¿Radicales los jóvenes?
Me
cuesta trabajo, a mis 78 años de edad, y con muchos trabajos sobre la juventud
a mis espaldas hablar de radicalismo en los jóvenes de hoy, sobre todo si
echamos la vista a lo que vimos y vivimos cuando nosotros éramos jóvenes.
Dándole
vueltas a la cabeza, podría citar el 15 M en la Puerta del Sol, bien que sus
mentores están hoy, ya en el poder. En la actualidad veo dos radicalidades no
violentas protagonizadas por jóvenes: el movimiento #metoo (aunque aquí, hay
bastante más que jóvenes) y los Fridays
for Future (FFF), en los que jóvenes han tenido un gran protagonismo
durante el año 2019, aunque los “Viernes por el Clima” no parece hayan
calado mucho en España. Es también evidente que más allá del indiscutible
protagonismo de Greta Thunberg, y de
muchos adolescentes y jóvenes, el apoyo a este movimiento se manifiesta en
todas las franjas de edad.
Personalmente
vengo defendiendo desde hace años que, en las evoluciones en los valores, luego
también en las radicalidades, nos enfrentamos más a un fenómeno de generación y
no de edad. Es toda la sociedad la que evoluciona. En mi opinión más hacia una
radicalidad (si vale el termino, que no estoy seguro) verbal que la
manifestada, en hechos violentos, con excepciones, sea puntuales como las de Barcelona
y Catalunya tras la sentencia del procès, sea la de actos violentos de
pro-nazis en Alemania, sean los chalecos amarillos en Francia que, no cabe
etiquetar como radicalidad juvenil, etc. En realidad, la actual radicalidad se
manifiesta particularmente en el desapego político, y más en concreto, en la
crítica despiadada a la clase política. Y de forma clara en la desconfianza en
las instituciones, lo que los estudios, no solamente de juventud, nuestras
fehacientemente.
Los
últimos estudios de juventud de la Fundación Santa Maria muestran que, en la
evolución histórica de los niveles de confianza en las Instituciones por parte
de los jóvenes españoles, se detecta como, tras un largo período de lenta
recuperación de la confianza depositada en las instituciones por parte de los
jóvenes, entre los años 1984 a 1999, la confianza vuelve a hundirse hasta el
Informe de 2016. Incluso si comparamos los datos de 2016 con los de 2005 (que
constituye un punto de referencia para poder evaluar el impacto que ha tenido
la crisis), llama la atención que, pese a tratarse de un año de mínimos para
bastantes instituciones, la gran mayoría de ellas ven caer, más aún, la
confianza de los jóvenes.
Señalemos
que este fenómeno no es exclusivamente español y que también tiene lugar, en el
contexto de las culturas occidentales, en la gran mayoría de ellas donde
podemos encontrar un desapego de todo aquello que suponga un marco normativo
mínimamente rígido. Se ha producido una desinstitucionalización de la vida,
especialmente la de los más jóvenes, entendida esta como una flexibilización de
las transiciones, circunstancias y episodios vitales que en el pasado estaban
marcados por las normas legales y sociales vinculadas y “gestionadas” por las
instituciones. Esto ha tenido consecuencias de diferente índole, que afectan
especialmente a la continuidad y reversibilidad de los itinerarios juveniles,
antes vistos como “hojas de ruta” bien definidas que desembocaban en la madurez
y en la emancipación social.
El
resultado de esta actitud de los jóvenes hacia las instituciones sociales puede
ser contemplado, quizá, como una revolución institucional light que poco tiene que ver con la de las primeras generaciones de
jóvenes rebeldes de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Una forma de
resistencia que niega a tomarse en serio el marco de diálogo propuesto por las
personas en el poder y que aspira, en el mejor de los casos, a dejar en
ridículo sus pretensiones, como constantemente se hace en las redes sociales.
Desde esta forma de rebeldía posmaterialista,
como ya afirmara, en el estudio de SM año 2005 Juan González-Anleo, las nuevas
generaciones plantan cara “volviendo la cara”, convirtiendo su indiferencia y
abandono en una forma, su forma, de
revolución anti institucional.
Esto
no solamente resulta negativo para las instituciones sociales y su futura
supervivencia, por lo menos a largo plazo, sino también para el funcionamiento
de toda la sociedad en su conjunto. Como subrayaba Manuel Castells al hablar de
las nuevas redes de solidaridad ciudadana, “la confianza es lo que cohesiona a
una sociedad, al mercado y a las instituciones. Sin confianza, nada funciona.
Sin confianza, el contrato social se disuelve y la sociedad desaparece,
transformándose en individuos a la defensiva que luchan por sobrevivir”
Esto es particularmente sensible en las sociedades de tipo capitalista como
las nuestras, que viven bajo el peso de la ley del mercado y, por consiguiente,
de la solicitud constante del deseo por la publicidad. Lo que hace la gente se
sienta desgraciada es que están constantemente llamados a comprar cosas y que
se les crea artificialmente la necesidad: las personas se endeudan y al mismo
tiempo hacen dar vueltas a la ruleta económica, lo que nos lleva en una especie
de esclavitud de la codicia. Nuestra sociedad descansa sobre esta esclavitud de
la codicia”
Pienso últimamente que vivimos atrapados por dos planteamientos
que, en su aparente oposición, entre lo público y lo privado, en realidad
refuerzan un individualismo temeroso, desbrujulado, inconstante en sus
convicciones que, a menudo no pasan de ser opiniones del momento, muy
influenciable por los medios de comunicación y las redes sociales que
frecuente. El intento de publificación a ultranza de determinadas instancias
centrales de la vida en algunas cosmovisiones, como la educación, por ejemplo,
amén de la proliferación de leyes y sanciones (“vigilar y castigar” que ya
predijera M. Foucault hace 50 años) se enfrenta al auge irrefrenable, en
nuestros tiempos de una internacional “casta” de controladores que nos está
dominando, instaurando el imperio del individuo auto sometido a su poder. Me
refiero obviamente al imperio de los GAFAM, acrónimo de Google, Amazon,
Facebook, Apple y Microsoft. Así el individuo moderno se encuentra atrapado por
una legislación absolutista, en la que la perdida de libertad, luego de
responsabilidad, es cada día mayor, por un lado, y la incesante incitación al
consumo por el otro, en nombre precisamente de esa “libertad” que difícilmente
se puede ejercer ante el cúmulo de solicitudes de consumo de lo que sea. Si no
detenemos en este último aspecto, en la parte de la pinza que le aboca al
consumo, hemos de constatar que millones de humanos, sin cobrar sueldo alguno,
dedican gran parte de su vida a generar dividendos para las GAFAM. Y en este
campo, los adolescentes y jóvenes que están creciendo en la era digital, tienen
un protagonismo indudable. De hecho, jóvenes y adultos digitalizados, damos
gratuitamente a los GAFAM lo que necesitan: nuestra vida y milagros, nuestros
deseos, nuestras apetencias, lo que hacemos cada vez que decidimos algo, por
mínimo que sea. Cada minuto que pasamos en pantalla es dinero para las GAFAM.
Se van apropiando de todos los signos que los humanos generamos en el planeta:
el presupuesto de una empresa o el cumpleaños de la abuela en Facebook. Cuanta
más atención les prestamos, más datos les damos y más rentables son. Los
convierten en dinero, acompañándolos de publicidad viralizada, o en información
mercancía para venderlos como “big data” a otras empresas. En Silicon Valley se encuentra, en realidad, el centro del
poder del mundo que lo manejan, cada vez menos personas. Ya solamente
amenazado, no de inmediato, pero sí a corto plazo, por China y quizás por
India.
Peter
Berger escribe que “no es algo accidental que el Cinturón de la Biblia se
solape con el Cinturón del Sol; la región más conservadora a nivel religioso de
los Estados Unidos coincide en parte con una de las más dinámicas del punto de
vista económico”. ¡Ah, la ya más que centenaria tesis de Max Weber sobre la
ética del protestantismo y el espíritu del capitalismo, resurge en plena era
digital! Y. no se olvide que en ese Cinturón está Silicon Valley.
Éste es el fondo en el que sitúo el contexto en el que nacen y se
hacen nuestros jóvenes. Olvidarlo sería letal. Afrontarlo, sin alarma, pero con
decisión, es fundamental. Este es el reto para el futuro de los jóvenes.
(Texto que, ligeramente recortado, ha sido reproducido en la revista
“El Ciervo”, n º 781, de mayo- junio 2020, pp. 14-15)
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