar a hablar de 22 millones con apellido vasco) tengamos prácticamente nula capacidad de decisión en este orden de cosas. Mas allá de reflexionar sobre qué y cómo actuar para no desaparecer como tal pueblo vasco, lo que tampoco sería una novedad en la historia universal del género humano, dicho sea de paso.

 

Algo debiera quedar claro de todo esto. Que la capacidad de decidir, tanto de las personas individuales cuanto de los pueblos, es muy limitada. Otros, algunos elegidos por nosotros, otros no, e, incluso, desconocidos, deciden por nosotros. De ahí que, como corolario, me parece fundamental superar en nuestra mente, en nuestros discursos, en nuestras propuestas, en nuestros debates, lo que ya es pasado: la referencia a la soberanía. Ya no hay soberanía absoluta en ninguna parte del mundo. Todas las soberanías son compartidas, luego relativas. También la española. Entiendo, dialécticamente hablando que, en una Europa de los estados, los países sin estado reivindiquen la soberanía de los países con estado. Particularmente cuando los estados, como España, reivindican para su parlamento la soberanía absoluta y amenazan a quienes, como ahora Catalunya, reivindica la propia. Abocándoles así a reclamar un Estado Catalán. Pero, con su independencia, solamente ganarían un peldaño, de los seis que he presentado en mi texto. Aunque simbólicamente es más, mucho más que un peldaño pues, como dice mi amigo madrileño, somos “animales simbólicos, que necesitamos asirnos a apegos de todo signo”. Pero, ¿quién es más soberano en sus decisiones, un muniqués o un maltés?. Volveré a esta cuestión al final de estas páginas.

 

 

Sentirse vasco. Una reflexión desde la música

La tarde del domingo 17 de enero de 2016, escuchando un concierto en el Kursaal donostiarra, la cabeza se me iba hacia la respuesta a dar a mi amigo madrileño que me preguntaba “en qué consiste sentirse vasco”, que he referido líneas arriba. Escuchábamos en el Kursaal ese domingo, deleitándonos, un gran concierto del Euskal Barrokenensemble, en el que se interpretaron, según rezaba el Programa de mano del concierto, “una colección de temas vascos de los siglos XV y XVI, con el afán de divulgar una cultura en contacto con otras culturas que la rodeaban, como la mozárabe, judía, andaluza e incluso persa”. Pero el Programa de mano era más que eso. Era además un programa de intenciones, de propósitos, de ideas, de objetivos del conjunto musical, Programa con el que me identifico plenamente. Particularmente con su último párrafo que decía literalmente esto: “El compromiso que en Euskal Barrokoensemble tenemos con nosotros mismos y con nuestra cultura nos lleva a intentar presentar una visión de Euskal Herria cosmopolita, ligada al mundo, un pueblo conformado en muchas épocas por musulmanes, judíos, cristianos… cuyo reflejo en la lengua y el arte es evidente y situado en el centro de la gran vía del arte en Europa que fue el Camino de Santiago. Vivir en la cultura vasca supone disfrutar de la maravilla del arte vasco, disfrutar de todas sus aristas y recovecos y saber además caminar por el mundo disfrutando y aprendiendo de otras culturas, mezclándonos con ellas”.

Eso es sentirse vasco. Esa es una de las formulaciones posibles de lo que yo entiendo por sentirse vasco, y que aprecio, particularmente. Es vivir, disfrutar, emocionarse hasta sentir el corazón encogido, vibrar en el fondo mismo de las entrañas más íntimas con una matriz básica, fundante y fundamental, primera y principal configuradora de la ecuación personal de una persona, de un colectivo, de un pueblo, que dice en todos los idiomas posibles, “nik euskalduna naiz”, “yo soy vasco”, “I am basque”, “je suis basque”, “Ich bin a basque”…Sentirse vasco es mirar y vivir el mundo desde esa matriz primigenia de la vasquidad, matriz anclada en lo “intimo intimor meo” (en lo más íntimo a mí de lo que tengo de más íntimo), en expresión agustiniana. Eso sentía yo el domingo 17 en el Kursaal donostiarra escuchando al Euskal Barrokenensemble un conjunto de canciones vascas. Quiero subrayar, particularmente, que si bien algunas melodías ejecutadas me eran conocidas, sin embargo la gran mayoría las escuchaba por primera vea, al menos que tenga conciencia de ello. Y sin embargo vibraba con ellas. Me sentía interpelado emocionalmente por lo que estaba escuchando. Diría que formaba parte de mi inconsciente personal, a su vez, participe de un inconsciente colectivo, no al modo junguiano de “inconsciente colectivo” aplicado al género humano, cuanto a lo que Emile Durhkeim escribía hace un siglo de la “conciencia colectiva” de una sociedad, no necesariamente consciente, que es lo que la hace ser que, también, sea un pueblo, añado yo. Esta interpelación que, tiene no poco de impensada, solamente es perceptible para quien se sienta primigéniamente vasco. Para quien viva el mundo, y en el mundo, desde su matriz vasca.

Esto hace que tras el concierto del Euskal Barrokenensemble (como de muchos conciertos de carácter religioso o nacional) puedan darse, entre otras, estas dos lecturas diferentes no necesariamente contrapuestas, como se verá a continuación. Por un lado una lectura meramente musicológica centrada en la calidad de la interpretación: afinación y empaste de los instrumentos, fuerza expresiva de los cantores y de los dantzaris, motricidad del conjunto etc., etc. Si además la mayor parte de la música estaba en euskera, sin traducción simultánea, y la intervención final del Alma Mater del conjunto musical, Enrike Solinis, fuera íntegramente en euskera, hizo que algunos, que disfrutaron con la interpretación de las obras, se sintieran incómodos. Yo no diré nunca que estas personas no sean vascas. Respecto del idioma hay que decir que tampoco se entendía la letra de lo que se cantaba cuando lo hacían en castellano, como sucede habitualmente en los conciertos en los que rara vez se entiende la letra de lo que están cantando aunque lo hagan en un idioma habitual del que escucha.

Ya habrán adivinado que la otra lectura posible de la escucha del concierto es la que se hace desde esa matriz primigenia, en gran parte impensada, en gran parte inconsciente, con la que un finlandés escucha a Sibelius, un cristiano a Bach, un andaluz el Cante Hondo, un  alemán el adagio del Cuarteto de cuerdas, opus 76, n.º 3, reconvertido en su himno., etc., etc. Entiéndaseme bien. Un ciudadano, sea de la nacionalidad que sea, tenga el pasaporte que tenga, un ciudadano sensible a la música, se emocionará con una buena interpretación del poema Finlandia de Sibelius, el Moldava de Smetana, el Kyrie con el que arranca la Misa en si de Bach, y así con toda suerte de música de raíz religiosa o nacional. Como muchas veces he escrito, la mayor parte de las personas que disfrutan con las Cantatas o las “Passiones” de Bach no son cristianas pero las que lo son, vibran de otra manera con esas obras. Se identifican, desde su mismidad, con la cosmovisión que connotan. Por eso un vasco no escucha el Aurresku como un finlandés, por ejemplo.

El idioma puede ser parte del inconsciente, o no. Normalmente un elemento identificador de un pueblo es la lengua en la que se expresa. Pero cuando estas son minorizadas, como el euskera, otros factores, como la lectura que cada uno haga de su historia personal pueden ser, incluso, más determinantes. Hay muchos que se sienten profundamente vascos sin llegar a dominar el euskera (algunos pese a intentarlo, hay ejemplo paradigmáticos entre grandes artistas vascos) y otros que dominan el idioma pero su cosmovisión no se sustenta en su vasquidad.

Ahora bien, sentirse vasco no excluye lo que otras culturas lo conforman como persona. No somos islas y, “velis nolis”, nuestra cultura autóctona no es químicamente pura y está teñida por otras culturas con las que compartimos tiempo (momentos de la historia) y espacio. No hay fronteras para la cultura. De ahí, como bien se decía en el programa de Euskal Barrokenensemble “vivir en la cultura vasca supone disfrutar de la maravilla del arte vasco (…) y saber además caminar por el mundo disfrutando y aprendiendo de otras culturas, mezclándonos con ellas”. Estoy de acuerdo, mil veces de acuerdo con esta idea. Pero sin olvidar que nos mezclamos desde nuestra mismidad leyendo la mezcla con otras culturas desde nuestro apego, nuestra ligazón, nuestra religación primigenia con la vasquidad. Esto solamente lo puede entender quien vibre con “lo” vasco. Muchas veces hemos leído que solo el gitano es capaz de entender y sentir en profundidad al gitano y a la cultura gitana. Incluso cuando el gitano se integra en la sociedad paya sin perder sus raíces. Porque ciertamente se pueden perder sus raíces. No olvidaré nunca una conversación con una guía en Iguazu, de apellido vasco, Aguirre concretamente, que me vino a decir que ella se sentía plena y exclusivamente argentina. No tenía ninguna atadura emocional con “lo” vasco. Su apellido era un incidente perdido en la noche de la historia cuyo valor, en su identidad, era nulo en el momento actual.

Sentirse vasco es no solamente luchar por preservar lo que la historia y nuestros mayores nos han transmitido, con lo que, quizás, hayamos crecido en nuestra infancia y primera adolescencia, o quizás no. Es además querer que nuestra identidad no se diluya en la historia de los pueblos, es, además, querer compartir nuestra vida con otras culturas pero, desde la nuestra, adoptando y adaptando lo que mejor nos parezca de ellas, en la esperanza de que ellas también respeten la nuestra, y acojan lo que más valoren de la nuestra. Sentirse vasco es preguntarse qué puedo hacer yo por Euskadi y, no tanto, qué puede hacer Euskadi por mí.  

Sujeto político y capacidad de decisión

Tras haber reflexionado sobre los órganos y agentes que deciden sobre nuestra vida cotidiana y sobre en qué consista sentirse vasco, ahora voy a abordar la cuestión de la capacidad de decisión de los vascos. En otras palabras, dónde reside el sujeto político con capacidad de decisión sobre su futuro en general, sobre si la sociedad vasca conforma o no un sujeto político.

Edgar Morin sostiene en un libro-dialogo con Tariq Ramadan, libro magistral a leer con lápiz y papel, desgraciadamente no traducido, “Au péril des idées”, (Ed. du Chatelet, edición de Bolsillo, 2015, pp. 25 y ss) que la cuestión de la diversidad está en el corazón de la democracia pues la democracia no es solamente la separación de poderes, ni la ley de la mayoría. Es también la existencia de la diversidad y de la conflictividad de ideas y de sentimientos de pertenencia. Añade que “hay demócratas que, en el fondo no son más que sub-demócratas y no aceptan esta conflictividad”.

Tariq Ramadan y Edgar Morin van más allá cuando critican que tras la afirmación de un país, - Francia para ellos, España diría yo-, ante “lo uno y lo multicultural, muchos temen que lo multicultural no termine por laminar lo que hace que seamos una Republica”, un Estado diría yo. Con este planteamiento, añaden, se olvida que “el hecho de ser ciudadano de un país, nada dice de su sentimiento de pertenencia” y será “el sentimiento de pertenencia lo que permita la reconciliación, construya la unidad de la persona, no su pasaporte”. En efecto, “el pasaporte no conduce al sentimiento de pertenencia”, puede incluso ser un serio obstáculo en la intimidad de las personas. Así mismo, continua Tarid Ramadan, con la aquiescencia de Edgar Morin, “la pertenencia legal a un Estado no conlleva necesariamente a la identificación afectiva a la nación”. Yo he escrito en más de un momento que estamos viviendo la desmembración emocional de España. La clave está en una educación inclusiva, abierta al diferente, que no excluya memorias históricas, una educación que, en feliz expresión de Tariq Ramadan, busque “la integración de las intimidades”. Así se construye la unidad de una persona que se descubre, sea por nacimiento, sea por educación, sea por parentesco, sea por cultura, como perteneciente a entidades políticas diferenciadas. El error sería limitarse a una sola de esas identidades, incluso postergando, cuando no pretendiendo, ahogar las otras. Eso es el radicalismo nacionalista. Pues bien, ese radicalismo nacionalista que bien conocemos en nuestra tierra, (y que no es privativo de los vascos, recuérdese, por ejemplo, “Deutschland über alles” y “Les Français d’abord”) lo encontré en el discurso del rey Felipe la noche de la Navidad de 2015.

 

Lo leí esa misma noche tras la cena familiar. Subí, inmediatamente, una reflexión a mi blog bajo el título de “España como problema para el futuro de España” de donde extraigo algunas de las siguientes reflexiones. Me sorprendió el uso reiterado, a veces cacofónico, de los términos España y españoles. En su discurso, relativamente breve, el Rey utilizó en 17 ocasiones el término España, en 12 el de españoles, a los que cabe añadir la referencia inequívoca a España en el significado de las palabras nación y país, utilizados, cada uno, tres veces. En total 35 apelaciones a España y los españoles en un discurso de 35 párrafos.

 

Es evidente, a mi juicio, que el Rey quiso subrayar, sin citarlo, el riesgo-peligro-alarma etc., que le suscita el contencioso catalán. Y lo hizo insistiendo en la realidad de una España, que la considera uni-nacional con una soberanía única que reside en “las Cortes Generales, como depositarias de la soberanía nacional, (que) son las titulares del poder de decisión sobre las cuestiones que conciernen y afectan al conjunto de los españoles”. Aunque, obviamente, en lo que concierte a todos los españoles, todos los españoles deben intervenir, como en lo que concierne a los europeos todos los europeos, a los vascos todos los vascos, etc., etc., este planteamiento me parece esclavo del concepto de soberanía española como indivisa y única cuando, tal soberanía, ya está, de facto, compartida con otras entidades diferentes. Así, con el Parlamento Europeo. La obcecada invocación continuada de la (falsa) unicidad de la soberanía española en las Cortes Generales (ampliamente reiterada por políticos y tertulianos, últimamente), conlleva a la desmembración emocional de España en los sentimientos de pertenencia de muchos ciudadanos. ¿Por qué tanto miedo a la soberanía compartida intra-estatal cuando se acepta la soberanía compartida inter-estatal a favor de la Unión Europea?.

 

La cuestión de la soberanía sigue estando en el centro de las discusiones en la construcción europea. Véanse las que ha originado el Brexit (la eventualidad de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea) que han llenado páginas y páginas de papel y de comentarios en la Red. Traigo aquí, pues en parte al menos coincide con mis planteamientos, una reflexión de quien fuera primer ministro belga y actual portavoz en el Parlamento Europeo del Grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (abreviado como ALDE por su nombre en inglés), donde está encuadrado, entre otros el PNV, me refiero a Guy Verhofstadt, lo siguiente: “Ciertamente la Europa a dos velocidades no es proyecto nuevo. Pero, hasta ahora, esta eventualidad chocaba con la tradición europea de acoger en igualdad a todos sus miembros. Pero (…) el mundo cambia rápidamente, y los que quieren progresar para hacer de nuestro continente una potencia del siglo XXI, no pueden permitirse esperar más tiempo a los que piensan que su soberanía nacional es un horizonte imperecedero. La soberanía será europea o no será”[3]. 

Pero yo creo que hay que ir más allá. Pues hay otra solución si, de una vez por todas, se supera el ya caduco concepto del Estado-Nación y se aplica el principio de subsidiaridad, en la limitación de competencias, siendo cada entidad responsable (mejor que soberana) en ellas. Lo que exige que se acepte, entre otros, a Euskadi y Catalunya como sujetos políticos con capacidad de decidir, en el ámbito de sus competencias, en una Europa que sea, al fin, algo más que la Europa de los Estados. La fórmula hace mucho que está sobre la mesa: capacidad de decidir, obligación de pactar. No soy independentista. Yo prefiero la fórmula de la inter-dependencia, salvo que me digan que la soberanía reside exclusivamente en el Parlamento de Madrid, arguyendo, que, unos pocos, los vascos, no pueden decidir lo de todos, los españoles. Tampoco lo pretendemos. Pero ¿por qué no permitir preguntar a los vascos, si así lo demandan, cuál sería su fórmula preferida de relación con los actuales estados español y francés?. Y, a tenor de la respuesta, sentarse en la mesa para respetar, lo más fielmente posible la voluntad de los ciudadanos que, atendiendo a su diversidad de sentimientos de pertenencia, será conflictiva, como nos recuerda Edgar Morin. No otra cosa están reclamando la mayoría de los catalanes y, la prohibición de preguntarles está ocasionando gran parte de los problemas que vive el Estado Español en los tiempos actuales, en la denominada cuestión territorial. Hasta para algo tan efímero, aunque muy importante, como formar un gobierno para cuatro años.

Personalmente soy un europeísta convencido. Es cierto que la Europa que se está construyendo es más la Europa económica y financiera que la cultural, social y humanista. Pero, según la bella formula de mi admirado Amin Maalouf, “la Unión Europea nos ofrece el ejemplo de una utopía que se realiza”. Porque Europa no es solamente el euro o la determinación de la cuota de la antxoa. Es también, ya, la proliferación de universitarios que se forman fuera de sus países de origen, muchos continuando allí su vida profesional. Cuando no encontrando su pareja. Por eso, escribí en mi blog, enrabietado, contra la pitada a Europa y Beethoven en la arriada, la noche del maravilloso día de San Sebastián del 20 de Enero de 2016. A la obcecación de los políticos (los de “Ciudadanos” son los más jacobinos pues quieren eliminarnos el Concierto Económico) y tertulianos, se alió la no menor obcecación de los de siempre. ¡Qué cruz!.

 




[1] Me publicaron, en una redacción algo recortada, que yo haya controlado, en “Deia” y en “Noticias de Gipuzkoa” los sábados 16 de Enero, y 6 y 27 de Febrero de 2016, con estos títulos: “Soberanía parcial y simbólica”, "Sentirse vasco. Una reflexión desde la música”, “Sujeto político y capacidad de decisión”, respectivamente.
 
[2] En “El País” 09/01/16, comentando, en el suplemento Babelia, dos libros de Bauman y Bordoni.
 
[3] Guy Verhofstadt en “Finisson-en avec l´Union européen à la carte" en "Le Monde", 04/03/16

martes, 8 de marzo de 2016

Internet y Redes Sociales: la urgencia de la educación, hoy más que nunca.


Internet y Redes Sociales: la urgencia de la educación, hoy más que nunca.


Un amigo argentino, Juan Alberto Yaría, psiquiatra, muy preocupado, personal y profesionalmente por el tema de las adicciones, me escribe comentando su temor por la capacidad de determinadas informaciones en la Red cuando se refieren a las bondades del cannabis terapéutico. Le contesto que, en efecto, es evidente el enorme influjo que las nuevas formas de comunicación y las redes sociales están teniendo en nuestras vidas. Y no siempre para bien. Es una cuestión que la llevo bordeando estos últimos años sin acabar de dedicarle el tiempo que requiere, tiempo que cada día me falta más.

Mi convicción profunda es que Internet- la inmediatez, el anonimato, opinar sobre lo que no se sabe, descalificar sin argumentar, proliferación de insultos y un largo etcétera- nos está cambiando la vida. No creo que estemos más informados por estar más, y más rápidamente inter-comunicados. Creo más bien que, en muchos, en demasiados casos, personas sin criterio, ávidas de notoriedad fugaz, resentidos contra esto y aquello, encuentran en el anonimato de las redes sociales, un vehículo para desahogarse sin aportar nada positivo. Ciertamente, en Internet encontramos una gran información, muy válida, rápidamente. De ahí que haya apostado en los temas de alcoholismo y drogodependencia por utilizar las redes sociales en la prevención e información veraz, como he indicado en varias publicaciones mías. Pero no es menos cierto que, otros colectivos, con otros fines bien distintos, utilizan también las redes sociales. Así en el culto al cannabis terapéutico dejado de la mano de Dios, en manos de adolescentes ávidos de sensaciones nuevas.

Añado en el correo que envío a mi amigo argentino que es particularmente impresionante y preocupante el uso de las redes sociales a efectos de adoctrinamiento terrorista, En el cotidiano francés “Le Monde”, que recibo, de pago, en mi computadora todos los días, he podido leer, en dos páginas centrales en cinco columnas cada página, el drama de cinco chicas, de familias acomodadas francesas, en edades comprendidas entre los 14 y los 19 años, adoctrinadas por las redes sociales terroristas de ámbito islámico radical, la Yihad islámica. Traslado aquí, traducido, algunos titulares de la información. “Yihad suicidas: el terrorismo a los 14 años” es el título de todo el trabajo. Este el subtítulo: “Ellas se han encontrado en Facebook y se han radicalizado en Internet. De estas cinco adolescentes en edades comprendidas entre los 14 y los 19 años, dos ya han marchado a Siria. Las otras tres querían cometer un atentado en Francia”. He aquí dos titulares más: “He visto el video del periodista americano degollado, pero para mí se parecía mucho a un dibujo animado” (lo dice una chica Juliette de 14 años). El otro titular dice que “algunos magistrados antiterroristas se inquietan del hecho de que las mujeres a veces son más radicales que los hombres”. Todas estas informaciones están recogidas de las páginas 14 y 15 de “Le Monde” del 4 de marzo de 2016: http://www.lemonde.fr/journalelectronique/donnees/protege/20160304/html/1232823.html. Añado esta reflexión de Ayman ­Al-Zawahiri, figura tutelar de Al-Qaeda et del yihadismo contemporáneo que decía que “la yihad mediática es la mitad del combate”.

En determinado ámbitos y familias, las redes sociales son el primer agente de socialización. No se trata de pretender controlarlas. Es, como se dice, pretender poner barreras al campo. Pero es evidente que ahora más que nunca la educación es fundamental. Lo educación no lo puede todo, pero sin la educación no se consigue nada.

domingo, 6 de marzo de 2016

Homenaje a Nikolaus Harnoncourt


Homenaje a Nikolaus Harnoncourt:

Otra Quinta: la de Harnoncourt que ha muerto hoy

 
Cuando esta tarde he puesto en el lector de CD el primer movimiento de la Quinta de Beethoven en un disco que ya sabíamos que sería el “testamento musical” de Nikolaus Harnoncourt (las sinfonías 5º y 4ª de Beethoven con su “Concentus Musicus”), no podía imaginar que un par de horas después, en Internet, me iba a enterar de su fallecimiento, esta tarde. Tenía 96 años y en la programación del Musikverein de esta temporada 2015-2016, estaba una novena de Beethoven en mayo próximo que él iba a dirigir. Yo había escrito al Musikverein que cuando salieran a la venta las entradas me lo anunciaran, pero el 5 de diciembre del año pasado, mediante un texto manuscrito- que este programa de blog no me permite reproducir líneas abajo como era mi deseo- anunciaba Harnoncourt que ya no dirigiría más conciertos. Hoy ha fallecido.

No tengo las competencias necesarias para juzgar su labor musicológica. Los entendidos dicen que es inmensa. Pero he escuchado sus discos. Algunos me han gustado más que otros y la Quinta de esta tarde, si la escuchan, no les dejará indiferentes. Le he visto dirigir en directo, que recuerde, tres veces. En Barcelona, entre otras obras la 40 de Mozart (que me pareció apresurada a diferencia del crítico musical de “La Vanguardia”, de entonces, Antoni Batista a mi lado en el concierto, que la encontró sublime), la Missa Solemnis” de Beethoven en el Concertgebouw, con mi mujer, hace dos o tres años, inmensa al par que profunda y, sobre todo, en la fila 9 del Musikverein con su “Concentus”, la Passion según St. Mateo, uno de los dos mejores conciertos de mi vida.

Hoy ha muerto Harnoncourt. Al terminar el telediario de la noche de la 1ª de TVE, el que hoy hemos visionado, he dicho a Koruko, mi mujer, que soy de otro mundo. Han concluido el programa dedicando un buen minuto a un músico de rock, cuyo nombre no he retenido, del que celebraban su 20 aniversario en la escena. Harnoncourt llevaba más de setenta. Ni lo han mencionado. ¿Porqué era menos importante que el músico de rock?. ¿Porqué no han tenido a nadie en TVE para redactar unas líneas sobre Harnoncourt?. Al fin y al cabo era domingo a la noche, se dirá. O, ¿es que nadie, absolutamente nadie, en la plantilla de TVE sabía nada de Harnoncourt?. ¡Qué preguntas las mías!. Si, como Stefan Zweig tendré que hablar ya del mundo de ayer.....

 Su última grabación de la Passión San Mateo es inmensa. Sean o no creyentes, no se la pierdan. Me lo agradecerán. 

 

viernes, 26 de febrero de 2016

Mi nuevo libro sobre el poder en la Iglesia Católica


 
Sobre el poder en la Iglesia Católica
El día de hoy, según me comunica la editorial PPC, se distribuye en librerías un nuevo libro mío: “¿Quién manda en la Iglesia? Notas para una sociología del poder en la Iglesia Católica del siglo XXI”. Tiene 336 páginas y sale a 20€ en formato papel. Todavía no sé si se editará, como quisiera, en ebook. He puesto mucho esfuerzo en su redacción. Está dedicado, con agradecimiento, a mis profesores en la Universidad de Lovaina (1969-1974).

A título de aperitivo ofrezco aquí el prólogo y el epílogo del libro. Gracias si se animan a leerlo. Mi agradecimiento será aún mayor si me envían un comentario crítico. Aquí mismo, o en mi email: javierelzo@telefonica.net. Firmado, por favor.
 

Prólogo


(Del libro de Javier Elzo, “¿Quién manda en la Iglesia?. Notas para una sociología del poder en la Iglesia Católica en el siglo XXI”. Editorial PPC, Madrid, 2016)


Lo llamativo es que no nos llame la atención. Es que siempre la hemos conocido así. Nos parece obvio, evidente. A veces se oyen voces que obligan a reflexionar aunque, todavía, no se pasa de las palabras a los hechos. Así el papa Francisco, el 26 de Septiembre de 2015 en Filadelfia, afirmó que el futuro de la Iglesia pasaba por los laicos y por las mujeres. Pero, ¿qué vemos cuando nos ponemos a mirar?. La voz que se oye en la iglesia es la voz de hombres célibes mientras que la voz de las mujeres y la de los hombres casados es apenas perceptible. Hay que reconocer que un organismo que se dice católico, luego universal, donde algo más de la mitad de sus miembros, las mujeres, y la gran mayoría de otra mitad, hombres casados o solteros – que no célibes -, no tienen apenas voz en el capítulo, es un organismo un tanto extraño. Raro. Preocupante.

No digamos si, además del ejercicio de la palabra, nos preguntamos por quién decide, quién manda en la Iglesia. Ya sabemos la respuesta: un puñado de hombres, todos célibes y que, por su forma de organizarse, la cúpula, la que realmente decide, la conforman hombres de edad avanzada. Muy avanzada. Tanto que para elegir a su responsable supremo entre un grupo muy selecto de poco más de 100 hombres, han decretado que solamente tengan derecho al voto quienes no hayan traspasado la edad de los 80 años. Así mismo los delegados y responsables de la gobernanza espiritual y material de las diferentes partes del mundo en las que está dividida la Iglesia, los obispos en sus diócesis, deben renunciar a su cargo al llegar a los 75 años. Y pocos, muy pocos, no llegan a esa edad en el cargo pues parece que les cuesta jubilarse.

Veamos los números.  Con datos a 31 de diciembre de 2012, según fuentes oficiales de la Iglesia Católica, la población mundial era de algo más de siete mil millones de personas. Los católicos pasábamos de los mil doscientos millones. En esa fecha, en el planeta, había 5.133 obispos, 414.313 sacerdotes de los que 279.561 sacerdotes diocesanos, luego 134.752 sacerdotes religiosos; 702.529 religiosas y 55.314 religiosos no sacerdotes. En fin, 42.104 diáconos permanentes y 362.488 misioneros laicos. Si nos limitamos a los clérigos, obispos y sacerdotes, que son quienes tienen con voz y mando sobre los laicos (claro que los obispos mucho más, particularmente sobre los sacerdotes) suman 419.446 personas. Les ahorro el porcentaje que supone sobre los mil doscientos millones de católicos. Una exigua minoría. Hay que poner muchos ceros, tras la coma del cero inicial, y nos perdemos en los números infinitesimales[1].

Sí. Nuestra Iglesia es una Iglesia en la que tienen voz y voto los clérigos masculinos aunque unos con más poder que otros. Una iglesia, en cuya cúpula, muchos tienen una edad muy avanzada, una cúpula donde una sola persona, el papa, tiene un poder gigantesco. Desmesurado. Él nombra a los obispos. También elige a los cardenales quienes, a su vez, elegirán a su sucesor, si no pasan de los 80 años de edad cuando llegue el momento de la elección. Amen de que es él quien dicta la gobernanza material de la Iglesia, aunque encuentra fuertes frenos, justo en el minúsculo estado en el que habita. También dicta la gobernanza espiritual aunque aquí, además, sus “fieles”, con frecuencia, le son infieles y, sobretodo, selectivos. Es curioso que en la actualidad, algunos, muchos, piensen que el actual papa tiene mejor prensa fuera que dentro de la iglesia. O, al menos, que es más criticado dentro que fuera de su casa. Pero no nos adelantemos. Digamos, ahora, simplemente, que nuestra Iglesia es una Iglesia marcadamente piramidal y jerarquizada.

Esta iglesia está extendida, aunque irregularmente, por todo el planeta. Los europeos somos ya claramente minoritarios aunque Europa sigue conformando, todavía, la masa crítica más influyente en la Iglesia. Además en Europa, concretamente en el Vaticano, se centraliza la gobernanza de la Iglesia, teniendo la Curia Romana un poder enorme sobre las decisiones que se adoptan en los Dicasterios, e incluso, en las que adopta el papa.

Todas estas notas, meramente sociológicas, nos muestran una iglesia piramidal, con un papa de poderes prácticamente ilimitados, una iglesia gerontocrática, masculina, clerical, europea, iglesia de la que se dicen pertenecientes mil doscientos millones de personas pero que es gobernada, en última instancia, por unas pocas personas: el papa, los obispos en ejercicio, y la burocracia de la Curia.

Este libro, partiendo de esta realidad sociológica y analizándola con las armas de las ciencias sociales, sugiere y propone, humilde pero firmemente, otro modelo de iglesia para el siglo XXI: una iglesia en red, al modo de un gigantesco archipiélago que cubra la faz de la tierra, con diferentes nodos en diferentes partes del mundo, interrelacionados entre si y, todos ellos, religados a un nodo central, que no centralizador que, en la actualidad, está en el Vaticano. En el Vaticano, (o en otras partes del planeta), todos los años, se reuniría una representación universal de obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, laicos de ambos sexos, miembros de la curia, todos bajo la presidencia del Papa, para debatir sobre la situación de la iglesia en el mundo y adoptar, si es el caso, las decisiones pertinentes.

Se preguntará el lector cómo es posible que un sociólogo de provincias, de tercera división, pensionista aunque no jubilado, él solo, tenga el atrevimiento de formular semejante propuesta. De ahí que, por una vez, pido que se me permita apoyarme en una autoridad para tal atrevimiento. Nada menos que en el modo de actuar del propio Hegel, aunque sin la menor pretensión de compararme con él.

Cuando los laicos nos entrometemos en cosas de clérigos.
Entre mis lecturas relativamente recientes traigo aquí a colación unas reflexiones de Hegel, pronunciadas en un discurso, en la Universidad de Berlín, el 25 de Junio de 1830, al que fue invitando como ponente, con motivo del tercer centenario de la “Confesión Augustana”. Hegel, refiriéndose a esa Confesión afirmó que “declararon que, a los que antes eran legos en tal materia, les incumbía un juicio propio en cosas de religión y vindicaron para nosotros esta inestimable libertad. Por tanto si me incumbe iniciar esta solemnidad con mis propias palabras, necesito ciertamente excusarme de mi escasa capacidad para el discurso y me conviene pedir vuestra disculpa, venerables oyentes, pero traicionaría la causa de la libertad vindicada para nosotros aquel día que celebramos si me excusara de hablar sobre una cuestión perteneciente a la religión por el hecho de ser laico. (…) Por ello he creído tener que hablar de la libertad que por la Confesión Augustana hemos conseguido los demás, quienes no somos teólogos”[2].

Pues, en este libro que tiene el lector en sus manos, no se habla solamente de sociología, sino de también de teología, de la fe, de la pertenencia a la iglesia católica, de la legitimación del poder y de la autoridad de los “sagrados pastores” a lo largo de los XX siglos de cristianismo, de la obediencia, del papel que los textos conciliares y papales conceden en la Iglesia, a los laicos en general y a las mujeres en particular, etc., etc. Puestas así las cosas cabe preguntarse si serán la fe y las ciencias sociales dos departamentos estancos. No quiero dirimir aquí en profundidad esta más que interesante cuestión que requiere suficiente espacio propio. Diré dos cosas.

La fe, y en particular la ciencia teológica, por un lado y las ciencias sociales (las ciencias en general), por el otro, tienen sus reglas de juego, su autonomía propia pero no conforman dos comportamientos estancos. Nunca he visto las expresiones “sociología teológica” o “teología sociológica” pero, quizás un día me plantee su verosimilitud. En todo caso sostengo que la teología no puede desprenderse, en sus formulaciones, del contexto socio-cultural en que nacieron y en la lectura que se hace de las mismas en los espacios donde y cuando se leen. Así mismo, una sociología del hecho religioso no puede no tener en cuenta las formulaciones teológicas que se proponen en el diálogo intelectual, en las propuestas a los creyentes y en la lectura que estos hacen de las mismas. Pero más aún. Un sociólogo (o un científico social) que se diga creyente, no puede situarse, a veces como sociólogo, a veces como creyente, en su despacho de trabajo como sociólogo, los domingos en la eucaristía como creyente. Lo voy a decir con las palabras de Daniele Hervieu-Léger, socióloga francesa con quien tuve el gran placer de trabajar, en un demasiado breve periodo de mi vida. Dice Daniele que “como científica, mi ambición es la de reducir la experiencia religiosa a un mecanismo social. Pero tropiezo siempre con el tope de mi fe (je me heurte toujours au boutoir de ma propre foi), que la sola sociología no puede explicar. Luego, me he visto obligada a reconocer que yo soy socióloga de las religiones y creyente. La cuestión no es tan paradoxal como parece. La fe, como la sociología, es un deambular crítico. Los dos abordajes son compatibles, cada uno puede dar sentido al otro. Creer es liberarse sin cesar de las ilusiones religiosas, esto es, no confundir nuestra imágenes de Dios con Dios mismo”[3].

Hay que subrayar la idea de que el abordaje crítico, con las armas de la razón y de la experimentación, personal y participada, es válido y necesario tanto para la fe como la ciencia. No para hacer un “totum revolutum” de las creencias religiosas y de las “verdades” científicas (quizás sería más exacto decir “hallazgos científicos”), que guardan cada uno su propio espacio de conocimiento. No estamos en el mismo campo epistemológico cuando hablamos de “la acción de Dios” (quien se atreva a hacerlo), o de los Quanta de Planck, aunque no falten eminentes físicos que se hacen preguntas relacionando ambas cuestiones…. Pero en los dos campos es legítimo el abordaje científico, en cuanto no solamente (aunque también) va depurando las ilusiones que la historia, personal y colectiva, han depositado sobre la verdad religiosa o la empírica, sino también porque, como ya dijera Newman, yo solamente puedo pensar con mi cabeza como solamente puedo respirar con mis pulmones. De Dios solamente puedo hablar con lo que mi cabeza y mi experiencia vital me den. Exactamente igual que un científico en su laboratorio. Es cierto que el científico “toca”, “mide”, “cuantifica” lo que experimenta. Esa es su fuerza y su limitación pues la realidad no se agota en lo que se puede tocar, medir, cuantificar etc. Por eso está en el ADN del pensamiento científico, digno de ser entendido como tal, su carácter temporal, parcial hasta que otra investigación, otra teoría (pensamiento) infirme, supere, matice, rechace etc., la verdad científica del momento. Lo mismo sucede, o debiera suceder, como método de aproximación, como abordaje, en el conocimiento religioso. ¿Es que no sabemos hoy que Pablo estaba equivocado cuando pensaba próxima la venida del Señor?. Y, ¿quizás el mismo Jesús?, se preguntan algunos estudiosos del Jesús de la historia.  

Por eso, y más, este libro, de alguna manera, es continuación del que, también en PPC, publiqué bajo el titulo de “Los cristianos, ¿en la sacristía o tras la pancarta?”[4]. En el fondo, en estos dos libros, ahora que pensionista ya jubilado de dar clases y menos solicitado para hacer encuestas, además de profundizar en mi fe en el interior de la confesión católica, escudriño su ser y actuar en el mundo de hoy. Hablo de “mi” iglesia o, si se prefiere, la iglesia en la que, fruto del azar de mi nacimiento, que diría Ricoeur, confieso y trato de vivir mi fe en el Dios encarnado en Jesús, y ello, en la edad adulta,  consecuencia de una constante, difícil, y a veces angustiosa, deliberación continuada, sin fin y hasta la eternidad. Que el editor crea de interés su publicación le añade el aliciente de que algún lector, quizás, quiera formular alguna reflexión crítica que me ayude a depurar mi fe, sosegar mi intelecto y, sobretodo, hacer de esta iglesia una instancia humanizadora y testigo, aún pálido, de lo Invisible.

Sobre el contenido de este libro

Este libro, además de este prólogo y de un breve epílogo tiene ocho capítulos. El primero, inspirado en unas reflexiones de De Lubac y de Ch. Taylor, se plantea la paradoja de la dificultad, para el hombre moderno, de aceptar una autoridad externa al propio sujeto al par que, ese mismo sujeto, reclama referentes y lideres que le ayuden a situarse en un mundo lleno de incertidumbres. Así, este mundo de nuestros días, que se dice y se propugna secular, hace de un papa un líder mundial.

La cuestión del mando, del poder y de la autoridad, de quién decide en la iglesia será uno de los ejes centrales de este libro. Con una parte muy sociológica y otra más teológico-histórica. En los capítulos 2º, 3º y 4º de este libro se aborda la organización de las confesiones cristianas, particularmente la católica, desde una perspectiva sociológica. Los tipos de legitimación del poder, a la estela de Max Weber, en el capitulo 2º; cómo se gestiona la verdad en las diferentes religiones cristianas en el 3º, y cómo se ejerce el poder en las confesiones ortodoxa, protestante y católica en el capítulo 4º. 

La dimensión histórico-teológica se presenta en los capítulos 5º, 6º y 7º. En el 5º abordo la forma como el papado ha sido entendido, y ejercido, a lo largo de los 20 siglos de cristianismo y lo cierro con un comentario que me suscitó el discurso de Francisco al cuerpo diplomático en enero de 2015 en el que le veo como un líder planetario. Percepción que aumentó al leer su discurso en el Congreso de los EEUU en septiembre del mismo 2015. 
En el capítulo 6º reflexiono sobre el modo actual de elección de los obispos, comento un magistral texto de Karl Rahner sobre las parroquias y las comunidades de base y, consagro un importante espacio a los procesos de deliberación y decisión en la Iglesia.

En el capitulo 7º me adentro en el papel que la “doctrina” de la Iglesia (Concilio Vaticano II y documentos papales), concede a los laicos, “ad intra” de la estructura eclesial, no sobre su función “ad extra”, en el mundo, cuestión que escapa a los objetivos de este libro. De nuevo echo mano de K. Rahner cuando abogó, el año 1972, por una iglesia desclericalizada.

En fin el capítulo 8º, tiene una dimensión prospectiva y práctica. Es un capitulo que tiene entidad en sí mismo y que cabe leerlo separadamente del resto aunque, en mi cabeza, solamente tiene sentido tras el recorrido previamente realizado, mientras me informaba y estudiaba para la redacción de los tres capítulos del bloque sociológico y los tres del histórico-teológico. Escribo sobre la temporalidad de los ministerios, sobre la reforma de la Curia Romana, sobre el papel de la mujer en la iglesia, y sobre la corresponsabilidad de laicos y clérigos en la iglesia. Cierro el capítulo con un sugerencia de Sínodo General, presentado con cierto detalle, Sínodo representativo de la universalidad de la iglesia y que, con el papa al frente, sitúo en la cúspide de la gobernanza de mi ideal de iglesia para el siglo XXI.

Un breve epílogo da cuenta de algunas de las ideas clave que jalonan estas notas para una sociología del poder en la iglesia para siglo XXI, una sociología que no hace ascos, bien al contrario, a la teología e historia de la Iglesia.

El lector observará que el texto está trufado de citas. Demasiadas me han parecido cuando he releído por última vez el texto, una vez redactado en su totalidad. Ruego se me disculpe pues, aunque he intentado hacer la lectura no demasiado farragosa, me pregunto si lo he conseguido. No soy un escritor. Simplemente un redactor. Además,  esta forma de escribir es una muestra de la inseguridad de una persona que sabe que, particularmente en el bloque histórico-teológico, transita en huertos poco frecuentados en su vida profesional.

Algunas de mis oceánicas lagunas. No quiero dejar de señalar, al término de mi trabajo, (es sabido que el prólogo es lo último que se escribe en un libro) algunos apetitos intelectuales que se han ido incrementado a medida que iba avanzado en su redacción y constatando, así, la enormidad de mis desconocimientos. Hasta el punto que en más de un momento he tenido la tentación de abandonar el proyecto.-. He sentido la imperiosa necesidad adentrarme en el mundo de los Padres de la Iglesia de los no sé nada, y la historia del cristianismo de las cuatro primeros siglos de la iglesia, hasta la “fijación” de los grandes concilios, de los que lo poco que sé me hace ver la inmensidad de lo que no sé. Pero es toda la historia de la Iglesia, entendida como Tradición, como la respuesta que los cristianos de tantas generaciones han respondido a las urgencias que se les presentaban en cada momento la que se me aparecía como “plato” de alta gastronomía intelectual y vivencial. Así afloraba, con fuerza en mi mente, la quinta- esencia de la formación lovaniense de la que soy tan deudor: la historicidad de las ideas y de la trasmisión de los hechos. La contextualización. La idea que tantas veces he citado en mis trabajos sobre la juventud del sociólogo húngaro Karl Mannheim, quien afirmaba, hace un siglo, que “solamente las personas que han vivido experiencias similares pueden generar situaciones generacionales”. Solamente así podemos tratar de entender los hechos e ideas de otros tiempos…y de los nuestros.

Pero hay otro aspecto cuya laguna se me iba apareciendo como oceánica a medida que avanzaba en mi trabajo. No soy capaz de pensar de otra forma que como un europeo de cultura mayoritariamente francófona, como remarcaré inmediatamente. Ciertamente cabe repetir, con Newman, que solo puedo pensar con mi intelecto como solo puedo respirar con mis pulmones. Pero, incluso para entender al papa Francisco tendría que estar más al cabo de la cabo de la calle de la mentalidad (no solamente de la teología) latinoamericana, pese a mis frecuentes viajes a Argentina y Méjico, pero con otros centros de interés. En Argentina viví el tema de las drogas y allí ya supe, de primera mano, gracias al Dr. Juan Alberto Yaría, de la preocupación del Padre Jorge por ese tema, lo que me sitúa bien para aprehender su reciente anuncio del jubileo por la misericordia.

Así mismo, preparando el apartado sobre la gobernanza en la Iglesia ortodoxa, no solamente he sentido mi desconocimiento del tema, sino la intuición del enorme provecho que obtendríamos en Europa occidental y, más concretamente en la Iglesia Católica, de beber con fruición en las fuentes de la iglesia ortodoxa. También, ¿qué sabemos en Europa (al menos los del montón) de la visión que tienen los africanos de la dimensión religiosa?. Me desasosiega profundamente la excesiva occidentalización de la Iglesia Católica en África. No hemos aprendido nada del drama de Ruanda, el país más cristianizado, dicen, del continente africano. En fin, ¿cómo olvidar el drama de los cristianos perseguidos en Asia?.

Mi agradecimiento a la Universidad de Lovaina. El lector comprobará la abundancia de referencias francesas, o en lengua francesa. La razón está en mi deuda con la Universidad de Lovaina en la que me formé. Allí estudié, en francés, sociología, teología y ciencias morales y religiosas. Lovaina me impregnó del método histórico de comprensión de la realidad, tanto social como eclesial y  religiosa. Y toda mi vida, aunque más en la vertiente sociológica empírica – por eso de traer los garbanzos a casa - he seguido, primero los profesores que me formaron (a quienes con agradecimiento dedico este libro), después la estela de la corriente de pensamiento que me inculcaron. En lengua francesa, mayoritariamente. 

A los lectores, gracias por leerme. Mi agradecimiento será aún mayor si me envían comentarios críticos sobre lo que escribo. Este es mi correo electrónico javierelzo@telefonica.net y este mi blog http://javierelzo.blogspot.com, en el que colgaré el prólogo y el epílogo de este libro, cuando se publique. Les sugiero que comiencen su lectura por ese orden. Después verán si vale la pena adentrarse en este o aquel capítulo. 
Donostia- San Sebastián, 30 de Septiembre de 2015.
Javier Elzo

Xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

Epílogo

(del libro de Javier Elzo, “¿Quién manda en la Iglesia?. Notas para una sociología del poder en la Iglesia Católica en el siglo XXI”. Editorial PPC, Madrid 2016)

Voy cerrar este libro, que no concluirlo pues queda abierto a todo lector que quiera aportar algo, subrayando algunas ideas que considero centrales para la iglesia de nuestros tiempos. Dejando de lado toda la parafernalia sociológica, trato de resaltar algunas de las ideas clave que he señalado a lo largo del texto.

La historia no se repite. En el mundo actual habrá en el mundo del orden de 2.200 millones de cristianos. La mitad de confesión católica. Cuando Constantino tolera la religión cristiana, en los albores del 4º siglo, según los historiadores solamente el 5% de la población bajo el imperio romano se decía cristiano.  En la actualidad ronda el 30 % de la humanidad. Hay pensadores, teólogos mayormente, que sostienen que hay que volver a empezar tomando como modelo la iglesia pre-constantiniana. Tras Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia la iglesia se habría convertido en un sistema de signo capitalista, en un “capitalismo espiritual” en el mejor de los casos. De ahí que “ahora ha de darse, a comienzos del siglo XXI, la nueva revolución cristiana, empalmando con la primera, en el siglo I d.C”.  Me pregunto, ¿es que nos podemos saltar XVII siglos de un plumazo?. ¿Es que las generaciones de cristianos que han vivido entre los siglos IV y XX no tienen nada que enseñarnos?. ¿Todo lo que hicieron, es negativo?. Pues, de ahí, viene todo lo demás. La Iglesia Jerárquica, con el Vaticano, los templos, los edificios que en XX siglos se han acumulado hay que venderlos y darlos a los pobres. La Jerarquía como tal, más allá de la bondad intrínseca de algunos jerarcas debe desaparecer. La iglesia debe ser más un bazar que una catedral, a lo sumo un atrio de iglesia, etc., etc.

Hay mucho que modificar en la Iglesia del siglo XXI. Quienes hayan leído este libro habrán comprobado mi posición al respecto. Pero yo no me atrevo a expulsar de la Iglesia a quienes no alcancen no sé bien qué nivel de exigencia religiosa. De entrada yo mismo tendría que marcharme. Pero además, nos encontraríamos con niveles de exigencia en las antípodas según qué registro de cristianos adoptemos. Perdonen los interesados que les nombre pero, ¿sería la misma, la exigencia de un Munilla que la de un Casaldáliga?. Y los dos se reclaman del mismo Dios, aunque su Dios no sea el mismo.

Paradojas y Misterio de la Iglesia. Decir que la Iglesia Católica es universal puede considerarse un pleonasmo. Pero debe recordarse constantemente. En Occidente tenemos tendencia a olvidarlo. Incluso quienes lo afirmamos. Este libro es un ejemplo de ello, pues comienza situando a la Iglesia en la sociedad occidental que vive una profunda paradoja: por un lado, una demanda fuerte de autonomía del pensamiento y de acción que rechaza toda autoridad exterior a la de cada uno, y por el otro, la no menos fuerte querencia, implícita o explícita, de referentes, de líderes que ayuden a ver el camino, a balizarlo y a invitarnos a seguirlo. Libertad versus seguridad, autonomía versus referentes en un mundo de incertidumbres. Es lo que explica que en una sociedad, que se dice secularizada, un papa se convierta en líder universal.

De Lubac, nos habló en el libro referenciado en el primer capítulo de la “paradoja de la Iglesia… (donde) lo esencial jamás se halla en el número ni en las apariencias primeras” Añadió que, “entonces descubriremos la paradoja propia de la Iglesia, una paradoja que servirá para que podamos introducirnos en su misterio”. Sí, “Paradoja y Misterio de la Iglesia”, titula su libro De Lubac, en el que subraya estas tres paradojas: una Iglesia procedente de Dios y formada por hombres (será la Encarnación, paradoja suprema para De Lubac); la paradoja de su carácter visible e invisible y, en tercer lugar, una iglesia que se presenta a la vez terrena e histórica a la vez que escatológica y eterna (su dimensión “sacral” o transhistórica, que varias veces menciono en mi libro, siguiendo a H. Rosa).

Pero hay más paradojas en la Iglesia, como en la humanidad, como en cada uno de nosotros. He aquí algunas, pensando en la Iglesia:

o   La religión y la iglesia universales, pero que se vive localmente. Es la constante tensión entre la dimensión universal y particular de la Iglesia.

o   La religión de la razón frente a la religión de la emoción.

o   La religión de las certezas, de la “sancta simplicitas” frente a los intelectuales que hacen de la duda un paradigma de lo religioso.

o   La religión que propugna el desarrollo económico (de signo liberal capitalista) frente a la religión que apuesta por la justicia social de signo socialdemócrata si no socialista.

o   La religión que avanza la bondad de los nuevos movimientos religiosos, sea de signo emocional, como los pentecostales o catecumenales, sea de signo económico-espiritualista como el Opus Dei, sea de signo identitario católico en conquista de su presencia en el mundo, como Comunión y Liberación, sea viviendo con los más pobres y necesitados en comunidades de base, por citar los más influyentes, frente a las órdenes tradicionales (en el sentido de que llevan en iglesia varios siglos), como los jesuitas, dominicos, benedictinos, carmelitas, franciscanos, claretianos, marianistas, salesianos, hermanos de La Salle,  etc.,etc., que están lejos de haber dicho su última palabra.

o   La religión que privilegia la orto-doxia frente a la que prioriza la orto-praxis, o viceversa.

o   La religión, y su Iglesia, que concede todo el poder a los clérigos mientras se apoya en los laicos

o   La religión, y su Iglesia, que predica que una mujer, María - nada menos que la Madre de Dios- está por encima de los apóstoles, pero donde las mujeres (y su teología) juegan en segunda división.

o   Etc., etc., etc.  


Con esto quiero subrayar la importancia capital de aceptar la complejidad de la vida, de los rostros que puede adoptar el anhelo de plenitud, de la necesidad de aprehender el conflicto como inherente a la condición humana y, así, aprender a superarlo en pro de la básica y primigenia unidad del género humano. Unidad que, para los cristianos, lleva el marchamo trascendente de la fraternidad, de sabernos hijos de un Dios al que tenemos por Padre universal y que se nos manifiesta, en la humanidad de Jesús, al que - en nuestro lenguaje – lo tenemos como su Hijo, nuestro hermano mayor. 

El celibato vale cuando y donde vale. Lo digo con las palabras de Michel Quesnel en libro ya referenciado: “vivir célibe no se reconoce como un valor en la mayor parte del continente africano. En consecuencia hay muy pocos conventos de hombres y de mujeres, la vida monástica estando asociada al celibato. Otra consecuencia es que más del 80 % de sacerdotes viven en concubinato (…) Cuando una ley que atañe a cuestiones no esenciales – hay que recordar que hay sacerdotes curas casados en las Iglesias católicas orientales- no es respetada por la gran mayoría de las personas concernidas, hay que concluir que esa ley es mala. (….)” (Página 79). En efecto, en África o cualquier parte del mundo, ¿cómo un cura católico puede ejercer  convenientemente su ministerio cuando es de notoriedad pública que vive en una situación contraria a la ley religiosa que dice profesar?. O, ¿cómo otro que, escondiera su situación de concubinato, puede aceptar vivir en la mentira y la simulación mientras está predicando una religión de verdad y honradez?.

Mujeres en busca de reconocimiento. En un acto público en septiembre de 2015 una religiosa que sabía, no sé cómo, que estaba escribiendo este libro, me espetó: “me imagino que les darás duro, ¿eh?”. En la conversación comprobé que se refería al lugar de la mujer en la iglesia. No es la primera vez que me veo interpelado por mujeres, religiosas y laicas, dolidas, cabreadas, hartas, y añadan los epítetos que quieran, de su espacio en la iglesia visible de nuestros días. La iglesia, dicen, que perdió a la clase obrera, a los intelectuales, a los hombres de ciencia. En Occidente, además, ha perdido a la mujer. Hace unos años, había más vocaciones religiosas masculinas que femeninas. Una de las prioridades para el futuro inmediato de la Iglesia Católica es resolver la vergonzosa e irritante relegación de la mujer en su seno.

Personalmente propongo que, siguiendo mi modelo de Iglesia en red, en un planetario archipiélago interrelacionado, las comunidades de cristianos sean más autónomas y con cánones específicos en determinados asuntos (como los de las Iglesias católicas orientales), adaptados a los grupos humanos concernidos. No todo debe hacerse de la misma manera, al mismo tiempo, en todos los lugares donde hay iglesia. Y recordemos que “allí donde dos o más os reunáis, en mi nombre, allí estoy yo”. Esto vale, por ejemplo, para la ordenación de las mujeres y para el celibato de los sacerdotes. Y para más cosas.

La caridad es lo primero. Sin olvidar la fe en el siglo XXI. Los que tenemos en la cabeza Corintios 13, y los que miramos la realidad que nos circunda, sabemos que la caridad está, sin duda alguna, por encima de la fe. Lo que no quiere decir que no tengamos que saber dar cuenta de la fe que decimos profesar y que nos lleva (o debe llevar) a la práctica de la caridad. Lo que no siempre es fácil. Más todavía. Hay afirmaciones que, si bien no están en el núcleo de la fe, sí en la de la vida cotidiana de los cristianos, y que, en el mundo de hoy, chirrían y mucho. (Y cuidado con esto del núcleo de la fe que, pueda ser, que de tanto eliminar hojarasca nos quedemos sin núcleo). Así en el Catecismo de la Iglesia Católica promulgado en 1992, hace 23 años, se puede leer en el apartado consagrado al pecado original, en el punto 390, literalmente esto: “El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Concilio de Trento: DS 1513; Pío XII, enc. Humani generis: ibíd, 3897; Pablo VI, discurso 11 de julio de 1966)”.(Subrayado en el documento original en www. Vatican.va). Si las palabras siguen teniendo un significado y las frase no se retuercen hasta hacerles decir lo que no dicen, ¿quien puede aceptar semejante afirmación en el día de hoy?. O, ¿qué católico, hoy, es capaz de adherir a este tipo de afirmación?. Pues ahí sigue ese texto en el Catecismo. Del año 1970-1971 guardo un vivo recuerdo de las disputas sobre estos temas en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Lovaina donde el buen profesor de Dogmática, citando precisamente a Pablo VI, hacía equilibrios para transmitirnos lo intransmisible: la verosimilitud de que “nuestros primeros padres”, como si hubiera en la humanidad unos “primeros” padres no hubieran tenido mejor idea que rebelarse contra Dios que les habría puesto en un idílico jardín.

A veces el sentido común acaba aboliendo algunas de las consecuencias de semejantes planteamientos. Hace no demasiados años, yo ya vivía, se bautizaba a los recién nacidos muy pronto porque si morían sin bautizarse, en virtud precisamente del pecado original de los primeros padres, no podrían gozar de la salvación eterna. O eso nos decían. Se inventó aquello del limbo de los justos que, no recuerdo quien, valga el juego de palabras, lo envío al limbo de lo inútil. El sentido común (y el silencio de la jerarquía) ha hecho que la mayoría de los padres difieran el bautismo varias semanas o meses sin que falten los padres que digan que ya se bautizarán cuando sean mayores, si ellos así deciden. Lo mismo cabe decir de la (no) aceptación de Humanae Vitae en la vida sexual de los cristianos, que será tema secundario para algunos doctos (y célibes) teólogos, pero que ha amargado la vida a mucha gente sencilla…hasta que ha seguido el camino del limbo.

Otra etapa- ¿de oro?- en la Iglesia. He intentado en el libro mostrar lo que entiendo como exigencias para la participación de todos los cristianos en el caminar de la Iglesia. También en sus decisiones. Otro modelo de gobernanza, porque la Iglesia es también terrena. He apostado, entre otras cosas, por una Iglesia donde tengan voz y voto clérigos y laicos, mujeres y hombres, y donde los responsables lo sean por un tiempo limitado. Una iglesia más participativa y democrática en las decisiones, haciendo verdad la corresponsabilidad de todos pues “todos somos Iglesia”. Con ese ideal está escrito este libro. Quisiera pensar que en algo haya favorecido. Paradójicamente, en estos tiempos en los que, al menos en Occidente, la Iglesia ha perdido poder al mismo tiempo ha ganado en libertad. Una Iglesia que, como nunca en la historia, es, sociológicamente hablando, católica, extendida por todo el planeta y más libre que nunca de los poderes políticos, financieros, militares etc. Sueño con frecuencia de que tenemos la oportunidad de vivir, esta vez sí, la edad de oro de la Iglesia. En este orden de cosas quiero subrayar fuertemente la importancia del papado, básica pero no exclusivamente, como garante de unidad en el mundo globalizado de nuestros tiempos.

Marco Politi termina su libro sobre “Francisco entre los lobos”, ya referenciado en estas páginas, con estas palabras que las apropio para cerrar el mío: “El resultado para la Iglesia podría ser un New Deal como el del presidente Roosevelt en EEUU o un terremoto comparable al de la perestroika de Gorbachov. El papa argentino es perfectamente consciente de que lleva a cabo un cambio radical. Comencemos una nueva etapa para la Iglesia. Esa es la formula, revelada por su amigo el teólogo Víctor Manuel Fernández. Francisco no se hace ilusiones. Una Iglesia que no se acerque más a las personas y no muestre el rostro de Jesús con amor corre el riesgo de morir. Si (Francisco) logra transformar los sínodos episcopales en un instrumento permanente de participación en el gobierno papal, a hacer de ellos pequeños concilios donde se decida la dirección de la Iglesia en la modernidad- implicando en esa labor al pueblo de los fieles, hombres y mujeres sin distinción- le revolución de Bergoglio será irreversible”. Concluye Politi que “Francisco tiene su propia visión. La había evocado en las palabras dirigidas a los cardenales antes del conclave: “Tengo la impresión de que Jesús está encerrado en el interior de la Iglesia y golpea para salir”.

No le dejemos solo.



[1] La fuente: http://www.news.va/es/news/vaticano-las-estadisticas-de-la-iglesia-catolica-3, Son estadísticas oficiales del Vaticano. En doce páginas tienen una información básica de las estadísticas de la Iglesia Católica, segmentada por zonas del planeta y con alguna, escasa, información evolutiva.
[2] G. W. F. Hegel. “Discurso en el tercer centenario de la Confesión Augustana, en “Escritos sobre la religión”, edición a cargo de Gabriel Amengual, Ed. Sígueme. Salamanca 2013, página 226. La Confesión Augustana, como señala el editor, es el primer escrito confesional protestante que alcanzó importancia histórica, consecuencia de la Dieta de Augsburgo de 1530 y firmada por un número importante de príncipes, aunque no por todos. De ahí que el editor, señale en otra nota a pie de página, que  “Hegel presenta la Confesión Augustana como si fuera de toda la Iglesia Evangélica y en contra de la Iglesia Católica, cuando de hecho fue la confesión del luteranismo contra la iglesia reformada, la cual adoptó esta confesión después de mucho tiempo y cambios en el texto” (nota 5 de la pagina 226).
[3]. Esta afirmación proviene de una entrevista en “La Vie”, 19 de septiembre de 1996, recogida en un libro sumamente interesante, “Le gouvernement de l´Eglise Catholique. Synodes et Exercice du Pouvoir”. Sous la direction de Jacques Palard. Institut d´Études politiques de Bordeaux. Editions du Cerf. Paris 1997, página 19.
 
[4] Javier Elzo. “Los cristianos, ¿en la sacristía o tras la pancarta?. Reflexiones de un sociólogo”. Edita PPC. Madrid 2013, 203 paginas.