Un Dios humano, un humano Dios: una reflexión navideña.
El año 1985, el pensador francés Marcel Gauchet significó al cristianismo “como
la religión de la salida de la religión”. Pero, ante la confusión creada,
Gauchet explica que no se entienda la expresión como si “la gente ya no creyera en
Dios. ¡Realmente no creían más en otros tiempos! (….) La salida de la religión
es la salida de la organización religiosa del mundo”, esto es: la religión no
dicta ya la organización de la sociedad, lo que es otra cosa bien distinta.
Esto, concluye Gauchet, es lo que permite hablar del advenimiento de la
democracia, pero solamente en regiones de cultura y religión cristiana, y no en
la musulmana o judía ortodoxa, apostillará.
Pues, añade: “lo que es determinante en el caso
cristiano, es el propio Cristo. La idea de la encarnación no brilla por su
racionalidad. La idea de un solo Dios parece incompatible con la idea de un
Dios delegado que ejerza de intermediario. Es posible que (Dios) necesite un
mensajero, como Moisés en los judíos o Mahoma en el caso del islam, pero con
Cristo se trata de otra cosa, un enviado que es, él mismo, Dios. Un Dios que
toma la forma de hombre. Pero esta extraña idea tiene un efecto importante. La
encarnación obliga a concebir una alteridad radical de Dios (del Dios
extraterrestre de Yahvé y de Alá). ¿Qué (quién) es este Dios que nos habla
desde el interior de nuestro mundo de los hombres y que, por lo tanto, aparece
completamente exterior al Dios de Yahvé y de Alá?”.
A Marcel Gauchet el Dios de los cristianos le resulta
incomprensible. En realidad, le es imposible de concebirlo cuando la idea de
Dios, su idea de Dios, se limita a la de un extraterrestre, omnipotente, que
todo lo ve y lo juzga, que dicta, soberanamente, lo bueno y lo malo, como la
idea del Dios de los vascos antes de la cristianización de Euskadi:
"Jaungoikoa", el Señor de arriba. Pero a Gauchet la idea de un Dios
hombre, hombre y Dios, de un Dios humano, de un Dios que nos habla desde la
entraña misma de nuestra humanidad, aunque extraño pues ese Dios no ha salido
de la categoría del Dios extraterrestre, le permite dar el salto a la autonomía
de las realidades terrestres, utilizando, yo aquí, la expresión de Gaudium et
Spes del Concilio Vaticano II, el Dios que no elimina la autonomía de la
persona humana, mujer y hombre, y permite el advenimiento de la deliberación,
de la discusión, incluso la posibilidad del NO a la religión, si esa es la
opción de cada uno, el Dios que supera la teocracia para el advenimiento de la
democracia.
Escribirá Gauchet en su blog que “Cristo viene
simplemente para testimoniar el interés del Padre por la salvación de los hombres.
No nos dice inmediatamente lo que hay que hacer, sino que hay que pensar en
otro mundo. La encarnación de Cristo, continua Gauchet, es portador de toda una
serie de desarrollos potenciales que necesitarán siglos y siglos para
expresarse, pero que permitirán, paso a paso, la emergencia de un mundo humano
autónomo a partir del mundo religioso. No hay nada sorprendente, para un
cristiano convencido, pensar, sin dejar de ser perfectamente cristiano, que los
hombres hacen su ley, que las relaciones entre ellos son un área y que lo que
conecta a cada individuo a Dios, es otra”. Es lo que, personalmente, siguiendo
a Peter Berger, entiendo como la necesidad, y la virtud, de superar el dualismo
entre lo sagrado y lo profano, como si de dos compartimentos estanco se
tratara. Por ejemplo: si nos encontramos mal, rezamos, sí, pero vamos al
médico, también,
Así
descubrimos la autopista que, al menos los occidentales, tenemos para acceder a
Dios, para entender a Dios, para sentir Dios: la persona humana de Jesús de
Nazaret, que todas las navidades celebramos como hijo de José y de María, y que
manifestaba tener una relación especial con Dios Padre al que, en su idioma, el
arameo, denominaba Abba, expresión cariñosa de cercanía y consideración con el
padre, con quien mantiene una particular proximidad que, en el lenguaje del
siglo V, denominan consustancial al Padre en su divinidad. Esta relación del
hijo Dios con su padre Dios, conforma, junto al Espíritu Santo, Dios, el gran
misterio de la divinidad de nuestro Dios. Sí, gran misterio, para el que las
palabras se quedan cortas. Todas las palabras. Absolutamente todas. Como ante
la música, permítaseme el salto en el vacío, que la definía Steiner como el
ámbito a donde no llegan las palabras. Pero no por ello la música es menos
real, menos perceptible, menos vibrante. Aunque algunos vibren más que otros
ante la música, y según qué música. Como ante Dios y según qué Dios.
Hace
más de un siglo un teólogo biblista dijo que nosotros creemos porque otros
creyeron antes que nosotros. Pero hay más que eso. Otros, los compañeros de
Jesus en su corta vida, tras el fiasco de su ejecución, al poco, tuvieron la
experiencia vívida de que Jesús seguía con ellos de alguna manera. Seguían
experimentando, vivo, al Jesus ejecutado. Decían que Dios le había resucitado.
Así, no se dispersaron del todo, sino que conformaron núcleos de seguidores de
Jesús, aquí y allá, y muy pronto, de boca en boca, se fueron pasando dichos y
hechos de Jesús hasta que, ya muertos los compañeros de Jesús, decidieron poner
por escrito esos hechos y dichos de Jesús. Y en esos textos, Jesús nos muestra
donde podemos encontrarle, donde está Dios.
Por ejemplo, en la parábola del juicio final leemos en Mateo 25: "Venid,
benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros
desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve
sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y
me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a
verme." (…) "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."
Este inmenso texto, que algunos denominan el evangelio
de los ateos, es la otra autopista que nos lleva a Dios. Jesús, para los
cristianos, es como nuestro hermano mayor y todo lo que hacemos a los
necesitados, del tipo que sea, se lo estamos haciendo a sus hermanos menores, sobre
todo a las mujeres y a los hombres en necesidad.
Dios no es el señor con barba blanca que está allá, tras
las nubes en los cielos, representado a veces como un triángulo que encierra un
ojo que todo lo ve. Dios, a los cristianos, se nos manifiesta en la persona de
Jesús de Nazaret, en su experiencia vital con Abba, su Padre, que creó el mundo
por Amor y que en la encarnación en Jesús, supera el Dios extraterrestre,
autonomiza al género humano (que le puede decir NO) y nos dice que le amemos;
que le amemos en nuestros hermanos, particularmente en los más necesitados,
porque, - lo vio bien Juan el evangelista, el discípulo amado, nos
dicen los evangelios - no se puede amar a Dios a quien no se ve, a quien nadie
ha visto nunca jamás, si no se ama al prójimo que está al lado. Porque, decimos
los cristianos, que Dios está en Jesús, sí, en la Trinidad, sí, y está también
aquí cerca, al lado para el que quiera ver: en el que tiene hambre, está
sediento, desnudo, expatriado, injustamente vituperado, en la cárcel, enfermo,
solo…. Para descubrir ese Dios no es preciso ser cristiano. Pues es ahí,
precisamente ahí, en la fraternidad universal, donde, nos dicen Schiller-Beethoven,
que “todos los hombres vuelven a ser hermanos”.
En el curso de un debate el año 2007, entre el entonces
Decano de la Facultad de Teología de Lyon, Henri Cazelle y el filósofo ateo, André
Comte-Sponville, este último afirmó: “Cazelle y yo no estamos separados más que
por lo que ignoramos: ni él ni yo sabemos si Dios existe…aunque él crea en Dios
y yo no. Pero estaríamos locos si concediéramos más importancia a lo que
ignoramos, y nos separa, que a lo que ya sabemos, tanto él como yo, y que nos
reúne (…) a saber, la fidelidad común a lo mejor que la humanidad ha producido
o recibido”.
¡Eguberri On!, ¡Feliz Navidad, ¡Feliç Nadal!, ¡Joyeux Noël!
Donostia San Sebastián, Navidad de 2018
Javier Elzo
En Religión Digital lo han
reproducido en bonito. Con fotos y todo. Aquí:
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